jueves, 24 de mayo de 2007

PERIODISMO EN TIERRA DE NADIE

Difícil y heroica tarea la de aquellos compañeros que en Sonora, Nuevo León, Guerrero, Michoacán, Sinaloa o Tamaulipas, territorios donde el narco ha impuesto su ley del terror, intentan informar al país de lo que ahí sucede. En todas las guerras, aun las más cruentas, existen ciertas reglas que las partes se ven obligadas a cumplir. Lo hacen por mero instinto de sobrevivencia; como una forma de preservar así sea las ruinas de la civilización por la que dicen pelear. En todas menos en la que se libra contra el fundamentalismo islámico o desde el fundamentalismo occidental o bien en la otra guerra moderna esa que los estados, sin declararla abiertamente pero de hecho obligados a pelear, libran contra el narco. Terrorismo y narco resultan males que a la postre –por su irracionalidad, por su falta total de sentido de lo humano- terminan siendo hermanos de sangre.

¿Cómo negociar, como intentar razonar con un loco que se dice y se siente enviado por Ala para destruir a Satán y se lanza a la guerra santa? ¿Cómo hacerlo, por otro lado, con el apóstol de la civilización cristiana occidental que puede demoler un país entero hasta sus cimientos sin el menor escrúpulo y hacerlo además en nombre de la libertad y la democracia? ¿Cómo, por ultimo, pedir respeto a ciertas normas elementales, a las leyes de Ginebra o a otros ordenamientos, a criminales como los capos que estan acostumbrados a hacerse respetar a punta de balazos y que cortan cabezas, torturan, mutilan a cualquiera, en cualquier momento, sin el menor escrúpulo, si este se interpone a sus intereses?

¿Cómo hacer valer ante terroristas y narcos el papel y la importancia del periodista en un conflicto? ¿Cómo y a quien pedirle respeto en tanto que la tarea informativa es reconocida ya como un instrumento para restaurar la convivencia, la comprensión entre los hombres a aquellos para los que convivencia, comprensión, tolerancia no significan o por ideología o por negocios absolutamente nada? ¿Cómo contener los apetitos, la crueldad, las ansias asesinas de aquellos que no reconocen como válidos más principios que sus propios intereses? Y ¿cómo hacerlo además moviéndose en tierra de nadie donde el terror y la muerte rondan sueltas y no reconocen valladar alguno?

Mueren hoy con una enorme facilidad periodistas en Afganistán o
en Irak. Salvo que se trate de norteamericanos sus muertes son nota de páginas interiores. Nos hemos acostumbrado desde El Salvador y Bosnia a ver caer periodistas y a verlos caer no necesariamente en medio de combates sino emboscados, asesinados, convertidos ellos –que debían ser respetados por las partes en tanto que deben ser neutrales y ajenos al conflicto- en objetivos militares. Hoy quienes se mueven en Bagdad saben que su vida vale muy poco y por tanto se mueven cada vez menos y lo que ahí sucede permanece en la oscuridad o es presentado sólo con el tamiz de una de las partes en conflicto.

Mueren o desaparecen –para después aparecer asesinados con huellas de tortura a pleno monte o en una calle cualquiera- cada vez mas periodistas en México. Merecen todavía, si pertenecen a medios importantes, los titulares de los noticieros o las primeras paginas de los diarios pero muy pronto su ausencia o su muerte pasan a ser olvidadas, relegadas por el cúmulo de muertes que diariamente se producen.

Y no es que eso muertos –los periodistas- pesen mas, duelan mas que otros. Es que olvidarlos, acostumbrarnos a su desaparición o a su muerte es todavía más pernicioso que volver rutinaria, como la hemos vuelto, la muerte violenta. Desaparecer o matar periodistas es una de las formas, de las armas que los asesinos emplean –narcos o terroristas- par5a garantizar el predominio del terror. Silenciar a una sociedad es la forma más efectiva de avasallarla. Cada reportero muerto es un paso más hacia el abismo, hacia el silencio, hacia la oscuridad donde esos criminales quieren hundirnos.

