jueves, 30 de septiembre de 2010

MÉXICO UN PELIGRO PARA ESTADOS UNIDOS

Quién lo diría. Llegó Felipe Calderón Hinojosa al poder con la coartada de “salvarnos” de un “peligro para México” y lo entregará, disminuido y cuestionado 6 años después por la aplicación de una doctrina y una estrategia de combate al narcotráfico erróneas, habiendo convertido a México en un peligro para los Estados Unidos. Y eso, que así se nos perciba al norte del Bravo, eso si que es peligroso.

Los dichos recientes del influyente Senador republicano Richard G. Lugar a propósito de la existencia de una “narcoinsurgencia” en México sólo vienen a confirmar, que, lo declarado por Hillary Clinton en ese mismo sentido no fue una equivocación sino un desliz estratégico de la influyente funcionaria del gobierno estadounidense.

Se maneja en Washington, aunque en maniobra diplomática, para consumo en nuestro país el mismo Obama lo haya negado -y por eso coinciden el Senador republicano y la Secretaria de Estado de filiación demócrata- la idea de que en México el narco ha puesto en jaque al Estado y que el gobierno de Calderón ya no puede recuperar el control de la situación.

No conduce, sin embargo, esta visión de México, como “Estado fallido” por la violencia del narco a los norteamericanos a asumir el discurso de la corresponsabilidad. Menos aun los mueve a tomar cartas en el asunto a nivel doméstico y a modificar, radical y urgentemente, su política de tolerancia al consumo y de inacción ante quienes controlan el tráfico de drogas en su territorio.

Expertos en aquello de ver la paja en el ojo ajeno y al descubrirla intervenir militarmente ahí donde la ven, los norteamericanos, diseñan ya la estrategia para neutralizar la amenaza que, contra su seguridad interna, ven crecer en al sur de su frontera.

Nada hay peor que ser vecinos del país más poderoso y más paranoico de la tierra. Mas todavía cuando muchos de sus halcones, apenas decretada la retirada en Irak, andan en busca de nuevos destinos. Un enemigo sanguinario y cercano les viene a la medida y más si combatirlo puede producir pingües ganancias.

Ya ganan mucho dinero, muchos norteamericanos, con los 300 mil millones de dólares anuales que produce el tráfico de drogas en su territorio.

A los capos latinoamericanos, a los que las autoridades estadounidenses culpan de todo, les corresponde la parte menor del negocio, mientras que capos locales, que manejan la “última milla”, amasan enormes fortunas.

También ganan mucho dinero, muchos norteamericanos, que aprovechando la laxitud de las leyes de control de armas venden fusiles de asalto, granadas, lanzarockets y ametralladoras de alto calibre para los narcos y, claro, con todas las de la ley, también para el ejército y los cuerpos policiales mexicanos.

Y si ya, en las actuales circunstancias, dólares y armas cruzan al por mayor la frontera ¿Qué podemos esperar si se nos considera una amenaza para la seguridad interna de los Estados Unidos? Sólo más dólares y más armas y, claro, una reducción peligrosamente significativa de nuestra soberanía.

Pero no se trata sólo de eso. De un asunto de soberanía, ya de por sí mancillada por el neoliberalismo, sino, básicamente, de sobrevivencia. Ahí donde han intervenido los norteamericanos han sembrado el caos e instalado la guerra civil por décadas.

Si, desde el punto de vista estrictamente militar, nos atenemos al principio de proporcionalidad de medios y recursos que rige los conflictos bélicos lo que podemos esperar es sólo y como ha sucedido en muchos países un recrudecimiento de las hostilidades.

Cuando Felipe Calderón declaró la guerra y el ejército sacó los blindados con sus armas de grueso calibre a la calle comenzó el narco a usar armas capaces de perforar el blindaje de los vehículos militares. Cuando se inició el despliegue masivo de tropas comenzaron los sicarios a valerse de explosivos.

Más dólares y más armas significarán sólo más muertos y un proceso de descomposición aun más acelerado y profundo del que estamos viviendo con el agravante, además, de que los norteamericanos habrán de convertirse en el fiel de la balanza en las próximas elecciones presidenciales.

