jueves, 27 de mayo de 2010

LAS TRES DESAPARICIONES DEL #JEFEDIEGO

Tragedia sobre tragedia se cierne sobre uno de los hombres más poderosos del régimen: Diego Fernández de Cevallos. Tres veces desaparecido; primero, de manera al parecer violenta y aun misteriosa, de uno de sus ranchos en Querétaro, luego de los medios masivos de comunicación que, unos por decisión propia y otros por falta de información, lo desaparecieron de sus titulares y finalmente del interés aparente de los más altos círculos del poder, cada hora que pasa y al ritmo que disminuye el peso de su suerte en el ánimo de la opinión pública, la vida del #jefediego corre más peligro.

Difícil creer que sus captores no hayan tomado en cuenta el impacto político que su secuestro tendría en el país. Menos todavía si nos atenemos al momento en que ocurre su primera desaparición con Felipe Calderón montado en el estribo y a punto de viajar al extranjero con su predica de que México “ya está del otro lado”.

Secuestradores comunes que, por la foto de Fernández de Cevallos con el torso desnudo, los ojos vendados y huellas evidentes de golpes en el rostro y sobre todo la manera en que fue distribuida, por la red, a periodistas y lideres de opinión, no lo parecen tanto. Guerrilleros, de una organización distinta del EPR, que ya se deslindó y que, por la misma foto (sin el tinte “humanitario y respetuoso” que caracterizaría un secuestro político) y el mensaje carente de todo sesgo ideológico que la acompaña tampoco lo parecen tanto o miembros del crimen organizado que pretenden presionar de alguna manera al gobierno (hipótesis desechada por el propio FCH) o cobrarse alguna deuda con el controvertido litigante; cualquiera que lo tenga en su poder habrá calculado que todo el peso del Estado se le vendría encima.

Si bien su captura –un objetivo de alto impacto obtenido a bajo costo- fue relativamente fácil en virtud de la forma de moverse del propio Fernández de Cevallos, sus captores afrontan ahora el enorme peligro que significa mantenerlo en su poder, establecer el contacto inicial, conducir las negociaciones, cobrar el rescate (ya sea éste político o económico) y finalmente liberarlo con vida. El ex candidato presidencial, los saben muy bien, se vuelve para ellos una bomba de tiempo.

Un riesgo así sólo vale la pena en función del precio que, según los secuestradores, tenga la cabeza del #jefediego y el problema es que las dos desapariciones posteriores; la mediática y la del aparente interés del poder, devalúan notoriamente el valor de su víctima.

Aun moviéndose en las estribaciones del aparato gubernamental el Señor de la concertacesión, el conspirador de tiempo completo, seguía instalado, por más que ahora se le reduzca a la anécdota amistosa, en el centro neurálgico del poder político y económico.

Sus redes de influencia en el gobierno, los tribunales, las cámaras y los partidos, sus relaciones con el dinero y la iglesia, su capacidad de maniobra y de colocación de cuadros a su antojo en los más altos puestos lo convertian en un aliado imprescindible y en un enemigo perfecto.

Ese peso, la moneda de cambio de la que pende su vida, ha sido sistematica y lógicamente disminuida desde el primer día –la fuerza de la razón de estado que poco sabe de lealtades- por el propio Felipe Calderón.

Es el suyo un interés “amistoso” por la suerte de Diego Fernández, cuando más el de un conmovido “compañero de partido” para nada el del hombre de poder que, “haiga sido como haiga sido”, se sabe su deudor.

Y si, por esta voluntad de Calderón y su gobierno de zafarse, al menos en lo público de cualquier negociación, el valor de cambio para sus captores disminuye sustancialmente lo trágico es que para ese hombre, que por décadas lo pudo todo, esa misma acumulación de poder lo vuelve, de producirse una negociación o un rescate armado exitoso, un elemento perturbador para todo el aparato político.