Saludo a aquellos que en el terreno donde prevalece la ley de plata o plomo cumplen con su deber. A reporteros locales, a corresponsales nacionales y extranjeros. A camarógrafos y sonidistas, a productores que hoy recorren esas calles donde el único que manda es el capo. Vaya para ellos un mensaje de solidaridad, reconocimiento a su valentía y aliento. Mientras ellos sigan cubriendo lo que sucede en esa tierra de nadie, mientras con su tarea exorcicen la violencia, podremos, todos y con más efectividad incluso que el despliegue de tropas gubernamentales, poner de alguna manera coto al avance del terror y la muerte.

jueves, 17 de mayo de 2007

LA SANGRE Y LA DROGA

Quizás la solución final al problema del narcotráfico pase por la legalización de algunas drogas como la marihuana y la cocaína. No lo sé. En todo caso ese es un debate científico que está pendiente. Lo cierto es que por ahora el solo plantearse el asunto es, de alguna manera, hacerle el juego al crimen organizado. Más allá de las consideraciones éticas y científicas que habrá que analizar, lo cierto es que no se puede, en las condiciones geopolíticas actuales, lograr un consenso internacional sobre este asunto y mientras eso no suceda habrá que cometer crímenes, que han escalado brutalmente su nivel de violencia, si se cultiva, se trafica o se vende droga y se pretende exportarla o consumirla más allá de los territorios donde ha sido legalizada.



Hay pues, necesariamente, una cadena de crímenes detrás de ese tan civilizado y progresista comportamiento de los holandeses donde la marihuana ha sido legalizada. Una cadena que lo es también de valor. Los narcos ganan más en la medida en que lo que trafican está prohibido y todavía más porque su negocio está totalmente fuera de cualquier otra fiscalización que no sea la de los cañones de los fusiles de sus competidores. Ante la brutal inocencia de los europeos lo cierto es que balas y toques, balas y pases, balas y píldoras o pastas están allá en los Países Bajos tan íntimamente ligados como lo están en las selvas de Colombia.



Otro tanto sucede en México donde muchos jóvenes o adultos –ni la edad, ni el oficio, ni la condición social tienen para este efecto importancia alguna- consumen droga sin conectarla de ninguna manera con fenómenos criminales y eso que aquí decapitados, ametrallados, cuerpos con mensajes tatuados en la piel o pegados con carteles aparecen tirados todos los días en cada vez más ciudades del país. Qué va. La droga es una moda más, piensan unos, una añeja tradición piensan otros; una necesidad de participación y representación social como tantas otras dicen los intelectuales, una forma de inspiración alegan los alivianados, una manera de lidiar con el stress de la vida cotidiana dicen los que viven tensos y pasan todos ellos, en general y sin sospechar siquiera esa conexión criminal entre su consumo personal y la droga que llega a sus manos, a enumerar la larga lista de los efectos perniciosos del café, el alcohol, el tabaco y otras drogas legales.



Habría que hacer conciencia en estos cada vez más amplios sectores de la población; sobre todo entre los jóvenes, no solo de las características adictivas de la marihuana y de los daños fisiológicos y neurológicos que puede causar sino, sobre todo, del hecho incontrovertible de que hasta el más inocente carrujo de esa droga blanda está teñido de sangre. Otro tanto sucede con el éxtasis, las nenas, las pastas o como quiera que se le llame a la variedad cada vez mayor de droga de diseño que circula o las grapas de coca que consumen con tanta ligereza y tan sana alegría, en antros y fiestas particulares, aquellos a los que el dinero les alcanza para diversiones más refinadas. Esa droga, tan refinada, de tan buen gusto, tan inocua al parecer, está precedida de acciones criminales de capos y sicarios a lo largo y ancho del país.



El más inocente distribuidor personal de droga está conectado a alguien cuya inocencia comienza a deslavarse en la medida en que maneja cantidades mayores de droga y este a su vez debe entrar forzosamente en contacto con otros que ya empiezan a portar armas y estos con otros que están acostumbrados a usarlas con brutal soltura. La cadena no se cierra ahí; siguen los capos, más sanguinarios mientras más poderosos y luego los carteles internacionales y luego aquellos que en los círculos gubernamentales (la CIA y el Pentágono saben de sobra que esto es así) utilizan la droga, su tráfico y su consumo como parte de su arsenal ideológico (la guerra de Viet Nam), como moneda de cambio (Camboya, la contra nicaragüense o Afganistán y Al Quaeda) o como factor de aletargamiento de aquellos segmentos de población a los que la edad, la cultura o la falta de ella, la marginación, la injusticia crónica tornan insatisfechos y levantiscos.



