jueves, 29 de octubre de 2009

PAN Y PRI DOS CARAS: UNA MISMA MONEDA

Continúa el sainete. Se enredan los autores del paquete fiscal. PAN y PRI se echan la culpa de la inminente alza de impuestos mientras se perfila el rostro del que habrá de cargar con el peso histórico de esta pifia monumental.

Felipe Calderón, que se sabe en la mira, de repente y en el colmo de la desesperación, haciendo suyo el discurso de AMLO, se lanza contra la iniciativa privada y acusa a las grandes empresas de no pagar impuestos. Presiona, quema sus naves, sabe que todos, menos él, podrán, al final, escurrir el bulto.

Prometió empleo y no cumplió. Prometió no subir los impuestos y tampoco cumplió. Su sexenio su agota. Los partidos que lo sostienen habrán de endosarle toda la culpa y convenientemente hacerlo a un lado. Chivo expiatorio habrá de ser. Presidente bisagra, será su mote, el que dio pié a la restauración.

Nadie en el PRI o en el PAN, por otro lado, quiere compartir con Calderón el peso de una medida tan impopular como irracional e inoportuna. Pero nadie propone una salida distinta. Tanto el 1% adicional al IVA del PRI o el 2% del impuesto de la pobreza representan de nuevo la salida fácil.

Para tapar el boquete fiscal y paliar los efectos de la crisis los dos partidos mayoritarios quieren aplicar la misma receta de siempre; cargarle la mano al contribuyente, al ciudadano ya de por sí agobiado por la crisis, al que no le queda más remedio que llevarse la mano al bolsillo –y sin tener empleo- pagar más para sobrevivir apenas.

Espantados ante la posibilidad de que la gente les cobre en las urnas el nuevo agravio se culpan mutuamente con el cinismo más descarado. Es el suyo sólo un espectáculo mediático; caminan por la misma senda pero no tienen el valor de reconocerlo. Puestos de acuerdo en lo esencial difieren en lo táctico; cuidan sus votos, no al país.

En ninguno, entre los muchos políticos panistas o priistas que han salido a la palestra, hay el menor asomo de autocrítica, tampoco, el más mínimo compromiso con las grandes mayorías empobrecidas.

No tocan ni con el pétalo de un recorte los millonarios presupuestos de propaganda oficial, no se atreven a recortar salarios y prebendas de los grandes funcionarios, menos todavía a reconocer la responsabilidad de los mismos en los continuos fracasos, en la bancarrota virtual, que su errática gestión ha provocado en las empresas paraestatales y las distintas dependencias del gobierno federal.

Lo suyo es la simulación. Como en el caso de la Compañía de Luz fabrican culpables y los exponen al linchamiento mediático. Tienen un formidable aparato propagandístico –que pagamos todos- para desviar la atención de los verdaderos responsables. Nada se dice de quienes a lo largo de todos estos años dirigieron esa dependencia; de los que establecieron las políticas, supervisaron el servicio, fijaron las tarifas, firmaron licitaciones y contratos, endeudaron a la dependencia.

Hablan de los males del sindicalismo como si no hubieran sido ellos los que hicieron crecer ese monstruo, los que, a punta de privilegios, lo mantienen vivo e impune en tanto les garantiza la permanencia en el poder.

Combaten a unos; los incómodos, mientras continúan sus tratos oscuros e indignos con otros. Persiguen a Esparza y tranzan con Elba Esther. Liquidan electricistas y dejan medrar a petroleros.

Se olvidan los del PRI de los años de corrupción, ineficiencia y caos en el que sumieron al país. De cómo convirtieron en botín el erario público. Se olvidan los del PAN del fracaso de sus supuestos planes alternativos y de su sumisión frente a aquellos a los que, siguiendo el mandato popular expresado en las urnas, deberían haber desplazado del poder.

La verdad es que cogobiernan; que el PAN no tuvo los arrestos para hacer una limpia a fondo y abrir nuevos horizontes. La capacidad de asimilar usos y costumbres del antiguo régimen que les permitió instalarse en el poder habrá de ser paradójicamente la causa de su caída.

Mantuvieron vivo al PRI, le abrieron las puertas y este partido, hoy, de vuelta, viene por ellos.

