jueves, 26 de junio de 2008

DEL CASO STANLEY AL CASO DIVINE

El día que el conductor de televisión Paco Stanley fue asesinado Cuauhtémoc Cárdenas, a la sazón primer jefe de gobierno electo democráticamente de la Ciudad de México, perdió la Presidencia de la República. Tenía, los resultados de la elección del 97 así lo acreditaban, amplias posibilidades de competir y ganar en los comicios presidenciales del 2000. Esa noche, sin embargo, Cárdenas perdió de golpe 17 puntos porcentuales en las encuestas de aceptación ciudadana. El líder democrático del 88, el fundador del PRD, el que arrasó en el DF perdió de pronto y a causa de ese crimen del que no era responsable en absoluto todo ese capital político acumulado. De ahí para adelante se fue a pique.

En un, hasta entonces inédito, ejercicio de subversión porque se trataba de desestabilizar a un gobierno electo y en funciones, los medios electrónicos atacaron masivamente al Ingeniero culpándolo injustamente de un homicidio más conectado a las acciones del crimen organizado y el narcotráfico que a la inseguridad reinante en la capital de la república.
Apenas conocida la ejecución del conductor, locutores, reporteros y conductores de noticiarios de la radio y la TV, erigidos en ministerio público, en Santa Inquisición más bien, se lanzaron con gran virulencia contra Cárdenas. Abundaron los excesos histéricos. Sólo faltó quien acusara al gobernante de disparar el arma.

Fue realmente un linchamiento. No hubo matices ni casi excepciones. Sintiéndose heridos al haber perdido a un integrante de “la familia” –pese a la dudosa reputación de Stanley y a los muchos y muy abiertos rumores de su vinculación con el narcotráfico- los medios cobraron caro a Cárdenas la osadía de haberse alzado con la victoria en el DF y más caro todavía le cobraron el hecho de no haber doblado la cerviz ante ellos, de no tomar el crimen y las reacciones en torno a él con la debida seriedad y enfrentar entonces de manera decidida y adecuada las acusaciones en su contra. Con entrevistas banqueteras, sin la majestad del cargo, Cárdenas dejó el asunto crecer como la espuma.

Cárdenas subestimó –me imagino que lo sigue haciendo- la importancia del ataque de los medios y los efectos que podrían tener en su carrera política y en las aspiraciones de la izquierda de alcanzar el poder. Pensó, a pesar de tener en la mano los reportes del aplastante rating de las emisiones lanzadas en su contra, que podría remontar y dejó la tarea de responder los ataques a sus subalternos. Quienes entre el público no admitían, de ninguna manera y pese al bombardeo constante, la culpabilidad endosada tan mañosamente al Ingeniero Cárdenas en el crimen del comediante, no pudieron dejar de pensar que su apatía lo volvía un candidato indeseable para ocupar la primera magistratura.

Han pasado más de 10 años desde entonces. Un nuevo crimen, el caso Divine, de muy distinta naturaleza al asesinato de Stanley y este si responsabilidad de autoridades administrativas y policíacas, sacude a la ciudad, hace tambalearse al gobierno capitalino y pone en entredicho el futuro político del PRD y de Marcelo Ebrard.

Nueve jóvenes y tres policías muertos a causa de un fallido y criminal operativo policíaco no son un juego. Tampoco lo es la estela de ineficiencia y corrupción de autoridades a cargo de la inspección y regulación de antros, verdaderas trampas mortales, que estos lamentables hechos sacan a flote.

Hubo errores tácticos y de procedimiento. Los hay también de concepción; operar con masa de fuerza en esos sitios es comprensible pero altamente riesgoso. Ahí se vende alcohol a menores de edad. Ahí, también, campea el narcomenudeo. Que ambos negocios prosperen es sobre todo responsabilidad del inspector que recibe mordida y no clausura. Aplicar medidas policíacas a un problema político es jugar con fuego.

