lunes, 14 de mayo de 2012

LA NUEVA CARA DEL PRI

Si nos atenemos a lo que dicen, hasta ahora al menos, las encuestas, muchos mexicanos han perdido la memoria, o peor todavía, se han dejado hipnotizar por la publicidad. Expuestos al bombardeo de spots se han creído la leyenda de que Enrique Peña Nieto , el hombre que con su boda con una estrella de TV inició una historia de telenovela, representa la nueva cara del PRI. Lo cierto, es que si no sucede algo dramático, los mismos que saquearon y oprimieron a México durante décadas volverán a entrar, legitimados por los votos, a la residencia oficial de Los Pinos. Ciertamente nunca salieron de ahí. Dejaron la silla presidencial al PAN pero, detrás de la misma, siguieron operando áreas claves como las de la seguridad y las finanzas publicas. Garrote y plata quedaron, como siempre, en manos de los priistas. En una más de sus traiciones Vicente Fox, quien prometió echarlos a patadas del poder y gracias a esa promesa llegó a la presidencia, no hizo sino cogobernar con ellos. Cuando, con el Pemexgate y con la ley en la mano, pudo Fox dar un golpe al PRI debajo de la línea de flotación y, en los hechos, pulverizarlo, decidió, en cambio, tenderle la mano. Por no haber demolido hasta sus cimientos al viejo régimen autoritario deberá responder Vicente Fox. Toca al PAN, responder ante la nación, por haber abierto de nuevo las puertas del poder al PRI. Lo cierto es que necesitaba Fox al tricolor para librar la batalla del desafuero. Para intentar dar un golpe de estado al gobierno soberano del Distrito Federal encabezado por López Obrador. Conspiraron entonces Carlos Salinas y Diego Fernández de Ceballos para montar una operación de desprestigio contra el gobierno perredista. Les facilitó la tarea Rosario Robles quien abrió las puertas a su ahora ex amante Carlos Ahumada para que corrompiera y pusiera en evidencia a algunos personajes de la izquierda electoral. Nada hubiera significado ese golpe sin el concurso de la TV que se encargó de amplificar la onda expansiva. A un lado echaron periodistas de ambas televisoras todo resquicio de ética prestándose para la maniobra. A un lado siguen echando los principios esos periodistas que se burlan del “complot” habiendo, como hay, tantas evidencias de su existencia. Aliados PAN y PRI trabajaron para colocar en la presidencia a Felipe Calderón Hinojosa quien pagó el favor ampliando la complicidad. Al PRI debemos, más allá de la instauración de la corrupción y la impunidad como fórmulas esenciales de funcionamiento del sistema político mexicano, una de las gestiones más trágicas de la historia reciente. Es el PRI co-responsable de la guerra de Felipe Calderón. Fueron sus mandos políticos y de seguridad los que orquestaron esta fallida y trágica estrategia que ha costado al país más de 60 mil muertos. Fue durante el priato que nació y se consolidó el narco. Viejos miembros del PRI, ex comandantes de la Federal de seguridad y caciques regionales fundaron y operan los carteles de la droga. Carteles que hoy, sobre todo en los estados gobernados por el PRI, han incrementado sus actividades y han desatado una ola incontenible de violencia. Es el PRI corresponsable del desempleo y la pobreza. Fue el mismo modelo económico de Carlos Salinas, orquestado por priistas, el que siguió Calderón, añadiendo a la corrupción atávica del PRI su criminal ineficiencia. Es esta ineficiencia la que ha hecho voltear a muchos mexicanos a mirar al PRI. Eso y, claro, la TV que ha decidido usarlo para cerrar el paso a AMLO y garantizar así un presidente que defienda sus intereses por sobre los de la nación. De pronto muchos han dejado de ver detrás de Peña Nieto la sombra de Salinas, de Hank, de Montiel, de Moreira, de Marín, de Ulises Ruiz. De pronto se han olvidado de la opresión y la falta de libertades de los tiempos del PRI. De la corrupción y la impunidad convertidas en la única moneda de cambio. Allá ellos los desmemoriados o peor todavía los que han perdido la decencia y, quizás esperando parte del botín, quieren votar por los que tanto han robado a la nación. Allá ellos, digo, porque somos muchos los que tenemos memoria y voluntad de construir un México más justo, más digno, más democrático. www.twitter.com/epigmenioibarra

