jueves, 29 de abril de 2010

EL FANTASMA DE FRANCISCO FRANCO

“España que perdimos no nos pierdas”
Pedro Garfias


De frente se ha topado el juez Baltasar Garzón con el poderoso fantasma del sanguinario Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde y Salgado Pardo de Andrade quien, a 35 años de su muerte, recorre todavía España y cuya fuerza actual representa una severa amenaza para la que, hasta ahora se pensaba sólida, profunda e irreversible transición democrática en ese país.

Al parecer todo resiste la democracia española menos la investigación a fondo de un juez, tan connotado además, de la Audiencia Nacional sobre los crímenes del franquismo. La vieja España de la cruz y la espada, la fascista y las manos manchadas de sangre se yergue de nuevo como si en vano hubieran pasado tantas décadas desde el fin de la dictadura.

¿Y si esta vieja España defiende así sus fueros qué queda entonces de la justicia pilar de toda democracia que se precie de serlo? De ahí que lo de Garzón trascienda el escándalo político y se vuelva algo mucho más grave.

Nacida de un acuerdo que supuso, para lograr una transición ordenada, el perdón y el olvido, muchos pensaron, Garzón y sus defensores incluidos, que, después de tres décadas, la democracia española estaría ya madura para que la justicia revisara el pasado sangriento del país. Se equivocaron.

“Atado y bien atado –escribió el dictador en su testamento- dejo el futuro de España” y esto parece ser más cierto que nunca si nos atenemos a la ofensiva judicial desatada contra el juez quien, luego de perseguir tiranos a lo largo y ancho del mundo, está hoy, vaya paradoja, él mismo sentado en el banquillo de los acusados por seguir las huellas al tirano local.

Francisco Franco, el autonombrado “Caudillo de España por la gracia de Dios”, era un hombre rápido y pródigo cuando se trataba de ordenar asesinatos durante la guerra (“dar el paseo” se decía) y después de terminada ésta firmar, a granel, sentencias de muerte.

Jamás quitó a Franco el sueño mandar a un hombre al cadalso. Fácil le resultaba matar. Lo hacía en nombre de la fe y la propia curia española, cuyos obispos levantaban la mano (a la usanza fascista) para saludarle, e incluso el propio Vaticano, le bendecían y lo impulsaban a seguir adelante con su tarea de “limpieza política”.

Los restos de centenares de miles de españoles yacen en fosas comunes a lo largo y ancho del territorio español. Organizaciones de derechos humanos y de familiares de desaparecidos han comenzado, hace apenas unos años, un movimiento para recuperar la memoria histórica, localizar esas fosas, abrirlas y recuperar los restos de sus seres queridos.

El juez Baltasar Garzón quiso ir más allá de la mera recuperación simbólica y el descanso final de los fusilados. Para que España no fuera, en cuestión de genocidios, farol de la calle y oscuridad de la casa, intentó llevar ante la justicia el asunto.

La lucha que logró dar en los casos de Guatemala, El Salvador, Chile y Argentina se estrelló en su propia patria contra el muro de una reacción que encontró la forma de abrirle tres procesos simultáneos.

Sintomático resulta que, además de su “intromisión en el pasado franquista” a Garzón se le persiga también por sus investigaciones, el caso Gurtel, de la corrupción presente de la derecha española.

Aun cuando por la ley de la memoria histórica los monumentos al Caudillo, a la falange, a la cruzada española han sido retirados y borradas las numerosas huellas, pintadas por los vencedores con sangre de toro, en los muros de edificios, iglesias y palacios, lo que hoy ocurre a Garzón es un síntoma claro de que el fascismo en ese país no sólo se niega a morir sino que tiene aun poder de veto.

Así las cosas y mientras los responsables de este crimen de lesa humanidad, que no prescribe, siguen impunes es Garzón quien puede resultar defenestrado y al mismo tiempo arrastrar hacia el descrédito con su caída a la audiencia española y a los altos tribunales donde se dirime el asunto.

