jueves, 24 de junio de 2010

“EL VERANO DE NUESTRO DESENCANTO”

Y si aquel invierno de las desdichas, de Ricardo III, se volvió, según William Shakespeare “glorioso estío por ese sol de York” la muy sangrienta primavera nuestra, merced a un vulgar balón de futbol, puede llevarnos al verano de nuestro desencanto.

¿Qué pasará si este domingo pierde la selección mexicana y entonces “no se pudo”? ¿Qué pasará si, contra los pronósticos de la mayoría, se alza con una victoria y “sí se puede”? De eso, sólo de eso, parece en este momento depender todo.

Lo demás; lo demás está en suspenso, relegado, convenientemente oscurecido por los dilemas que el partido suscita y eso aunque continúen los narco bloqueos en Monterrey, las balaceras en Tamaulipas, Chihuahua y Michoacán; los enfrentamientos, las emboscadas, los levantones, las ejecuciones a lo largo y ancho del territorio nacional.

Y eso aunque, entre otras tristes y lamentables cosas que han pasado en estos días, la SCJN al llegar hasta “las penúltimas consecuencias” en el caso de la guardería ABC, como bien lo señala Emilio Álvarez Icaza, haya consagrado, otra vez, la impunidad como norma de conducta de gobernantes y funcionarios.

Menos importa todavía, a una ciudadanía más pendiente del Vasco Aguirre y su anuncio de la alineación para el partido que de los gobernantes o dirigentes de oposición, que, ante el proceso electoral del 4 de julio próximo, la clase política se revuelque en el lodo.

Trapacerías históricas de unos (Fidel Herrera en Veracruz, Ulises Ruiz en Oaxaca, Mario Marín en Puebla) marrullerías del mismo cuño (de la mano del poder que presta sus aparatos de inteligencia y se hace de la vista gorda ante evidentes violaciones a la Constitución) la de los otros.

No importa, nada de eso importa, sólo cuentan los minutos hasta que comience el partido.

Del “vivir mejor”, al “orgullo de ser mexicanos” pagadas estas campañas con nuestros impuestos, al “sí se pudo” de la “iniciativa México” hemos vivido los mexicanos sometidos a un inclemente bombardeo propagandístico.

De slogan en slogan al colmo del paroxismo nos han llevado. Todo está en juego en esa victoria, todo puede perderse si se pierde. La patria está en los botines de esos once. Los goles que metan o les metan habrán de decidir su suerte.

El gobierno y la TV se han empeñado en convencernos de que, ahora sí y por fin, las cosas están bien y de que si es la necia realidad la que arroja otros datos es la realidad la que está equivocada por lo que, más que transformarla, toca darle la espalda.

Si la victoria llega entonces “se abrirán las grandes alamedas” y el Ángel de la Independencia resultará insuficiente para recibir al pueblo. Qué digo el Ángel, el Zócalo mismo, las plazas todas del país. Tocarán las campanas a rebato y aunque se sigan matando por el norte parecerá que aquí reinan, de la mano, la paz y el relajo.

Y en ese frenesí de la victoria querrán, desde el poder político y el poder del dinero, montarse los mismos de siempre que para eso han gastado su dinero y el nuestro; para hacer la victoria parte de su patrimonio aunque le regalen –hablo, claro, en sentido figurado- una porción del mismo –el festejo- a los que no pertenecen a la élite.

A ese frenesí de la victoria apuestan quienes como FCH quieren dar legitimidad y continuidad a su legado y a ese mismo frenesí apuesta el PRI para montar su retorno.

Del PRD, del PRD ni hablamos; aliado de sus enemigos, enemigo de sus principios, mendigará votos por un lado y espacios en los medios por el otro para tratar de hacer suya una victoria que, por todos, le será negada.

Habrá entonces de convertirse la felicidad de la gente en el más preciado botín político. Una especie de patente de corzo que dará al poder –en tanto dura la euforia y para alimentarla está la TV- espacio de maniobra para seguir actuando sin rendir cuentas claras.

