jueves, 28 de febrero de 2008

LA IZQUIERDA Y SUS YERROS

Algo habrá, de seguro, más importante para los afanes e intereses periodísticos de Joaquín López Dóriga y Ciro Gómez Leyva, seguidores y analistas de la realidad nacional, que las payasadas de Fernández Noroña, la rechifla en un mitin a González Garza o los exabruptos y descalificaciones de un seguidor del tristemente célebre René Bejarano contra Carlos Navarrete.

Cierto es que López Obrador, el PRD, la izquierda en general con sus desatinos, suelen ponerse ellos mismos en la mira, pero de ahí a saltar con la preeminencia con que han saltado a las primeras planas o a los espacios estelares de los noticieros de televisión, durante tantos minutos además y en cadena nacional, hay un espacio verdaderamente inconmensurable, algo que a mi al menos me parece desproporcionado y que considero necesario tratar de explicarme.

Que Noroña vive buscando la cámara pendiente de sus lamentables puestas en escena sólo para acentuar, con sus despropósitos, el descrédito de la izquierda electoral. Que Bejarano y sus ligas, la Padierna y su clientela son personajes impresentables por más que representen votos en las urnas no hay discusión alguna. Que Bejarano se haya convertido, de nuevo y por interpósita persona, en una estrella más del canal de las estrellas es algo que me parece excesivo y peligroso. La intolerancia que se denuncia puede ser coartada para una intolerancia mayor y de otro signo.

Ya tuvo este personaje, el señor de las ligas, gracias a Brozo, quien lamentablemente se prestó para una puesta en escena, sus quince minutos de fama. Fama que costó y mucho a la izquierda en la batalla electoral.

Que la izquierda, donde militan muchos de los más respetables ciudadanos de este país, está sumida en un complejo, polémico y altisonante periodo de redefinición porque su papel en este momento histórico, tan cerca del poder, tan lejos de sus ideales, no está claro tampoco es discutible y merece, lógicamente, en tanto que se trata de la segunda fuerza política del país, atención de la prensa nacional. La pregunta sin embargo es: ¿Pero de veras es para tanto?

Me imagino que pugnas similares, empujones y desplazamientos se producen, así ha sido históricamente, en el PRI de cuyas contradicciones internas nadie habla o en el mismo PAN que, con el poder en las manos, se prepara para tratar y con seguridad a punta de empellones, de conservarlo.

Que la segunda fuerza política del país no se repone de su derrota, sufrida además en una contienda sucia donde la televisión, el dinero y el poder se aliaron para destruirla, es un hecho incontrovertible. Que hay, cómo no y lo comparto, un legitimo descontento que ni pasa, ni se olvida y que no necesariamente el mantener vivo ese agravio, que lo es para la nación y no sólo para unos cuantos, es delito ni radicalismo, es algo, aunque resulte fuera de tono, saludable para nuestro país y nuestra democracia.

Que el trauma de la pérdida de la presidencia provoca que muchos en el PRD o en el movimiento civil que apoya a AMLO actúen regidos por la dialéctica del traidor y en vez de reivindicar las victorias obtenidas, que son muchas y muy importantes, se empeñen en perderlo todo de una vez, es también una realidad palpable. Sólo la victoria cohesiona y resuelve –así sea temporalmente- diferencias aparentemente irreductibles. La derrota genera desunión, rupturas y un discurso radical que más que adeptos o rumbo definido genera sólo una especie de bálsamo, de desahogo emocional bueno nada más en el mítin.

Anda la izquierda pues en busca de identidad y pelea en su interior y lo hace sin contemplaciones. Eso, habrán de disculparme, me parece saludable y necesario. ¿Imagina usted una estructura vertical, caciquil y autoritaria como el PRI lavando en público su ropa sucia o puede, por otro lado, pensar siquiera en un recio debate ideológico al interior del PAN?