Nuevamente los medios, especialmente la radio, se lanzan contra un gobierno capitalino. Ciertamente hay hoy mayor asidero y razones para quien ataca. Abunda sin embargo, otra vez, el exceso histérico, la intención política -disfrazada de santa indignación- de linchamiento, el aprovechamiento poco riguroso de testimonios recabados sin el suficiente rigor periodístico, la información sesgada, el comentario editorial y la omisión deliberada del hecho incontrovertible de la venta de alcohol a menores en ese sitio y de las posibilidades, muy altas, de que ahí operaran narcomenudistas. Hay que informar; pero de todo. Hay que poner con toda crudeza y puntualidad los hechos sobre la mesa. La condena, si es el caso, toca dictarla a los tribunales.

Desgraciadamente hay quienes se creen, en tanto poseedores de un micrófono o una señal, grandes electores. Esos, los inquisidores, saben que si el caso Stanley marcó el declive de Cárdenas, el caso Divine puede marcar el del fin del perredismo en el gobierno del DF y la marginación de Ebrard de la carrera presidencial. No nos engañemos. En eso y no en el servicio a la comunidad es que están empeñados.

jueves, 19 de junio de 2008

TIEMPO DE AUDACIA

Difícil resulta imaginar condiciones más dramáticamente desventajosas desde el punto de vista político-militar y propagandístico que las que enfrentó, por más de una década, la guerrilla salvadoreña. Esa misma fuerza, a la que muchos daban por muerta, gobierna a más del 60% de la población y luego de 20 años de una paz conquistada en el combate y la negociación, de la superación de una visión ideológica maximalista, que tuvo como efecto mantener a la derecha en el poder todos estos años, está hoy a punto de conquistar, con Mauricio Funes como candidato, la Presidencia.

Ahí, en esa guerra imposible, en un pequeño país sin selvas, ni montañas, tan densamente poblado que era impensable el establecimiento de una retaguardia interna y donde la guerrilla combatía contra un ejército inmensamente superior en hombres, armas y recursos, aprendí que no hay que ser cauteloso cuando se trata de determinar y exponer los términos de la asimetría a la que, por fuerza, se ven sometidas, casi siempre, las fuerzas de la izquierda latinoamericana.

A las derrotas en El Salvador se les llamaba derrotas, a la desventaja estratégica se la analizaba y aceptaba y de esa certeza intolerable, cuya aceptación demanda una enorme valentía, surgía la fuerza para transformarlas en victorias.

Allí aprendí que sólo quien está absolutamente claro de todos los factores, internos y externos, que tiene en su contra es capaz de diseñar una estrategia para superarlos. Hacer un análisis objetivo de la posición en que te encuentras, por más desalentadoras que sean las conclusiones, no te transforma en un derrotista o peor aun en un tránsfuga. Sólo quien sabe de lo que adolece y no se arredra es el que puede alzarse con la victoria. Quien se cierra al análisis e invoca el dogma, la consigna o la creencia está condenado a la derrota.

Para vencer, es bien sabido, hay que conocer el terreno, la posición y el tamaño, la fortaleza y las debilidades del enemigo y también, sobre todo, conocer al dedillo -y ser capaz de discutirlas en voz alta- la posición, las fortalezas y más todavía las fisuras y debilidades propias.

La moral de combate del vencedor no se construye sobre una apreciación falsa y voluntarista de la realidad; cuando así sucede cualquier tropiezo provoca una debacle. Sólo quien sabe que tiene ante sí una tarea difícil, casi imposible, es capaz de empeñarse en el esfuerzo de creatividad y audacia que implica derrotar a las fuerzas superiores a las propias.

He sido testigo de grandes hazañas político-militares de la izquierda latinoamericana. También de sus más tristes descalabros. He visto, en la última guerra caliente de la guerra fría, a un ejército de desarrapados vencer a un gobierno que contaba con todo el apoyo de los Estados Unidos. He visto también, cuando desapareció la Unión Soviética, sobrevivir a pesar de todo, a un proyecto revolucionario asediado y aparentemente sin salida.

