jueves, 30 de julio de 2009

LA REINVENCIÓN DE LA IZQUIERDA

En este país donde hace años no hay crecimiento económico real y donde cada vez más mujeres y hombres se quedan sin un empleo permanente y digno. Aquí donde hay cada vez más pobres y los pocos ricos son cada vez más ricos. Donde la justicia está al alcance sólo del que puede pagar por ella. Donde imperan la impunidad y la corrupción y entre funcionarios venales y delincuentes se reparten la patria –o lo que queda de ella- como botín y deciden, a capricho, sobre vidas y haciendas. Aquí en donde la televisión privada, como en ningún otro país del mundo, hace y deshace a su antojo: leyes, reglamentos, usos y costumbres, métodos educativos, gobernantes. Donde los magnates de la pantalla –antes soldados del PRI- han convertido, a base favores y presiones, a la Presidencia de la República en una especie de “vicepresidencia corporativa de asuntos nacionales”. Aquí, en donde después de dos gobiernos fallidos al hilo y una transición democrática trunca nos enfrentamos al hecho, prácticamente consumado, de la restauración del antiguo régimen. En esta patria de la desmemoria, del dolor de tantos, de la rabia que crece en muchos otros y en esta patria que lo es también de la indolencia y el conformismo. Aquí, digo, hace falta con enorme urgencia un contrapeso eficaz; algo que por una vez incline decisivamente la balanza del lado de las mayorías empobrecidas. Hace falta una izquierda que sea capaz de hacer un esfuerzo honesto, consistente, radical, de transformación. Una izquierda capaz de reinventarse y con la fuerza y la capacidad para reinventar el país.

Empeñados como están en defender sus respectivas cuotas de poder, no atinan los dirigentes de los distintos partidos de la llamada izquierda electoral a siquiera entender la magnitud de su debacle. No quieren escuchar las verdades que la gente les dijo en las urnas. Les falta honestidad intelectual y también valentía para poder hacerlo. Menos todavía pueden entender que han terminado, todos, por volverse un estorbo.

Aquí no hace falta que los “Chuchos” limpien el partido y se decidan, por fin, a expulsar a los que apoyaron a otros partidos. Tampoco, por cierto, que los expulsados se vistan ahora de rojo y defiendan a un partido que, como el PT, tiene tan evidentes vicios de origen. No se trata de discutir la propiedad de las franquicias electorales; en manos de quién quedará el control de la bancada de diputados o quién se habrá de quedar con el grueso de las prerrogativas electorales.

No es un dilema burocrático, de aparato el que enfrenta la izquierda electoral mexicana en este momento y no sirven para un carajo ni los llamados a una unidad impensable e imposible, ni el que unos u otros se rasguen las vestiduras y lancen anatemas y expulsiones al por mayor.

Conviene tomar conciencia de que el PRD se acabó; más bien se lo acabaron. Lo mataron entre todas las tribus y dejó de ser una herramienta eficaz de transformación. Miente el que afirma que en el PRD el debate es ideológico; no son las ideas las que lo separan; son la ambición y la mezquindad resultado de que, la mera proximidad del poder, transformó a luchadores sociales en burócratas, marginó a aquellos que, a pesar de todo, mantuvieron sus principios e hizo que se aproximaran, con todos sus vicios a cuestas, multitud de aventureros de toda laya.

Decenas de miles de mexicanos dieron su vida, centenares de miles enfrentaron la persecución, la represión y la cárcel para construir al PRD. Finalmente millones de ciudadanos, durante todos estos años, dimos nuestros votos para hacerlo gobierno. ¿Qué fue de todo eso? ¿Cómo se dieron, los líderes institucionales y los ahora proscritos, el lujo de mandar tantos años de lucha, tanto sacrificio al carajo? ¿Por qué se creen ellos todavía capaces de conducir un proceso de refundación? ¿Qué resultados presentan ante la militancia, ante el país para reclamar ese papel? ¿Con qué solvencia moral pueden otra vez pedir un voto de confianza a aquellos millones de ciudadanos que ya les dieron en el 2006 sus votos?