Fue con Vicente Fox, el que prometiera la captura de peces gordos, con quien se inició la debacle. Falto de coraje, de lucidez, de patriotismo puso a cargo de la hacienda pública a los mismos de siempre y al mantener intactos los pilares del antiguo régimen, al hacer uso de los mismos resortes para garantizar “haiga sido como haiga sido” el ascenso de Calderón al poder marcó inevitablemente el destino de su partido.

El modelo neoliberal, su modelo, hace ya décadas que no funciona y lo saben, lo sabemos todos porque hemos pagado muy caro su tozudez, su ineficiencia, su apego a un dogma; “El consenso de Washington”. Orgullosos contables de empresas que no estadistas cuidan la macroeconomía, el déficit público, hacen a la gente pagar lo que no tienen y hunden todavía más al país.

Pese al intercambio de acusaciones proponen PAN y PRI lo mismo; son lo mismo. Así de sencillo.


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jueves, 22 de octubre de 2009

NO MÁS IMPUESTOS

Finalmente el cogobierno PRI-PAN logró aglutinar, en su contra, al más amplio frente opositor. De poco ha valido en este caso la enorme maquinaria de propaganda oficial. Se metieron el gobierno y la aplanadora legislativa con lo que más le duele a la gente y han de pagar, espero y más allá de unos cuantos votos perdidos, las consecuencias.

Contra el paquete fiscal, ese engendro del que tanto y tan patéticamente se queja Cesar Nava tratando ahora, claro, de endosarle la responsabilidad a sus compinches del PRI, se alzan airadas las voces más diversas.

Empresarios, dirigentes sociales y sindicales, militantes de la izquierda electoral usualmente colocados en posiciones antagónicas irreconciliables se suman en la misma demanda: “No más impuestos”.

Sólo una combinación letal de ceguera y soberbia, con la dosis de estupidez propia de quien sólo sabe mirarse en el espejo, podían hacer creer a panistas y priistas coludidos, en este como en tantos otros asuntos, que iban a poder echar a andar así nomás el mentado paquete. Se equivocaron.

Les fallaron, en el apoyo que pensaban seguro e incondicional, sus aliados y señores los empresarios a quienes tanto han servido. A la izquierda, que tenían dividida, estigmatizada y postrada, estas medidas tan impopulares como irracionales, le han devuelto el aliento vital.

Como nunca tienen hoy los dirigentes de la izquierda, si actúan con inteligencia, creatividad, integridad e imaginación la oportunidad y la responsabilidad de volver a jugar un papel protagónico en la conducción de los destinos del país.

Falta, eso sí, que abandonen dogmas y prejuicios, recetas de charlatanes y publicistas, ruindad, intriga y pleitos sectarios y restablezcan –poniendo al país por delante y no sólo sus estrechos intereses electorales- la conexión profunda con los intereses de las grandes mayorías empobrecidas.

A quién se le ocurre, en un país en el que se han perdido, en poco menos de un año, más de un millón de empleos, donde millones de personas han pasado a engrosar las estadísticas de la pobreza alimentaria y donde muchos millones más luchan para sobrevivir apenas un poco más arriba de la línea de la miseria, aferrarse de nuevo a los cánones –que no principios- de la política económica que ha llevado el país a la debacle.

Golpean simultáneamente, con el paquete fiscal, PRI y PAN a patrones y trabajadores, a capitalistas y luchadores sociales. Desalientan la inversión y el empleo. Graban el ingreso y el consumo. Disparan a tontas y a locas en direcciones opuestas. Se atreven a empujar al país un paso más en dirección al abismo. Juegan con fuego.

Indigna profundamente escuchar a diputados priistas darnos, con tanta displicencia y seguridad, lecciones de economía. Ofende escucharlos hablar de los impuestos como si no hubieran sido ellos quienes se dedicaron a enriquecerse por décadas con lo recaudado y a inventar todo tipo de trampas para, colocados en la posición de contribuyentes por que son duchos en eso de ser políticos-empresarios, evadir las obligaciones fiscales.

Cómo se atreven, esos mismos que, en la Secretaria de Hacienda del régimen autoritario, fraguaron esta debacle a hablar de que no quedaba otro remedio, de que es esta la mejor solución. Son ellos y los panistas, esos que los sacaron de Los Pinos y los mantuvieron a cargo de la Hacienda pública, quienes hundieron este país.

Mentira que la crisis nos haya llegado de fuera; de lejos y de muy adentro venía.