Si ciudadanos como Isabel Wallace o Alejandro Martí, después de la pérdida de sus hijos, pueden poner al poder contra la pared imaginemos lo que sucedería con un #jefediego en libertad habiendo sido él, directamente, víctima de la inseguridad reinante y contra la cual muy poco ha podido hacer, pese a sus muchas arengas y spots, el gobierno federal que, tampoco metió, al menos públicamente insisto, demasiado las manos para ayudarle.

Muy distinto sería el papel de Diego Fernández de Cevallos que el que tuvo en Colombia luego de su liberación Ingrid Betancourt. Pudo esta última ser, en tanto que su rescate fue bandera permanente del gobierno colombiano, trofeo para Álvaro Uribe y para su candidato Juan Manuel Santos.

Difícil imaginar en esa misma actitud pasiva a alguien que, como el #jefediego, distante de por sí del gobierno actual, puede capitalizar la tragedia a su favor y convertirse en gran elector.

Imposible, en estas condiciones, evitar el recuerdo del expremier italiano Aldo Moro. Piedra en el zapato se volvió para sus captores; pieza de sacrificio para sus supuestos compañeros de partido y gobierno; mejor muerto que vivo resultó al final y para todos el pilar de la democracia cristiana.


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jueves, 20 de mayo de 2010

UNA VISITA BUENA PARA EL EGO

Muchas palmadas en la espalda, toneladas de elogios y promesas traen consigo, cada vez que regresan de una visita oficial a los Estados Unidos, los mandatarios mexicanos. Deslumbrados aun por los reflectores, encantados por el protocolo y el boato –tan hollywoodense- del país más poderoso de la tierra y con muchos videos, artículos de prensa y recuerdos personales se bajan del avión, en realidad, con las manos vacías.

Buenas para el ego presidencial, de utilidad limitada para el país, estas giras proporcionan, oxígeno propagandístico vital para el viajero y muy pocos resultados concretos; ilusiones ópticas que se diluyen en cuanto se vean comprometidos, así sea tangencialmente, intereses o ciudadanos norteamericanos en México.

Dice, el lugar común, pero que, desgraciadamente para nosotros, no por eso deja de ser cierto, que los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses y eso vale tanto para el mandatario extranjero que, en visita oficial se siente, de pronto, hombre de confianza del inquilino de la Casa Blanca como para la Nación que representa incluso si con esta comparte 3 mil kilómetros de frontera.

Ningún presidente norteamericano, sea éste demócrata o republicano, ha puesto en juego jamás ni una pizca siquiera de su capital político para dar contenido real a las promesas vertidas en discursos de bienvenida o cenas de Estado, para honrar, en los hechos, a esa amistad “histórica”, “floreciente” y que tantas fotos y reportajes, en el extranjero claro, produce y con las que se engrosa la egoteca de los viajeros.

Y ese, precisamente, es el caso de Barak Obama. Desgastado en su lucha por la reforma de salud que ganó por muy pocos votos, enfrentado a procesos electorales muy complejos y en los que está en juego la correlación necesaria para sacar sus propios planes adelante, Obama tiene poca munición que empeñar en asuntos que no le sean prioritarios.

Muy amigo de Felipe Calderón, su mejor aliado, su partner poco o nada va a hacer para impulsar realmente los asuntos que a México le urgen y le importan: una reforma migratoria que beneficie a los millones de compatriotas que han cruzado la frontera o bien la promoción y aprobación en el Congreso estadounidense de una nueva prohibición a la venta de armas de asalto, de esas con las que, capos y sicarios, matan a mansalva en nuestro país y retan, de poder a poder, al Ejército y la Armada.

Paradójico resulta incluso que el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos pueda y quiera tan poco contra la nueva ley racial (si; como las de Nuremberg de los nazis) que está a punto de entrar en vigor en Arizona. Hay un caudal de opinión antiinmigrante creciente en los Estados Unidos que sólo quien está dispuesto a jugarse su futuro político va a enfrentar con decisión y ese, me temo, no es el caso de Obama.