Precísamente en Cuba y cuando, en una entrevista con Fidel Castro, le hacia una enumeración de las enormes dificultades de la isla, que en los tiempos del llamado período especial era más isla que nunca, Fidel me dijo. “Lo que importa no es el tamaño del país; sino el tamaño de la idea”.

Eso; el tamaño, el poder de las ideas, el tamaño y el poder del compromiso con las causas de las mayorías es lo que ha hecho triunfar –cuando ha triunfado- a la izquierda en Latinoamérica. También y sobre todo su capacidad de superar la soberbia, los excesos de confianza, la cerrazón ante la critica, su perniciosa inclinación a sustituir la realidad por la consigna, la estrategia por el panfleto.

Vivimos en nuestro país –como diaria Lilian Hellman- un tiempo de canallas. Ensoberbecido Calderón se mira absorto en el espejo de la televisión y devela su verdadero rostro intolerante y autoritario. Tiene –el poder del poder se la concede- la ventaja estratégica y se dispone a hacer lo necesario para garantizar la mayoría parlamentaria en las próximas elecciones y la perpetuación, por interpósita persona si toca al PRI recuperar la presidencia, del proyecto neoliberal en el poder. Para triunfar, debe primero, rematar la industria petrolera.

Impedirlo es la misión histórica de una izquierda que con sus errores le ha pavimentado el terreno. Dividida, sitiada, desprestigiada esta izquierda tiene poco tiempo y menos espacio y condiciones de las que supone para reinventarse y recuperar la iniciativa. Cerrarse a la crítica. Desconocer su situación de desventaja estratégica. Refugiarse en el voluntarismo y el dogma, dar, en un esfuerzo por tapar el sol con un puño “combativo”, la espalda a la realidad sería un error craso. Estar en desventaja no significa estar derrotado; sólo implica que el reto es mayor y que hay que enfrentarlo con más decisión, imaginación y audacia.

jueves, 12 de junio de 2008

¿QUÉ HACEMOS?

A mi queridísima Yaya quien de tan llena
de vida como estaba hizo a la muerte sentir
-como decía el Maestro Nicol- que estaba
cometiendo un asesinato


De una manera u otra América Latina se enrumba hacia la izquierda. Los antes perseguidos; los sobrevivientes de la clandestinidad, los veteranos de la luchas armada, los apóstoles de las lucha civiles, sindicales y democráticas, los que volvieron del exilio, aquellos que sufrieron vejaciones y torturas, esos, los perseguidos, los masacrados, los olvidados de siempre, hoy tienen en sus manos, en muchos países, las riendas del poder político.

No consiguieron, es cierto, de inmediato la victoria. Cuando las dictaduras cayeron una tras otra y Washington se vio obligado a recular. Cuando se vino abajo –gracias en gran parte a la lucha de estas mujeres y hombres de la izquierda- el andamiaje de poder, corrupción y represión tejido en torno a la doctrina de la seguridad nacional y los abusos ancestrales de las oligarquías criollas, el suyo, el de estos luchadores, parecía ser un papel casi decorativo.

Se repartió la derecha -con asombrosa y camaleónica capacidad de adaptación y una desmemoria aun más asombrosa- presidencias y curules a lo largo de todo el continente. Abandonando a su suerte a los militares, de los que se sirvieron para hacer el trabajo sucio, oligarcas y líderes políticos tradicionales sacaron de inmediato provecho de su nueva fe democrática.

Apenas tolerados, los que emergían a la vida pública desde los sótanos de la clandestinidad o aquellos que salían de selvas y montañas, se mantuvieron, durante años, en la periferia del sistema político convertidos casi en coartada de una nueva democracia que les permitía jugar un rol menor como observadores críticos siempre y cuando abrieran la boca pero se mantuvieran con las manos quietas.