lunes, 7 de mayo de 2012

GOBIERNO E IFE ARRODILLADOS

Falta muy poco para que las mexicanas y los mexicanos decidan, en las urnas, el destino del país. Carece sin embargo la inmensa mayoría de los elementos de juicio suficientes. El 1º de julio en la soledad de la casilla electoral, al cruzar la boleta, millones de ciudadanas y ciudadanos, harán algo más que un trámite, cumplirán algo más que una obligación cívica. Lo que decidan habrá de afectar profundamente su vida, la de su familia, la del país. No es pues trivial la decisión y hay que tomarla en libertad y con la información suficiente. No bastan los spots y los carteles que saturan las calles y la programación de radio y TV pues no se está comprando un producto de consumo. Es preciso conocer las ideas, la capacidad de argumentar y contra argumentar de la mujer y los hombres que aspiran a gobernar este país. De ahí la importancia del debate –a pesar de las limitaciones del formato- que habrá de celebrarse este domingo entre los cuatro aspirantes a la presidencia. De ahí también la importancia de que el mismo pueda ser visto hasta el último rincón del país. A eso tienen derecho todas las mexicanas y todos los mexicanos y este derecho les está siendo negado. Esa, garantizar el acceso a la información sobre los candidatos y sus ideas, era la obligación del IFE. Esa es también la tarea del gobierno en tanto regulador de las concesiones de TV. Ambos fallaron. El primero, se contentó con limosnas; el segundo, pecó por omisión. Ambos han demostrado que están arrodillados ante los grandes concesionarios. Intolerable debería ser para la autoridad electoral el reto lanzado por Ricardo Salinas Pliego. Más allá de la grosera altanería del concesionario que, programa un partido de futbol a la hora del debate está el hecho de que, simple y llanamente, se niega, en un momento crucial para la vida democrática, a poner su cadena al servicio de la sociedad. Se olvida Salinas que sólo opera una concesión. Que la TV es un bien público. Olvida también, más allá de lo legal, la responsabilidad cívica, democrática, patriótica de quien ha sido beneficiado con una concesión. Ciertamente nada lo obliga aunque la ley faculta al IFE y al gobierno a hacerlo tratándose de un asunto de interés público. Él no sólo se niega a contribuir en la consolidación de la democracia en México sino que se comporta como si el país fuera su hacienda y los ciudadanos peones acasillados. Duro debería haber sido el IFE en su respuesta al concesionario. Duro, preciso y soberano. No lo fue. Al contrario; reaccionó con tibieza y traicionó así el mandato que la Constitución le marca. El desplante autoritario de Salinas, ante el cual los consejeros del IFE bajaron la testa, es sólo el síntoma de la descomposición del sistema político mexicano. Por años la TV sirvió al PRI y al gobierno como instrumento de soporte y reproducción de la ideología del estado. Ocultó cuando se le pidió la información sobre lo que realmente sucedía y puso sus recursos al servicio del presidente en turno. De Los Pinos salían las facturas que los concesionarios se veían obligados a pagar al aire. De Los Pinos salían también las concesiones, prebendas y permisos para pagar esos favores. Todo eso cambio cuando el PRI se vino abajo. Oliendo los vientos del cambio la TV cambió de camiseta. Se encontró con un hombre, Vicente Fox, al que la cámara enloquecía y que hacía de la cámara su único instrumento, primero de combate electoral y luego de gobierno. Entre las grandes traiciones de Vicente Fox habría que señalar también su abdicación frente a la TV. Mirarse en el espejo, eso era para él la pantalla, se volvió su obsesión y tanto que se olvidó del mandato recibido en las urnas. Pronto se dieron cuenta los concesionarios del cambio de reglas y comenzaron ahora a mandar las facturas del canal a Los Pinos y a establecer una relación distinta con el gobierno. Paulatinamente dejaron de hacerle favores y comenzaron a exigírselos. Paulatinamente el poder se desplazó de la casa presidencial a los corporativos. En el 2006 la situación se hizo aun más grave. Sin la TV jamás se hubiera sentado Felipe Calderón en la silla. Caro hemos debido pagar los mexicanos ese apoyo. Rotas están las reglas de convivencia entre el poder político y los poderes facticos. Tan rotas que ahora la TV puede aspirar, incluso, a poner en Los Pinos a su hombre. Deben los concesionarios abstenerse de intervenir. Seria la suya una equivocación trágica. Triste sería el destino del país si se vuelve la nuestra una “democracia” que sirve a la pantalla. Triste y peligroso. Ahí esta el ejemplo del Brasil de Color de Melo; de ese desastre. Nada tienen que perder los grandes concesionarios si se echan un paso hacia atrás y proporcionan a las mexicanas y los mexicanos información objetiva y suficiente para que se vote libremente. No aguanta más este país la simulación y el engaño. Tampoco la corrupción y la impunidad. Se necesita un cambio profundo. Pueden los grandes concesionarios contribuir, haciéndose a un lado, a esa transformación. Si meten las manos; si insisten en que la pantalla opere como gran elector le fallarán al país; se fallarán a sí mismos. Con el cambio ganamos todos. www.twitter.com/epigmenioibarra

jueves, 26 de abril de 2012

¿UN PELIGRO PARA MÉXICO?

