jueves, 28 de mayo de 2009

EL ASESINATO DE UN PERIODISTA

A Eliseo Barrón


Me ha tocado en suerte sobrevivir en combates y enfrentamientos que costaron la vida a otros compañeros periodistas. He visto, en El Salvador, al soldado, que emerge de pronto tras una barda, levantar el fusil sobre su cabeza y disparar, sin siquiera apuntar, una ráfaga que casi arrancó de cuajo la cabeza a un compañero fotógrafo salvadoreño que caminaba apenas unos dos metros delante de mí. También vi los cuerpos deshechos de los 4 periodistas holandeses asesinados por el ejército salvadoreño cuando intentaban entrar en una zona bajo control guerrillero. “Vine –nos dijo, en el colmo del cinismo, el entonces Presidente José Napoleón Duarte a casi un centenar de reporteros indignados por la masacre- porque me enteré que tenían algunos problemas”.

Aun recuerdo, como si hubiera sucedido ayer, esa tarde en que entré a la casa de mi vecino, compañero y amigo, el fotógrafo estadounidense de la revista Newsweek John Hoagland, a quien una bala de m-60 le había partido el pecho por el camino de Suchitoto esa misma mañana. Junto a sus cámaras y su chaleco ensangrentado, colocados de cualquier manera en la mesa del comedor, estaba abierto, justo a la mitad, el libro “Adiós a las armas” de Ernest Hemingway. Sus botas, de marine norteamericano, también manchadas de sangre, estaban ahí, bajo una silla. Testimonio mudo de que ese gigante que era John, quien acababa de llegar de Beirut, no andaría más por el mundo exorcizando con sus fotos al demonio de la guerra.

Tampoco puedo olvidarme de “Coronel”, el otro camarógrafo holandés, que una noche antes de morir acribillado en Usulután brindaba ruidosamente en el bar del hotel Camino Real y apostaba a que saldría vivo de la ofensiva que entonces, hace 20 años, había desatado el FMLN.

Matar periodistas para el ejército y los cuerpos de seguridad salvadoreños fue primero una consigna, después un deporte, luego una más de las tristes e inevitables consecuencia de la virulencia y extensión de los combates. No se tenía en general ningún respeto por la vida humana. Ser periodista no otorgaba privilegio alguno; al contrario , callar esa voz, cegar esa mirada era parte de la estrategia contrainsurgente.

Con cada una de esas muertes, que aun viven en mi corazón, sentí que algo dentro de mí moría también.

Cada velorio de un compañero solía volverse al final de la noche una triste celebración. Del duelo se pasaba a la fiesta. Al caer un reportero más, de alguna manera, pensábamos, se agotaba la cuota de muerte que, en esa temporada, nos correspondía pagar a los periodistas y esa certeza hacía que los sobrevivientes pasáramos del recuerdo de los dichos y hechos del caído a la celebración de nuestra buena suerte y a la determinación de seguir cumpliendo con nuestro deber. Al otro día salir a trabajar, escuchar el estruendo de los fusiles tras de uno, el silbar de las balas que vienen a tu encuentro, se hacía de alguna manera más sencillo. Ya no era a ti al que le tocaba. Otro había pagado con su vida la osadía de contar esa historia.

Allá en la guerra; irregular, cruenta, terrible, puede decirse que la muerte se sujetaba a ciertas normas. Aun en Sarajevo, donde ésta caía del cielo y un francotirador, de esos instalados en los pisos altos, de los que cobraban 500 dls por periodista asesinado, podía después de matar formar parte del tumulto alrededor del cadáver. Aun ahí digo había manera de cubrirse las espaldas, de mantenerse a salvo, de entender el comportamiento de los asesinos, eludir sus golpes y continuar la tarea periodística.

¿Pero en Durango?, ¿o en Chihuahua?, ¿o en Michoacán? ¿Cómo hacerlo? ¿Qué reglas –por más obtusas que sean- son las que rigen el conflicto? ¿Cómo eludir la mano asesina sin dejar de cumplir con el deber periodístico?

Pienso en Eliseo Barrón y vuelvo a sentir –ya no tanto como periodista sino como ciudadano- que con él muere algo de mí, comparto de alguna manera su tortura y me doy cuenta amigo lector que, cuando en este país, el narcotráfico y sus sicarios matan y torturan a un reportero nos matan también a usted y a mí, nos cercenan una parte importante de la vida, nos impiden saber lo que sucede y a qué atenernos, porque quienes pueden contarlo, porque quienes están ahí para decírnoslo, para mirar por nosotros, para cumplir con esa tarea, son masacrados impunemente.

