jueves, 25 de septiembre de 2008

UN PASE DE COCA EN NY; DOS GRANADAS EN MORELIA...

(Segunda y ultima parte)

…y lo que falta por venir, porque el conflicto –así como ahora lo vivimos- apenas comienza. Habrá, me temo, muchas muertes violentas todavía. No es mi propósito atemorizar al lector con pronósticos apocalípticos, ojalá, de verdad lo deseo, me equivoque. Simplemente el análisis de los hechos, del poder de fuego creciente del narco, de sus formas de operación, de aquello que podría considerarse su doctrina y que se desprende de sus propios actos me lleva a pensar que lo peor aun está por venir. Cabe esperar, pienso, que se produzcan entonces más atentados; más sangrientos; mejor planeados. Habrán de caer, también, qué desgracia, muchas más víctimas inocentes y su muerte, qué tragedia, no modificará ni un ápice la política
estadounidense de control del consumo y persecución de los capos locales en su propio territorio, al contrario; vendrán desde el norte del Río Bravo –como con el plan Colombia llegaron a ese país- cientos de millones de dólares, equipo, tecnología, armas, asesores para combatir a unos capos que, también del norte, reciben millones de dólares, equipo, tecnología, armas y que –siguiendo una de las más elementales reglas de la guerra- habrán de escalar el nivel del enfrentamiento para ponerse en las mismas condiciones de combate en las que está su adversario; sólo que liberados de cualquier compromiso institucional, del respeto a la Convención de Ginebra, a los derechos humanos. Más vale prepararnos pues. Se avecina la guerra que, como decía César Vallejo, es “un monstruo grande y pisa fuerte”.

Si sale el ejército a las calles -¿y cómo no habrá de hacerlo habida cuenta de la pérdida de soberanía en tan vastas zonas del país?- si patrullan los militares, digo, con masa de fuerza, con vehículos blindados y ametralladoras pesadas se armaran entonces los narcos –ya lo estamos viendo en los decomisos- con explosivos para dispersar y causar bajas a las concentraciones, rockets y ametralladoras para penetrar blindajes. Nos salva todavía el hecho de que lo suyo es un negocio. No son un cuerpo, salvo en el caso de disputa por mercados vitales, con disposición ofensiva; defienden los suyo, no son combatientes sino mercaderes, pero son también asesinos y la vida humana, para ellos, no tiene valor alguno. Sólo cuando se ve comprometida la mercancía –y eso en cantidades o condiciones estratégicas- o la seguridad de jefes que no pueden “arreglarse” con la justicia se deciden a presentar combate. Eso, sin embargo, puede cambiar; se registran ya tiroteos más intensos, de más larga duración con las fuerzas federales. No son estos enfrentamientos, ciertamente, la regla todavía pero son ya excepciones que la confirman. Su creciente poder de fuego les da confianza, la posesión de armas pesadas los obliga a hacer uso de ellas, el mismo clima que han creado con sus acciones les hace sentirse capaces de enfrentar con éxito al enemigo. La presión social de sus propios competidores, el compromiso del prestigio que se gana a sangre y fuego y a sangre y fuego se mantiene, los orilla a la acción.

¿Y el estado? ¿Y el gobierno federal? ¿Y los gobiernos estatales? ¿Y los municipales? Hay, estoy seguro, en todos los niveles de gobierno, muchos servidores públicos, honestos y patriotas que combaten al crimen organizado con valentía; sin caer avasallados ante la ley de “plata o plomo”. Hay otros a los que el miedo vuelve ciegos y sordos, estatuas de sal que dejan al narco hacer y deshacer a su antojo y hay también –y son legión- quienes pecan por comisión y colaboran activamente con él; delincuentes con placa, rango y uniforme, posición en el tribunal, puesto en la aduana o en cualquier otra dependencia que garantice al crimen organizado la impunidad y el negocio. Saber quién es quién, en este momento, se torna extremadamente complicado y peligroso. Vital, sin embargo, no escatimar esfuerzo alguno en este urgente y prioritario proceso de depuración y deslinde.