Pero y si –como muchos lo creen- pierde la selección: ¿Qué pasará entonces?

La clase política -y hablo de todas las vertientes ideológicas- está lista y entrenada para capitalizar la victoria pero no está preparada, menos ahora, para dar la cara a una multitud desencantada a la que de pronto las arengas patrióticas asociadas al futbol, los llamados al optimismo, al triunfo de la voluntad, le sonaran no sólo huecas sino ofensivas.

Y vendrá el desencanto y en mala hora; con los precios de la gasolina subiendo y el desempleo arreciando y el hartazgo de la política y los políticos obligando a la gente a mirar hacia otros lados y la inseguridad a tope y la violencia invitando a la violencia.

Mucho ha aguantado la gente en este país y casi sin chistar. Tan mal acostumbrados están los poderosos que pulsaron, irresponsablemente, con la propaganda fibras sensibles en una población sedienta de logros, harta de engaños.

Por mucho menos que lo que aquí sucede, casi todos los días, ha habido en otras capitales violentos disturbios y han caído gobiernos. Quizás entonces, como ya lo está siendo para Sarkozy en Francia luego de la derrota futbolística, “el verano de nuestro desencanto” se torne el verano de nuestro descontento.


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jueves, 17 de junio de 2010

MÉXICO DE FIESTA; MÉXICO HERIDO

No soy un fanático del futbol, es más, puedo decir, aun a riesgo de ser considerado traidor a la patria en estos tiempos del “sí se pudo”, que no me gusta y menos todavía por la parafernalia comercial y propagandística que lo rodea.

Lo que sí me gusta, sin embargo, es la alegría que este jueves recorrió las calles, la euforia que en muchos suscitó la victoria de México sobre Francia; los rostros luminosos de los niños, la algarabía de los jóvenes, el mundo entero suspendido en la inminencia de un tiro a gol.

Respeto –aunque no la comparto- la afición deportiva; el compromiso que hace la gente con su equipo, la forma religiosa en que lo sigue, la intensidad con la que sufre sus derrotas y celebra sus victorias.

Admiro y reconozco las hazañas futbolísticas. Poco o nada sé de ellas pero entiendo que la gente se emocione a veces hasta el llanto y acompañe, palmo a palmo, al hombre que va en busca del gol. Esa alegría; la de disfrutar cada instante de un partido, creo yo, es también un derecho que la gente se ha ganado y se gana con el sudor de su frente y por el que hay que luchar.

Y como es un derecho de las grandes mayorías disfrutar apasionada y libremente su deporte favorito me parece grosera, indigna y muy preocupante la manipulación que el poder económico y el poder político hacen del fútbol. La forma en que se montan sobre la afición.

Y es que el discurso patriotero, la exaltación de un entusiasmo tan vacuo como contagioso que acompaña estos grandes eventos, como en este caso el campeonato mundial de fútbol y la participación de la selección mexicana en él, es también una herramienta sobre la que avanzan y se consolidan los regímenes autoritarios.

Ya Hitler y Goebbels utilizaron la Olimpiada de Berlín para movilizar a los alemanes en apoyo a su proyecto. Más allá del circo que se da a las masas en lugar del pan y la paz que demandan, el nazismo utilizó magistralmente a sus deportistas para presentarlos como prototipos y voceros de lo que habría de ser la nueva patria construida gracias a “El triunfo de la voluntad”.

En ese tono, con ese estilo retórico, más o menos, sin la maestría de Leni Reinfeschteil, es que se realizaron los spots del director técnico de la selección mexicana convertido, de pronto, en el líder que el país necesita para convocar a la construcción del país que los poderosos imaginan y quieren y que más allá del slogan poco o nada tiene que ver con las aspiraciones de justicia, equidad y democracia de las grandes mayorías.

Pulsa el autoritarismo, para asentarse, tanto el miedo a la inseguridad, a la perdida de la vida y el patrimonio (a los “peligros para México” por ejemplo) como el nerviosismo y la euforia que generan la posibilidad de una victoria deportiva convertidos de pronto en bálsamo, en pócima que desaparece problemas estructurales.

