jueves, 25 de febrero de 2010

A MÍ TWITTER NO ME DA MIEDO

Primera parte

Confieso que no entendí la relación entre el título y el contenido de la columna de Ciro Gómez Leyva publicada este jueves en Milenio. Me parece ingenuo suponer, más bien pontificar, como él lo hace, sobre la muerte del periodismo a manos primero de los boletines oficiales y después del fenómeno creciente de las redes sociales.

Aunque sé que la capacidad de infiltración y manipulación del crimen organizado, otros poderes fácticos o la oposición (metidos todos de pronto en un solo saco merced a una teoría conspirativa que en el artículo de marras sólo se sugiere) es enorme, me cuesta mucho trabajo imaginar que en Twitter y Facebook, como parece sugerirlo Ciro al citar comentarios aparecidos en ambas redes, una de estas fuerzas oscuras ha montado una campaña para “meter miedo” a la población difundiendo falsos hechos de violencia. Ni falta que hace Ciro. La gente tiene miedo y no por cierto inducido o imaginario.

No creo, por último, que a estas alturas del partido los medios tradicionales, que también en eso de caer en información no confirmada resbalan con frecuencia, puedan seguir reclamando el monopolio de la objetividad e imparcialidad informativa.

Eso, que es más bien cuestión de fe, de dogma, le toca a la iglesia o a quienes confunden micrófono, cámara o columna con púlpito y desde ahí lanzan anatemas.

La prensa independiente en este país es, me temo y salvo muy honrosas excepciones, un fenómeno muy reciente. Sólo hasta que las fisuras en los más altos círculos del poder (de eso habla Sloderlick en su libro “En el mismo barco”) se hicieron profundas e inmanejables es que, lo que antes era el muy riesgoso campo de acción de unos cuantos valientes, se volvió la tarea cotidiana de casi toda la prensa nacional.

Sólo entonces diarios y revistas sometidos al poder comenzaron a abrir sus páginas a un periodismo crítico e independiente. Por décadas –y el suplemento del sábado pasado en Milenio sobre Fernando Benítez da cuenta de eso- ese periodismo se hacía más bien, colándose por los resquicios, en los suplementos culturales que, obviamente, no estaban bajo la lupa de los funcionarios encargados de la censura y esto, claro, hasta que el dueño o el director del diario recibía la llamada de rigor y mandaban a todos a casa.

Los diarios estaban dominados por la versión oficial de los hechos. Se rendían ante ella. Otro tanto sucedía en los medios electrónicos. La primera apertura se produjo en la radio. Sólo en el 2000 la televisión privada –en una estrategia de validación- comenzó a mirar, con una parcialidad y una incapacidad genética que aún mantiene, lo que sucedía en el país.

A una población escéptica que ha sido testigo y víctima de esta ominosa sumisión hoy se le abre con las redes sociales –siempre dentro de los límites que la desigualdad social y el retraso tecnológico que el país le imponen- un nuevo camino para comunicarse entre sí, para obligar al poder tan ayuno de mecanismos de rendición de cuentas y a los medios tan acostumbrados al “dictum” y a la unilateralidad a escucharla.

“Bienvenida sea la revolución –decía Flores Magón- esa señal de vida, de vigor de un pueblo que está al borde del sepulcro”. Bienvenidas sean, habría que parafrasearlo, las redes sociales en este entorno de competencia salvaje, de concentración de medios en manos de grupos de poder económico y donde la interacción con lectores o espectadores es sólo un instrumento limitado a las encuestas, los espacios del lector o las mediciones de rating y estudios de mercado. Bienvenido sea pues este viento fresco, este vehículo para construir, colectivamente, una nueva realidad.

Cuando surgió el control remoto la televisión, ahí donde hay opciones reales, sometió a programadores y productores a la dictadura de la decisión inmediata del espectador. En sólo 20 segundos se decide cambiar de canal. Siguió siendo sin embargo la de la televisión una pantalla sorda y plana. La comercialización de contenidos en internet si bien modificó usos y costumbres de consumo y democratizó el acceso a algunos contenidos no cambió, al menos hasta ahora, la relación con la que se suele llamar “audiencia cautiva”.