Antes los carrujos de marihuana se vendían envueltos en papel periódico en el que se podían leer crónicas de los horrendos crímenes del narco en Colombia. Hoy cuando un pequeño distribuidor empaqueta los “guatos” lo hace con periódicos como el de este jueves que habla de los 22 muertos de Sonora o como el de hoy en el que por desgracia no habrá de faltar noticias como esa.

viernes, 11 de mayo de 2007

Cuide sus palabras Sr. Calderón

Que en los medios se debata sobre si se libra una campaña o una guerra contra el narco es un lujo que los periodistas nos podemos dar. Quien se ostenta como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas no puede, de ninguna manera, participar y menos con tal ligereza, en este debate. No es con arrebatos retóricos, más orientados por los expertos en mercadotecnia que por los estrategas militares, que el país debe enfrentar la grave y creciente amenaza del crimen organizado. Una cosa es que vestirse de verde olivo y soltar arengas patrióticas a diestra y siniestra le haya permitido, Sr. Calderón, subir unos puntos en las encuestas y otra muy distinta (los jefes militares lo saben bien y más todavía la tropa que pone los muertos) es lo que está sucediendo en el terreno.

En lo militar, las bravatas (baste recordar a Sadam Husein y su “madre de todas las batallas”) sólo conducen a la derrota o, en el peor de los casos, a un escalamiento innecesario e irresponsable del conflicto. Puede usted pintarse la cara de guerra, si con las encuestas en la mano se lo aconsejan sus publicistas, pero mida sus palabras Sr. Calderón porque por lo general mientras más encendido es el discurso, más desventurada y sangrienta resulta la confrontación.

Metió usted al Ejército a combatir al narco. Quizá no había otro remedio. Décadas de abandono y traiciones desde el gobierno (la última, de su antecesor Vicente Fox) terminaron por entregar porciones del territorio nacional a bandas criminales. Aunque no actuar de inmediato hubiera sido criminal; hacerlo con desorden y precipitación puede resultar aun peor. El discurso encendido, las urgencias mediáticas que enfrenta una Presidencia cuestionada desde su origen mismo, nos han conducido a un frenesí bélico y operativo.

La obsesión de ganar legitimidad y de hacerlo por la vía rápida presentándose ante la opinión pública como el apóstol del orden y la seguridad le condujo a usted a ordenar un inédito (los mismos norteamericanos se lo reconocen) despliegue de fuerzas militares. Hay tropa por todos lados, es decir, se ha llevado a los narcos, que hoy se muestran dispuestos a defender lo que consideran suyo, carne al asador. A más soldados en el terreno, operando como fuerza regular, más hombres en la mira.

Las fuerzas federales que operan en distintos puntos del territorio nacional lo hacen con la desventaja táctica de un Ejército de ocupación. Al comenzar a sufrir bajas, en las primeras emboscadas y combates formales, responden con poder de fuego ilimitado rompiendo, por un lado, el principio elemental de proporcionalidad y dando, por el otro, en los hechos, status de parte beligerante a los criminales, que por su misma condición deberían ser objetivo de operaciones (incluso las ejecutadas por el Ejército) estrictamente policiales.

Cuando la tropa enfrenta a los sicarios con un lanzagranadas automático montado en un carro blindado, obtiene sólo una victoria transitoria y parcial. El efecto psicológico en el soldado que con el retumbar de los explosivos se siente seguro; la euforia por la conquista de la posición enemiga, abandonada por quienes la defienden con fusiles, duran muy poco y se paga después con sangre. En lo sucesivo, y la confrontación va para largo, el adversario se verá obligado —y habrá adquirido el derecho de hacerlo— a responder con el mismo poder de fuego.

Otro tanto sucede con el “muy vendedor” despliegue de medios aéreos.

A más helicópteros surcando el cielo de territorio en disputa, más posibilidades de que sean derribados. Hasta ahora la aparición de misiles tierra-aire no se ha producido más allá de la guerra en Nicaragua. Qué detiene a los capos para hacerse de unos cuantos de esos que los norteamericanos entregaron a la contra? El conflicto ha sido escalado. Los recursos les sobran; los proveedores de armas también. Balas y billetes vienen del norte.

Ciertamente la liberación de los medios de ataque pudo haber obedecido a la presión que en el combate sufrió un comandante de campo. Mucho me temo, sin embargo, que en este caso romper la disciplina de fuego, de la que debería haber sido una operación estrictamente policial, no fue un hecho aislado sino la expresión de una tendencia táctica producto del espíritu de revancha, la urgencia de victorias propagandísticas y sobre todo del contagio ideológico-propagandístico que entre jefes y oficiales provoca el discurso de su Comandante Supremo. Lo dicho, Sr. Calderón, cuide sus palabras. No se vence a un enemigo de este calibre con bravatas.