El triunfo que se transforma en la esperanza súbita y perecedera de una vida mejor a pesar, claro, de que nada en la realidad, más que la euforia, indique que ese cambio es siquiera posible.

Subliminalmente la propaganda de los regímenes autoritarios relaciona miedo y esperanza; al tiempo que la euforia borra al primero el ánimo “patriótico” generado por la misma permite aglutinar fuerzas en torno a un proyecto de combate sin permitir fisura alguna.

Es el del autoritarismo el discurso de la “unidad nacional” y la condena y la descalificación de todo aliento crítico. Tanto en la guerra como en el futbol se promueve la uniformidad, la desaparición del criterio personal y se opera bajo la consigna de quien no está con México -que de pronto se reduce a una camiseta- está contra él.

Está el México de fiesta; ese que de pronto lo olvida todo al calor de una victoria deportiva transformada por la TV en una gesta histórica e histérica y está el México herido; el de la impunidad, la violencia criminal imparable, el desempleo, la corrupción y las eternas trapacerías de los poderosos.

Hay quien piensa que se trata de las dos caras de una misma moneda. Y que ese México dolorido, oscuro que traemos a cuestas es el mismo que de pronto necesita –recordando a Jorge Portilla- echar relajo y tomarse las calles ondeando banderas y con la ilusión de que todo ha cambiado y además para bien.

Yo más bien pienso que la exaltación de este México de fiesta de alguna manera intenta borrar la memoria, disminuir el estado de alerta que exige, para curar sus heridas, este país que se nos deshace entre las manos.

Disfrutaré como disfrutan mis hijos, mis amigos los posibles triunfos de la selección. Festejaré con ellos incluso pero no dejaré de tener a la mano el balde de agua fría.

Triste y dolorosa ha sido esta semana que termina, paradójicamente, con fiesta en las calles; ahí siguen los padres de los 49 niños muertos y los 80 niños heridos de la #guarderiaABC y ahí están las mentiras del ejército mexicano, denunciadas por la CNDH, empeñado en burlar su responsabilidad en la muerte de dos niños en Reynosa.

No podremos decir “ya se pudo”, aunque se metan muchos goles, si estas y otras muchas heridas más continúan abiertas.

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jueves, 10 de junio de 2010

DISFRUTE EL PARTIDO SEÑOR CALDERÓN

“Total no pasa nada, me desangro
Total sí pasa y me desangro igual”

Otto René Castillo


Hay quien, como Ciro Gómez Leyva, piensa que la presencia de Felipe Calderón en el partido inaugural del campeonato mundial de fútbol, puede servir para “dar realce a la institución presidencial” y que, el ver a Calderón relajado en su palco y disfrutando el juego, es también una manera de enviar al mundo el mensaje de que el nuestro no es un “estado fallido”.

Hay otros que consideran de “utilidad diplomática” e incluso comercial el viaje y piensan que es conveniente para los intereses de México. Muchos otros creen que este debate, viajar o no viajar, es irrelevante y que lo que hay que hacer es discutir sobre los problemas reales de México.

No coincido con ninguna de estas apreciaciones y me parece, este viaje, profundamente sintomático y tanto que merece la pena, si queremos descubrir la gravedad de los males que como nación nos aquejan, someterlo al escrutinio público.

No es Felipe Calderón un ciudadano cualquiera dueño de hacer de su tiempo libre y su dinero lo que quiera. “Haiga sido como haiga sido” está sentado en la silla presidencial y ostenta además el cargo de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.

Ha de rendir Calderón, sin excepción alguna, cuenta detallada de sus actos y de las implicaciones de los mismos. Exigir que lo haga no es asunto trivial sino derecho y deber ciudadanos.

No se mueve Felipe Calderón con sus propios medios y pagando con su propio dinero. Ha viajado en el TP01, un avión propiedad de la nación, y la turbosina y sus gastos los pagamos todos con nuestros impuestos.

