viernes, 27 de marzo de 2009

LAS OTRAS RAZONES DE HILLARY

Se ha producido un cambio notable, a juzgar al menos por las palabras de Hillary Clinton, en el discurso gubernamental norteamericano en torno al problema del narcotráfico y sus secuelas de violencia y muerte. Equivocado sería atribuir esta súbita toma de conciencia de Washington que habla, por primera vez de su responsabilidad en el asunto, a las maniobras diplomáticas del gobierno mexicano. Muy lejos está Tlatelolco de poder anotarse este tipo de victorias. No estamos tampoco ante un triunfo de Felipe Calderón quien, a últimas fechas, ha puesto el dedo en la llaga, ni sólo ante una operación de cortesía, por parte de la Secretaria de Estado, para preparar el viaje a México de Barak Obama.

El gobierno estadounidense no cede ante las presiones de gobiernos extranjeros, menos todavía a las de su vecino del sur, ni abandona graciosamente posiciones que, desde el punto de vista estratégico, le permiten mantener e incluso ampliar el control que ejerce sobre sus áreas de influencia. Más allá incluso de que la nueva administración pueda representar un saludable cambio de actitud ante nuestro país –lo que está por verse- está el hecho de que a los norteamericanos, con esto del narcotráfico, ya les llegó en su propia casa el agua a los aparejos.

Por primera vez, forzados por las circunstancias internas, los norteamericanos han comenzado a mirarse en el espejo. Su política de tolerancia ante el consumo de drogas que ha llegado al grado de que, para ganar votos, tanto Bill Clinton como Obama reconocieron haber fumado alguna vez mariguana, amenaza ya con hacer que la situación social se desborde. Su laxitud, por el otro lado, en la persecución de los capos locales que operan con total impunidad ante la inacción de las fuerzas del orden y corrompen a granel a jueces y policías, configura ya un escenario sumamente complicado en materia de seguridad.

La descomposición social producto del consumo y la adicción crecientes, las fallas en la seguridad, sumadas a los efectos sociales y sicológicos de la crisis económica galopante, pueden hacer que Washington deje de buscar fuera de sus fronteras al enemigo que en realidad crece en su interior.

Con 35 millones de consumidores los Estados Unidos son un paraíso para los narcotraficantes. Los capos latinoamericanos son sólo quienes transportan la droga. Quienes allá la venden son criminales locales harto más ricos y poderosos. Las enormes cantidades de dinero que se mueven en torno a la droga han prohijado el crecimiento explosivo de todo tipo de organizaciones delictivas. Que las disputas por el control de mercado interno se salgan de madre es sólo cuestión de tiempo. Si esto sucede Ciudad Juárez y sus decapitados podría parecer un paraíso.

Las propias autoridades norteamericanas, el Centro nacional de inteligencia para el control de pandillas, han informado que operan en su territorio un millón de pandilleros. Más allá del comprometimiento innegable de este ejército de sicarios con la distribución y venta de estupefacientes y su relación con los cárteles que controlan el producto en los Estados Unidos, está el hecho de que el aditivo que aumenta exponencialmente su peligrosidad es tanto la droga que consumen como el síndrome de abstinencia que padecerían si no la tuvieran a la mano.

Hoy Washington, al que le ha convenido siempre que al sur de su frontera los estados vivan en riesgo permanente de volverse fallidos, enfrenta una amenaza potencial de enormes proporciones.

El plan Colombia, la controvertida operación Mérida, han sido para ellos sumamente rentables militar, política y económicamente pero no han cerrado el camino a la droga que invade sus calles. Por años, además y en el marco de la doctrina de seguridad nacional, trabajaron –los mismos agentes antinarcóticos de ahora- en la desestabilización de regímenes y gobiernos. No dudaron en recurrir a narcotraficantes y criminales cuando la tarea lo exigía. Cambiaron así coca de Colombia por armas para Irak para ayudar a la contra nicaragüense. La línea divisoria entre política y delito, esencial para combatir al crimen, es para muchos agentes de la ley en Estados Unidos más indefinida y porosa que nuestra frontera común.