Hoy de la “enchilada completa” de Vicente Fox y Jorge Castañeda no hay quien se acuerde. Más que imaginar siquiera la posibilidad de que algunos de nuestros compatriotas; los que llevan décadas viviendo del otro lado, aquellos cuyos hijos son norteamericanos de nacimiento se legalicen de lo que se trata ahora, la batalla es por lo mínimo, es de moverse para impedir deportaciones masivas y que el ejemplo de Arizona se extienda a otros estados de la Unión Americana. Y aun esa batalla tiene pocas posibilidades de ganarse.

Y si de la guerra contra el narco se trata lo que pesa en el ánimo de los norteamericanos es sobre todo la seguridad de su frontera. Por ahí aprietan las agencias de seguridad y el Ministerio de Justicia estadounidense a Felipe Calderón, y por tanto a México, mientras resultan laxos en el combate y persecución de sus capos locales y en el desmantelamiento de las redes financieras de los mismos.

Mientras que para Obama el asunto del consumo de drogas es un problema de salud pública, el tráfico lo sigue siendo de combate frontal a los carteles. Ellos gastan unos cuantos millones de dólares más en campañas de prevención y apuestan a una disminución gradual de los adictos. Nosotros decenas de miles de vidas en una guerra sangrienta y condenada al fracaso mientras del reconocimiento retórico de la corresponsabilidad no pasen los norteamericanos a los hechos.

El argumento de que son capos mexicanos quienes controlan el tráfico dentro de sus fronteras, expediente común de las películas y series de televisión de Hollywood, trabaja en doble vertiente contra los intereses de México. Asocia la imagen del migrante a la del capo por un lado y alienta la xenofobia y por el otro impulsa la percepción de inseguridad creciente que hace a los norteamericanos comunes armarse hasta los dientes.

Si nunca fuimos tan buenos amigos y menos todavía tan buenos socios no hay por qué pensar que, ahora, las cosas van a ser distintas y vamos a “convivir mejor”. Sólo en tanto amenaza para su seguridad o mercado nos toma Washington en cuenta. Vale la pena pues curarse en salud y comenzar a tratarlo de la misma manera y eso, aunque el ego de quien gobierna, haiga sido como haiga sido este país, resulte con magulladuras.

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jueves, 13 de mayo de 2010

GUERRA Y SUCESIÓN PRESIDENCIAL

2ª y última parte

Quien ha iniciado ya, de cara a la sucesión presidencial, la carrera, con un tiempo inusual de anticipación y desde la posición de ventaja que le da estar sentado en la silla es, precisamente, Felipe Calderón Hinojosa, el hombre gracias al cual –y desde la falta de legitimidad de origen que marca su mandato- la campaña electoral y los comicios del 2012, habrán de vivirse en medio de circunstancias especialmente peligrosas para el futuro democrático y la paz en este país.

De ahí el muy reciente y contundente giro en el discurso calderonista; su salto a la retórica triunfalista, al recuento de los muchos logros de su gobierno, combinado todo esto, con un eficaz y masivo retorno al señalamiento público, casi diría a la incitación al linchamiento, de aquellos que, por oponerse a sus reformas o confrontar su estrategia en la guerra contra el narco, son un “peligro para México”.

De la explotación propagandística de esta guerra no declarada pero que ha puesto en la calle a decenas de miles de marinos y soldados y ha cobrado ya decenas de miles de vidas en todo el país y que, a pesar de los pocos resultados efectivos le sirvió como estrategia de validación, Calderón pasa ahora, para preparar el camino a un sucesor que, como él a Vicente Fox, le deba el puesto, a delinear, a punta de golpes retóricos más que de hechos, su figura de estadista; de gran gobernante.

Ese es el capital con el que Calderón se prepara para participar en la contienda; la moneda de cambio que ofrecerá a su delfín para apoyarlo a cambio, claro, de que el nuevo presidente garantice a él y a los suyos –justo como él lo hizo con Vicente Fox-un paraguas blindado que lo proteja del canibalismo político tradicional. De la ley sexenal de hacer leña del árbol caído.