Allá en la guerra, decía, el duelo se transformaba en fiesta y luego en una especie de manto con que cubrirse para seguir haciendo nuestro trabajo. No sé cómo hacen y cómo harán los compañeros que en tantas zonas críticas del país se preparan para salir mañana a reportear. Ellos saben que el asesinato de Eliseo no agota la couta de la muerte porque el asesino es insaciable y apenas ha comenzado la siega. No hay lugar entonces para sentir alegría alguna por ser un sobreviviente. La ley de plata o plomo parece tener un nuevo apartado: silencio o muerte.

“Aquí seguiremos mientras lo permitan los sicarios” decía, con aterradora serenidad a Carmen Aristegui, la semana pasada y a propósito de otro asesinato de otro periodista duranguense, Víctor Garza, Director de “El Tiempo de Durango”. Si ellos siguen y están ahí, a pesar de las amenazas, cumpliendo su tarea con dignidad y valentía, corresponde a la autoridad garantizar su seguridad y a nosotros, como sociedad, arroparlos; hacerles sentir que no están solos y que quien los toca nos toca a todos.

jueves, 21 de mayo de 2009

AMALIA Y MONREAL: ¿PACTO SUICIDA?

“Con la bala que se suicida mata a su mejor
amigo”.
Titular de diario hondureño, 1986

Justo cuando la certeza de que el país se nos está deshaciendo entre las manos se abre paso, a pesar de todo, entre la retórica voluntarista y electorera, del gobierno de Felipe Calderón y la realidad se nos presenta cruel y descarnada a pesar de afeites y promesas de pronta y milagrosa mejoría. Instalados ya formalmente en la recesión, frente a la inminente pérdida de más de un millón de empleos, cuando la crisis de seguridad y la crisis económica convergen y el escenario de graves conflictos sociales comienza a configurarse en un país donde hasta los más pobres hoy consumen menos tortillas. Justo, digo, en esta hora grave para la nación, cuando la desesperanza y la frustración calan tan hondo y la gente en la calle se pregunta qué hacer para sobrevivir y mira con rabia creciente a los políticos, dos figuras señeras de la izquierda electoral mexicana, dos luchadores sociales históricos, se dan el lujo de enfrascarse en un intercambio de acusaciones mutuas sobre la presunta colaboración de una y de otro con el crimen organizado. Al hacer esto, al haberse permitido llegar a estos extremos y trasladar el debate político a la nota roja, Amalia García, Gobernadora de Zacatecas y el Senador Ricardo Monreal al tiempo que se disparan un tiro en la sien dan la puntilla a las ya de por sí magras posibilidades electorales de la izquierda mexicana. Lo dicho; “con la bala que se suicidan matan a su mejor amigo”.

Pero no se trata sólo de perder votos sino de desperdiciar una oportunidad histórica y dar la espalda a las aspiraciones de libertad, bienestar y justicia de millones de mexicanos. Aspiraciones que tanto el PRI como el PAN han demostrado ser incapaces de satisfacer. Hoy, como nunca, hacen falta en este país luchadores sociales, organizaciones políticas que depongan los intereses particulares, que no cedan a las tentaciones del poder, no se corrompan, no se asimilen a los usos y costumbres del antiguo régimen y desde la izquierda, pero de verdad desde la izquierda, es decir con ese impulso ético, con ese compromiso indeclinable con las mayorías empobrecidas, actúen con integridad, inteligencia y unidad de propósitos. En vez de eso nuestra izquierda, lo que va quedando de ella, se desgrana en pugnas internas donde muy pocas veces son las ideas las que están en el centro del debate.

Aunque nada es más importante hoy que ofrecer una alternativa de vida digna, de seguridad con justicia y libertad, de progreso con equidad a millones de mexicanos, no es la discusión sobre los métodos para conseguir estos objetivos lo que produce las sucesivas y continuas rupturas en el seno de la izquierda. Los dirigentes de partidos y movimientos, quienes ocupan puestos de elección popular –con muy pocas pero honrosas excepciones- están, por el contrario, empeñados en la permanente disputa de cuotas de poder, posiciones en la nómina, acceso a prerrogativas, control territorial y clientelas. No es la riqueza y amplitud del debate, es la mezquindad la que prima, la que separa. No son las convicciones de cada uno y la firme e inteligente defensa de las mismas la que produce lo que podría ser hasta una necesaria, enriquecedora y saludable ruptura.