El miedo puede ser una arma letal. Más cuando el que, desde el poder lo promueve, logra que quien lo sufre descubra también su otra cara: El odio. El miedo despierta los más oscuros instintos; extingue las ansias de libertad; aniquila al individuo y lo transforma en masa. El miedo nos quita lo humano; hipoteca nuestro futuro; amenaza las posibilidades de convivencia pacífica. El miedo es la herramienta que el poder autoritario utiliza para someternos; miedo a la diferencia, al diferente, al cambio. Aun si se sabe que ese cambio, que esa transformación profunda es impostergable. Que de eso depende nuestra viabilidad como nación. El miedo nos impulsa pues al suicidio como sociedad, como personas. En 2006 fue el miedo, propagado desde el poder, el que detuvo en su camino a la presidencia a AMLO. El que cortó de tajo la transición a la democracia. El miedo y la intromisión ilegal de Vicente Fox en el proceso electoral. El miedo y las maniobras fraudulentas de Felipe Calderón y Elba Esther Gordillo. Y el miedo y la complicidad del PRI que se quedó con parte del botín y utilizó a Calderón, sólo para intentar, ya legitimado, un nuevo asalto al poder. El miedo y la intromisión también ilegal de la iglesia y los barones del dinero. El miedo y la TV empeñada en deformar la imagen de un hombre y un proyecto hasta convertirlo, a los ojos de muchos, en “un peligro para México”. Una TV que, escrupulosa, hasta el servilismo, con el manejo de los otros candidatos, de quienes cuidaba hasta el más nimio detalle de imagen, se esmeraba en presenta a López Obrador mal fotografiado, peor iluminado. Una TV consciente de su poder; del efecto que la gesticulación y el tono de un discurso de mitin en plaza pública tiene cuando se le lleva, en “close up”, a la pantalla chica. Una TV que lo miraba con lupa –como no se atrevía a mirar a los otros candidatos- y expurgaba sus discursos a la búsqueda de posibles gazapos; articulando, a punta de montaje, un discurso exaltado y radical. Una TV que ignoraba, sistemáticamente, las propuestas de AMLO cuando estas se expresaban de otra manera; con la altura y la serenidad de estadista que son también uno de sus rasgos más característicos. El miedo, cultivado por la propaganda, sembrado en la pantalla fue, finalmente, el que hizo a importantes sectores de la población aceptar como buenos los resultados de una elección que, por principio, debió haber sido revisada a fondo. Una elección en la que, habida cuenta de las irregularidades y el escaso margen de diferencia entre uno y otro candidato, debió haberse contado voto por voto, casilla por casilla. Eso era lo indicado, lo saludable, lo justo, lo razonable. Por miedo las autoridades electorales no actuaron con honestidad. Por miedo el tribunal legitimó el fraude. Por miedo –y también por conveniencia- los medios electrónicos, los grandes opinadores de la radio, la prensa y la TV nos quisieron hacer comulgar con ruedas de molino. Ese miedo, hoy potenciado por la guerra de Felipe Calderón que se valió de él para sentarse en la silla y armado con él pretende influir en la elección de su sucesor, aun subsiste. Todavía hay gente que, al mirar el ascenso de AMLO y descubrir que, más allá de lo que digan las encuestas, este vuelve a tener posibilidades reales de alzarse con la victoria el 1° de julio, sigue teniéndole miedo. Todavía hay gente que habla de su conexión y similitudes con Chávez; esa patraña inventada por los publicistas del PAN y Calderón. Se olvidan de su exitosa y pacifica gestión como jefe de gobierno. De la ausencia en la misma de esas “medidas radicales” que tanto dicen temer. Se olvidan de la manera en que operó de la mano con la iniciativa privada. De sus batallas por los más pobres, de los más vulnerables siempre libradas en el marco de la legalidad. Se olvidan también de cómo, en el marco institucional, enfrentó la intentona de golpe de estado del desafuero, se retiró del cargo y luego volvió a el sin instigar, ya en palacio y con enorme respaldo popular, al linchamiento de Vicente Fox, sin promover el odio. Todavía hay gente que lo considera, por otro lado, un “lobo con piel de cordero”. Gente que habla del plantón de Reforma pero no reconoce que AMLO, quien tenía fuerza y razón para incendiar el país, hizo una contribución histórica a la paz social al encauzar, hacia la protesta civil, el enorme descontento popular. Se olvidan esos que lo consideran un agitador de su apego irrestricto a la legalidad. De cómo, armado sólo de su palabra, recorrió el país durante 6 años sin llamar a la insurrección, sin convocar jamás al uso de la violencia. Aferrados a recuerdos implantados olvidan, esos que aun le tienen miedo a AMLO, que el verdadero peligro para México resultó ser Felipe Calderón quien hoy entrega un país ensangrentado y empobrecido. Y olvidan también que el otro gran peligro para México es la insensatez de volver al pasado; de entregar el poder a quienes por décadas nos han saqueado. Puede AMLO llegar a la presidencia. Por eso habrán de activarse de nuevo los mecanismos para infundir el miedo en la población. ¿Caeremos otra vez en el engaño? Yo no. No caí en el 2006. No caeré ahora en la trampa. No dejaré que otros piensen por mí. ¿Y usted? www.twitter.com/epigmenioibarra