Hay, además, en la doctrina de seguridad nacional de Washington componentes sumamente perniciosos que no harán sino agravar aun más la situación. Muy dados son los norteamericanos al uso de escuadrones de la muerte y paramilitares. La guerra sucia, instrumento característico del manual de contrainsurgencia, cobra vidas a granel y produce heridas muy profundas en el cuerpo social.

Mal están las cosas con la violencia producto de la acción de narcotráfico en nuestro país. Peor pueden ponerse si Washington decide “ayudarnos más” y protegerse, a nuestra costa, las espaldas, si escoge a los capos mexicanos como el próximo “peligro inminente” para su seguridad, cosa que mucho me temo, ya sucedió.

Combatir aquí, por interpósita persona además, siempre será para ellos más fácil que atacar a sus carteles, reducir el consumo y quedarse al tiempo sin ese paliativo de la droga que millones consumen y centenares de miles comercian y sin el oxígeno vital que esos centenares de miles de millones de dólares representan para la economía norteamericana.

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jueves, 23 de septiembre de 2010

LA MUERTE PREMATURA DE UN SEXENIO

Agoniza prematuramente el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa; propios y extraños comenzaron ya a repartirse sus despojos. Seguramente allá en el 2006, a punto de sentarse en la silla, él y los suyos se imaginaron festejando el Bicentenario en la cúspide del poder. Qué va. De nada les ha servido el despilfarro de casi tres mil millones de pesos. Pasada la euforia se enfrentan al hecho de que, pese al bombardeo propagandístico incesante, a esa inversión multimillonaria de cuatro años seguidos en “imagen pública”, es la suya una gestión a la que, prácticamente en todos los ámbitos de la vida pública, se da por terminada.

Alineados están, en todos los frentes, los candidatos a sustituirlo. Rotas las formas tradicionales, acelerados los tiempos y radicalizado el lenguaje y las circunstancias de la competencia política ha comenzado ya la etapa de calentamiento de una campaña presidencial, que, en medio de una guerra que no tiene perspectivas de victoria, promete cobrarle caro a Calderón cada uno de sus errores; los magros, casi nulos resultados de su gestión, su incapacidad para tender puentes y sus constantes arrebatos autoritarios. Quien por su “mecha corta” mata por esa misma “mecha corta” muere.

Paradojas del poder: llegó “haiga sido como haiga sido” Calderón al cargo gracias al miedo, sembrado en la población, a un “peligro para México” y hoy será ese mismo miedo –y si no al tiempo- el que frene las aspiraciones de él y su grupo de continuar, de alguna manera, al mando y garantizarse así un manto de impunidad como el que ellos tendieron, a cambio de los favores recibidos, sobre Vicente Fox y sus muchas corruptelas y trapacerías.

Miedo será el de cualquiera de los suyos a presentarse siquiera cercano a un gobernante ayuno de resultados, miedo a repetir la experiencia de un gobierno fallido y marcado por la violencia como el suyo será el eje del discurso propagandístico en su contra.

Como un apestado, en la mejor tradición del canibalismo que caracteriza al sistema político mexicano, será tratado Felipe Calderón aun antes de entregar la banda presidencial por las fuerzas políticas y los medios de comunicación ya embarcados en la sucesión y tanto que a su propio delfín y a su partido habrá de costarles trabajo no desmarcarse de él rápido y tajantemente.

Otro tanto sucederá con sus aliados entre los barones del dinero, la alta jerarquía eclesiástica y los medios electrónicos. Quizá esta sea la lealtad que más dure a Calderón en tanto tiene aun favores que pagar y para eso sí cuenta y sirve hasta el último minuto de su gobierno.

Será, sin duda, la traición de estos, los que le allanaron, entrometiéndose ilegalmente en el proceso electoral del 2006, el camino al poder, la que más le duela y la que le resulte más dañina. Ya alineados, los antes aliados de Calderón en los poderes fácticos, con el candidato que les convenga, serán los más severos críticos a la gestión y a la persona de quien, por breves 4 años fue su predilecto; el que más espacios ocupó en sus pantallas, en sus sermones y prédicas, en sus reuniones de alta dirección.