Al subir de tono las agrias disputas entre los dos zacatecanos dieron un vuelco tan inesperado como letal. La acusación de Monreal de colusión del gobierno de Amalia García con el crimen organizado, sin presentar prueba alguna de su dicho, fue una piedra lanzada por el Senador que pronto se le volvió boomerang y tanto que la “revelación” posterior de que hace unos meses se descubrieron 14 toneladas de mariguana en una propiedad de los hermanos de Monreal -uno de los cuales fue quien al parecer hizo la denuncia- empató el marcador de la ignominia. Claro, sólo hasta que se produjo la fuga de los 53 sicarios posible gracias a la corrupción imperante en ese centro de reclusión.

Con sus dichos y hechos Monreal y Amalia se insertaron, con una eficacia brutal, en el centro mismo de la estrategia electoral del PAN. Nadie jamás hizo tamaño favor –además de Miguel de La Madrid- a Germán Martínez.

Nadie habla hoy de la responsabilidad del gobierno federal en la fuga del penal de Cieneguillas. Sólo hay un culpable: el gobierno perredista. Un convoy así, un comando que opera de esa manera no está integrado sólo por miserables policías ministeriales. Ahí, estoy seguro y basta ver el video para confirmarlo, había, además de custodios corruptos y funcionarios estatales venales, oficiales federales que no estaban disfrazados sino que se escudaban tras placas y uniformes verdaderos para delinquir. Nadie habla tampoco, en el país del “haiga sido como haiga sido”, del papel de la PGR del General Macedo al servicio de Fox o de la AFI como oficina de inteligencia en la campaña electoral de Calderón y de la posibilidad incluso de que la droga en cuestión haya sido sembrada.

Cargan ya Monreal y su familia, sin haber sido sometidos a proceso, una condena dictada por la percepción pública.

La realidad es que a estas alturas ambos, pese a toda su historia de lucha, perdieron; el izquierdista es el lobo del izquierdista. Se fueron de bruces y con ellos se fue al carajo, porque este asunto no es sino expresión de su estado de descomposición, la muy triste izquierda electoral que tenemos.

jueves, 14 de mayo de 2009

EL "AFFAIRE" DE LA MADRID

Rompió Miguel de La Madrid, en entrevista concedida a Carmen Aristegui, la tradición de silencio. Se atrevió, además, el expresidente, a hablar con la verdad; algo que ni se estila, ni se soporta en el PRI y momentáneamente el viejo sistema de complicidades y corruptelas conocidas y sufridas por todos pero negadas, calladas y solapadas siempre por el poder, se vino abajo. Por unas horas se tambaleó, desde sus mismos cimientos, lo que queda en pie del viejo régimen de partido de estado, justo cuando se festeja anticipadamente, su restauración.

Ni Vicente Fox con sus diatribas y amenazas de pisotear víboras tepocatas y atrapar peces gordos. Ni Felipe Calderón con sus discursos encendidos contra el crimen se atrevieron a tanto. Nunca, ninguno de ellos, puso nombre y apellido como Miguel de La Madrid a quienes nos robaron. Nunca al menos más allá del ardor momentáneo del mitin electoral.

No lo hicieron jamás, ya en el poder, pues para preservarse en él han debido cohabitar y conspirar con ellos al grado de deberles uno: Fox la libertad y la fortuna de la que goza pese a las muchas acusaciones de corrupción que sobre él pesan y otro: Calderón estar sentado “haiga sido como haiga sido” en la silla presidencial.

Como priistas conversos que son –por lo menos en lo que se refiere a usos y costumbres del antiguo régimen y a su ancestral inmoralidad a la que se refiere, apuntando a Salinas de Gortari, Miguel De la Madrid- asumieron tanto Fox como Calderón con disciplina y también como medida de sobrevivencia y autoprotección; la inacción, el silencio, la preservación efectiva de ese manto de impunidad que por décadas ha permitido a quienes nos gobiernan medrar con absoluta libertad.

Hoy, en el colmo del cinismo, German Martínez trata de llevar agua a su molino. Quiere sacar ventaja electoral de las declaraciones del expresidente De La Madrid, convertirlas en un puro instrumento de campaña, como si no fueran estas declaraciones también, de alguna manera y como lo es la confesión de Carlos Ahumada, una acusación directa contra su propio partido.