Quienes han arriesgado la vida –como los militantes de izquierda que hoy ocupan curules en la Cámara de Diputados o el Senado de la República- por sus ideales tienen que estar listos para enfrentar una rechifla. La lucha hace la piel gruesa. Qué más dan unos gritos, unos silbidos, el rapto de intolerancia de unos cuantos frente a las décadas de persecución y muerte.

A mi no me espanta lo ocurrido el domingo, no le concedo tanta importancia. No lo veo como el resultado de un discurso intolerante y radical, ni como el arranque de una dialéctica violenta, sino como una suma de factores donde, por supuesto, actúan fuerzas contrarias a la izquierda que enrarecen el entorno y donde es claro que hay un debate ideológico profundo que se enfrenta, es cierto, violentando las normas de la decencia política tradicional, es decir de la simulación y el ocultamiento de las diferencias.

No hay norte que oriente la acción y la izquierda ahora, compartiendo el poder, debe reinventarse. Es esto urgente y vital para el país. Necesitamos el contrapeso de una izquierda lúcida y poderosa. Mucho me temo que la atención excesiva de los medios a lo escandaloso, a lo políticamente incorrecto de esta lucha puede asociarse, en la percepción pública y por sus efectos en la misma, a la campaña que busca evitar la construcción de este contrapeso vital.

jueves, 21 de febrero de 2008

Y EN ESO LLEGÓ FIDEL

Y América Latina, en asuntos democráticos, de soberanía, de derechos humanos, era un páramo inhóspito donde al que levantaba la cabeza reclamando derechos y libertades simplemente se la volaban. Washington, predicando la democracia con el garrote en la mano, cuidaba con celo y ferocidad su patio trasero y tenía, como decía Teddy Roossevelt del viejo Anastasio Somoza, “hijos de puta –como él- pero sus hijos de puta” por todos lados. Stroessner, Batista, Getulio Vargas o los militares salvadoreños, guatemaltecos, venezolanos, colombianos –tiranuelos impresentables asociados a oligarquías aun más impresentables- preservaban a sangre y fuego los intereses norteamericanos y se repartían impunemente lo que quedaba del botín. Y en eso llegó Fidel.

“Bienvenida sea la revolución –decía Ricardo Flores Magón- esa señal de vida de vigor de un pueblo que está al borde del sepulcro”. Y esa señal llegó a Cuba, la hasta ese momento; “isla casino”, “isla burdel”, paraíso de la mafia estadounidense, con la irrupción de los barbudos. Un pueblo entero se sacudió, con una energía hasta entonces desconocida, de un letargo que duraba décadas y recuperó la vitalidad.

Finalmente un movimiento armado libertario, el 26 de Julio, lograba romper el ciclo perverso de dictaduras, gobiernos corruptos, farsas electorales, intentonas democráticas y golpes de estado. Imprimía así con su victoria, con sus sueños, una fuerza ascendente y vertiginosa al movimiento social, a la reivindicación de la identidad y la soberanía de la América Latina, de esa “América Nuestra” de José Martí.

Los norteamericanos, se lo dijo Fidel a Jean Paul Sartre quien con Simone de Bouvoir lo consiga en “Huracán sobre el azúcar”, erraron el cálculo, se equivocaron una y otra vez e hicieron posible una revolución de contragolpe. Hasta entonces, como en la Guatemala de Arbenz, su estrategia les había funcionado, de un manotazo, con el apoyo de sus sicarios locales, aniquilaban cualquier esfuerzo democratizador . En la Cuba revolucionaria, sus intentos no hicieron sino avivar el fuego.

El aliento de esa revolución, con un marcado tinte antimperilsta, que se ganaron y acrecentaron a pulso los sucesivos gobiernos de los EU, no quedó ahí. “Lo que importa no es el tamaño del país –me dijo una vez Fidel Castro- es el tamaño de la idea” y es que la victoria en Cuba dio aliento a los movimientos revolucionarios, sociales y democráticos en toda América Latina. Los luchadores sociales, los sindicalistas, supieron no sólo que, a pesar del tamaño del enemigo, la victoria era posible sino que no estaban solos y esa certeza pesa en el ánimo.