Más que el de la oposición será el fuego amigo –considerando que el PRI ha cogobernado con el PAN todos estos años- el más granado y el más letal. En el espejo de Carlos Salinas de Gortari, al dejar su mandato, tendrá que verse Felipe Calderón.

Sólo que a diferencia de Salinas quien supo tejer redes de poder y complicidad que, pese al desprestigio público, lo mantienen activo y omnipresente, Calderón, que no es muy ducho en aquello de hacer alianzas y siembra tempestades en su propia casa, habrá de quedarse solo.

¿Quién a estas alturas mete las manos al fuego por Felipe Calderón Hinojosa? ¿Quién puede sostener que su gobierno ha sido realmente exitoso en algún rubro al menos? ¿Quién considera que el país está hoy mejor que antes de su gestión? ¿Quién cree importante preservar su legado, dar continuidad a los esfuerzos fundamentales de su mandato? ¿Cuánto más permanecerán a su lado sus aliados incondicionales, sus amigos?

Hay ciertamente, sobre todo en las redes sociales, voceros oficiosos del régimen que lo defienden sistemáticamente pero aun ellos, con el paso del tiempo y la suma de fracasos, se han venido quedando sin argumentos y hoy sólo recurren a la descalificación, plagada de insultos, de toda crítica y a la incitación al linchamiento de quienes no nos sumamos incondicionalmente al llamado constante, casi el único discurso que al propio Calderón le queda, a la “unidad nacional”.

Nada hay que celebrar, sin embargo , en esta muerte prematura de un mandato; menos todavía en su saldo negativo en muchas materias sustantivas para el bienestar de la nación: paz, justicia, seguridad, empleo, educación. El cambio de tiempo y tono en la contienda presidencial, el deterioro brutal de las instituciones del estado, la pérdida total de confianza ciudadana en la política y los políticos son el correlato del fin de este sexenio de sólo 4 años. No pagará solamente Felipe Calderón los platos rotos por el fracaso de su gestión; los pagaremos todos.

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lunes, 20 de septiembre de 2010

LA RAZÓN DE MI ALEGRÍA

“Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.”
Miguel Hernández


Nací en México hace 59 años. Aquí nacieron mis padres y mis abuelos. Aquí nació también la mujer que amo y sus padres y sus abuelos y aquí han nacido mis hijas y mis hijos. Aquí viven mi Madre y mis hermanos. Tenemos, todos, el cuño “mexicano” tatuado en la piel.

Hemos construido juntos una familia firmemente arraigada a esta tierra y nada me llena mas de alegría que el hecho de que Camila, nuestra hija pequeña, me dijera ayer, al margen del circo y las celebraciones, “nunca me voy a ir de México; quiero ayudar a cambiarlo”.

También me alegra que mis otras dos hijas, Natasha y Erendira, habiendo vivido tantos años en el extranjero, teniendo raíces en California, hayan decidido hacer aquí su vida y que lo dos varones, Alejandro y Alberto, a pesar de haber tenido la posibilidad de vivir en otro país, opten también por quedarse en su patria.

Jamás, aunque estuve casi 12 años viajando, he pensado en irme de aquí y si la muerte me alcanza afuera quisiera, como dice la canción, “que digan que estoy dormido y que me traigan aquí”. Esa idea, que repatriaran mi cadáver, me obsesionaba en la guerra y aun ahora cuando viajo, en condiciones ciertamente muy distintas, se hace presente en mi cabeza.

Reconozco a México en la mirada serena de Verónica mi mujer. En su tenacidad y valentía. Veo a mi país en sus manos, lo adivino, dibujándose, en cada uno de sus gestos, en los delicados rasgos de su rostro. Es mi patria su larga cabellera oscura y también su risa y sus guisos prodigiosos.

Aquí nací, aquí nacimos. A este país nos debemos y la razón de mi alegría es también esa certeza compartida, familiar, cotidiana; ese amor común que a hijos y a padres nos hermana.

Amamos el paisaje variado de la patria, la diversidad de acentos y sonidos que la pueblan, de colores de piel, credos y preferencias que luchan por romper los estrechos moldes de la tradición, los olores de su cocina, la sonoridad de su esperanza casi siempre fallida pero siempre presente.