Si tanto dinero necesita el gobierno no tenían los legisladores más que hurgar en la cuenta pública del gobierno de Vicente Fox y aclarar qué fue de los excedentes petroleros y qué de los fideicomisos.

Si dinero querían para tapar el boquete que su propia ineficiencia produjo por qué no cortar de tajo y de inmediato el flujo de recursos públicos que se malgasta en la propaganda del Estado, por qué no disminuir privilegios y prebendas a los funcionarios.

Anuncios de medidas fiscales y alzas en los impuestos como las que se han aprobado en México en cualquier otro país hubieran ya provocado o bien paros empresariales si nos atenemos a aquello que afecta al capital o violencia en las calles si hablamos de las medidas que atentan contra la economía familiar.

Aquí el PRI y el PAN no han querido escatimar posibilidades de conflicto. En el colmo de la falta de sensibilidad social, de la más elemental racionalidad política, en la carencia total, incluso, de la más mínima noción de defensa propia, se han atrevido, de un solo plumazo, a convocar lo que puede volverse una tormenta perfecta.

Confían, claro, en que la gente adormecida por la propaganda, esperanzada con el mundial de football, hipnotizada por la pantalla dejará pasar este nuevo agravio. Creen que su capacidad de inclinar la testa ante el sector empresarial y ofrecerle –gracias a que han elevado la corrupción a la categoría del arte- nuevas oportunidades de negocio habrá de amainar el temporal que también ahí se gesta.

Ojalá esta vez se equivoquen. Si de alguna manera la gente soporta de nuevo el golpe sin reaccionar. Si la inacción del capital les garantiza inmunidad sólo se habrá potenciado aun más todavía el estallido social o la falla sistémica en el modelo de control que algún día, si seguimos en esta ruta de colisión, habrán de producirse.



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jueves, 15 de octubre de 2009

REPRESIÓN Y CONSENSO

Hace rato ya que para los regimenes autoritarios –salvo para algunas dictaduras- es más importante el consenso que la represión. Fueron Hitler y Goebbels quienes dieron la pauta. Contra lo que comúnmente se cree en la Alemania nazi la propaganda tenía más peso, al menos entre la población nativa, que el terror y la represión.

Ciertamente, en un primer momento y como lo establece entre otros autores Robert Gelatelly, Adolfo Hitler desató una feroz persecución contra sus opositores comunistas y socialdemócratas. Muchas mujeres y hombres fueron asesinados y decenas de miles terminaron en campos de concentración. El arma más eficaz para destruirlos definitivamente fue, sin embargo, la propaganda.

Pulsando adecuadamente los miedos de la población y reanimando el primitivo sentimiento antisemita y conservador característico del alemán medio, Goebbels logró que millones de personas dieran un salto ideológico radical y se convirtieran, en los hechos, en colaboradores eficaces de la GESTAPO y en guardianes del régimen y garantes de su continuidad.

Pioneros en la aplicación de encuestas semanales los nazis medían rigurosamente los efectos de su política represiva contra la oposición, de sus cada vez más frecuentes y violentas acciones antijudías y de medidas con tremendo potencial antipopular como la eutanasia.

Con los resultados de estos estudios en la mano realizaban campañas propagandísticas, emisiones radiales e incluso películas para modificar las opiniones y la conducta de aquellos que aparecían como objetores de conciencia o de los que, simplemente, manifestaban algún tipo de reserva ante estas acciones del régimen.

La consolidación del III Reich, dependía, según sus ideólogos, de que este gozara de un amplio, rotundo e in disputado consenso entre la población. Aunque los nazis perdieron la guerra no perdieron, ciertamente, esa batalla interna. Sólo eso explica cómo más de 80 millones de personas mataron y murieron con tal frenesí.

No hubo casi ningún alemán ajeno al holocausto o a las masacres efectuadas por las tropas y las unidades de policía en el frente del Este. Todo el mundo lo sabía todo; por cartas, por diarios, por rumores, por la prensa incluso o por estar involucrado de alguna manera en esa gigantesca maquinaria de muerte. Aun en sus aventuras más criminales el régimen logró construir una enorme y compleja red de complicidades.

Muy lejos están, por supuesto y no es mi propósito compararlos, los regímenes autoritarios mexicanos del régimen nazi. No tanto sin embargo, en tanto que autoritarios y antidemocráticos, de algunos de sus métodos más eficaces. Por ejemplo el de la gradual sustitución de la represión como herramienta de control por otros instrumentos, como la corrupción o la propaganda, igualmente eficientes si de construir consensos se trata.