FRENTE AL PODER DEL DINERO

Tengo 60 años. Viví gran parte de ellos soportando, como millones de mexicanos, el peso de un régimen autoritario. A pesar de que mi candidato perdió en las elecciones presidenciales del año 2000 celebré al creerme liberado de ese peso. Muy pronto me supe traicionado. La alternancia no fue más que una ilusión óptica. Vicente Fox, ayudado por aquellos que promovieron el voto útil, sólo llegó a Los Pinos para cogobernar con aquellos que durante tantas décadas habían sometido y saqueado a México. Las libertades de las que hoy gozamos, y que deben ser defendidas y sobre todo ampliadas, están en peligro. El regreso del PRI al poder; la restauración del antiguo régimen parece, si nos atenemos a lo que las encuestas dicen, una realidad inminente. Trágico sería que, cuando en todo el continente se respiran aires de libertad y de progreso, nosotros volviéramos al pasado y refrendáramos, con nuestros votos, un modelo político económico que ha mantenido a nuestro país hundido en la miseria. Porque miserable es un país que lleva más de 20 años sin crecer y miserable es un país con tantas decenas de millones de habitantes sobreviviendo apenas en medio de la más espantosa pobreza. La democracia, como la razón y parafraseando a Goya, también engendra monstruos. Más si los medios y en especial la TV contribuyen tan activamente en la tarea. Sólo eso explica que tantos crean que lo mejor para México es retornar al pasado. Ante la ineficiencia criminal del gobierno de Felipe Calderón. Luego de las traiciones sucesivas de Vicente Fox hay mucha gente que con sinceridad brutal confiesa: “prefiero a los corruptos que a los pendejos”. Creen, muchos de esos ciudadanos que hoy se pronuncian por Peña Nieto y el PRI, que éste sí tiene capacidad para manejar el caos que los panistas dejan. Están convencidos, por otro lado, que, conociendo a los capos del crimen organizado, que bajo su sombra crecieron, pueden los priistas, traer la paz a México. Se equivocan en ambos casos. El caos en que vivimos sólo puede superarse emprendiendo la tarea de transformación profunda de México. El país no aguanta más el mismo modelo económico; la misma manera de gobernar. Tampoco a la paz se llega por la vía de la corrupción y la impunidad. Al contrario. Gracias al imperio de estos dos males estructurales, componentes esenciales del régimen autoritario, es que el crimen organizado creció y llegó a hacerse de una parte importante del país. No puede Peña Nieto ofrecer, en materia económica y en asuntos de seguridad, más que lo mismo que hasta ahora hemos sufrido. Podrán los priistas mostrar nueva cara pero siguen teniendo las mismas mañas. El progreso y la paz con justicia no llegarán de la mano de aquellos que tantos años han hecho del gobierno sólo un negocio más y han traspasado los límites entre política y delito. Paradójico resulta que esos que tantas veces burlaron la voluntad ciudadana, los operadores de tantos fraudes electorales, regresen hoy al poder legitimados además por el voto “libre” de millones de mexicanos. Lo cierto, sin embargo, es que se están burlando, de nuevo y gracias al poder del dinero, de esa libertad en la que el ciudadano de una democracia que se respete ha de emitir su voto. Está en marcha una operación gigantesca de manipulación del electorado: inundar el país de propaganda, como lo han hecho, sólo es posible rebasando, con creces, los limites legales de gasto de campaña. Contra el poder del dinero, la indiferencia de la autoridad electoral y la capacidad de manipulación de los priistas parece, a un poco más de dos meses de la elección, que hay poco por hacer. La escandalosa omnipresencia mediática de un candidato, Enrique Peña Nieto, cuyo poder de convencimiento descansa fundamentalmente en su apariencia, lleva a muchos mexicanos a creer que su victoria es ya un hecho y las elecciones serán un mero trámite. Lo cierto es que esa omnipresencia constituye una muestra de lo que habrá de ser nuestro futuro y el de la ya de por sí maltrecha democracia en la que vivimos. El presidencialismo, la figura del Tlatoani todopoderoso, se adivina ya en la propaganda electoral priista. Será de nuevo, si lo permitimos, la “voluntad” del “señor presidente” la única que pese en este país, sobre todo después de haber vivido doce años de gobiernos de pantalla. EL problema para los concesionarios de la TV privada es que aun no se dan cuenta que el esquema de servidumbre al que el PRI los tuvo sujetos volverá de nuevo. Atrás quedarán los tiempos dorados en los que el ejecutivo abdicaba de su poder frente a la TV. El PRI no conoce otra manera de gobernar que sometiendo. Ya padecimos 6 años de un gobierno, marcado de origen por la ilegitimidad, incapaz de construir consensos y que no dudó en embarcar al país en una sangrienta cruzada por así convenir a sus intereses facciosos. ¿Permitiremos ahora que el viejo régimen, con una manita de maquillaje, se instale de nuevo? ¿Seducirá a millones de mexicanos el bombardeo propagandístico? ¿Podrá más el poder del dinero que el ansia de libertad, bienestar y justicia de un pueblo entero? Faltan muy pocos días para saberlo; muy pocos días para, con imaginación, argumentos, creatividad y audacia, impedirlo. www.twitter.com/epigmenioibarra