Era la primera obligación del PAN hecho gobierno, con el respaldo además de millones de votos libres, desmantelar, demoler el aparato de corrupción e impunidad del antiguo régimen. Sin esa acción primordial no había tránsito posible y real a la democracia. Puede entenderse incluso que, para preservar la paz, se avanzara gradualmente en esa dirección. Cobarde e indigno ha resultado, sin embargo, ni siquiera empuñar el mazo para comenzar esta tarea.

Ahí tranquilos en su casa ejerciendo su influencia o peor aun instalados en las dirigencias sindicales o en altos cargos de gobierno están quienes nos robaron; ahí siguen libres gozando sus fortunas quienes hicieron negocios ilícitos al amparo del poder; por ahí se mueven impunes quienes se relacionaron con el narcotráfico. Nada se ha hecho, nada se hace para someterlos a la justicia. Ni siquiera para exhibirlos; al contrario, de la mano con ellos se gobierna, mimetizados con ellos se rigen los destinos del país.

Hoy, de cara a las elecciones, quieren los panistas, expertos en esto de escurrir el bulto, arrebatar unos cuantos votos al PRI. Despliegan para el caso sus estrategias de guerra sucia y como sucio es el caso de Carlos Salinas de Gortari y sus hermanos les viene como anillo al dedo. Al final es tan sólo propaganda, no hay afán verdadero de justicia, ni vocación democrática real. Se trata sólo de repartirse el pastel. De seguir haciéndolo entre los mismos. ¿Qué diría Manuel Clouthier de todo ésto?

Miguel de la Madrid, un hombre del sistema, es quien tuvo, quién iba a pensarlo, el valor de hablar, digo, desde dentro, porque muchos otros lo han hecho desde fuera. De ahí el enorme valor de su testimonio. Está De la Madrid ya, se siente en su voz, se advierte en la gravedad de sus dichos, en el umbral de la muerte. Quizás por eso decidió hacerlo.

Poco duró, sin embargo, al exmandatario, el atrevimiento. Ningún respeto han mostrado a su condición sus correligionarios; escandalizados por las revelaciones, encabezados por un indignado Salinas de Gortari, le han diagnosticado una fulminante “senilidad prematura” y lo han forzado –que para eso son buenos; para la extorsión y la amenaza- a desdecirse declarándose él mismo, qué triste final para cualquiera, incapaz ya de “procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos”.

¿Será que piensa Salinas de Gortari que quienes escuchamos la entrevista padecemos también senilidad prematura? ¿Será que nos considera incapaces de procesar adecuadamente lo que escuchamos? ¿Creerá de verdad que habremos de tragarnos el cuento de la periodista abusando del anciano expresidente? ¿Pensará quizás que no hemos sufrido suficientemente las consecuencias del atraco perpetrado por él y otros muchos como él?

No debe ser este el “escándalo de temporada”, un “affaire” más de campaña. Caer en esa provocación o bien en el juego de quienes hoy cínicamente, como si fueran ajenos al drama, buscan votos cuando no han sabido buscar la justicia sería tanto como conceder la razón a Salinas de Gortari. Memoria, justicia y democracia o van de la mano o no va ninguna.

jueves, 7 de mayo de 2009

AHUMADA O LA DIALÉCTICA DEL TRAIDOR

En la guerra en El Salvador escuché por primera vez y a propósito de la deserción del comandante guerrillero Alejandro Montenegro de la llamada “dialéctica del traidor”. Sucede con frecuencia, decían los excompañeros del desertor que provocó con sus delaciones incontables muertes y enormes pérdidas a la insurgencia, que quien fruto de la presión, la tortura o simplemente la ambición, ha cometido una traición pierde, en un momento determinado del proceso, toda contención, todo recato y termina confesando incluso cosas que ni siquiera han puesto sobre la mesa sus interrogadores.

Sabedor de su infamia el traidor la lleva así, preso de una perniciosa dialéctica, hasta el extremo; para castigarse se esfuerza en demostrarse a sí mismo, cubriéndose de una iniquidad sobre otra, que es un ser execrable, que ha perdido todo escrúpulo, todo vestigio de integridad y se vuelve entonces, para ponerlo en la jerga de los judiciales mexicanos, uno de esos miserables que necesitan sólo dos golpes: uno para comenzar a hablar y otro para callarse. De esa calaña es, a confesión de parte relevo de pruebas, Carlos Ahumada.