No se trata de refundar un aparato sino de reinventar, como una opción real de poder y transformación del país, a la izquierda electoral mexicana. Eso, que es tan urgente, pasa necesariamente por un proceso de autocrítica que, a todas luces, quienes hoy ocupan los liderazgos son totalmente incapaces de hacer; les sobran ataduras y les falta compromiso. Ni piensan en el país, ni piensan en el futuro; sólo son capaces de calcular cuántos votos pueden sumar para su causa en el 2012. Allá ellos. Que sumen y resten adeptos, clientes, cómplices. Que conspiren y maniobren; le saquen jugo a los celulares, ayudantes y camionetas. Que jueguen al poder mientras en realidad sólo sirven como peones, como legitimadores de los que, para tragedia nuestra, hace décadas lo detentan. La tarea de reinvención de la izquierda corresponde a otros hacerla; otros con imaginación, con frescura, con ganas de cambiar el mundo y no sólo de cambiar su situación personal.

jueves, 16 de julio de 2009

GUERRA ES GUERRA

Tenía que suceder así. En la guerra los golpes, a pesar de la propaganda triunfalista gubernamental, no sólo van de aquí para allá; vienen también de allá para acá y pueden ser tan brutales y continuos como los que se asestan al enemigo. El poder de fuego que una de las partes empeña en el terreno hace por necesidad que la otra escale, en un proceso dialéctico, el suyo propio. Si uno pone los blindados en la calle el otro saca los rockets para perforar el blindaje; si uno comienza a hacer uso operacional sustantivo de medios aéreos el otro está obligado a hacerse de misiles y a utilizarlos.

A fin de cuentas conseguir estos pertrechos es sólo cuestión de dinero y durante años los narcos, a los que los dólares les sobran, han acumulado, gracias a la indolencia de las autoridades norteamericanas y a la laxitud de sus leyes, armas de guerra, munición y explosivos en cantidades suficientes para hacer frente a las fuerzas federales y nivelar las condiciones de combate. Que escalaran su poder de fuego y comenzaran a hacer uso de las armas que ya tenían en su poder era sólo cuestión de tiempo.

Hasta ahora –siendo la mayoría de los sicarios e incluso de los capos más comerciantes y asesinos que combatientes- solían los narcos salir corriendo ante la presión de la policía y el ejército dejando tiradas tras su huida toneladas de armamento y munición. En muy pocos casos, sólo si un capo mayor se veía amenazado y estaba dispuesto a vender cara su libertad o si el dinero que podían perder era mucho, oponían resistencia. Hoy las cosas parecen haber cambiado.

Los narcos han pasado a la ofensiva y ésto, las emboscadas, los ataques a cuarteles, el desalojo de la policía federal de sus posiciones en la zona de Lázaro Cárdenas es, me temo, sólo el principio. Guerra es guerra y lo que sigue antes que mejorar, de eso debemos estar concientes, habrá de ir empeorando.

Y si las guerras en nuestros días, en general, en lugar de terminar con la destrucción total del enemigo finalizan con procesos de negociación en los que ambas partes ceden parte de sus sueños y de su realidad en función del desgaste sufrido, de la pérdida del apoyo social o, en algunos pocos casos, de la convicción de que es preciso hacer un sacrificio en pos de un bien mayor: la paz en el país, por ejemplo; en nuestro caso, desgraciadamente, éste no parece, éste no puede ser, el camino a seguir.

Hablar con los narcos, soñar siquiera con sentarse con ellos en la mesa de negociación, no es, de ninguna manera, un gesto de patriotismo, de sensatez, de realismo político si se quiere, es una rendición incondicional del estado ante el crimen organizado. Quien habla con criminales, quien cede ante su presión y cae en la tentación de buscar la paz a todo trance termina siendo tan criminal como ellos.

Lo sabe bien “La Tuta” o aquel que en su nombre hizo una propuesta de diálogo entre “La familia” y el gobierno de Felipe Calderón. Quieren ganar los capos la guerra y han encontrado un nuevo camino para lograrlo. Intentan poner al gobierno, ayuno de resultados por más propaganda que haga, contra la pared y lo están logrando.

Huelen los mandos de “La familia”, ese grupo paramilitar que tiene doctrina, control territorial, base social y poder político (como otros grupos criminales en el país) la debilidad creciente del gobierno federal, saben que después de su colapso electoral y debido también a su falta crónica de legitimidad, Calderón es incapaz de conseguir el consenso social que el escalamiento del conflicto exige.