jueves, 8 de septiembre de 2011

PRESENTACION LIBRO DE POEMAS JOAQUIN COSIO

Dice Joaquín y con esto comienzo; esto invoco, a esto me atengo: Nunca serás de nuevo/Nada será otra vez/Navegas ya con las velas del naufrago/ y sostienes en tu pecho la cruz de lo imposible/ de lo que tuviste y se fue/de lo que no volverá…

He recorrido, palmo a palmo, una y otra vez desde que lo recibí el libro de nuestro querido y admirado Joaquín Cosió y aquí estoy ahora frente a ustedes para confesar, de entrada, que entre todos los misterios hay uno, para mi, el de la poesía, que se niega a revelarse de golpe, que incluso a veces nunca se revela.

Debo confesar, acto seguido, que no se que hago aquí sentado entre poetas hablando además de poesía. Algo de lo que jamás hablo, un ritual intimo que celebro atenido solo a lo que entre el poema y yo sucede cuando es que algo sucede.

Algo que en mi se niega a ser expresado; que no puedo organizar en un discurso, en un texto, menos todavía en una presentación. Algo que como el trabajo en la clandestinidad –y citando a José Martí- en silencio ha tenido que ser.

Algo que solo aparece en la soledad con uno mismo y en la otra soledad la que se tiene, la que se construye, bastión que se quisiera inexpugnable, con la mujer amada; en el repaso cuidadoso –casi con el dedo índice guiando la lectura- de las líneas, una por una, una y otra vez.

En la búsqueda de imágenes que suelen ser elusivas, de referencias, de consonancias, de emociones que solo puede evocar –y eso a veces porque a veces el sonido conjura el misterio- diciendo en voz alta el poema.

Pero aquí estoy. Agradezco a Chema Espinasa la invitación y al mismo tiempo le reclamo este su muy amable y mas audaz atrevimiento que yo no he hecho, al aceptar, sino hacer todavía mas impúdico y radical de mi parte.

Debí haberle dicho a Chema; no puedo, no se, no debo y como pese a eso aquí estoy debo entonces decirles a ustedes no puedo, no debo, no se; pero me toca hablar. Así que sigo y habrán de disculparme por los despropósitos.

Me toca hablar de un hombre al que quiero y respeto y me toca hablar de un poeta al que descubro ahora con la misma admiración con que he descubierto, una y otra vez, en cada una de sus interpretaciones en el escenario o ante la cámara, a un actor monumental como Joaquín Cosió.

Siempre me he preguntado por la “formula”, el secreto de Cosió frente a la cámara. Siempre me ha sorprendido la delicadeza y profundidad con la que da vida a sus personajes. Siempre el hecho de que en la mirada de cada uno de ellos hay un brillo distinto; un misterio indescifrable.