Si en la televisión mexicana el conductor prevalece sobre los reporteros, la narración sobre las imágenes. Si no es la “dictadura de los hechos” la única ante la que se someten los grandes canales. Si en la radio son también, otra vez, menos importantes los hechos y los protagonistas de los mismos que quienes controlan el micrófono. Si en la prensa se limita la interlocución con el lector y muchos columnistas se sienten agredidos, amenazados por la respuesta de la gente ante diagnósticos y veredictos que desde su columna lanzan y que pueden ser tan o más virulentos que los reclamos que reciben. En estos tiempos de canalla donde campean la violencia, el autoritarismo y su correlato la intolerancia. ¿Qué esperabas Ciro que sucediera al abrirse un sendero de tantas vías simultáneas, la llave de un torrente, como Twitter? ¿A qué temerle? ¿Por qué descalificarlo o, peor aún, meterlo en cintura?


www.twitter.com/epigmenioibarra

jueves, 18 de febrero de 2010

FELIPE CALDERÓN ANTE EL ESPEJO

Volvió Felipe Calderón, este miércoles pasado, a Ciudad Juárez. Dispendio inútil el suyo de, por supuesto, dineros públicos. Despliegue innecesario de miles de efectivos del ejército y la PFP que mejor hubieran seguido persiguiendo narcos. Igual hubiera organizado Calderón la reunión (espectáculo-ritual presidencialista-talk show) en Los Pinos porque de todas maneras se trataba sólo de que el señor, tan enamorado de su propia imagen, se mirara en el espejo y recibiera la dosis de elogios y aplausos que le fue negada la semana pasada.

Más para restañar su ego que para mejorar –tarea imposible a estas alturas- su muy dañada, por sus propias pifias y excesos, “imagen pública” es que Calderón se embarca en esta nueva aventura propagandística. Plagia sin recato alguno, del zapatismo además, una consigna transformada en slogan; “Todos somos Juárez” y en una ciudad tres veces herida; por las balas de los sicarios, la ineficiencia gubernamental y la calumnia contra los jóvenes victimados el 31 de enero monta un ritual, que a estas alturas, resulta, además de inútil, ofensivo.

Y es que, en la más palmaria demostración de que aquí y hablando de política y gobernantes el tiempo ha pasado en vano, hubo en esa reunión, de todo lo que se estilaba –nostalgia, vocación, ansia de futuro- en los tiempos del antiguo régimen autoritario.

En ese recinto rigurosamente vigilado y que, insisto, podía haber estado en cualquier sitio, se reprodujeron todos los usos y costumbres, los vicios que muchos pensaban desterrados, del viejo presidencialismo cuando los jefes de comunicación social de la Presidencia recorrían el país dando la espalda a la realidad y montando gigantescos espejos para que el gobernante en turno se mirara en ellos.

Pero no todo remitió a ese pasado. También hubo reminiscencias de la opereta foxista pues asomó por ahí, incluso, el fantasma de la “pareja presidencial”. Los arrumacos de Vicente Fox y Martha Sahagún fueron sustituidos por los elogios vertidos por un “apasionado” joven a la primera dama.

Margarita Zavala, dijo el joven encorbatado y ya entrado en confianza con “Felipe; porque así con su primer nombre llamamos a nuestros amigos”, tiene “cautivados” a los juarenses lo que motivó que un Calderón igualmente “apasionado”, humorista fallido, saliera orgulloso en defensa de su esposa. Vinieron entonces –cómo iba a ser de otra manera- risas y –como manda el ritual- una sonora salva de aplausos.

Pero dejemos a un lado ese triste espectáculo. Hablemos de lo que ahí podía y debía haber pasado.

Y es que ahí en Ciudad Juárez, en la frontera misma, no tuvo Calderón los arrestos, como no los tuvo la semana pasada para pedir perdón por sus dichos a los deudos de los jóvenes asesinados quedándose sólo en una “sensible disculpa”, para hablar fuerte y claro con dirección a Washington y al mundo. Porque por esa frontera sale la droga que los norteamericanos consumen y por esa frontera entran los dólares y las armas que tienen a nuestro país hundido en la violencia y la muerte.

Ningún lugar, ninguna ocasión tan propicia para realmente poner el dedo en la llaga.

La masacre de los jóvenes estudiantes, que aquí ha pasado ya casi al olvido provocó en el mundo una oleada de horror e indignación que puede ser, que debe ser capitalizada para hacer que México encuentre, de nuevo y con apoyo de la comunidad internacional, el camino de la paz.