Perciben con claridad el hartazgo de la población civil a la que, al tiempo que amedrentan y extorsionan ofrecen posibilidades de negocio y hacen ofertas de paz y tranquilidad. Están conscientes, les basta leer la prensa diaria o sentarse un momento frente a la televisión, del escepticismo galopante de los medios ante la guerra declarada por el gobierno federal. En las páginas de los diarios son muchos los que exigen –sin para mientes en el problema del consumo en los EEUU- un fin imposible a una guerra que no puede dejar de librarse y que apenas empieza.

Han decidido por esto los criminales y Michoacán es sólo el primer escenario de este nuevo tipo de combate, presionar simultáneamente en dos flancos al gobierno; el político, apostando al cansancio de la opinión pública y a su impaciencia ante la falta lógica de resultados en el combate al crimen organizado y el militar, cargando ahora la mano a quienes, en las fuerzas federales y ante la opción de plata o plomo, no se han decidido aun a colaborar con ellos. Quien no aceptó la plata recibirá plomo a granel. Tremenda prueba moral tienen ante sí policías y militares.

Antes de soltar la propuesta desataron los capos una sangrienta ofensiva; es de esperar que ahora, para hacer más apetecible la misma sigan empujándola a tiros. De ahí al uso de explosivos -“la bomba atómica del pueblo” los llamaba Pablo Escobar- a los atentados contra altos dirigentes políticos y periodistas sólo hay un paso y lo van a dar. El olfato les dice que tienen en este momento ventaja estratégica y no van a dejar de aprovecharla.

El discurso oficial, carente de verdad y precisión, orientado por publicistas banales, no ha hecho sino abonarles el camino. Disfrazado de soldado, lanzando arengas patrioteras Felipe Calderón se lanzó a una guerra que ni puede ganar, ni puede dejar de librar. Un amplio acuerdo nacional sería necesario, indispensable, para enfrentar con decisión esta amenaza; o trabajamos en eso o terminamos, todos, avasallados por los criminales.

jueves, 9 de julio de 2009

LA TRANSICIÓN FALLIDA; EL ROSARIO DE TRAICIONES

¿Cómo se sentirían los chilenos si Augusto Pinochet, el dictador, el asesino, el corrupto, no sólo resucita sino que, además, vuelve al poder? ¿Y que pensarían los españoles si Francisco Franco, merced a unas elecciones, a los propios votos de aquellos a los que mantuvo bajo su bota sin tomarles parecer sobre cosa alguna, se instalara de nuevo, con todos sus crímenes a cuestas, en el gobierno? ¿Con qué cara se presentarían ante el mundo los argentinos si el General Videla y sus secuaces, eludiendo la justicia, burlando el castigo, volvieran a dirigir los destinos de ese país? ¿Y los salvadoreños y los nicaragüenses cómo serían capaces de mirarse en el espejo si, en las urnas, víctimas de una súbita amnesia colectiva, hubieran elegido a personajes como Anastasio Somoza o Roberto Dabuisson para que, con las manos manchadas de sangre inocente y los bolsillos repletos de dinero del pueblo, se sentaran en la silla presidencial? ¿Qué debemos de pensar, de sentir entonces los mexicanos luego de que el domingo se alzara el PRI con la victoria en las elecciones intermedias preparándose así para lo que se antoja una irremediable restauración del régimen del partido de estado que tanto daño hiciera a México? ¿Cómo presentarnos ante el mundo luego de que, tras un breve interludio de apenas nueve años de “vida democrática” vuelven a hacerse cargo de la conducción del país aquellos que por más de 70 años nos impusieron la corrupción como sistema de vida, la impunidad como norma? ¿Cómo mirarnos en el espejo después de haber llevado al umbral de la presidencia, mediante el voto ciudadano, a aquellos mismos que durante decenios burlaron, torcieron, suplantaron la voluntad popular? ¿Qué nos pasó el domingo? ¿Cómo es que se fue al carajo la transición y volvimos de nuevo al pasado?

Antes que nada habría que decir, parafraseando a Goya y como para ensayar más que una explicación una disculpa por esta nueva y dolorosa vergüenza nacional, que la democracia como la razón, engendra monstruos y tanto así, que muchos votantes terminaron operando este domingo de elecciones –y porque tenían ante sí esa posibilidad; la de resucitar al PRI- bajo el influjo de la perversa lógica de que “es preferible traer un corrupto –como reza el dicho popular- que un pendejo encima”.