El PRI compraba conciencias, construía clientelas, era la corrupción, además del garrote que nunca dejó de usar del todo, su instrumento esencial de gobierno.

Nacido de un proceso democrático al que traicionó, el gobierno de Vicente Fox mostró muy pronto su rostro autoritario y además de caer en la corrupción generalizada desató una brutal ofensiva propagandística para adormecer conciencias y garantizar la permanencia de su partido en el poder.

En la misma línea Felipe Calderón, cuyo rostro autoritario asoma cada día con cada mayor nitidez, apuesta también a la misma receta.

Los maestros del “haiga sido como haiga sido” pulsan irresponsablemente, poniendo en riesgo la paz, los miedos de la población, alientan al México bárbaro e incentivan la polarización política. Quien protesta, quien se opone al régimen es caracterizado de inmediato como un fanático, como un loco, como un “peligro para México”.

Un creciente y apabullante consenso conservador domina las páginas de los diarios, el cuadrante radial, la pantalla de la televisión y campea un clima de linchamiento mediático.

En un cínico ejercicio de doble y cara y doble moral se condena al Sindicato Mexicano de Electricistas mientras se mantiene una oscura e indigna relación con personajes como Elba Esther Gordillo o como Salvador Barragán.


Dice Ciro Gómez Leyva que las encuestas demuestran el apoyo popular a la liquidación de Luz y Fuerza del Centro. ¿Y cómo habría de ser de otra manera estando la población sometida a tan inclemente bombardeo propagandístico?

Anduve este jueves en la marcha; la caminé como he caminado tantas otras sólo que, esta vez, sin la cámara al hombro. Viví esa marea enorme y encrespada. Unos dirán, ateniéndose de nuevo a las encuestas, que no fue nada. Un episodio más, el estertor final. ¿Quién sabe?

Lo cierto es que lo que la izquierda no había logrado en años lo consiguió Calderón: los jóvenes salieron de nuevo a la calle; alegres y encabronados. ¿Será que son inmunes a la propaganda? No lo sé. Eso espero.

En todo caso al verlos pienso en Bertolt Brecht y vuelvo a la Alemania de la represión y el consenso; hay, aunque sean pocos, quienes no se quedan mirando a través de la ventana como se llevan al vecino y por los que, de tan conformes y adormecidos que están, habrán de venir mañana. Esos jóvenes me parecieron de esa pasta. De los que no se quedan con los brazos cruzados.

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jueves, 8 de octubre de 2009

UNA ACCIÓN CIUDADANA PARA FRENAR LA PUBLICIDAD DEL ESTADO

De nada sirvieron las dos cartas publicadas aquí. Los legisladores no acusaron recibo. Ninguno de ellos; ni siquiera los de la izquierda, se dio por aludido. Tampoco se pronunciaron -ni en defensa propia- y aunque son ellos los que más gastan, los funcionarios de las distintas dependencias del gobierno federal, de la jefatura de gobierno de la ciudad o de los otros estados de la república.

El bombardeo propagandístico del Estado continúa y al parecer a nadie, dentro del aparato burocrático, se le ocurre pensar que es malsano, excesivo, totalmente inadecuado y más todavía en momentos de crisis como el que estamos atravesando, malgastar el dinero público a raudales, pregonando las supuestas virtudes de servidores públicos e instituciones.

Escribo desde Madrid en donde ni el gobierno español, ni la municipalidad, ni las Cortes gastan un euro en autopromoverse como, estoy seguro, tampoco lo hacen el resto de los gobiernos europeos. Escucho la radio, veo la televisión, camino por las calles sin ser asaltado por el ensordecedor pregón al que estamos acostumbrados en México.

Si algo aquí se comunica desde el Estado y con recursos públicos, es para prevenir, orientar, educar o servir a la población y no para nutrir el ego de funcionarios y legisladores y pavimentar su carrera política.

La publicidad política, por otro lado, está severamente reglamentada y se produce sólo dentro de los lapsos legales cercanos a la elección. Eso, en contraposición de lo que piensan los comunicólogos mexicanos, la hace incluso –por mesurada- más eficiente y creíble.