Hoy encuentro eso mismo en su poesía y su poesía me hace ver mejor al hombre y al actor; verlo mejor si pero al mismo tiempo hace mas impenetrable el misterio del que abreva, en el que se mueve, del que obtiene su fuerza y su fragilidad.

He librado, con la obra de Joaquín en la manos, batallas campales que he perdido una a una. Cada lectura en lugar de dictarme que decir esta noche me ha impulsado a hundirme, anonadado, en el silencio.

Cada intento de descifrar esta poesía que sabe viento y a soledad y a añoranza solo aumenta mi perplejidad. Me desarma Joaquín; me deja mudo. Como me han dejado mudo antes Huidobro y Gorostiza, Vallejo y José Carlos becerra y también Pedro Garfias.

¿Por qué los nombro a ellos? ¿Qué los hermana esta noche? –perdonen la herejía al ponerlos juntos- ¿Por qué para mi –que no soy critico ni entendido en el asunto- se me presentan en tropel cuando leo a Cosió?: Porque ante ellos también quedo desarmado, perplejo, enmudecido.

No se trata tanto de ensayar imposibles referencias estilísticas sino solo de apuntar la actitud de uno –mas que de uno cualquiera, de mi- frente a un poeta y su obra.

Mudo queda el periodista que hay en mi; el que tantas muertes ha filmado; al que el horror ha marcado, el tatuado por el miedo ante las referencias obligadas; porque se que Joaquín de ahí viene; porque ahí mismo lo he visto actuar frente a la cámara; porque aparece en su poesía a jirones, desgarrada por el viento y el polvo perenne del desierto; por los huesos regados y pulidos por la arena; por las mujeres asesinadas; por la muerte que silba desatada ; a su ciudad, a Ciudad Juárez.

Mudo queda el periodista porque no hay complacencia ni lugares comunes y ciudad Juárez que esta ahí, en la poesía de Joaquín, es algo mas que la referencia directa, que un testimonio mas sobre este epicentro del dolor; Juárez es, en la poesía de Joaquín, un misterio –otro mas- un pendiente, una forma de vida o mas bien otra manera de recordar y morir.

“(ya pasaron el chamizo rodando y la rauda polvosa de un fantasma maniatado –escribe Joaquín- ya pasaron las ráfagas ululantes golpeando las sombras de los muros de lamentación) hora repentina para los cruces del desasosiego…”

Y ahí esta Juárez, en la poesía de Joaquín, y un mundo desolado; el de Salvacar y Lomas de Poleo; una nostalgia acerada por la tierra y el espanto ante.

“ráfagas luego de gritos estertores ropas rasgadas y diezmo para el hambre de dios (a esta hora nada se mueve y por eso todo es perceptible a esta hora solo el sol tienta soplando las arcas hinchadas que ocultan vestidos y huesos) La pared suda ¿Y quien puede contra este sopor de sangre?”.

Y también en Joaquín, en su poesía, esta el amor, la otra cara del mismo que es la ausencia.

“En la tina la ves –inevitable: ella estuvo ahí y dejo huellas-/ y para que sea esta la historia de amor te levantas –acaso mas delgado y frio-/secas tu cuerpo lames tu herida/ y miras que lento pesado insomne/ también el mundo se recompones”.

Y ante esto también enmudezco; ya no el periodista el hombre a secas. Ante esta poesía que también es espejo y oquedad; camino en el desierto y emboscada. Silencio al fin que nutre. Búsqueda. Emoción suspendida. Evocación. Poesía que te deja

“Quieto y al acecho en el sopor sin nadie”.

Toca ahora callar porque como dice Joaquín: “Cuanto tiene el silencio de palabras dichas y cuanto de anotaciones brumosas”.

Muchas gracias

jueves, 2 de junio de 2011

EL EJÉRCITO Y LA ESTRATEGIA DE CALDERÓN

Segunda de tres partes

“La destrucción de las fuerzas enemigas
es el principio supremo de la guerra…”
Carl von Claussewitz


Obligado constitucionalmente a obedecer a quien, como en el caso de Felipe Calderón, ocupa la primera magistratura, el alto mando del ejército no pudo y quizás no quiso, rehusarse a ser pieza fundamental de su estrategia de guerra contra el crimen organizado.

Si a Calderón la historia habrá de juzgarlo con severidad, por el baño de sangre en que ha sumido al país y los lamentables resultados de su gestión, otra tanto sucederá con los jefes militares que lo acompañaron en su aventura.