Importa menos que se “hable bien de México en el exterior” como pretenden los propagandistas del gobierno a que se conozca la verdad y cobren los poderosos del mundo conciencia de que en esta guerra tienen, ellos, una ineludible responsabilidad.

Por la memoria de esos jóvenes mancillada con su calumnia cuando a bocajarro los tachó a todos de criminales. Por el bien del país debió haber alzado Calderón la voz para exigir al gobierno de Barak Obama un compromiso real e inmediato en el combate al narcotráfico dentro de sus propias fronteras y una acción determinante para, más allá del costo electoral que puede significarle una confrontación con la poderosa Asociación nacional del rifle, ponga punto final a la venta de armas de alto poder.

Fue por los pases de cocaína, las dosis de opio, los carrujos de mariguana que circulan en las calles de las ciudades de los Estados Unidos. Por la inmensa cantidad de droga que ahí se consume y de la cual por cierto nunca se capturan grande cargamentos que murieron los 15 jóvenes de Juárez y que mueren muchos jóvenes más en todo el país.

Fue por la corrupción e ineficiencia de las policías norteamericanas que no persiguen, ni capturan a sus capos locales; los verdaderos dueños del negocio, que la muerte campea en nuestro país. Fue por la tolerancia de Washington ante el consumo doméstico y la criminalización del tráfico más allá de sus fronteras que esos jóvenes de Juárez cayeron masacrados por armas y con balas compradas en armerías norteamericanas.

Era de eso que Calderón debería haber hablado en Ciudad Juárez adonde sólo fue a verse en el espejo.


www.twitter.com/epigmenioibarra

jueves, 11 de febrero de 2010

Carta a Felipe Calderón Hinojosa

Segunda y última parte

No hay señales de acuse de recibo de su parte o de alguno de sus personeros a la misiva dirigida a usted publicada aquí la semana pasada. No es la primera vez que me he quedado sin respuesta; no importa, persisto en el intento pues lo considero no sólo un compromiso con los lectores sino un deber ciudadano. Aunque sé que al “ni los veo, ni los oigo” de Carlos Salinas de Gortari usted ha añadido un “no los leo” mantengo el dedo en la llaga.

Si fuera usted, Señor Calderón, un ciudadano común estaría en su derecho de mandarme al diablo.
El problema es que “haiga sido como haiga sido” está sentado en la silla presidencial y desde ella conduce una guerra que, me temo, debido a sus yerros como comandante y a la doctrina con la que se combate habremos de perder todos. Es su deber, me parece, en tanto que está en juego la vida y el patrimonio de tantos millones de mexicanos y la viabilidad misma de la Nación, atender las críticas y dar respuesta a los cuestionamientos que se le hacen.

No soy ingenuo. Sé que son miles o decenas de miles las cartas que pueden llegarle cada día pero tampoco me resigno, ni me conformo. Advierto como avanza un grave peligro sobre México y –vaya paradoja- creo que de alguna manera es usted, con su comportamiento, con la doctrina que lo inspira, el que lo encarna.

Tuvo usted la ligereza, ahora Gómez Mont aduce una inexcusable falta de información, de criminalizar, desde Tokio, a las víctimas de la masacre en Ciudad Juárez. Sin averiguación policiaca ni resolución judicial de por medio dio por sentado que los asesinados eran delincuentes y de alguna manera pasó a contabilizarlos como bajas enemigas y por ende a minimizar esa pérdida inconmensurable no sólo para los deudos sino para el país.

No se detuvo, ni un segundo, a considerar las condiciones en que se perpetró la masacre, el hecho de que “peligrosos pandilleros”, inmersos además en una guerra, estuvieran desarmados y menos todavía que fueran, casi todos, estudiantes, algunos incluso distinguidos. Disparó a bocajarro y eso es precisamente lo que me preocupa; que esa costumbre suya se vuelve norma.

Calumnió usted desde la más alta magistratura, y haciendo uso del potentísimo eco que los medios de comunicación dan al poder, a aquellos a los que antes no estuvo en condiciones de proteger. Ignoró después los reclamos de sus deudos y hoy, finalmente, se presenta en Ciudad Juárez para anunciar, con bombo y platillo, medidas de emergencia, una “estrategia integral” para rescatar esa ciudad.