Pero, más allá de las maniobras, tan elementales como tramposas, para intentar disfrazar de gira oficial el viaje, aduciendo razones de estado para justificarlo, está el hecho de que esa decisión pinta de cuerpo entero, insensible y frívolo, a Felipe Calderón Hinojosa y a su gobierno.

Nuestro país está herido y en guerra. Calderón, a quien encanta vestir de verde olivo y lanzar encendidas arengas patrióticas diciéndonos que es ésta, no su guerra sino la guerra de todos, tendría que estar claro de las responsabilidades y deberes de quien convoca a una nación desarmada a enfrentar al crimen organizado.

No es de estadistas, ni de líderes dignos y respetables lanzar a otros al combate y colocarse cómodamente en la retaguardia, así sea sólo por unas horas, a miles de kilómetros del frente de guerra.

Tendría, por otro lado, que estar conciente Calderón que un Comandante no abandona a sus tropas a su suerte y menos todavía cuando la guerra, que sin declarar libra en casi todo el territorio nacional y con casi la totalidad de los efectivos de las fuerzas armadas empeñadas en la misma, atraviesa por una situación tan crítica.

Qué pueden pensar jefes, oficiales y tropa del ejército y la armada y qué los integrantes de los cuerpos policíacos, esos sometidos a la ley de plata o plomo y que tienen por destino el desprestigio público, la cárcel o la tumba, al ver a su jefe sentado en su palco.

Y qué los padres de tantas víctimas inocentes de esta guerra y de otras tragedias como la Guardería ABC –daños colaterales las llaman él y los suyos- ante quienes Calderón ha sido omiso e indiferente al verlo sentado en su platea.

Poco o ningún respeto ha demostrado Calderón por la pérdida de vidas inocentes; ligero y pronto ha criminalizado a las víctimas. Poco o ningún respeto demuestra al irse con su séquito a divertirse.

Porque a eso -y a tratar de sacar raja propagandística de una eventual victoria de la selección mexicana- es que fue Felipe Calderón a Sudáfrica. Ninguna utilidad diplomática o comercial puede tener un viaje en medio de un acontecimiento de esta magnitud y con tal cantidad de mandatarios visitantes.

Nada han de significar para los intereses de México reuniones protocolarias y entrevistas de pasillo en donde el tema serán los goles y las expectativas de victoria de los distintos países.

Para nada “da realce”, ni hacia adentro ni hacia fuera, a la ya de por sí deslegitimada y maltrecha institución presidencial que Calderón se “ponga la verde” y grite gol o salga cariacontecido del estadio. Al contrario, se exhibe y nos exhibe ante el mundo que sabe la situación por la que atraviesa México y habrá de ser severo con sus juicios con el jefe de estado que, en estas condiciones, se atreve a divertirse en el estadio.

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jueves, 3 de junio de 2010

#GuarderiaABC: A UN AÑO DE LA TRAGEDIA

Los muertos terminan de morir, dice Carlos Payán, cuando los olvidamos. Es cuando perdemos su recuerdo que los sepultamos para siempre. A la oscura tumba del olvido, baja con ellos, cuando han sido víctimas inocentes cuyo asesinato se mantiene impune, también parte de nosotros mismos; nuestra dignidad, nuestra integridad, ese impulso esencial de justicia que nos hace humanos y que es, a fin de cuentas, el único contrapeso efectivo contra el poder absoluto.

A eso, a la desmemoria colectiva, a ese olvido que prohíja y alienta la impunidad. A esa pérdida de dignidad multitudinaria, de capacidad de reacción ante la barbarie, ante las arbitrariedades del poder, apostó y apuesta el Gobierno Federal con los 49 niños muertos de la Guardería ABC.

Quiso Felipe Calderón Hinojosa, que aspira, “haiga sido como haiga sido” a la construcción de un régimen autoritario, deshacerse de ese lastre que mancha lo que en realidad más le importa; su imagen pública.