Pese a sus muchos delitos de lesa patria, pudo el PRI, tras la pérdida de la Presidencia de la República, lo que, por el bien de la Nación, debiera haber sellado su sepultura, no sólo seguir en pie sino acumular, además, el poder y la influencia suficientes para renovar y reconstruir por completo su entramado de complicidades y tener así, sólo que ahora, triste paradoja, validado por el voto libre y secreto, ese que tantas veces traicionara, una nueva oportunidad. Así se reafirma lo que a estas alturas es ya una verdad de Perogrullo: en nuestro país se produjo la alternancia, es cierto, pero jamás un verdadero proceso de transición a la democracia. No es el dinosaurio el que sigue ahí; es el antiguo régimen que no se resigna a morir.

Vicente Fox, Felipe Calderón y los panistas no tuvieron ni la voluntad, ni el coraje, ni la inteligencia, ni el patriotismo para conducir, desde el poder, la transformación del país. Ese fue el mandato que recibió Fox en las urnas; a la voluntad expresa de millones de mexicanos que votaron por el cambio, dio cínicamente la espalda. De esa primera traición refrendada con su intromisión ilegal en las elecciones del 2006, como si la democracia, de la que era beneficiario y supuestamente garante, se tratara sólo de imponer a su “tapado” a todo trance, es hijo el gobierno de Felipe Calderón. El que a votos mata a votos muere.

Aun teniendo Fox la evidencia suficiente y el respaldo popular como para –con el Pemexgate por ejemplo- demoler desde sus mismos cimientos, llevando al PRI ante la justicia, al régimen de partido de estado decidió mimetizarse con él, sustituirlo, emularlo en el peor de los casos. Urgidos pues de cimentar su propio poder no encontraron mejor camino los panistas que hacer suyos los mismos usos y costumbres de los priistas con los que se aliaron primero para gobernar y por supuesto, para cerrar el paso a quien se opusiera a sus designios. Poco tiempo, sólo durante la campaña electoral, pudieron actuar como rivales del PRI, pronto pasaron a ser sus cómplices; terminarán ahora siendo sus lacayos. Expertos en la coerción los priistas cobrarán caro a Calderón los servicios prestados.

La izquierda, envilecida por sus constantes y mezquinas pugnas internas, no pudo, por otro lado y desde una oposición digna y consistente, adquirir la fuerza y la solvencia necesarias para levantar el valladar que impidiera la vuelta al poder de aquellos que durante tantos años hicieron de México un botín. Para hacerse gobierno la izquierda recurrió lamentablemente en muchos casos a los mismos trucos del PAN. En lugar de preservar sus principios, de mantener ese impulso ético; el compromiso con las mayorías empobrecidas, incapaz de reinventarse e inaugurar nuevos caminos estableció alianzas nocivas con esos que “sí saben cómo hacerlo” y tanto que terminó ayudándoles a pavimentar su camino de regreso.
Impune al fin, desde el Congreso y en tanto construye desde ahí la plataforma para conquistar de nuevo la Presidencia de la República, el PRI será otra vez gobierno. No necesita ya comparsas; se levanta legitimado y poderoso sin haber rendido jamás, ante nadie, cuenta de sus actos y sin haber pagado las consecuencias de los mismos. Triste historia la nuestra, víctimas de este rosario interminable de traiciones.

jueves, 2 de julio de 2009

¿Y LA LISTA SR. CALDERÓN?

Me imagino que sus tareas electorales –ha estado usted sumamente activo, aunque no debiera, promoviendo a su partido y sus candidatos- le habrán dejado poco tiempo para gobernar y ocuparse en serio de asuntos tan graves como la muerte de los 48 niños en Hermosillo. Hablo, Sr. Calderón, de ocuparse realmente del asunto no de tomarse la foto, hacer de esas declaraciones, aunque tardías, estridentes que tanto le gustan o de mandar a sus sicarios –en el gobierno y en el partido- a sacar, cínicamente, raja política de la tragedia.

De perlas parece haberle venido a Germán Martínez, el camorrista de turno, la muerte, en condiciones tan terribles además, de tantos niños. Quiere Sonora para el PAN a cualquier costo y sin ningún pudor se ha dedicado a traficar con el dolor de los deudos y el estupor y la indignación que embargan a centenares de miles de personas en ese estado y en el resto del país.