Quien de entre los servidores públicos aparece en la prensa o en los noticieros de la radio o la TV, se lo ha ganado con sus acciones o con sus omisiones, ha hecho noticia de tanto acertar o de tanto fallar en el desempeño de sus funciones.

El posicionamiento ganado ante la opinión pública -en la mayoría de los casos porque aquí también se cuecen habas- es resultado de sus propios actos y no del gasto indebido de los dineros públicos.

“¿Cuándo se va a cansar –me preguntó una reportera en el estreno de “Backyard”, la película de Sabina Berman y Carlos Carrera sobre los feminicidios en Ciudad Juárez, en la que tuve el privilegio de participar- de tocar estos temas sociales y políticos, de pegarle con la cabeza al mismo muro?”. “Me voy a cansar –le respondí- cuando se caiga el muro”.

En esas mismas ando con este otro tema: el de la moratoria inmediata a la excesiva y grosera publicidad del Estado, así que, de nuevo, aprovecho este espacio e insisto en que es preciso detener de inmediato el bombardeo; poner coto a la sangría que tanto funcionario venal hace al erario.

Insisto en el tema pero ya no busco ni que me lean, ni que me escuchen y menos todavía que me respondan esos a los que tanta palabrería ha dejado sordos –es inútil hablarle al poder y pedirle que se modere- sino que me dirijo a usted querido lector que, como yo, paga y padece estos excesos.

Es preciso que seamos nosotros, los ciudadanos, quienes tomemos cartas en el asunto. Hemos sido sometidos durante tantos años y de tal forma al bombardeo publicitario del Estado que quizás muchos piensan que, como éste forma parte ya del paisaje visual y sonoro de nuestro atribulado país, no hay otra forma de vida.

No es así, esta irracional y desproporcionada adicción a los anuncios y campañas de los servidores públicos y políticos mexicanos, de todos los partidos políticos además, se nos ha impuesto a la mala y puede y debe ser detenida.

Quienes detentan el poder han aprovechado los vacíos legales, la falta de trasparencia en el ejercicio de la función pública, los malsanos usos y costumbres del antiguo régimen, para hacernos creer que está bien, que se vale, que sirve de algo gastar tanto dinero público en autopromoverse.

Como ellos son rehenes de publicistas, expertos en imagen y charlatanes de toda laya quieren –ya lo han logrado parcialmente- a punta de spots y campañas, uno tras otro, minuto tras minuto, medio tras medio, muro tras muro, día tras día, volvernos rehenes a nosotros también.

Poco les importa además que ese dinero, que no les pertenece y que con tanto desparpajo gastan, no sirva para un carajo. La saturación ha provocado que nadie les crea. Sus mensajes ya son –y hablo, insisto en eso, de la propaganda de todas las instituciones y de funcionarios de todos los partidos y orientaciones políticas- sólo un molesto y constante ruido carente de sentido para el ciudadano.

Desalentado y harto un lector planteaba en mi blog y con respecto al último artículo, que era preciso acompañar la critica con propuestas. Aquí va una: organicémonos para exigir al gobierno federal y a los gobiernos estatales, al Congreso de la República, a las distintas bancadas, al Poder Judicial de la Federación, que den cuenta cabal y precisa de cuánto gastan en publicidad.

Exijamos que se detenga de inmediato ese gasto. Organicémonos para hacer un vacío a esa propaganda. No es cierto que sólo a punta de spots muera el que a punta de spots mata. Inundemos de cartas a las distintas dependencias, usemos la red y los espacios públicos, alcemos la voz para demandar silencio inmediato a esos que están ahí para servirnos y no para vanagloriarse de los tan pobres resultados que entregan.

jueves, 1 de octubre de 2009

OTRA CARTA AL CONGRESO

Propuse a ustedes señores diputados la semana pasada en este espacio y con el propósito de evitar que en el 2010 y como lo ha propuesto el Ejecutivo Federal, se recorte el presupuesto a las universidades públicas, la cultura y el cine mexicano, una moratoria inmediata de toda la publicidad del Estado; un cese fulminante a las campañas del gobierno federal, los gobiernos estatales y las instituciones públicas. Como ninguno de ustedes acusó recibo de esta iniciativa, pongo de nuevo el dedo en el renglón y vuelvo a lanzarles el guante.