En algunos países, los menos, las fuerzas de izquierda fueron ganando lugares en la oposición parlamentaria. En los más su foro natural era sólo la calle y su destino la marginalidad. De pronto todo cambió. La democracia, dice bien Felipe González, debe para sobrevivir ser eficiente, producir resultados.

Con juguete nuevo en sus manos las formaciones políticas tradicionales, los partidos de derecha, los oligarcas transformados en demócratas, creyeron que se trataba sólo de jugar a las elecciones y turnarse en el poder. De cambios ni hablar. De atender los asuntos e intereses de la mayoría menos. De servir a Washington pasaron a servir al mercado.

Y ahí, en medio de la debacle social que esto ocasionó, se produjo el encuentro. Un encuentro luminoso, sorpresivo, telúrico entre las necesidades ingentes, las demandas y esperanzas de millones de seres humanos hartos de su sometimiento, concientes además de que los votos sirven y luchadores y organizaciones de izquierda que fueron capaces de reinventarse y se presentaron así, ante los electores, como una opción viable de transformación.

¿Y nosotros qué? ¿Por qué ésta, la segunda patria de tantos luchadores latinoamericanos hoy marcha a la zaga? ¿Por qué cuando Lula y Lugo y la Bachelet y Tabaréz Vázquez gobiernan en el Cono Sur? ¿Por qué cuando Mauricio Yunez, candidato del FMLN se acerca a la presidencia de El Salvador, ahí en la tierra de los escuadrones de la muerte y de ARENA? ¿Por qué aquí, digo, vamos, como los cangrejos, hacia atrás?

La crisis económica y social que se avizora puede ser, triste paradoja, la condición que permita a una derecha que se hizo a la mala del poder, perpetuarse en el mismo.

Si no se produce ese encuentro, luminoso y telúrico como se ha producido en otros países, entre la izquierda y la gente, ésta puede echarse –son muchos los ejemplos en la historia y la desesperación es mala consejera- a los brazos de aquel que promete, en falso, estabilidad y unos pesos de más en el bolsillo.

Calderón y los suyos fomentan el miedo a la revuelta. Descalifican a la izquierda. Le cuelgan el sambenito de la violencia. Cínicos, se presentan como defensores de una democracia de la que se han burlado. Apuestan, para legitimarse, a la amnesia colectiva. Hábiles, impúdicos y venales se valen de todo el poder del estado para mantener su letal ofensiva propagandística.

¿Qué hacemos entonces? Urge, desde la izquierda, encontrar la manera de hablar, de actuar, de sacudirse errores propios e infundios ajenos, de reinventarse pues. Urgen frescura, fuerza, imaginación. ¿Qué hacemos, digo, es pregunta, para construir una opción valedera de cambio, una esperanza? “De escultores y no de sastres –decía Unamuno- es la tarea”.

jueves, 5 de junio de 2008

EL DOBLE FILO DEL REFERÉNDUM

Marcelo Ebrard y el PRD, en los 400 municipios que gobierna, van a lanzarse a organizar un referéndum. Creen, me imagino, que los resultados de la consulta pública habrán de servir para frenar la intentona privatizadora del gobierno calderonista. Aunque me parece necesario y saludable este ejercicio de participación ciudadana y más en un asunto de tanta importancia para la Nación, no puedo compartir su optimismo. Mucho me temo que la batalla por la opinión pública en este tema –como en muchos otros- está perdida, o casi, para la izquierda mexicana.

Si la reforma de Calderón avanza -y puede que avance sin mayores tropiezos- el referéndum podrá servir tan sólo, a menos que se produzca un cambio radical en la actual correlación de fuerzas, para extenderle –vaya paradoja para quienes están convencidos de que defienden el interés general- un aval ciudadano incontestable al gobierno y sus aliados que quieren, lo traen precargado en su ADN, privatizar la industria petrolera.