Aunque el cine español y muy recientemente la televisión han revisitado críticamente ese pasado no se respira en las calles, ciertamente, un clima generalizado de condena a las atrocidades del fascismo. De alguna manera España vive – y seguirá viviendo en tanto no se haga una investigación judicial- dando cómodamente la espalda a su pasado.

Algo debería aprender España, tan soberbia y metropolitana, de lo que en América Latina, sus antiguas colonias (así parecen seguirlas considerando muchos de sus súbditos) donde pueblos, sistemas democráticos incipientes y gobiernos, primero ayudados por Baltasar Garzón, quien fue pieza clave en ese proceso y luego por su propio pie, han hecho y hacen para llevar ante la ley a genocidas y golpistas.

El perdón y olvido, las leyes de obediencia debida son herramientas necesarias cuando de una dictadura emerge una democracia. Si después ésta, ya consolidada, no deroga esas leyes, ese peso, el de la impunidad, el de la desmemoria comprometen seriamente su prestigio y por tanto su viabilidad.

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jueves, 15 de abril de 2010

MENTES Y CORAZONES

Se ha abierto un nuevo y muy peligroso frente en la guerra contra el crimen organizado. Capitalizando a su favor los trágicos, monumentales errores del gobierno de Felipe Calderón y el aumento de los irresponsablemente llamados “daños colaterales”, los capos se lanzan ahora a la conquista mediática de base social. También en esto se escala y agudiza el conflicto.

Ganar “mentes y corazones” ha sido por décadas objetivo declarado de la doctrina militar de los Estados Unidos. Con sangre –más ajena que propia- aprendió el Pentágono que de poco vale el despliegue del más vasto y sofisticado arsenal, las decenas de miles de hombres y medios de guerra sobre el terreno, cuando el enemigo al que se combate, cuenta con el respaldo de la población.

Aquí, pese a todo, se procede a la inversa; se privilegia el poder de fuego, se olvida la importancia de la persuasión y la cercanía con aquellos que pueden ser, dependiendo cómo se les trate, amigos del enemigo, coartada del mismo, cobertura y soporte logístico.

En los EEUU las lecciones del pasado (Viet Nam, Nicaragua, El Salvador) y de hoy (Irak o Afganistán) han representado la inversión, inútil a fin de cuentas, de miles de millones de dólares y una profunda revisión, también inútil pues se obstinan en cometer los mismos errores, de tácticas y estrategias.

Muchos ejércitos de América Latina, siguiendo la huella de Washington, han creado departamentos especiales (Opsic –Operaciones sicológicas o S5- se les llama) y desarrollan planes para ganarse, en caso de conflicto interno, el apoyo de la población civil.

Ciertamente a estos militares, sobre todo a los formados en la doctrina de seguridad nacional, no los caracteriza su sutileza y en la mayoría de los casos más que ganar adeptos mediante planes de seducción sicológica y material se han pronunciado por medidas más rápidas: la organización de escuadrones de la muerte, la desaparición forzosa, el asesinato de aquellos que pueden representar un riesgo potencial.

Con el arribo de la democracia esos métodos han caído en desuso y vuelven a ponderarse, en los estados mayores, los esfuerzos para construir una imagen distinta y ganarse el apoyo de la población.

Algo, sin embargo, sucede en México que los jefes militares aun teniendo la ventaja de combatir a criminales confesos, se olvidan, pese a estar tan cercanos y ser tan dependientes del Pentágono, de cumplir eficientemente con lo estipulado en este capítulo, el de la conquista de mentes y corazones, del manual de táctica y estrategia de la lucha irregular y sin lo cual las guerras se pierden.

Su sumisión a los afanes propagandísticos y los intereses políticos del gobierno, sus propias urgencias mediáticas y las modalidades de despliegue y operación adoptadas por los militares mexicanos los han alejado de la población civil y han hecho renacer en ella viejos odios.

Las cada vez más frecuentes bajas civiles y la conducta cínica, prepotente y totalmente carente de sensibilidad ante las mismas han generado, por otro lado, un nuevo y más profundo tipo de rechazo.