Muy mal ha dejado, este controversial personaje, en su libro “Derecho de réplica”, al menos a juzgar por los fragmentos publicados este jueves en El Universal, a quienes junto a él conspiraron para destruir a López Obrador. Peor todavía a quienes en la prensa lo han defendido con tanto denuedo; ¿qué argumentos pueden hoy esgrimir ante tamaña exhibición de vileza? ¿Y los que supuestamente hicieron gala de profesionalismo y sagacidad periodística con la presentación de los videos? ¿Dónde quedan ellos al descubrirse que eran parte de una farsa; meros instrumentos de los conspiradores? No deja Ahumada títere con cabeza; tampoco salidas a los involucrados pues no es otro el que habla, es él mismo quien lo confiesa todo.

Decían muchos, burlándose, que no hubo tal “compló” contra AMLO. Pues ahí lo tienen; un complot con todas sus letras. Ahumada lo describe con pelos y señales. Desnuda a los participantes y sus motivaciones. Pero no se queda en la mera mención de los villanos conocidos sino que se da el lujo de ensanchar la lista. Al viejo saco donde estaban Fox, nada menos que el Señor Presidente de la República, Salinas de Gortari, el expresidente, Diego Fernández de Cevallos, el Presidente del Senado y Rafael Macedo de la Concha, el Abogado de la Nación, nada más y nada menos, mete hoy Ahumada, ya encarrerado e inmerso en esa dialéctica, a nuevos compinches. Entre otros a Santiago Creel, a Manuel Andrade, al egregio Arturo Montiel y por supuesto a la ya de por sí impresentable Elba Esther Gordillo. La lista es amplia y seguro –Ahumada advierte que tiene más videos en su poder- aun quedan otros nombres por agregar. Lo dicho; ya en la tesitura de la delación siempre puede sumarse una traición más.

¿Qué dirán ahora los que atribuían a la imaginación tropical y calenturienta –nunca escatimaron adjetivos- de López Obrador la existencia de un complot en su contra? ¿Que Ahumada miente? ¿Que enloqueció? ¿Que está al servicio de intereses oscuros? ¿Que lo quebraron los cubanos? ¿Que lo están chantajeando? ¿Que lo reclutaron Ebrard, Encinas o López Obrador? ¿Que es un triple agente y su verdadero objetivo es golpear al PAN y al PRI antes de las elecciones intermedias?

Negaron, estos detractores a ultranza de AMLO, hasta el cansancio lo que era obvio; que ilegalmente el poder conspiraba para sacar de la carrera presidencial a un candidato inaceptable; que nada detuvo a Fox para establecer las más oscuras alianzas con este fin, que este triste e indigno personaje, conspiró, desde la más alta magistratura además, para dar un golpe de estado mediático al gobierno legítimo de la Ciudad de México y tras este fallido intento pasó luego, con la complicidad de Procurador general de la República, al sainete del desafuero y de ahí a la descarada y confesa intervención en las elecciones presidenciales del 2006.

Ante la evidencia proporcionada por uno de los protagonistas de esta farsa que muestra el grado de corrupción y deterioro de la clase política en el poder ¿con qué van a salir hoy estas buenas conciencias?

Nada, sin embargo, hablando de esta conspiración sostenida apenas con alfileres, son las acusaciones de Ahumada a sus múltiples cómplices en los más diversos niveles del gobierno y del PRI instalado ya en la oposición, frente al colmo del patetismo; Rosario Robles con la banda presidencial al pecho y Carlos Salinas de Gortari, quien segundos antes se la ha colocado, diciéndole: “Te luce bien”. Triste destino para la que fuera dirigente de la izquierda mexicana. Colofón lamentable, si los hay, a la tan ridícula y desdichada historia de amor, que produjo prodigios epistolares como aquel en el que Rosario le decía a Ahumada, a la sazón prófugo en Cuba, “…contigo en la distancia…”.

Pero más allá de estos detalles ridículos y vergonzosos está el hecho de que la “dialéctica del traidor” ha llevado a Ahumada a poner de nuevo el dedo en la llaga. La incipiente democracia mexicana fue, en el sexenio de Vicente Fox vilmente traicionada y de esa traición, que no de un proceso electoral limpio e incuestionable, salió Felipe Calderón beneficiado. Esa marca de origen no se borra y Ahumada, en todo caso, no hace sino reanimar la memoria.