Amamos su memoria herida y su futuro abierto; ese en el que Camila quiere participar. Exploramos los meandros del pasado leyéndolos en su geografía, en sus muros y en su gente y nos emociona y conmueve, más que la gesta heroica de los próceres, la hazaña cotidiana y sencilla de la sobrevivencia.

Así somos; una familia mas. Una entre millones pero familia al fin. Nacida en México. Comprometida con este país; nuestro país. Alegre si pero también dolorida por vivir en el.

Nos duele la miseria de tantos. Nos indigna la opulencia de tan pocos. Nos encabronan la impunidad y la simulación. Nos lastima saber que es la corrupción una segunda piel que, pese a todo, gobierne quien gobierne, no podemos sacudirnos.

Nos conmueve la fe profunda de los mayores y el desenfado con el que miran la vida los que apenas comienzan a transitar por ella. Nos subleva que, aprovechándose de esa fe profunda, los altos clérigos, apoyados por el poder político, promuevan la discriminación y la intolerancia y nos entristece ver a los jóvenes abandonados a su suerte; sin estudios ni empleo a merced de la droga y los criminales que con ella comercian.

Sentimos como propia la alegría ajena y se nos contagia fácil la indignación ante los frecuentes y casi siempre impunes agravios del poder y de los poderosos que se ceban en los más vulnerables. Somos pues, como tantos otros, de esos que bailan al son que nos toquen.

De aquí somos. Aquí vivimos. No nos vamos a ir. No nos van a expulsar. Ni los criminales, ni los corruptos. Ni los que tienen secuestrada a la patria, ni los que los que la han ensangrentado.

Tampoco somos de aquellos –y en eso también somos legión- que cedemos graciosamente, ante la andanada de spots y campañas propagandísticas y abandonamos nuestras convicciones. Creemos y trabajamos por un México más libre, más justo, mas democrático y en eso, estamos convencidos, no puede haber medias tintas.
No es lo mío ni la euforia nacionalista ni la exaltación patriótica; antes bien las temo, pues se muy bien de los crímenes de lesa humanidad que en nombre de Dios y de la Patria se cometen a diario. Solo hablo de mi país como quien habla amorosamente de su familia y hablo de mi familia como una familia amorosamente comprometida, como tantas otras, con México y con su gente.

Esta esa, en estos días patrios vueltos ahora ocasión para el dispendio, la razón de mi alegría.

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jueves, 9 de septiembre de 2010

EL “ERROR” DE HILLARY CLINTON

En la víspera del festejo del Bicentenario, en lo que podría calificarse el punto culminante de su mandato y luego de que nos ha sometido a un bombardeo propagandístico inclemente haciendo glosa de los logros de su gobierno, desde el norte, sus propios aliados, cuestionan de tajo la labor de Felipe Calderón Hinojosa sobre el que, de nuevo, se levanta el espectro del estado fallido.

No fue en esta ocasión un funcionario de segundo nivel el que cometió el “error”, imperdonable desde el punto de vista del gobierno mexicano, de torpedear, por debajo de la línea de flotación, al Elliot Ness criollo. Fue nada menos que la propia Secretaria de Estado, la poderosa Hillary Clinton, la que habló con precisión y tranquilidad de la colombianización de México y de la existencia de una “insurgencia” criminal que controla segmentos del territorio nacional.

Ingenuo sería creer que una funcionaria de ese nivel pierde, así sea momentáneamente, el control del discurso y se equivoca. Más ingenuo todavía atribuir su “error” al hecho de que se trató de un comentario improvisado como si la Clinton tuviera, para no errar sobre asuntos de su competencia, que leer discursos preparados con antelación.

La tormenta de desmentidos, a ambos lados de la frontera, no tardó en producirse. Desde la Casa Blanca el Presidente Barak Obama, el mismísimo jefe de la Clinton y antes su competidor por la candidatura demócrata, en un gesto que, sin duda tiene un costo político interno, le enmendó la plana.

Lo cierto, sin embargo, es que la Clinton no hizo sino reafirmar lo que hace tiempo funcionarios del gobierno estadounidense han venido filtrando a la prensa y que a duras penas ha logrado contener, en su diplomacia defensiva sometida también a las urgencias de la propaganda, el gobierno mexicano.