jueves, 3 de mayo de 2007

DE LOS DICHOS A LOS MUERTOS

Era sólo cuestión de tiempo que comenzaran los enfrentamientos formales entre las bandas de narcotraficantes y las tropas del ejército mexicano. Vicente Fox cedió porciones del territorio nacional al crimen organizado. Empeñado en sentar en la silla a su candidato se cruzó de brazos ante los embates del narcotráfico en Michoacán y Guerrero –dos zonas de filiación perredista; cantera natural de votos para la izquierda- y dejó que a punta de terror los capos ganaran, por primera vez en la historia moderna de México, control territorial. Logró su propósito, es cierto, hizo perder a López Obrador un puñado de votos, pero el precio de esa canallada lo pagamos todos.

Antes el narco, una entidad comercial cuyo propósito primordial es la expansión y preservación de sus mercados, dominaba sólo parcialmente pequeñas rancherías aisladas en la sierra. Tenía santuarios para divertirse y garantizar mínimamente su operación. Santuarios que a la menor amenaza y sin dar batalla abandonaba. Enfrentar a las fuerzas federales acarreaba a los narcos daños a su operación; así que en general y salvo en casos de extrema necesidad eludía el combate. Hoy las cosas han cambiado. Gracias al criminal abandono de Fox el narco se hizo del control de municipios enteros, de regiones de importancia estratégica y convirtió la posesión de las mismas en un jugoso negocio que no está dispuesto a perder.

No sólo traicionó Vicente Fox a la democracia al intervenir ilegalmente en el proceso electoral; traicionó también a la Patria (que así se llama entregar parte del territorio nacional) y un día –si queremos vivir una democracia plena- tendrá que dar cuentas de sus tropelías ante un tribunal de justicia. También ante los deudos de esos soldados a los que hoy Calderón llama héroes es que Fox debe responder; esa sangre derramada, el ejército lo sabe muy bien, mancha las manos del ex presidente.

Porque ante la indiferencia general - ¿qué nos estaba pasando?- rodaban las cabezas en Guerrero y Michoacán y nadie hacía nada. En el país se producían hechos más atroces que en Colombia, que en Irak y nadie hacía nada. Escalaba impune el crimen organizado sus métodos de terror y nadie hacía nada. Publicaba La familia (un grupo vinculado al crimen organizado) un manifiesto en la prensa que mostraba la profundidad de su arraigo y el surgimiento del fenómeno del paramilitarismo en Tierra Caliente y nadie hacía nada. Crecía la lista de ejecutados, de policías asesinados y nadie hacía nada. ¿Y cómo iban a hacer algo en el gobierno federal si lo fundamental era derrotar a AMLO? ¿Quién en su sano juicio sale a votar donde ruedan cabezas? ¿Cuándo en medio del terror ha votado la gente por un cambio, menos todavía por alguien que es un “peligro para México”? Por eso, por ese abandono que restó votos a su rival, hoy Calderón se viste de verde olivo y manda a la tropa a pelear una guerra que su antecesor y padrino provocó.

Hay una enorme diferencia –eso el ejército mexicano lo aprende con sangre- entre perseguir a gavillas de narcos que defienden sus parcelas de cultivos y bandas organizadas que tienen ya control territorial. Cuando las tropas se acercan a los plantíos son muy pocos los narcos que se deciden a jugarse la vida. Al fin de cuentas se trata sólo de un negocio. Lo perdido en unas hectáreas de mariguana se recupera casi de inmediato en la falda del cerro vecino. Cuando el crimen organizado se asienta en las ciudades; cuando descubre los beneficios de ejercer el control territorial, de hacerse del gobierno de poblaciones medias y mayores y encuentra en esto satisfacción de apetitos distintos y crecientes entonces la cosa cambia radicalmente.

Ya no se sueltan unos tiros para amedrentar a los soldados. Se les enfrenta y se libra combate en condiciones de ventaja táctica; tanto por la cobertura de la base social, como por el poder de fuego que se ha venido acrecentando; no se defienden unas hectáreas de droga, se defienden áreas vitales, se defiende el hogar. El ejército mexicano se mueve pues en esas zonas como fuerza invasora con todas las desventajas asociadas a la calidad de ejército ocupante. Por sus golpes suelen caer en el vació (el otro siempre tiene mejor información de inteligencia) y por eso también, cuando los que tienen control territorial ven este amenazado, cae en emboscadas como la que se produjo en Michoacán. Se ha pasado de los dichos a los muertos; ¿y Fox? Su cinismo no tiene limites; nuestra conformidad parece no tenerlos tampoco.