Pero si bien Calderón parece haber olvidado, la guerra es la guerra, la que no habrá de olvidarse de él y tampoco por cierto de ninguno de los aspirantes a sucederlo. La violencia, que ya hace estragos en algunas campañas para elecciones estatales o municipales, tendrá sin duda un efecto contundente sobre planes de partidos y candidatos que aspiren a la Presidencia de la República.

Esa misma violencia pesará, decisivamente, en el ánimo y las preferencias de los votantes y en algunas zonas del país en su disposición incluso de salir a cruzar las boletas. Nadie que prometa terminar con lo empezado con Calderón tendrá demasiadas perspectivas de triunfo; aquel que, a la manera de los nazis en Alemania, pulse mejor el miedo y prometa paz y mano dura será el que más posibilidades de triunfo tenga.

Y será la violencia también elemento estratégico del discurso propagandístico; asociar con ella a quien llama al cambio radical del sistema político-económico, a quien pretende la restauración o simplemente a quien, dentro del mismo partido, no es de las preferencias del ejecutivo federal, será un expediente común y expedito para descalificar aspirantes y opciones.

Más allá de que el Ejército y la Armada, como se mencionaba en este mismo espacio, tendrán para entonces, como de hecho tienen ya y en virtud de estar fuera de los cuarteles, un papel relevante en el proceso todo indica que los altos mandos pueden llegar incluso a desarrollar una especie de poder de veto que se sincronice con los intereses del Presidente saliente a la vez que le cobran –y muy caro- ese favor.

Otro tanto habrá de suceder con Washington. No debemos llamarnos a engaño por las recientes declaraciones del Presidente Barak Obama y de algunos de sus allegados. Que se pronuncien en el sentido de que “declarar la guerra al narco” no es eficiente y que lo que debe hacerse es combatir el consumo poco o nada tiene que ver con nosotros.

Washington quiere control del consumo en sus fronteras y combate frontal al narco aquí. Es decir, campañas de salud pública en su territorio y más muertos y más sangre en nuestro país.

Es ese el sentido de las declaraciones de Hillary Clinton quien critica la estrategia de combate al narco del gobierno mexicano. Más que buscar una coincidencia entre los planes de Obama para los Estados Unidos con los planes de Calderón en México Clinton reclama, como lo hizo hace unos días ante el Senado la misma DEA, una estrategia más eficiente y rápida para la destrucción de los carteles de la droga.

Si bien el gobierno de Barak Obama, el otro gran elector, reconoce que su país, en tanto primer consumidor de drogas, da orígen a la violencia del narcotráfico lo cierto es que necesita, en tanto lidia suavemente con sus adictos, un policía duro que le cuide las espaldas. Que haga lo que no hacen sus propios policías, ni sus agencias de seguridad; destruir carteles, “tumbar” capos norteamericanos.

El miedo, su explotación metódica, masiva, llevó a Felipe Calderón a ocupar la Presidencia. Ese miedo, más concreto, el que produce un estado de guerra; el miedo a morir en un fuego cruzado, la inseguridad prevaleciente en amplísimas zonas del país será de nuevo, mucho me temo y más que las propuestas y aspiraciones democráticas, el factor determinante en los comicios del 2012.

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jueves, 6 de mayo de 2010

GUERRA Y SUCESIÓN PRESIDENCIAL

Primera parte

Quizás sólo unos cuantos propagandistas despistados y paradójicamente, el igualmente despistado Secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quien debería ser uno de los hombres mejor informados del país, apuestan a que habrá de producirse una disminución de la violencia en los próximos años.

México, aunque en un arrebato místico-lírico así lo haya declarado Felipe Calderón Hinojosa, no está y menos en este aspecto “del otro lado”. Al contrario. La guerra desatada por este gobierno -y eso lo sabe quien sigue con detenimiento y objetividad el curso de las operaciones- llegó para quedarse y no habrá de terminar antes de que Calderón entregue el poder.