Ciertamente el colapso, a punta de plata o plomo y resultado de la corrupción endémica del régimen priista, de los cuerpos policiales de estados y municipios, hacía necesaria una intervención de las fuerzas armadas.

No podían, ciertamente, los militares mexicanos que, por cierto también habían sufrido y sufren todavía la infiltración por parte del narco, quedarse con los brazos cruzados ante la amenaza creciente de los carteles de la droga.

Tampoco podían y debían sin embargo; porque es igualmente peligroso para el país, embarcarse de la manera en que lo hicieron en la cruzada personal de Calderón.

Una cosa es que los militares obedezcan el mandato constitucional y apoyen al gobierno federal en tareas de preservación de la seguridad pública y otra muy distinta es que acepten e incluso participen en el diseño y ejecución de una estrategia que, dominada por la megalomanía, los intereses personales y los designios propagandísticos y políticos, no tiene, además, perspectiva alguna de victoria.

Si la primera baja de la guerra de Calderón fue la soberanía nacional, a la lista habrá que agregar, de seguir las cosas como van, la democracia mexicana y el prestigio mismo de las fuerzas armadas.

A cambio de unos cuantos centavos y “juguetes”, regateados además por el congreso estadounidense que usa el “Plan Mérida” como instrumento de presión política y de evidente e inaceptable intervención en nuestros asuntos, el ejército, que había mantenido una posición de necesaria y sana distancia frente a nuestros poderosos vecinos, ha terminado por alinearse a los intereses de Washington.

Para la paz interior en los Estados Unidos, con tantos millones de pandilleros armados, además, hasta los dientes, la droga, de la que estos viven y por la que viven, es un insumo esencial. Como es esencial también para la economía estadounidense el dinero producto del tráfico, en su territorio, de esa misma droga cuyo consumo promueven, con tanta eficiencia, el cine y la televisión.

Para la paz interior de los Estados Unidos la existencia de un enemigo interno, del Moby Dick en turno que diría Carlos Fuentes, sea este el terrorismo fundamentalista islámico o el narco mexicano, es otro componente estratégico.

Bien les viene a los estadounidenses una guerra al sur de su frontera. Una guerra que desestabilice al vecino pero que no corte el suministro de droga; porque si eso quisiera realmente Washington encontraría la forma de cerrar sus fronteras o de combatir con eficacia el consumo.

Para esa guerra, que tanto les conviene y que Felipe Calderón y los jefes militares mexicanos haciéndoles el juego libran, proporcionan, los norteamericanos, sin ningún recato, a unos y a otros, dinero y armas a raudales.

Los muertos que nosotros ponemos aquí sirven para alimentar, allá, tanto la paranoia que tan hábilmente explota el gobierno estadounidense, como los bolsillos de quienes manejan la industria militar.

Y si la paz interna y la guerra externa significan en los EEUU poder y negocios, aquí la promesa de una paz, que algún día llegará y la realidad de una guerra que se torna cada día más violenta, significa también, para quienes la dirigen, lo mismo: poder y negocio.

Poder y negocio que atentan directamente contra la democracia mexicana ahora amenazada por el ejército que supuestamente la protege y que luego de décadas en sus cuarteles está destinado, quiéralo o no, a desempeñar, en el 2012, un muy nocivo papel protagónico.

Al discurso autoritario de Felipe Calderón le sientan bien el miedo, los fusiles y uniformes. Para nuestro destino como nación libre y soberana –y eso deberían tomar en cuenta los jefes del ejército mexicano- ese discurso y el de los norteamericanos es como el canto de las sirenas. Mantener la misma ruta sólo nos conducirá a estrellarnos.

En la guerra –más en una como la que aquí se libra- siempre hay excesos. No digo que no deba combatirse al crimen organizado; ni que no haya jefes, oficiales y soldados que lo hacen con valentía y pundonor. Digo que se necesitan soldados-maestros, soldados-ingenieros, soldados que disputen, brindando bienestar a la población, la base social al narco.

Digo que lo que este país necesita es justicia y seguridad y no “la destrucción de las fuerzas enemigas” principio supremo para cualquier ejército desplegado, en pie de guerra, sobre el terreno.


www.twitter.com/epigmenioibarra

jueves, 26 de mayo de 2011

EL EJÉRCITO Y LA ESTRATEGIA DE CALDERÓN

(Primera de dos partes)


“La nada tiene prisa…”
Pedro Salinas

Urgido de una legitimidad de la que de origen carecía y de resultados inmediatos, que pudieran volverse spots de TV y elevar el perfil de su tan temprana y severamente cuestionada gestión, a Felipe Calderón Hinojosa se le hizo fácil declarar la guerra.