¿Y la población civil? ¿Y los medios? ¿Y los partidos políticos? ¿Cómo construir un escudo ciudadano? ¿Quién y como garantiza la seguridad de quienes se atrevan a formarlo? No es sólo con armas y balazos que habrá de conjurarse la amenaza; hace falta combatir, es cierto, pero hay que hacerlo con tino y con el respaldo de una amplia base social. No sólo allá al norte de la frontera se consume droga. Aquí también y cada vez más. La pelea empieza, entonces, en casa con los hijos; también frente al espejo. Una serie de batallas pequeñas pero sostenidas cotidianamente, en millones de hogares a la vez, contra la adicción a las drogas, puede abrirnos el camino a la paz. Una actitud valiente y digna ante el gobierno de los Estados Unidos que, en todos los foros y sin miedo, denuncie y detalle su responsabilidad en esta guerra, es también urgente y necesaria. Contra el consumo; aquí y allá entonces; para parar ese río de dinero que cubre al país de sangre.

jueves, 18 de septiembre de 2008

UN PASE DE COCA EN NY; DOS GRANADAS EN MORELIA...

Primera Parte


… y siete muertos habría que añadir y más de cien heridos y los muchos más que, me temo, habrán de caer todavía. Allá, en Nueva York, en Chicago, en Washington o en Denver, la droga que sale de aquí y distribuyen, con total impunidad, los carteles norteamericanos, verdaderos dueños del negocio, alivia las angustias cotidianas de más 7 millones de adictos que, pase, toque o inyección de por medio, sobrellevan así el idílico “american way of life”. Sistema de vida, que por cierto, se sostiene, además de sus ingresos legales, la venta de armas, claro, es uno de ellos, gracias a la entrada en circulación, libre de las ataduras de la economía formal a la que, sin embargo, oxigena, de más de 300 mil millones de dólares anuales, producto del trafico y consumo local de estupefacientes. Mientras allá pues la vida se organiza en torno a la droga, aquí morimos por ella.

En este país que se hunde bajo el peso de la impunidad, la corrupción y el accionar creciente del crimen organizado, ese flujo indetenible de armas y centenares de millones de dólares que viene del norte produce y seguirá produciendo zozobra, incertidumbre, muerte. Muerte a tal grado violenta e indiscriminada que hemos perdido incluso la capacidad de asombro ante tanto decapitado y tanta masacre; 12 en Mérida, 10 en Juárez, 24 en La Marquesa; las cifras no cesan de crecer y ahora se engrosan con civiles inocentes que no hacían sino estar ahí, en una plaza pública, entre miles más, disfrutando la fiesta de una independencia cuyo significado amenaza con perderse del todo.

Dice bien Tony Garza, el Embajador estadounidense, fueron narcoterroristas los que lanzaron las granadas. Elude sin embargo el funcionario la responsabilidad de su gobierno en la génesis de esos monstruos. Sí, en el terreno de la política y por su celo fundamentalista, el gobierno estadounidense ha terminado por ser, triste y paradójicamente, uno de los más activos promotores del terrorismo al que con tanto denuedo combate, es su actitud laxa e irresponsable ante el consumo de drogas de sus propios ciudadanos y la falta total de compromiso con la persecución y el castigo de los capos locales lo que ha hecho crecer el negocio del narcotráfico y lo que, a fin de cuentas, ha terminado por generar figuras de la calaña de Escobar o de Osiel Cárdenas y ha permitido la integración y el desarrollo de grupos criminales como los carteles del golfo, de Juárez, de Sinaloa o bien de grupos paramilitares como “la Familia” y los Zetas.