Guerra contra el narco y sucesión son en estas circunstancias tan aciagas para el país –en esa llaga ha puesto el dedo Washington- un binomio indisoluble. No se puede pensar ya en el cambio de mando sin ligar este a la marcha de las operaciones policíaco-militares; a los éxitos o fracasos que se sufran en el terreno, a la cifra de vidas que se pierden.

Puede que en México esto aun no se ponga con toda la contundencia que el hecho tiene sobre el tapete –a ningún partido o precandidato le conviene asociarse al asunto- pero al norte del Bravo es ya una tan grave preocupación que ha llegado incluso, por boca del subdirector de Inteligencia de la DEA Anthony Plácido, a la propia colina del Capitolio.

El funcionario estadounidense en lo que puede significar una nueva espiral de violencia y muerte en nuestro país habla de acelerar, en estos dos años que le quedan a Calderón en el poder, las acciones táctico-operativas para “tumbar a los jefes de los carteles”.

Ya sabemos cómo y a qué costo “tumban” los norteamericanos a quienes consideran sus enemigos y cómo, además, en tanto no son ellos los que ponen los muertos, meter el acelerador en México, “porque nadie sabe quién va a ser el próximo presidente –declaró Placido ante la Comisión de control del narcotráfico del Senado- y si va a tener las mismas ganas de perseguir a los delincuentes”, es algo que harán sin recato alguno.

A Washington, en asuntos de seguridad la prisa le gusta. Actuar masiva, radicalmente y aceleradamente contra enemigos potenciales es algo que por doctrina suelen hacer. Poco cuidado ponen en la selección de blancos cuando tienen prisa y más cuando no empeñan fuerzas propias en la tarea.

Pero además, para Washington, meter el acelerador tiene beneficios políticos y económicos adicionales. Mientras en el frente interno una acción decidida contra una amenaza real y presente como los capos viste bien al gobierno y a sus agencias, en el frente externo el incremento del nivel de dependencia de este y del próximo gobierno mexicano viene muy bien a los intereses del Departamento de Estado.

En lo económico, y como va siendo costumbre, ganan los estadounidenses por los dos lados; hacen negocio los contratistas de defensa y también, por supuesto, los proveedores de armas para los narcos.

Pero volvamos a la sucesión presidencial en México y a cómo está ya contaminada por la guerra que, sin declarar, libra Felipe Calderón Hinojosa.

Puede esperarse que en los próximos meses escalen los narcos sus acciones; tanto militares como de corrupción. Habrán de empeñarse pues y muy a fondo, en ello les va la sobrevivencia, en repartir más plata y más plomo; para corromper o quebrar a los mandos civiles y militares.

Les conviene a los narcos que el ejército siga en las calles y eso habrá de buscarlo enfocando sus baterías contra mandos civiles y cuerpos policíacos. Quieren, necesitan atraerlo, mantenerlo fuera de sus cuarteles, hacerlo además, cometer errores para distanciarlo de la población civil, desgastarlo a fondo.

En la modalidad operativa adoptada por la Secretaria de la Defensa, con decenas de miles de efectivos desplegados en las calles, resulta sencillo a los capos no sólo operar, sino además, aprovechar a su favor y con relativamente bajo costo, el incremento de las bajas civiles que, con tanta tropa en la calle, se produce.

Burlar un retén, detectar una movilización de tropa, establecer los usos y costumbres de un batallón o una compañía es más fácil que burlar la labor de zapa de una pequeña unidad de inteligencia policíaca, más todavía cuando los narcos tienen entre sus filas desertores del ejército que conocen muy bien el pensamiento y las debilidades de jefes y oficiales.

Hacer campaña política en estas condiciones; bajo la mirada atenta de Washington que tiene prisa, desconfianza y busca golpes contundentes. Hacer campaña en medio del paisaje desolado de autoridades civiles y policíacas sometidas o sitiadas por los narcos, con la tropa en la calle y el General y el Coronel y el Capitán convertidos en nuevos protagonistas de la correlación política cambiará las reglas del juego democrático y pesará, no importa la ideología, sobre cualquiera que quiera ser Presidente de este país.

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