Más que un error o una indiscreción, impensable en una mujer que ocupa tan alto cargo y entrenada además, como pocos en Norteamérica, en las lides del poder sus dichos son el reflejo de una concepción estratégica que, más allá del discurso público y las “buenas maneras” diplomáticas, determina las acciones de Washington frente a México.

Ciertamente los últimos sucesos; el asesinato de los 72 migrantes, los coches bombas en Ciudad Juárez, los frecuentes narco-bloqueos en Reynosa y en Monterrey, la ejecución de un candidato a gobernador y tres alcaldes ponen de manifiesto, ante el mundo, que la estrategia de guerra contra el narco de Felipe Calderón, rebautizada de manera tardía como “lucha contra la inseguridad”, no tiene perspectivas reales de victoria.

El narco gana terreno. La versión de que la violencia creciente es expresión de su “desesperación”, resultado del accionar exitoso de las fuerzas federales pierde aceleradamente el piso y va quedando más bien, como tantas otras cosas en este gobierno, en el nivel de lo puramente propagandístico.

Pese a la muerte o captura de algunos capos lo evidente es que el narco, algunos carteles sobre todo, incrementan de manera sustantiva su poder de fuego, extienden su control territorial y asumen posiciones ofensivas cada vez más audaces.

Muchos de los que se han salido a desmentir a la Clinton toman de manera lineal y simplista que, la Secretaria de Estado, erró al hablar de “insurgencia” pues no existe en nuestro país una organización guerrillera como las FARC a la que se vincula a los carteles de la droga colombianos.

La Clinton sin embargo fue muy clara al hablar de un fenómeno de “insurgencia criminal”, es decir, de que los carteles mexicanos de la droga, sin necesidad de vincularse a una organización de carácter político, disputan frontalmente el poder del estado y apuestan, con éxito, a su desarticulación completa en amplias zonas del país.

Más allá del efecto devastador de sus declaraciones a nivel de imagen pública, que es lo que más preocupa a Calderón, está el hecho de que la concepción expresada en su discurso, constituye una severa amenaza a la soberanía nacional.

Se adivina en los dichos de la funcionaria la intención de, como lo hicieron en Colombia, incrementar su injerencia en los asuntos nacionales y lanzar un plan México. Allá en el sur y con el pretexto de salvaguardar su seguridad nacional terminó Washington por instalar bases con tropas estadounidenses. ¿Qué no será capaz de hacer en nuestro país?

Abandonó la Clinton el discurso de la corresponsabilidad de los norteamericanos. Lo cierto es que su jefe Obama, más allá de un pronunciamiento, con el que también movió el tapete a Calderón, al cuestionar su estrategia militar para solucionar el problema, tampoco ha hecho mucho ni para combatir el consumo ni para perseguir a sus capos locales.

El viejo halcón asoma en el horizonte; más dólares y más armas vienen en camino sin ser, ni los unos ni los otros, garantía de paz, además, claro, de que los desmentidos a la Clinton, para consumo en México, ni borran sus dichos, ni diluyen la convicción imperante en Washington, alimentada por la violencia incontenible y los yerros del gobierno de Calderón para salvaguardar su seguridad interna.

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jueves, 2 de septiembre de 2010

ME REHÚSO A OLVIDAR

Que, con motivo de sus respectivos informes de gobierno, se disputen la pantalla de TV Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Que, para amplificar ese ritual cortesano, saturen los diarios y la radio con anuncios, spots e inserciones pagadas.

Que ambos hagan exhibición pública de los éxitos de su gestión expresados en el típico rosario de cifras y de arengas patrióticas encendidas y de unidad, acrítica e incondicional, en torno a sus personas y respectivos proyectos políticos.

Que sus asesores lleven recuento puntual de las veces en que los próceres son interrumpidos por el aplauso de las élites que los rodean y se miren después en el espejo que, con nuestros impuestos, ha hecho de los medios masivos.

Que sean blanco tambien de la crítica y objeto del análisis que los desnuda, que los presentan más como fabuladores que como gobernantes o que disfruten, con los suyos, los elogios y alabanzas vertidos a granel.

Que hagan lo que les venga en gana en este festejo autocelebratorio, en esta competencia brutal por mejorar su “imagen pública”, su nivel de aceptación, su capital político a mí, con toda franqueza, me da lo mismo.