Creyéndose su propia propaganda, los estrategas militares se obstinan en negar que esto está sucediendo, pasan al expediente ideológico de culpar de colaboración con el enemigo a quien se atreve a señalárselos o a exigir justicia y no hacen nada para revertir el proceso de la descomposición de su relación con la población a la que deberían servir y proteger.

Jugar a la guerra, sacar al ejército de sus cuarteles, parece haber despertado al monstruo nacido durante la guerra sucia.

Se ha cedido así terreno que los capos, a los que la retórica de Calderón ha conferido el status de parte beligerante, ocupan de inmediato. A la criminal modalidad de “plata o plomo”, el narco suma, con la entrevista del Mayo Zambada con Julio Scherer, una nueva estrategia.

Al tiempo que lanza un reto público, de poder a poder, al gobierno que, con poca eficiencia y cada vez menos consenso, lo combate busca, a través de los medios, construir una nueva “imagen pública” separada de la que, con sus propios hechos de sangre, se ha ganado.

Recibir al periodista, fotografiarse a cielo abierto en un franco y evidente desafío al poder aéreo y a los sofisticados sistemas de inteligencia electrónica es, de parte del Mayo Zambada, un mensaje a aquellos que, en cada vez más amplias regiones del país, están vinculados, de muy diversas maneras, con esta gigantesca y compleja industria criminal.

Quiere trasmitir Zambada a socios, sicarios, seguidores, simpatizantes y a los jóvenes que, empujados por la miseria, habrán algún día de formar parte de su ejército, poder, seguridad, confianza sin olvidarse, además, de la dosis esencial de melodrama que caracteriza a los llamados “héroes” populares.

Vienen así, con él, los capos –y son legión- por todo. Si no se cambia de mando y de doctrina, se revisa la estrategia, se produce un debate nacional sobre el despliegue masivo de tropas se les estará facilitando la tarea a los criminales. La sangre inocente derramada por el ejército o los cuerpos policíacos, pavimenta a los narcos el camino.


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jueves, 8 de abril de 2010

LA GUERRA QUE LLEGÓ PARA QUEDARSE

Cuando apenas faltaban unos días para la comparecencia del General Secretario Guillermo Galván ante la Comisión de defensa de la Cámara de Diputados, soltó el gobierno federal, por conducto del propio Felipe Calderón Hinojosa, uno más de sus ya característicos golpes de efecto.

Ante la inminencia de que el jefe militar anunciara que la guerra llegó para quedarse y el ejército “salvo orden contraria del ejecutivo –dijo el general- o decreto del Congreso” permanecerá en la calles por cinco o diez años más, Felipe Calderón intentó, de nuevo, con una maniobra de distracción, curarse en salud.

Colgado en el perchero dejó por unos días Felipe Calderón su uniforme verde oliva de Comandante en jefe y se puso ese otro que tanto le gusta; el del reformador económico. El del hombre que intenta –pese a la incomprensión de los partidos y las maniobras de los diputados y senadores- “modernizar” el país.

Con bombo y platillo, ante los medios pero sin preocuparse, otra vez, en construir los consensos necesarios para hacerla realidad, anunció el envío al Congreso de la República, tomado de nuevo por sorpresa, de su iniciativa antimonopólica pasando así de las arengas bélicas –que tanto han desgastado su “imagen pública”- a la predica de la competitividad.

No aguantaba más Calderón la discusión abierta y cada vez más critica de su doctrina de seguridad, de la estrategia de la guerra contra el narco y de los ayunos resultados que en la misma presenta un ejército que, entre los civiles, se comporta como “chivo en cristalería” y cuya escasa, por decir lo menos, disciplina de fuego produce cada vez más “bajas colaterales”.

Había que redireccionar, con urgencia, el debate público; hacer que, en la agenda nacional, el omnipresente asunto de la violencia pasara, aunque fuera por unos días, a un segundo plano.

Para lograr su objetivo buscó Calderón una causa que pudiera resultar atractiva y rentable. Que concitara de inmediato simpatías y apoyos de propios y extraños y apostó así al “efecto piñata”.