Muchos de los grandes capos latinos fueron sus servidores; muchos de los capos locales sus socios y conocen las debilidades del sistema. Los norteamericanos dicen perseguirlos con celo pero también se arreglan con ellos. En un documental de la televisión colombiana, un policía de Miami, cuenta como un ciudadano jamaiquino sorprendido con un pequeño cargamento de mariguana puede pasar 15 años en la cárcel mientras que un narcotraficante colombiano, de esos que introducen en territorio estadounidense toneladas de cocaína, puede llegar rápidamente a un acuerdo y no pisar siquiera la prisión. Cría cuervos, dice el refrán.

Si Madoff, Stanford y los banqueros norteamericanos han robado más que todos los políticos y criminales latinoamericanos juntos. Si las autoridades son tan proclives a negociar y tan ineficientes para combatir al crimen; ¿De qué no serán capaces sus capos? ¿Qué detendrá a sus pandilleros? Dólares les sobran; armas también.

jueves, 19 de marzo de 2009

EL FMLN: DOS VICTORIAS Y UN ENIGMA

A quienes dieron su vida en la guerra.
A Mauricio Funes, Presidente Electo de El Salvador.


Ahí donde nadie pensaba que una guerrilla podría siquiera subsistir porque es, con apenas 22 mil kilómetros cuadrados, el país más pequeño y más densamente poblado de América y no tiene ni selvas, ni montañas. Ahí donde los norteamericanos lo intentaron todo –salvo la intervención directa y masiva de sus tropas- y apoyaron con pertrechos, armas y billones de dólares al ejército gubernamental durante doce largos años de guerra. Ahí donde se desplegó la más sofisticada estrategia contrainsurgente para derrotar a la guerrilla; donde la violencia no conoció límite ni tampoco la audacia y los ardides. Ahí donde se articuló, en las postrimerías de la guerra fría además y como nunca se había logrado antes en la historia de nuestro continente, la acción militar continua y la voluntad más tenaz de negociación. Ahí donde se produjo un proceso de paz –joya de la corona de la ONU- que, gracias al equilibrio de los miedos, a la sensatez de quienes no escatimaron nunca sacrificios ni esfuerzos en el terreno de combate, no se ha roto jamás. Ahí, digo, 18 años después de que los Acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla se firmaran, han conquistado finalmente Mauricio Funes y el FMLN la presidencia de la república. La guerrilla será por fin gobierno, en todo el país, y habrá de serlo no por la fuerza de las balas sino por la fuerza de los votos.

Se acredita así el FMLN y con él muchos ciudadanos sin partido una segunda y merecida victoria. Logró la ex guerrilla la primera en los campos de batalla; combatiendo en ellos sin descanso conquistó un lugar en la mesa de negociación y supo poner sobre ella –para eso sirvió la sangre derramada- su parte en la construcción de la democracia en El Salvador. No fueron los guerrilleros salvadoreños de aquellos luchadores dogmáticos que imponen su voluntad a sangre y fuego y persiguen a toda costa, sin importar la cantidad de muertos, el poder. Tampoco fueron de aquellos otros que se quiebran y terminan vendiéndose al mejor postor. Dieron contenido real a la negociación político-diplomática, le confirieron al proceso de diálogo su sentido más digno. Como sus enemigos, en el ejército y la derecha, supieron ganar y supieron perder; pusieron, en todo caso y sobre sus convicciones ideológicas, al país en primer plano.

Decidieron así poner en juego su destino en las urnas, lo hicieron sólo después de que, con las armas en la mano lograron hacer valer, en un país donde pensar distinto equivalía a una condena de muerte, los derechos de participación política de cualquier ciudadano. Apostaron por la democracia y tuvieron que esperar, que ganarse su oportunidad.