Más allá de los buenos deseos, más afincados en nociones ideológicas que en realidades, de la suposición bien intencionada de que la voluntad ciudadana habrá de pronunciarse natural y contundentemente contra la reforma energética, está el hecho –un asunto si se quiere estrictamente técnico desde el punto de vista comunicacional- de que la inmensa mayoría de los mexicanos se han visto sometidos, desde hace al menos tres años, a un bombardeo propagandístico e informativo sin precedente que puede ocasionar que el referéndum termine siendo como un tiro por la culata para sus promotores.

Porque los referéndums sólo sirven si la ciudadanía a la que se consulta no es mantenida como rehén por el gobierno y los poderes fácticos. Si los consultados no están, como me temo que puede suceder en nuestro caso, ya condicionados por la propaganda. Si la ciudadanía no tiene la oportunidad –que no la tiene- de comparar, en condiciones de equidad, las distintas propuestas y las consecuencias que en un sentido o en otro tiene la decisión que debe tomar.

Un golpeteo incesante cae sobre una mayoría silenciosa –inmensamente más grande de la que puede llenar las plazas y calles de la Ciudad de México aun en las más concurridas manifestaciones- que pese a su extracción, a su origen de clase, puede estar mucho más lejos de los ideales de defensa de la soberanía nacional de lo que supone la izquierda.

Y es que a la promoción incansable de sus propias propuestas, al enmascaramiento de sus verdaderas intenciones, por todos los medios, a todas horas y con un escandaloso derroche de dineros públicos, el gobierno y la derecha han sumado una campaña también inclemente de denostación de la izquierda electoral, sus líderes y sus organizaciones.

Lo más singular del caso es que al ya tradicional recurso – se utilizó con enorme eficiencia para terminar de destruir a la República de Weimar- de identificación de la izquierda con desestabilización y crisis, hoy los propagandistas de la derecha añaden, la guerra sucia electoral les mostró el camino, la exposición sobredimensionada de los propios errores de la izquierda para desacreditarla. Y no se trata sólo de exhibir sus miserias; como la tragicomedia electoral en el PRD sino, sobre todo, del aprovechamiento de sus limitaciones y excesos discursivos.

Cae así la izquierda y por partida doble victima de su lenguaje eficiente sólo en la plaza o sólo en la academia. Víctima o de la consigna o del rollo inescrutable e interminable. Víctima pues –porque suele confundir a las multitudes con un espejo- de su propio narcisismo.

Las consignas que con tanta eficiencia encienden a los asistentes a un mitin llegan a esa mayoría silente, sentada frente al televisor, transformadas en gesticulaciones teatrales sobre dramatizadas y estridentes que suenan, a quien las escucha y ve en la casa, como amenazas de inestabilidad y desorden.

El discurso patriótico exaltado, editado convenientemente, impreso en gruesos titulares, termina convertido en una demostración de intolerancia rampante o en una retahíla de frases desafiantes y dichos de mercado, que si bien en la plaza arrancan aplausos, en la pantalla de la televisión producen rechazo y miedo.

El éxito momentáneo. La frase ocurrente que celebra el público en la plaza no funciona cuando salen de ese ámbito. Conviene tomar conciencia y rápido de que la batalla no habrá de ganarse sólo con discursos encendidos y movilizaciones callejeras. Si con plazas llenas no se ganan elecciones –baste ver el ejemplo de lo sucedido en la Nicaragua sandinista del 90- menos todavía consultas populares.

Y no se trata de aprender los métodos de la derecha. Indignado me ha tocado escuchar a “comunicólogos”, responsables de algunas campañas políticas del PRD, que se atreven a citar a Goebbels. No se trata tampoco de una trivial discusión publicitaria. Se trata de aprender a hablarle de nuevo a la gente. De reinventarse. De saber ocupar espacios que le son negados o que le son adversos.

Surge alrededor de la defensa del petróleo un nuevo movimiento social. Ojala se desprenda de viejos vicios y ojala tenga la fuerza y la creatividad para que a la mayoría silenciosa, esa que debe decidir y marcar una papeleta, llegue su mensaje. Es vital para la izquierda. Es vital para el país.