Cuba se volvió contrapeso fundamental al poder omnímodo de los norteamericanos en la región. En todos los foros tronaba su voz. “Un pueblo que está dispuesto a luchar hasta la muerte –dijo el Ché en la sesión de la OEA en Punta del Este donde Cuba fue expulsada de la organización- no echa bravatas”. La dignidad del discurso revolucionario, su valiente denuncia de las atrocidades cometidas al amparo de la doctrina de la seguridad nacional, su sola existencia como retaguardia moral, como retaguardia física de quienes luchaban por un futuro de libertad, democracia y soberanía permitió, a la postre, otras victorias.

Hoy que la moda es linchar a Fidel. A Castro le dicen. Nadie recuerda esta contribución esencial de la revolución cubana a la democracia que hoy vivimos, más mal que bien, en muchos de nuestros países. ¿Dónde estaría Lula sin Cuba? ¿Y el FMLN salvadoreño? ¿Y el frente amplio uruguayo? ¿Y la Bachelet? ¿Y Néstor Kirchner? ¿Qué sería de los que se alzaron contra las dictaduras militares y el servilismo de las oligarquías criollas?

No ignoro ni soslayo los pecados de la revolución cubana. Sobre todo su limitación obsesiva de la iniciativa individual y más que eso la obsesión por el dogma, el panegírico y la excomunión. La revolución, como la razón y por supuesto la democracia, engendra monstruos y más cuando todo en el mundo a su alrededor se transforma. Todo menos el enemigo principal, que mantiene invariable, a pesar de las enseñanzas de la historia, la enorme y criminal presión sobre la isla.

Dije una vez que los zapatistas habían cambiado al país quedándose paradójicamente sin un lugar para ellos en el nuevo horizonte nacional.

Tal parece que Fidel Castro comparte con ellos y con muchos otros revolucionarios que no murieron en el intento, ese destino trágico. Así que hoy, aquí, a contracorriente, quise hacer un reconocimiento, un homenaje a un hombre que ha hecho historia, a un hombre que con Manuel Piñeiro, el legendario “Barbarroja” al lado, una madrugada en el Palacio de la Revolución, allá en La Habana y en los tiempos más duros de la guerra en El Salvador, tomándome de los hombres me dijo: “Te voy a dar una orden: sobrevive”. Fidel y Cuba fueron entonces y me rehúso a olvidar eso, para mí, para centenares de miles de hombres como yo en América Latina, un aliento de vida.

jueves, 14 de febrero de 2008

EL PODER DE FUEGO DEL NARCO

Tanto la intensidad como la duración de algunos de los últimos combates entre las fuerzas federales y los narcotraficantes, como las armas que se les han decomisado en distintas zonas del país, parecen expresar, a mi juicio, un viraje operacional sustantivo, una nueva y radical decisión táctica del crimen organizado.

Como respuesta a los operativos del ejército mexicano o como expresión de agudización de sus pugnas internas, por el mercado de consumo cada vez más importante que representa el territorio nacional y por el monopolio de las vías de introducción a los Estados Unidos, los capos han decidido escalar su poder de fuego y dar un salto cualitativo en la selección de sus objetivos militares.

No se trata ya sólo del uso de los “cuernos de chivo” o de otro tipo de fusiles de asalto para el ametrallamiento de las victimas tradicionales de sus atentados y ajustes de cuentas. Hoy el tipo de armamento que cada vez con más frecuencia es decomisado: lanzacohetes, granadas de fragmentación, ametralladoras calibre .50, grandes cantidades de munición, parece indicar, y otras informaciones publicadas así lo confirman, que los narcos se preparan para asaltar y destruir vehículos blindados y enfrentar a escoltas numerosas, bien armadas y entrenadas.

Todo apunta a que, más que presentar resistencia a las fuerzas militares que los persiguen en sus zonas de influencia, lo que también sucede por supuesto, los narcos han decidido mover su teatro de operaciones, trasladar sus acciones a la retaguardia estratégica de las fuerzas federales. Al corazón mismo del poder para desestabilizarlo, generar confusión al más alto nivel y desarticular las acciones ofensivas que este endereza en su contra.