Casi 20 años les costó lograrlo. En el camino muchos de los que construyeron la victoria en el terreno de combate y en la mesa de negociación salieron del FMLN. A ellos también pertenece esta nueva victoria. El dogmatismo del que la guerrilla supo despojarse en la guerra y que a la postre la condujo a vencer (porque así se ganan hoy las guerras) amenazó con convertirla ya en tiempos de paz en una fuerza de choque que parecía, por momentos, apostar de nuevo a la ruptura del equilibrio democrático. Lo que Shafick Handal, caudillo del Partido Comunista Salvadoreño –el que más tarde y con menos peso se incorporó a la lucha armada- no pudo lograr al frente del partido primero y luego como candidato de éste a la presidencia lo logra ahora un periodista: Mauricio Funes que no combatió en la guerra y que, sin embrago, encarna para millones de salvadoreños los ideales por los que se combatió durante tantos años.

Liberado, a juzgar por sus primeras declaraciones y la profesión de fe democrática que de ellas se desprende, de esa combinación letal entre vocación de martirio, apego al dogma marxista e instinto de lucha callejera, que suele convertir a quienes militan en la izquierda latinoamericana en profesionales de la derrota o en devotos apasionados por el poder (como Ortega y Chávez) Funes puede no sólo concretar los anhelos de justicia, paz y libertad de millones de salvadoreños sino, además, convertirse y convertir a su gobierno en un verdadero ariete para la transformación democrática, desde una nueva perspectiva de izquierda, de nuestros países.

¿Podrá Funes lograrlo? ¿Sabrá sortear las trampas de la fe? ¿Convertir de nuevo al FMLN –como en los tiempos de guerra- en una fuerza audaz, versátil, flexible, incluyente? Ese es el enigma que acompaña las dos victorias; la de la guerra y la de los votos. Yo que tuve el privilegio de vivir ese proceso, que aprendí a amar y a respetar a ese sufrido pueblo “cuyos lamentos se alzan hasta el cielo”, diría Monseñor Oscar Arnulfo Romero, confío que Mauricio Funes tendrá la sensibilidad y la inteligencia para lograrlo.

El Salvador ha demostrado que no necesita que nadie le muestre el camino.

jueves, 12 de marzo de 2009

LA VERDAD, PARA VARIAR

De poco sirve a Felipe Calderón y a su Secretario de Gobernación rasgarse las vestiduras. Que el crimen organizado ha puesto en jaque al gobierno y le ha arrebatado el control en distintas zonas del territorio nacional es una realidad incontrovertible. Empeñarse en desmentirlo es sólo avivar el fuego cruzado que, medios y gobierno estadounidense, han desatado sobre México. Ponerse, con escándalo además, el sambenito de mentirosos o cuando menos el de ingenuos.

Es un hecho que hay regiones en Chihuahua, en Nuevo León, en Tamaulipas, en Michoacán, en Guerrero, en Jalisco, en Chiapas y en muchos otros estados de la república donde no mandan ni Calderón ni sus generales o donde el narco tiene poder de veto sobre las decisiones del estado. Es un hecho también que el enemigo es imbatible, por más que se desplieguen decenas de miles de efectivos militares, por razones que los norteamericanos conocen muy bien pero que se guardan de reconocer públicamente.

Hace tiempo ya –el mal no es responsabilidad de Calderón- que, en muchas zonas del país, son los carteles de la droga los que deciden a punta de sangre y fuego sobre vidas y haciendas. Pueden hacerlo porque de los Estados Unidos les llegan los insumos para que impongan su ley de plata o plomo; miles de millones de dólares -25 mil millones de dólares al año según el propio David T. Johnson, Director de la Oficina de Narcotráfico Internacional del Departamento de Estado- y decenas de miles de armas.

Aunque envolverse en la bandera nacional puede ser desde el punto de vista propagandístico interno muy rentable, poco o ningún resultado suele tener en la arena diplomática. Menos todavía cuando Washington, maestro en ese tipo de guerra, es el adversario.

A los funcionarios de las distintas agencias gubernamentales estadounidenses, hoy que tan de moda está por aquellas latitudes hablar del estado fallido y comparar lo que sucede aquí con lo que sucede en Irak o en Paquistán, las defensas patrióticas de los funcionarios del gobierno de México no les impresionan, al contrario, les sirven para abonar mejor el terreno y prepararlo para sus fines. Buscan y necesitan un viraje estratégico en su nuevo planteamiento general de seguridad y defensa. Tratan de poner en la mira a un nuevo enemigo externo. Nos tienen a la mano y Calderón y los suyos al caer en sus provocaciones alientan un debate que están destinados a perder.