También del norte, por cierto, es que llegan las armas con las que los capos se matan entre sí, matan a las autoridades que los combaten y matan a los civiles que se les atraviesan en el camino o cuya muerte sirve, como en el caso de Morelia, para “calentar una plaza” y dañar a sus competidores. También con esas armas –con las que venden a los capos y las que venden a los cuerpos de seguridad- hacen pues negocio los estadounidenses. Eso se le olvido decir al Sr. Garza y también hablar de cómo la industria del entretenimiento no cesa, de manera subliminal si se quiere, de promover el consumo y de celebrar a aquellos actores, cantantes, figuras públicas que fuman mariguana o son adictos a la cocaína. Qué más da que jueguen con eso; en Hollywood, Wall Street o Washington la droga no deja de ser sino una travesura que merece cuando más la reprimenda de un juez y ocasiona un rentable escándalo mediático. Aquí en Morelia, mientras tanto, esa misma droga que tan campantes consumen los estadounidenses, produce cuerpos desgarrados por la metralla.

Ya tenían los capos granadas -y muchas- en su poder. Quien las tiene –es una ley de las armas- las usa. Ya, incluso, las habían lanzado antes; en una discoteca en Nuevo León, contra la tropa que se aproximaba a una casa de seguridad en Sinaloa y luego en Guanajuato contra una base militar. Quien incorpora explosivos a su arsenal sabe, desde que lo hace, que su poder no se gobierna y que tarde o temprano habrá de causar bajas civiles. Ahora en Morelia, porque así convenía a sus intereses, los narcos las lanzaron, sin más, contra la multitud. Les convenía hacerlo. Era barato. Era sencillo.

No es pues, me parece, del todo cierto que los capos mexicanos hayan dado ahora, con este atentado, un salto cualitativo en su accionar. Caminan ya hace tiempo en esta misma dirección. Hace unas semanas ametrallaron a una multitud en Creel; antes habían dispuesto –no lo lograron- el estallido de coches bombas en Sinaloa. Su única doctrina es la violencia indiscriminada; la muerte ejemplar.

Vivimos, hace ya tiempo, un proceso de escalamiento del conflicto que no habrá de detenerse –pese a los estentóreos llamados a la unidad- si algo no cambia o no hacemos que cambie en los Estados Unidos. Acabar con la amenaza, contenerla siquiera, será imposible en tanto sigan llegando del norte tal cantidad de armas y de dólares. Cortar la ruta de abastecimiento del enemigo, de eso Washington sabe mucho, es vital para ganar una guerra.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

¿LLORIQUEOS, CIRO?

Estimado Ciro:

Como, mucho me temo, asuntos más graves, habrán de ocupar nuestra atención en los próximos días y ante la imposibilidad entonces de hacer uso de mi espacio de los viernes en Milenio para responderte, quisiera compartir contigo y con nuestros lectores, por medio de esta carta, algunas reflexiones sobre tu artículo del pasado martes titulado “No lo sé, Epigmenio”.

Dices que no te dedicas a la prospección, ni a la ciencia ficción, ni a profetizar calamidades y agregas “tampoco a la propaganda”, sin embargo, de inmediato te lanzas por ese sendero, el del discurso propagandístico, cuando dices que conoces bien y cito: “el lloriqueo marrullero del pueblo bueno lopezobradorista, sus voces y plumas”.

A eso me refería Ciro cuando hablaba del “dedo flamígero”. A esa tendencia, tan en boga en nuestros días, a sustituir el debate por la descalificación. A esa costumbre de colgar, a cualquiera que se atreva a mantener vigente su inconformidad con el proceso electoral del 2006, el sambenito de lopezobradorista, sinónimo, en esa misma jerga, de intolerante, violento, intransigente y resentido. Nada más nos falta y como en los tiempos de la Santa Inquisición, ser condenados a la hoguera por “diminutos y relapsos” en tanto que no podemos entender el dogma de fe de la legitimidad de Felipe Calderón.

Lo mío –que por cierto ni soy parte de “sus plumas” ni pertenezco tampoco al “pueblo bueno”- no son, de ninguna manera, lloriqueos. Mantengo una posición y expongo mis razones para hacerlo. En la democracia, desde mi punto de vista, no caben ni la amnesia, ni la resignación. Es un derecho y una obligación ciudadana –que no se extingue ni con el tiempo, ni con la propaganda- inconformarse con los resultados de un proceso electoral en el que intervinieron ilegalmente el entonces Presidente de la República, Vicente Fox y los poderes fácticos.