Podía haber actuado con decisión, efectividad y cautela contra el crimen organizado; prefirió el espectáculo. Ahí donde había que actuar con sigilo apostó por los fuegos artificiales y sometió las operaciones policíaco-militares a sus propias urgencias políticas y propagandísticas.

Transformó un asunto policial en una gigantesca operación militar. Hizo de una cuestión de salud pública, de atención integral a sectores marginados, de disputa inteligente por la base social que luego de décadas de trabajo había conquistado el narco, un asunto exclusivo de los estrategas militares; de la aplicación de la fuerza ahí donde lo que había que hacer era actuar con inteligencia.

En lugar de encerrarse a medir, paso a paso, cada una de sus acciones y las consecuencias de las mismas optó por lo que de inmediato podía hacer sentir a la población que alguien, por fin, “estaba actuando con energía”. Se disfrazó de general, comenzó a lanzar encendidas arengas patrióticas y ordenó desplegar masivamente la tropa.

Conocedor de la efectividad del discurso de la unidad nacional ante el enemigo común; usufructuario de esa estrategia de promoción del miedo y la zozobra transfirió de López Obrador al crimen organizado el carácter de “peligro para México” y se adjudicó, a sí mismo, el papel del salvador de la patria.

Fue la soberanía nacional la primera de las bajas. Se entregó Calderón y entregó al país a los designios estratégicos de Washington. La única batalla que valía la pena librar; la de la transferencia del esfuerzo principal de combate a territorio norteamericano la perdió sin siquiera haberla librado.

Seducidos por el poder de los Estados Unidos cayeron también jefes policíacos y
militares y fueron comprándose, uno a uno, los principios de la doctrina de la seguridad nacional estadounidense convirtiéndose en alfiles, al sur de la frontera, de la defensa interior de nuestro poderoso vecino.

En ese frenesí, con esa prisa, cayó también Felipe Calderón en su propia trampa. No pensó antes de lanzar al ejército fuera de sus cuarteles en el tren logístico judicial que el combate a la delincuencia exige. Seducido, él mismo, por el discurso propagandístico de la aniquilación del enemigo se olvidó de que, de lo que aquí se trataba, era de hacer justicia y garantizar la seguridad de los ciudadanos y no de propiciar una masacre.

Se equivocó y hoy el país entero paga, con sangre, los platos rotos. Pero también con él se equivocaron los más altos jefes militares.

Ciertamente había que actuar –con decisión y urgencia- contra el crimen organizado. Vicente Fox les había entregado a los carteles de la droga, nacidos durante el priato, una buena parte del territorio nacional. Mantenerse con los brazos cruzados era tanto como poner en riesgo nuestra viabilidad como nación; equivocarse en la manera de actuar también.

Lo primero que sucedió al desplegarse miles de soldados, vestidos con el uniforme verde olivo de las fuerzas armadas o con el azul de la policía federal, fue que, de inmediato, atendiéndose al principio de proporcionalidad de medios, los carteles escalaron su poder de fuego y comenzaron, también, a cambiar su modus operandi.

Habida cuenta de que, presionados por resultados y sin entrenamiento adecuado para actuar como fuerzas policíacas, las unidades militares comenzaron a librar combates en los que las bajas mortales eran siempre superiores a los heridos y capturados, los narcos, que antes huían o se rendían, comenzaron a presentar combate.

Ante estas muestras de resistencia crecieron en tamaño y poder de fuego las unidades militares. Se volvieron entonces lentas, torpes y sobre todo predecibles e ineficientes y comenzaron a producirse, porque se mueven como elefante en cristalería pero con miedo, violaciones cada vez más frecuentes a los derechos humanos y a multiplicarse las bajas colaterales.

Comenzaron entonces a proliferar, de un lado y otro, las granadas; armas tontas en manos de miedosos. Y cuando los blindados hicieron uso de sus lanzagranadas de repetición los capos hicieron uso de armas contra blindados y coches bombas. Al humillar el cadáver de un capo los marinos se rompieron los códigos de honor y comenzaron los sicarios a matar familias enteras.

Ni a uno ni a otro les faltaron jamás armas y recursos ni le sobraron escrúpulos. Las decapitaciones masivas, las torturas, al multiplicarse, parecieron extender patente de corso a las fuerzas federales y el propio Calderón al justificar tantos muertos con un simple y brutal “se matan entre ellos” terminó por validar la doctrina de la seguridad nacional estadounidense y sus métodos criminales.


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