No están en juego los votos de las próximas elecciones. No vale pues, como en el caso de la crisis económica, negar la realidad y acusar a los medios norteamericanos de montar una campaña contra México. Meterse a librar esa batalla con los datos que la realidad arroja diariamente es como darse un tiro en la espalda. En esa arena y en las actuales circunstancias intentar hacer proselitismo político, moverse de nuevo como candidatos en campaña, es un error garrafal.

Si algo puede hacerse –en contraposición con el discurso gubernamental tradicional- es poner ahora y para variar la verdad sobre la mesa; hacer entre otras cosas que hablen las cifras; las cifras de la muerte que los propios norteamericanos conocen y que no hacen demasiado por divulgar.

Con sólo el 4.5% de la población mundial en los Estados Unidos se consume el 50% de la producción mundial de cocaína. Unas 300 toneladas al año ni una sola de las cuales ha sido capturada y mostrada a los medios estadounidenses tan duchos en eso de mirar la paja en el ojo ajeno.

Un gramo de cocaína, de esa que se trafica en su territorio con tal impunidad, cuesta en Nueva York o en Chicago casi 100 veces más que en la selva colombiana. Se gana trasegando droga en Colombia o México, es cierto, pero se gana cien veces más vendiéndola en las calles de cualquier ciudad de los Estados Unidos.

Este formidable negocio no está, sin embargo, en manos de los capos latinoamericanos por más que Pablo Escobar primero y el Chapo Guzmán después hayan aparecido en la lista de los multimillonarios de Forbes. Ellos manejaban y manejan en realidad los centavos; los dólares, los de verdad, están en manos de las mafias norteamericanas de las que poco se sabe y nada se dice.

Esas mafias no están integradas –como Hollywood y el Departamento de Estado dicen- por mexicanos, colombianos, italianos o negros. Qué va. Si la droga se consume lo mismo en Wall Street, en Washington o en Hollywood que en Illinois, Missouri o Kentucky, los que venden ahí, en la profundidad del “territorio blanco”, los verdaderos dueños de la “última milla”, han de ser necesariamente tan anglos como su entorno.

Delegar en las minorías la responsabilidad de toda esta actividad criminal es un discurso tan racista y gastado como conveniente –¡vaya paradoja en los tiempos de Obama!- para los intereses de Washington.

Aquí la sangre corre y seguirá corriendo a raudales y el estado permanecerá sitiado porque el gobierno norteamericano no tiene una política clara frente a las adicciones, no combate a las mafias locales, no detiene ni a los policías ni a los jueces corruptos, no exhibe los mecanismos de lavado de esa inmensa montaña de dólares –oxígeno vital para esa maltrecha economía- y porque los medios, en ese país, ni quieren ni se atreven a mirarse en el espejo.

jueves, 5 de marzo de 2009

A RÍO REVUELTO…

Cogobernar con el PAN ha resultado, a la postre, un ejercicio, aunque ingrato en sus inicios, sumamente rentable para el PRI y tanto que este octogenario instituto político, otrora tan desprestigiado, se apresta, sobre los hombros de Felipe Calderón y con renovados bríos, según lo que dicen las encuestas y si no sucede algo que lo impida, a retomar, aparentemente libre de culpas, las riendas del poder.

Flaca es la memoria de los electores cuando la incertidumbre y la zozobra aprietan. Frágil la sensatez de quien vota sintiendo una pistola apuntada en la sien y los bolsillos vacíos. De autoritarios en grado de tentativa, los del “haiga sido como haiga sido”, que ofrecen mucho y fallan más a autoritarios con experiencia que no ofrecen sino una sola certeza: “que saben como hacerlo”, la gente –sobre todo en tiempos aciagos como los que vivimos- suele preferir a quienes sostienen el garrote firme en una mano aunque la otra la utilicen para robar.