¿Qué otro sentido podría tener el acopio de armas como las que este miércoles decomisó en la Colonia Portales la policía del Distrito Federal? ¿Para qué otra cosa les pueden servir aquí a los narcos armas antiaéreas que penetran blindajes? ¿Por qué desplazar a un comando de las áreas de operación cotidiana si no es para usarlos en atentados de otra naturaleza y contra otro tipo de personas?


Los narcos son asesinos no combatientes. No tienen otra causa que el comercio y aunque para ellos la vida –sobre todo la ajena- no vale nada no están dispuestos al sacrificio. Les preocupa el dinero no la patria. Matan sin piedad, es cierto, pero lo suyo es un negocio y preservan, en la medida de lo posible, la calma en sus mercados. Salvo que sean atrapados en condiciones muy especiales –con un cargamento o unos jefes a los que tienen que defender a toda costa- no suelen combatir y hacer frente a las fuerzas federales; por el contrario, sabedores de que su estancia en la cárcel puede ser corta y además placentera, se rinden casi siempre sin disparar.

Señores de la ley de plata o plomo dispensan las dos cosas sin chistar. Quien los traiciona muere. Quien los amenaza o se vende también muere. Quien los ataca y logra inflingirles daños, perdidas económicas, en su lógica implacable, tiene siempre, no importa el tiempo que pase y la distancia que se ponga de por medio, los días contados. Por eso ruedan cabezas por el país entero. Crímenes ejemplares para que nadie se atreva a romper su código.

Preocupa ahora y mucho, como ciudadano común y corriente, el trasiego y uso de este tipo de armas de grueso calibre. El uso de explosivos aun sean estos, apenas, granadas de fragmentación porque cuando se trata de una bomba lo importante no es el tamaño de la misma, los gramos o los kilos de explosivo que contenga, sino la decisión de colocarla. Quien usa explosivos sabe que si los usa –y teniéndolos los va a usar- va a causar daños no controlados y que, además, de las llamadas bajas colaterales, es decir de la muerte de civiles inocentes, un muy pernicioso y profundo efecto sicológico.

Cuando el ejército salió a las calles y Calderón, de verde olivo, declaró la guerra al narco. Cuando se inició un esfuerzo, tardío quizás pero indispensable, para intentar recuperar lo que la desidia criminal de Vicente Fox y las décadas de corrupción del régimen autoritario habían entregado al crimen organizado. Cuando surgió la necesidad imperiosa de actuar, so pena de perderlo todo, contra aquellos que habían secuestrado a la nación se cambiaron las reglas del juego. Hoy comenzamos a vislumbrar apenas lo que podría suceder. Acciones similares a las de los capos colombianos en la década de los 90 pueden estar a la vuelta de la esquina.

jueves, 7 de febrero de 2008

“YA SOMOS COMO LOS JAPONESES”

Bueno. No todos. Los chiapanecos sí. Y también son ya, hay que celebrarlo, como los norteamericanos ¡qué va! Del primer mundo vaya. Ya están, al menos en Ocozocuatla y gracias al Gobierno Federal, al presidente del empleo, al PAN hecho gobierno, en condiciones de comprar su casa, su coche, poner su negocio y competir con los habitantes de esos grandes imperios económicos. En fin, en ese rincón de Chiapas, vocho y changarro de nuevo. ¿No que habían mandado a callar a Vicente Fox?

Esto, esta sorpresa en este febrero luminoso, después de un enero que no fue negro en absoluto porque estamos blindados y la crisis financiera en los EEUU nos hará lo que el viento a Juárez, nos la da una Señora cuyo nombre no sabemos, pero que presumiblemente nos habla convencida, entusiasmada, en la radio desde ese mismo lugar bendecido por la acción gubernamental.