Un agravio de este tamaño a las víctimas, los deudos, Ciudad Juárez y el país no se resuelve con una “sentida disculpa” ni reconociendo, como lo ha hecho en su visita que se trataba de “jóvenes ejemplares”. Tampoco con redefiniciones tardías de estrategia de carácter más bien escenográfico, arengas patrióticas o medidas propagandísticas.

El problema Señor Calderón no es de estrategia sino de doctrina y también, por supuesto y como lo señalaba la semana pasada, de conducción. Cómo, adónde y en qué cantidades ha de desplegarse la tropa, qué hacer para atender consumo y adicciones, cómo enfrentar problemas que tienen que ver con la dignidad de los espacios públicos, el ataque a los flancos financieros del narco son asuntos que con buenos especialistas y el auxilio omnipresente de la DEA terminan por resolverse.

Lo que no se resuelve y conspira en sentido contrario es esa “mecha pronta”, esa costumbre de “disparar a bocajarro” con la que usted procede en asuntos tan delicados dejando ver los rasgos esenciales de su gobierno: la intolerancia y el autoritarismo.

La doctrina del comandante termina por permear incluso en los más prestigiosos y preparados cuerpos profesionales, mella su institucionalidad y desvirtúa y corrompe sus procedimientos, les hace traicionar su misión.

No tenemos, es preciso en esto ir más allá de su adicción propagandística, unas FFAA que puedan presumir de su solvencia absoluta frente al narco. Mandos importantes han protegido o trabajado con los grandes capos. Tampoco con respecto al respeto irrestricto a los derechos humanos tiene demasiado en su haber el Ejército Mexicano y menos todavía abona a su prestigio la relación que ha establecido, a partir del intercambio de prebendas, con gobiernos corruptos y autoritarios.

Un comandante como usted, con esa doctrina autoritaria que en el fondo supone el desprecio a la vida de quienes considera sus enemigos, puede potenciar esas debilidades estructurales, tal como se vio en el caso de la manipulación del cadáver de Arturo Beltrán Leyva y hacerlas operar, masivamente y con la coartada de combate al crimen organizado, al margen de la ley.

Son estas las razones y no conspiración del narco lo que explica el rechazo de amplios sectores a la presencia del ejército en las calles.

Y si eso pasa con las FFAA peor todavía sucede con las policiacas que regidas por el afán de obtener resultados rápidos a cualquier costo y la necesidad imperiosa de proporcionar, con capturas y muertes, insumos al plan propagandístico de su gobierno pueden caer en la tentación de volverse escuadrones de la muerte uniformados.

Su costumbre de atribuir las muertes a pugnas entre criminales y convertirlas en una especie de victoria, o al menos en síntoma del avance en esa dirección, opera entre quienes combaten como una “licencia para matar”. Su costumbre de “disparar a bocajarro” ante los medios se traduce, en el terreno, en la política de no hacer prisioneros.

No se equivoque, ni me opongo al combate contra el crimen organizado ni ignoro lo que está en juego. La fuerza del estado ha de usarse con firmeza y decisión pero sin caer –y me temo que usted se mueve en ese terreno- en “una batalla entre fanáticos –cito al escritor y poeta israelí Amos Oz- que creen que el fin, cualquier fin, justifica los medios”.

Termino diciéndole que creo firmemente que lo escrito aquí es expresión -vuelvo a Amos Oz- de la lucha que en nuestro país se libra “entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida y aquellos que pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones y credos”.

www.twitter.com/epigmenioibarra

jueves, 4 de febrero de 2010

Carta abierta a Felipe Calderon Hinojosa.

Hace unos años, en unos de esos gestos propagandísticos a los que, como su antecesor Vicente Fox, es tan afecto, pasó usted revista a tropas del ejército mexicano enfundado en una guerrera verde olivo con las insignias del Comandante en Jefe. Poco después comenzó a hablar de la guerra contra el narco y tras lanzar al ejército a las calles inició una interminable serie de arengas patrióticas, llamados al combate, advertencias a los criminales y discursos preñados de triunfalismo. De entonces para acá los ciudadanos nos hemos visto sometidos a un bombardeo publicitario inclemente en el que se nos dice, por todos los medios, a todas horas y con cargo al erario público, que la guerra no declarada que se está librando contra el narco está siendo ganada por su gobierno y que las fuerzas del orden asestan golpes cada vez más decisivos al crimen organizado.