Pegarle a los monopolios, que están ahí colgados, enormes, todopoderosos, omnipresentes en todo el país y en casi todos los segmentos de la economía nacional y de los que todos, de alguna manera, nos sentimos víctimas, es un deporte que ningún mexicano que se precie de serlo, puede dejar de practicar.

Habida cuenta de que su mandato se debe en mucho a la acción directa de esos mismos monopolios a los que hoy pretende perseguir y penalizar tomó, sin embargo, Calderón las medidas necesarias para que, de todas maneras, por tiempos y formas, pasara pronto esta nueva iniciativa, a su ya de por sí sobrepoblado, panteón de reformas fallidas.

Funcionó la maniobra. Redujo las expectativas y presión haciendo más tersa, menos notoria, casi anónima, la comparecencia del general.

La onda expansiva de la bomba que el Secretario de defensa soltó en el congreso no se ha sentido aun con suficiente fuerza, salvo en los titulares de unos diarios, pese a su enorme poder explosivo.

Que Felipe Calderón nos herede, por los próximos 5 ó 10 años, la presencia del ejército en las calles es un hecho sumamente grave que compromete la soberanía y la “normalidad” democrática del país.

Con la tropa fuera de sus cuarteles la tentación de reducir las libertades públicas y el margen de tolerancia ante la crítica, crece en la misma proporción que se recrudecen los combates, se multiplica la cantidad de efectivos desplegados y aumenta la dependencia del poder civil ante las armas.

No fue el “uso de masa de fuerza” el medio adecuado para contener la violencia. Al contrario. Mientras más tropa en la calle; más combates. Mientras más poder de fuego de un lado; más poder de fuego del otro.

Y en medio de las partes –otra de las desventajas de haber convertido el combate al crimen organizado en una guerra- la población civil, transformada con alarmante y creciente frecuencia, en víctima inocente.

Y en la mira de mandos militares, funcionarios y publicistas oficiales, aquellos que osan desde la prensa o la tribuna política criticar la estrategia, proponer cambios radicales en la misma o intenten decretar el regreso a los cuarteles.

Una perniciosa e imparable dialéctica se ha desatado.

No digo, sin embargo, que no debían y podían, ante el colapso de los cuerpos policíacos, jugar un papel el Ejército y la Armada en el combate al crimen organizado. Digo que el diseño estratégico fue y es equivocado.

En lugar de apostar a la ejecución de acciones de inteligencia, de operaciones especiales con fuerzas reducidas, se apostó –ese es uno de los componentes de la doctrina de Felipe Calderón- al ruido, a la propaganda, a la urgencia mediática, al golpe de efecto.

Ante ese vistoso –de ese se trataba- e ineficiente despliegue de tropa y blindados los criminales sólo gastaron más en armas y fácilmente; por rutinarios, por lentos, por visibles aprendieron a eludir la persecución y a operar entre soldados que, tan asustados como bien armados y mal preparados, se cobran, en los enfrentamientos, en los retenes, cada vez más vidas inocentes.


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jueves, 1 de abril de 2010

Sacrificio sin redencion

A las madres de jóvenes caídos en Cd. Juárez y Monterrey.



La guerra, donde el orden natural de las cosas se altera y son los padres quienes entierran a los hijos, es siempre asunto de niños y jóvenes que matan y se matan por órdenes de viejos.

En ellos se ceba, de ellos se alimenta toda confrontación armada porque los jóvenes, que sienten aun poco aprecio por la vida, son los más arrojados y también –la guerra exige fibra- los más resistentes.

Lo que no caen en combate con un arma en las manos, son victimas inocentes; bajas colaterales se dice en el argot, de masacres y fuegos cruzados mientras que a otros muchos, reclutados en la mayoría de los casos por la fuerza, la necesidad o la adicción, tanto matar los descompone, los envilece, los vuelve viejos de golpe.

Estas muertes prematuras; esta pérdida tan temprana de respeto a los valores esenciales, a la vida misma, mata, de alguna manera, la esperanza de generaciones enteras. México por desgracia no es la excepción.