La primera y decisiva etapa de este “regreso sin gloria” (para el país, digo) serán las próximas elecciones intermedias. Si, como es de esperarse, los priistas se hacen de la mayoría en la Cámara de diputados podrán desde ahí y con ventaja estratégica establecer una cabeza de playa para el asalto a la presidencia en el 2012. La democracia en los tiempos de la tele, así como la razón, engendra monstruos, lava mágicamente el desprestigio, disuelve responsabilidades históricas, convierte en apetecible aquel proyecto político que apenas unos años antes había sido rechazado.

Vicente Fox primero, Felipe Calderón después cayeron en la celada. No podía ser de otra manera; sabían, el de candidatos perennes es su sino, ser oposición y hacer campaña, no conducir un país. Incapaces entonces de gobernar por sí mismos tuvieron que hacerlo de la mano del PRI. Ya conocerán ahora, si el PRI se hace de la mayoría en el Congreso,
el verdadero rostro de su aliado. Mientras más se aferren Calderón y los panistas –como ya lo están haciendo- a sus métodos tradicionales de campaña, cuya agresividad crece al mismo ritmo que su debilidad, más sólidamente habrán de pavimentar el retorno del PRI al poder.

A pesar de la virulencia de su discurso anti priista Fox fue el primero en tenderles la mano a los mismos que “había sacado a patadas” de Los Pinos. Felipe Calderón, en deuda con el tricolor desde el primer minuto de su mandato, les cedió a sus dirigentes parlamentarios el discurso y las tareas de concertación que, en razón de sus propios vicios de origen y de carácter, no podía, ni puede aun, hacer suyos y los convirtió, ante los ojos del país, en el fiel de la balanza.

Esa posición de equilibrio y moderación sólo aparente pero propia del estadista constituye el bastión desde el cual, en términos de percepción pública, construye el PRI su nueva ofensiva. Poco importa su responsabilidad –la impunidad y la corrupción que prohijó en sus años de gobierno son el caldo de cultivo- en la proliferación del narcotráfico, menos todavía el FOBAPROA u otras perlas del modelo económico neoliberal que hace años impuso y que hoy asfixia al país.

Nada demasiado nuevo –dormir con el enemigo tiene a fin de cuentas un alto costo- más allá de una saludable libertad que no es sólo resultado de su gestión sino del proceso político mismo en el que estamos inmersos y de la lucha de muchos millones de mexicanos por la democracia, trajeron finalmente (por sus resultados los conoceréis) los panistas al país. Fueron la suyas –de la de Calderón puede hablarse ya, a estas alturas del partido, en pasado- administraciones fallidas que hacen sentir a muchos mexicanos una profunda nostalgia por el Revolucionario Institucional.

Operador en las sombras de muchas de las erráticas decisiones que en los años del panismo en Los Pinos han conducido al país a la actual situación, el PRI no carga con el peso de las mismas; al contrario, escurre el bulto y se presenta ante el electorado, pese a ser parte esencial del problema, como la solución del mismo.

Compañero de viaje de Felipe Calderón el PRI vela las armas en espera del momento –en eso los priistas son expertos- en que habrá de convocar a su linchamiento dejando, mientras tanto, que carguen otros con el pesado y necesario papel del opositor y asuman el desgaste correspondiente. El PRI –instalado en el centro virtual, ajeno a la confrontación de los extremos- a veces colabora con el gobierno, otras conspira en contra de él, siempre opera a favor de sus intereses. Pregona cuando le conviene, calla cuando es menester y se prepara -gatopardiano al fin y al cabo- para una singular restauración, con nuevos rostros, del antiguo régimen.

Nada hizo hasta ahora, además de despilfarrar un capital político que no le pertenece a los partidos sino a los votantes, la izquierda institucional para revertir el curso de los acontecimientos. Al contrario. Debe, entre otras cosas, el PRI su nuevo auge a los errores de aquellos que olvidaron que la tarea era asaltar el Palacio de invierno y se contentaron sólo con asaltar la nómina pero de eso hablaremos la próxima semana.