De esa parafernalia propagandística que acompaña al despliegue de miles de efectivos del ejército, la armada y la PFP, usted, su gobierno y su partido han sacado provecho. La guerra contra criminales tan sanguinarios, que no puede menos que concitar el apoyo de los ciudadanos decentes, le ha servido tanto para obtener una legitimidad de la que carece de origen como para ganar en el mundo presencia y prestigio. Han usado usted y su partido, sin ningún pudor y como parte de su arsenal electoral, por otro lado, la polarización que el conflicto genera, para descalificar a sus adversarios políticos asociándoles directa o veladamente con el narco.

Como muchos, no se equivoque que no va mi argumentación por ese lado, estoy convencido de que no podemos los mexicanos ni negociar, ni rendirnos ante los capos del narcotráfico y que por tanto en el ejercicio de sus atribuciones constitucionales toca al Estado impedir que sienten sus reales a lo largo y ancho del territorio nacional. Sé también que en tanto Washington no modifique su hipócrita política de tolerancia al consumo y criminalización del tráfico fuera de sus fronteras estamos condenados a seguir pagando con sangre y muerte las grapas de cocaína que ciudadanos en Nueva York, Chicago o Los Ángeles consumen cada noche. Consciente de que del norte nos llegan dólares y armas no creo, como usted, que sea pidiendo a Washington más dólares y más armas que encontraremos la paz.

Cuando apenas han pasado unos días de que 40 jóvenes mexicanos fueran barridos por las balas de sicarios del narco en Ciudad Juárez y Torreón y la rabia y la indignación, que comparto, siguen vivas, quiero hacerle llegar mi más enérgica protesta por el modo en que usted Sr. Calderón conduce esta guerra y la doctrina en la que basa su estrategia.

Ser comandante en jefe demanda responsabilidades y tareas que usted no ha sabido cumplir. No puedo todavía creer el hecho de que, como si no pasara nada en México que demandara su atención, haya permanecido usted en Japón haciendo una visita de corte protocolario y peor aun que a pesar de haber regresado al país no hubiera volado de inmediato ni a Ciudad Juárez, ni a Torreón.

Los jefes militares que dirigen ejércitos en guerra -usted posó ante las cámaras con uniforme de campaña- deben hacerse presentes en las zonas de combate más criticas y deben sobre todo hacer sentir a la población civil que están dispuestos a compartir los riesgos que implica vivir en la tierra de nadie. Un comandante que aspira a ganar la guerra alienta en el terreno a los combatientes, da la cara a los deudos y responde por las víctimas, estudia con los mandos las condiciones específicas de los escenarios de guerra más conflictivos y supervisa en corto la marcha de las operaciones.

No ha cumplido usted ninguna de las tareas esenciales del verdadero jefe militar. Del hombre que dirige un país que se despeña en el abismo. A punta de spots y declaraciones a la TV, por encendidas que estas sean, no se ganan las guerras. Tampoco, por cierto, acudiendo al fácil expediente de, a larga distancia y sin investigación y proceso judicial de por medio, criminalizar a las víctimas.

Hay quien festeja que se pierda “la guerra de Calderón”. Yo no soy de esos. Ni voté por usted ni le reconozco –en la medida en que no jugaron limpio en los comicios presidenciales del 2006 ni su antecesor, ni usted, ni su partido, ni la iglesia y el dinero- como Presidente. No puedo sin embargo menos que acompañar los esfuerzos del gobierno para impedir que el crimen organizado, al que Vicente Fox cedió terreno, se apodere del país. Por eso le escribo porque creo que actuando como actúa se equivoca y la guerra la perderemos todos.

Además de su conducta como Comandante me preocupa la doctrina sobre la que descansa su estrategia y en la que se permean, su actitud ante la masacre en Juárez y antes de eso la manipulación, por mandos militares, del cadáver de Arturo Beltrán Leyva, lo confirman, rasgos distintivos de los regímenes autoritarios a los que la intolerancia conduce a operar con un profundo desprecio a la vida. De eso, de la forma en que a jóvenes desarmados tacha usted de peligrosos pandilleros que caen victimas de sus rivales, le escribo aquí mismo la próxima semana.

www.twitter.com/epigmenioibarra