Ahí está, insisto, el dinero que tanto se necesita y tan impúdicamente se malgasta. Basta sólo voluntad política y una dosis mínima de lucidez, valentía y patriotismo para que ustedes, señores legisladores, hagan que cese ese indigno, escandaloso e implacable bombardeo propagandístico que los ciudadanos pagamos y padecemos.

En esta hora grave para la nación, cuando la crisis económica asfixia a las grandes mayorías y el gobierno panista no encuentra más remedio que subir impuestos y recortar el presupuesto a áreas vitales, deben ustedes demostrar que tienen los arrestos suficientes para impedir que el quehacer político siga siendo sólo asunto de mercaderes y publicistas.

No es a punta de campañas, slogans y spots como habrá de sacarse a la nación del oscuro pozo donde ahora se encuentra. No son, insisto, políticos con “buena imagen” y pantalla lo que necesitamos sino mujeres y hombres dignos, discretos y eficientes que antepongan al país a sus intereses particulares y legislen con probidad y decoro.

No creo que exista en el mundo un gobierno y un estado que gasten tanto como el mexicano en autopromoverse. Este fenómeno, sin parangón por el exceso, habla de la profunda debilidad de nuestras instituciones, de la poca fortaleza de nuestra democracia y de la indecencia y cinismo de los servidores públicos.

Aquí casi ningún funcionario importante, se atreve a liberarse de la propaganda y a dejar que sus propios actos de servicio hablen por él. La inmensa mayoría más que gobernar y servir se dedican a decir que lo hacen con enorme estridencia y denuedo, pensando como Goebbels, que la reiteración de una mentira la hace verdad para las masas.


Mientras más se anuncia un gobierno, un órgano legislativo o judicial, una institución cualquiera del estado, mientras más recursos públicos gasta en propaganda más pone en evidencia, ante los ciudadanos que padecen sus vicios y debilidades, la ineficiencia e impunidad con la que opera.

Es propio de vendedores y charlatanes malgastar su tiempo y el de los ciudadanos con peroratas sobre virtudes que son sólo promesas publicitarias.

Entiendo señores diputados que apenas se acomodan en sus curules y se encuentran ocupados tejiendo, apresuradamente, la red de contactos y alianzas que les permitirá operar mientras buscan ya la manera de ponerse o poner a su bancada bajo la luz de los reflectores.

Sé, además, que habrán de trabajar los próximos tres años para que su partido, según sea el caso, mantenga, conquiste o reconquiste la presidencia de la república. Esa carrera ha de ganarse, suponen ustedes y si las cosas siguen como están suponen bien, en la pantalla de la televisión, en el cuadrante de la radio y en las páginas de los diarios.

Pedirles entonces que suspendan la publicidad gubernamental y renuncien a la suya propia ha de hacerlos sentir que el loco que esto escribe, les plantea, nada más y nada menos, que se peguen un tiro en la sien. Y no; se equivocan. Renunciar a la propaganda no es, necesariamente, un suicidio.

Hay –y eso sucede en las democracias de pura cepa- otras formas de “posicionarse” (uso intencionalmente el argot publicitario) ante la opinión pública, de ser reconocido y respetado por los votantes. En momentos de crisis como el que vivimos un acto de austeridad republicana, de sentido común, como el que propongo, es una de las muchas maneras de hacerlo.

Cuando la izquierda electoral mexicana dio la espalda a los principios y entrando al juego los sustituyó por slogans se vino abajo. Al Ing. Heberto Castillo, al mismo Cuauhtémoc Cárdenas no fueron los publicistas los que los llevaron al umbral del poder. Ambos fueron capaces de romper el cerco de silencio que, impenetrable, en torno de ellos se levantaba.

Otro tanto sucedió a luchadores panistas por la democracia como Manuel Clouthier quien a punta de ideas y de congruencia personal y política se ganó el respeto de la gente. Fue Vicente Fox, esclavo de la propaganda, quien hizo que el PAN, luego de haber luchado tanto por la democracia, entrara –arrastrando con él al país- en barrena.

De eso es de lo que se trata; de devolver majestad y dignidad a la política, de seguir el ejemplo de quienes abrieron en México cauces a la democracia; de gobernar y servir sin estridencia, de no malgastar el dinero público en propaganda. Tienen ustedes el mandato de un pueblo harto de tantas mentiras; comiencen por callar su propio aparato publicitario y callen al gobierno federal y a los gobiernos locales.

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