Y el spot –eso de la reforma que restringe la propaganda gubernamental lo discutimos después- donde una voz popular, de verdad digo, narra este milagro insólito, maravilloso como cualquier milagro, se trasmite por la radio una y otra vez. Me lo habían contado. No lo creí. Yo pensé que era un chiste, además, de mal gusto. Y de pronto lo oí una vez y luego otra y luego, ¿por qué no? si sobra el dinero, una vez más.

Nunca imaginé a un publicista, a un funcionario gubernamental, de esos expertos en “comunicación social” –¿hay otra comunicación?- capaz de tal hazaña. Sacar a Chiapas o al menos a un poblado de esa entidad federativa tan olvidada por los gobiernos centrales, tan hundida en la miseria y la marginación, sacarla, digo y de un plumazo, del subdesarrollo ¡Carajo! ¿Qué es esto? ¿De qué se trata?¿Será que piensan que somos imbéciles?

¿Habrán escuchado ese spot los chiapanecos? ¿Se habrán enterado de su transformación? ¿Estarán muy ocupados administrando su nueva riqueza? ¿Qué pensaran ellos, los olvidados de siempre, los nuevos condenados de la tierra, de esa burla que el Gobierno Federal les hace y además con el dinero de sus impuestos?

Yo sé que por más de 6 décadas nos trataron de hacer comulgar, en la radio y la TV, con ruedas de molino y más todavía los publicistas del gobierno. Que nos vendían el México que se les daba la gana. Que les redituaba votos. Que ensalzaba a sus jefes y les hacía ascender a punta de una adulación vergonzosamente pública. Que aseguraba, o eso creían, su permanencia en el poder y que les permitía sentirse como dioses: capaces de construir a punta de slogans una lamentable caricatura de la realidad.

Nos engañaron por décadas y lo siguen haciendo, pero yo pensé, digo, como cualquiera, que algo habría cambiado. Que habrían adquirido al menos, tras los años, los reveses, el ridículo y luego de dilapidar tantos miles de millones de pesos del erario público en la más insulsa propaganda gubernamental, algo de experiencia y que ahora tendrían también algo, si no de inteligencia, al menos de decoro. Por lo menos para no cometer este tipo de estupideces.

Usted habrá de perdonarme pero me cuesta trabajo contener la indignación. Me siento, además doblemente burlado. Ese intento –que la campaña de “solidaridad” con Salinas de Gortari volvió moda- de dotar de “verosimilitud” a los mensajes del gobierno poniéndolos en boca de supuestos, o peor todavía, de personajes reales, me parece una farsa innoble.

Qué más da que mientan; esa es la naturaleza misma de la propaganda gubernamental; la mentira. Jode y mucho que utilicen la voz popular, la voz supuestamente auténtica, la de la gente y no la de actores o locutores profesionales, para hacerlo. Al ejercicio, muy de Joseph Goebbels, el santo patrono de esos señores, de manipulación de la opinión pública mediante la reiteración, se suma la manipulación de un recurso básico de expresión social; el testimonio, y lo desgasta, lo desacredita.

Si hay alguien con dos dedos de frente y un poco de vergüenza en el Gobierno Federal debería, además de sacar del aire de inmediato estos mensajes ridículos y ofensivos, ordenar una investigación sobre cómo, por qué, y con qué recursos se orquestó esta campaña.

A los ciudadanos nos toca poner un alto a estos excesos. Ya vimos a Felipe Calderón –lo frenó apenas a tiempo el Congreso- sacar raja propagandística de la tragedia en Tabasco con un alud de spots televisivos y radiales. Él, como su antecesor sabe usar intensivamente el arma publicitaria para conseguir lo que los votos limpios no le dan. Hoy, sin que se le mencione, sus publicistas, han decidido convencernos de que es el artífice de esta milagrosa transformación de los chiapanecos en japoneses.

Paremos esta y otras burlas similares.

Presionemos por todos los medios para que ya no se use ya ni un centavo, del erario público, ni uno sólo, en propaganda gubernamental que no tenga un fin específico y claro de servicio a la comunidad.