Hay guerras en las que, sin embargo, ese vía crucis que, en toda confrontación armada, sufren los jóvenes adquiere de alguna manera un sentido, incluso una dimensión heroica. No es ese nuestro caso.

El de los muchos jóvenes que caen diariamente en nuestro país –y más allá de las arengas patrióticas propias de los políticos que muy poco dicen a los padres- se vuelve lamentablemente un sacrificio sin redención alguna.

Jugar a la guerra; transformar el necesario y urgente combate al crimen organizado, una tarea estrictamente policial, en una guerra que comienza siendo solo propaganda y se vuelve después realidad y que como toda confrontación armada se sale de madre, es, además de un error estratégico que compromete seriamente el futuro de la Nación un crimen de lesa humanidad.

Son nuestros jóvenes quienes pagan con sus vidas y además, al ser criminalizados aun siendo victimas inocentes con su prestigio, este rapto de megalomanía de un hombre, ayuno de legitimidad, urgido de prestigio, al que se le hizo fácil disfrazarse de general y sacar al ejército a las calles.

Porque entre las muchas cosas que olvido Felipe Calderón, poseído como esta, por un frenesí patriotero, por la necesidad de dar sentido y dimensión histórica a un mandato cuestionado de origen, esta un principio fundamental de toda confrontación armada; el de la proporcionalidad de medios en el combate.

Puso Calderón, para separarse de su antecesor, para presentarse como el adalid que enfrenta los “peligros para México”, en las calles hombres armados hasta los dientes y de la misma manera respondieron los narcos.

Saco grandes contingentes de tropa y los narcos se hicieron de granadas de fragmentación y otros explosivos para neutralizarlos. Desplegó blindados y los criminales compraron ametralladoras y cohetes antitanque.

Escalo el conflicto a nivel nacional, sustituyo las capturas por combates y en lugar de hacer heridos multiplico los muertos y los narcos, que mas que combatientes eran negociantes, ante la perspectiva de morir comenzaron a
vender caras sus vidas.

A la nula disciplina de fuego de un ejercito que opera entre la población civil como chivo en cristalería se sumo entonces el desenfado criminal y la falta total de escrúpulos de los sicarios que no tienen reparos en soltar, sabiendo que la tropa se asusta con el ruido, ráfagas a la menor provocación y en utilizar granadas en cualquier circunstancia.

El que a ráfaga mata; a ráfaga muere es el principio. Armas tontas en manos de entupidos se volvieron letales para la población civil.

Y todo esto además teniendo una larga frontera que, mientras se cierra de sur a norte bloqueando el único acceso al empleo medianamente remunerado a centenares de miles de jóvenes, se abre de norte a sur para dejar pasar armas para que muchos de eso jóvenes que, sin esperanza ni oportunidad se quedan aquí, maten o sean asesinados.

Para aceitar la muerte, a través de esa misma frontera, entran centenares de millones de dólares. Unos del narco americano; otro de Washington. Ni unos ni otros tienen reparo en gastar; total es plata, los muertos los ponemos nosotros.

Y de los muertos, no solo porque así es la realidad demográfica, la inmensa mayoría son jóvenes. Y de los combatientes, de uno y otro bando, la inmensa mayoría son también jóvenes.

También son jóvenes es cierto esos a quienes los narcotraficantes matan de otra manera; con las drogas que venden y que hoy inundan nuestras calles y por lo que es preciso, para no perder a nuestros hijos, combatirlos a fondo.

Pero no así; no como lo hace Felipe Calderón Hinojosa. Por esa vía, siguiendo su doctrina, con su estrategia nos conduce a todos a la generalización del conflicto, a la perdida total de la soberanía y finalmente a la derrota.

No se trata ni de rendirse, ni de negociar con criminales. Urge combatir al crimen organizado de otra manera, con decisión, sigilo, inteligencia. No es la guerra –menos así librada- el camino para derrotarlo. De muerte se alimenta, la muerte lo hace crecer.