Ni una línea más de mi parte habrá de merecer, en este día, ninguno de los dos; el que se aferra a una silla que no ganó a la buena y el que pretende instalarse en ella llevándonos de regreso al pasado.

Tampoco he de escribir ni una línea del espectáculo masivo, que me parece indigno, ofensivo y lamentable, de este anacrónico besamanos que suplanta la obligación republicana de rendir cuentas a los ciudadanos a los que se gobierna y a lo que se sirve.

Yo me rehúso a hacerles el juego, me rehúso a olvidar que hace apenas unos días, en este país, en mi país, fueron masacrados 72 migrantes de Centro y Sudamérica y que este hecho nos desnuda y nos exhibe.

No hay gestión, ni éxito que presumir ante esta muestra palmaria de que la barbarie se ha instalado entre nosotros y de que en este país se vive, además, una crisis humanitaria de grandes dimensiones.

Me rehúso a olvidar y caer en el juego de la costumbre, en el de la indiferencia en la que nos instalamos, a fuerza de ir acumulando tragedias sobre nuestras espaldas, hasta que la próxima masacre nos saque de nuevo –por unas horas- del letargo.

Me rehúso a creer que todo ha cambiado y el rumbo se corrige sólo por una captura, la de un capo más, que hace a los mandos policíacos reclamar airadamente a la prensa y a la ciudadanía que no se reconozca ni su esfuerzo, ni sus triunfos.

Me rehúso también a replegarme de mi posición crítica o a desviar la mirada ante las acusaciones recurrentes en las redes sociales –amenazas más bien- de que, en tanto no considero adecuada la estrategia de lucha contra el crimen organizado, encubro a los asesinos o simpatizo con ellos.

Y esto mientras un mando militar, un Almirante de la Armada de México, pide al crimen organizado, en un arrebato de ingenuidad o de impotencia, mesura y sensatez ante las fiestas patrias.

Me rehúso a olvidar cómo es que la violencia que se ha instalado entre nosotros rebasa los limites del espanto y cómo, pese a esto, se nos habla de un México pujante que sólo existe en el discurso y se malgastan los dineros públicos –cuando hace falta inversión en salud, educación, cultura, seguridad y empleo- en nuevos rituales cortesanos encubiertos en celebraciones históricas.

Me rehúso a olvidar porque un hecho fortuito, un accidente, el choque de un trailer en las calles de la ciudad de México, exhibe, otra vez, a este gobierno tal como es; de cuerpo entero.

Me rehúso a olvidar porque sólo un gobierno que ha perdido al mismo tiempo el respeto por la vida y la dimensión política de sus actos es capaz de tratar con tanta y tan ofensiva frivolidad y descuido los despojos mortales de 56 de los migrantes asesinados en Tamaulipas.

Sin dignidad alguna, sin cuidado, en un trailer sin refrigeración y sin escolta, pese a tener los ojos del mundo encima, se han atrevido los que gastan miles de millones en propaganda, los que cuidan hasta el más nimio detalle de sus ceremonias, a traer hasta la capital esos cuerpos que en Ecuador o en Honduras son recibidos con honores militares.

¿Qué pensarán de nosotros, de este país de migrantes que demanda trato justo para quienes cruzan su frontera norte, nuestros hermanos de Centro y sud América hoy doblemente agraviados?

¿Qué pueden esperar de un gobierno, de una nación que olvida tan pronto una masacre tan monstruosa y que tan indigno trato da a los cadáveres de sus connacionales?

Crespones negros debieron colgar hoy en Palacio Nacional. Más que el tradicional grito debería escucharse un rotundo silencio, el del duelo, este 15 de Septiembre.

Me rehúso a olvidar la masacre de los 72 migrantes, la de los 17 estudiantes en Ciudad Juárez y la muerte de los 49 bebés de la guardería ABC en Hermosillo.

Muy otro sería el futuro del país si más que boato y vanagloria fueran la autocrítica y la reflexión, nacidas de una memoria viva, del respeto por esos muertos, las que prevalecieran en el discurso de quienes nos gobiernan. Entonces sí que les dedicaría unas líneas.


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