Amarre a sus perros Sr. Calderón que también eso es gobernar. Medrar electoralmente con la muerte no es moralmente aceptable, ni, eso espero de todo corazón, políticamente rentable. Ojalá quienes acudan a las urnas este domingo no caigan en la trampa y voten en consecuencia.

Pero no se equivoque; no defiendo al PRI de los embates del PAN. Ni en Sonora ni en ningún otro lado. Es más no advierto siquiera y con seguridad eso sucede a muchos mexicanos, la diferencia entre ambos partidos; juntos han llevado hasta sus últimas consecuencias el modelo neoliberal que tiene hoy a México postrado.

Pelean, como fieras de presa, por los despojos, es cierto, pero en tanto cómplices, ambos son responsables del desgarramiento profundo que vive el país.

Aunque se han dictado finalmente las primeras órdenes de aprensión somos muchos los mexicanos, Sr. Calderón, que aun seguimos esperando que su gobierno entregue finalmente, como lo ha prometido reiteradamente el director del IMSS y como es su obligación por ley, la lista completa de los propietarios de las guarderías subrogadas por esa institución.

¿Es tan difícil girar una orden a un funcionario y vigilar que la cumpla? ¿Es tan complicado poner en orden los papeles de una institución obligada por ley a transparentar sus procesos de contratación y a llevar un registro exacto y preciso de los mismos? ¡Son mil quinientos y pico de contratos carajo!; ¿Con quién los firmaron? Díganlo ya. ¿Por qué no revelan sus nombres? ¿Qué quieren ocultar? ¿A quién quieren proteger? ¿Por qué nos quieren tomar el pelo de nuevo?

Si durante años en una bodega sin ventilación, ni patio, ni condiciones adecuadas de seguridad funcionó la guardaría ABC donde murieron 48 pequeños ¿cuántas guarderías más en el resto del país, en estados mucho más pobres que Sonora, están en similares o peores condiciones?

¿Cuántos niños sufren el encierro y la falta de los más elementales recursos para su desarrollo? ¿Cuántos padres creen equivocadamente que dejan a sus hijos en buenas manos; porque además es su derecho y han pagado por ello? ¿Cuántas vidas pues están en peligro en este preciso momento y quiénes son los responsables tanto de la operación de esas guarderias-trampa como de la política de subrogación que les extiende a los mercaderes patente de corso?

Somos centenares de miles los que, indignados, hartos, cansados de tanta simulación queremos saber ya, sin dilación ni pretexto alguno, a quién, por qué, en qué condiciones se ha permitido hacer de los hijos pequeños de los trabajadores asegurados sólo un negocio más. Nueve cabezas en un crimen de este tamaño no son suficientes. Hay que ir –eso prometía Vicente Fox y es hora de cumplirlo- por los peces gordos; empezar la pesca con él y su pareja, no es por cierto, mala idea.

Pero la tragedia de Hermosillo, más allá de lo que la lista revele si es que algo revela al fin de las ligas entre poder y corrupción, no ha hecho sino poner de manifiesto el grado de descomposición de las instituciones. La seguridad social, la salud de los mexicanos sin recursos es, como tantas cosas más, hoy asunto de mercaderes.

Hasta en esto, la preservación del derecho a la vida y el cuidado de la salud de millones de mexicanos, el estado irresponsable y criminalmente, ha abdicado de su soberanía ante negociantes voraces y funcionarios venales que se encargan, mediante la correspondiente comisión, de repartir el botín.

En cualquier país mínimamente democrático la muerte de 48 niños en condiciones similares, resultado de una negligencia estructural del gobierno, de las políticas irresponsables de privatización impulsadas además con tanto empeño por quien (haiga sido como haiga sido) se hace cargo de la Presidencia de la República, hubiera provocado ya su caída.

No se confíe Sr. Calderón; no festeje en exceso o se lamente demasiado por los resultados de las elecciones del domingo. Hay vida más allá de las urnas y responsabilidades que rebasan el fuero. Abra el debate sobre la privatización del estado y sus funestas consecuencias. Presente cuanto antes la lista y si no puede hacerlo entonces –Martí dixit- renuncie.