Ensuciaban su legado esas imágenes de niños calcinados; amenazaba la continuidad del régimen el duro señalamiento al sistema político que surge; claro, contundente, al corazón mismo del neoliberalismo, desde las cenizas de esa bodega convertida en guardería.

Había pues que borrarlos de la memoria colectiva; de esa memoria contra la que, cotidianamente, atentan la televisión y la propaganda gubernamental. Esa memoria que se desdibuja y diluye y nos hace, en tanto desmemoriados, víctimas y cómplices del autoritarismo.

Sobre esa desmemoria, fomentada con más circo que pan, es que avanzan la corrupción y la impunidad. Gracias a ella es que los mismos de siempre, con distintos membretes pero el mismo cinismo, han convertido en botín al país entero.

Sólo en el primer aniversario de esta terrible tragedia es que Calderón reacciona -cuando está a punto de pronunciarse sobre el caso la SCJN, luego de un proceso de control de daños que implica la medición del nivel de amnesia colectiva y el cálculo de que el efecto dañino de estas muertes ha pasado- y se digna recibir a algunos de los padres de esos niños que no debieron morir y menos así; quemados por obra y gracia de un sistema político que subroga servicios que el estado debería prestar o al menos supervisar con estricto apego a la ley.

Y tan considera Calderón que el riesgo, para él y el sistema ha pasado que, luego de un año completo de desatención de los llamados al diálogo con los deudos, de indiferencia ante el clamor social de justicia, va más allá y con el afán de “institucionalizar” la tragedia, como si en ella nada tuvieran que ver funcionarios de este mismo gobierno, decreta, el 5 de junio día de duelo nacional.

No vinieron sin embargo, a esta entrevista tan tardía como conveniente para el inquilino de Los Pinos, todos los padres de esos niños; los muertos y los que con graves quemaduras han sobrevivido apenas.

“Que venga a Hermosillo” exigieron muchos de ellos a Felipe Calderón. Que enfrente, con valor y dignidad y en el terreno donde sucedieron los hechos y no en su zona de protección, ese reclamo de justicia que, por doce largos meses, simplemente ha ignorado.

En cualquier país realmente democrático una tragedia de esta magnitud; la muerte de tantos niños en una institución del estado, hubiera producido una debacle en el aparato gubernamental.

Por mucho menos de eso han caído gobiernos, presidentes y ministros. Aquí no ha pasado nada. Al contrario; se ha premiado con un cargo en el gabinete presidencial a Juan Molinar Horcasitas y sólo empleados menores han sido procesados sin que ninguno de ellos esté en la cárcel.

Otros funcionarios estatales y federales que tenían entre sus responsabilidades el diseño de políticas, el otorgamiento de concesiones, la supervisión de la operación de la guardería siguen libres, en sus mismos puestos y tan campantes.

Lo mismo sucede con los dueños del negocio, esos que incumplieron las condiciones mínimas de seguridad e higiene para prestar este servicio que es un derecho de los trabajadores, y a quienes el Gobierno Federal protegió con tanto celo.

Cuenta Calderón a su favor, para consumar el olvido y garantizar la impunidad, conque aquí las tragedias se multiplican y a esos muertos se suman siempre otros más. Cuenta Calderón a su favor conque la sucesión interminable de hechos sangrientos cada vez más violentos nos ha hecho perder la capacidad de indignación y asombro.

Cuenta por último con ese bombardeo propagandístico inclemente que, en la conciencia de muchos, suplanta la realidad y alimenta la frustración y el desencanto con engaños que, tal y como decía Goebbels, de tantas veces repetidos, se vuelven verdades.

Con lo que no cuentan Felipe Calderón y sus asesores en mercadotecnia es con la fuerza del dolor de aquellos que saben que es esta una muerte que no cesa.

Con los que no olvidan a sus hijos; con los que nos hacen a todos el servicio vital de mostrarnos un camino; el de la terquedad de la memoria, el de la dignidad de aquellos que exigen justicia sin aceptar paliativos, de los que ni olvidan ni perdonan lo que no se puede olvidar ni perdonar.

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