En cualquier otro país y dada la mínima distancia final entre los dos candidatos punteros, lo más razonable, lo más sano para la democracia y sus instituciones hubiera sido –habida cuenta de que esa intervención flagrante pudo torcer la volunta popular- un recuento “voto por voto”. Esto, que hubiera limpiado la elección, desgraciadamente no se produjo.

Hay pues Ciro –para muchos millones de mexicanos como yo- un muy razonable margen de duda y habemos en consecuencia quienes, sin lloriquear, consideramos que entre los muchos males que nos aquejan está precisamente el de carecer, como carecemos y los hechos lo demuestran, de un gobierno con la legitimidad necesaria y suficiente para generar el consenso que México, en esta hora grave, demanda.

No te considero un “fusilero de la guerra sucia”. Cuestiono, eso sí, el análisis que haces sobre los supuestos intentos “golpistas” y sobre todo, de la viabilidad de los mismos a manos de un movimiento político al que si bien no le faltan razones le sobra –y los hechos lo demuestran- institucionalidad. Nunca he escuchado nada que vaya más allá de un programa de resistencia civil pacifica. Entendiendo claro, de eso se trata, que resistir –un derecho ciudadano- es poner coto a la acción del gobierno.

Tanta insistencia tuya en el “cuento del derrocamiento”, puede, mucho me temo, además de representar una falla de puntería analítica y una especulación apocalíptica de esa que dices que no haces, alentar el linchamiento y la persecución de la que tu mismo te dices víctima.

Que Calderón no termine su mandato, es, como en cualquier régimen democrático y más todavía en nuestras circunstancias, algo posible y quizás, incluso, algo deseable. Me pregunté, te pregunté que pasaría si eso sucediera. El país se hunde Ciro, creo que en eso estaremos de acuerdo. Hay un pensamiento de Miguel de Unamuno, el mismo que dijo a los franquistas: “venceréis pero no convenceréis”; que, a propósito de la magnitud de los retos que como nación enfrentamos, ronda con frecuencia en mi cabeza: “De escultores y no de sastres es la tarea”.

Lloriquear, termino con esto Ciro y perdona que insista, no es lo mío. Llorar sí; de dolor, de rabia, de impotencia como lloran hoy muchos otros mexicanos ante la patria rota.

Epigmenio Ibarra

jueves, 11 de septiembre de 2008

¿Y SI CALDERÓN NO TERMINA SU MANDATO?

¿Qué pasaría? ¿Colapsaría el país? ¿Se hundirían los mercados? ¿Reinarán la zozobra y el caos? ¿Habría en las calles más decapitados, más inseguridad, más violencia? ¿Serían las cosas todavía peor que ahora? ¿Qué pasaría, digo, es un decir como decía César Vallejo de España en esos tiempos aciagos de la guerra civil, si cae Calderón? Si en un arranque de sensatez, dirían unos, de honestidad, dirían otros, de locura o cobardía dirían quizás los más, Felipe Calderón decide que, en efecto, ni puede más, ni conviene al país que pueda más, ya que no tiene ni los arrestos ni la legitimidad, el espacio, el control suficiente y necesario para reunir el consenso que el país demanda para salir adelante. ¿Qué pasaría, digo, si este hombre que hoy está sentado “haiga sido como haiga sido” en la silla se hace a un lado?

No comparto la inquietud, la santa indignación de aquellos que creen que hablar de esta sola posibilidad; que Felipe Calderón no termine su mandato, es una especie de sacrilegio institucional, una invocación al caos, el desorden y la locura. Tampoco comparto el miedo histérico y además infundado a conjuras subversivas que esas mismas buenas conciencias expresan, inflamados de una aparente sobriedad o de patriotismo y buenas maneras, en la prensa escrita. No veo, para ser francos y he respirado la insurgencia desde cerca, en el EPR los tamaños para derrocar al gobierno. Le faltan base social, arrojo, fuerza militar y sobre todo doctrina y convicción. Lo suyo, fieles a “la guerra popular prolongada” –de ahí que no haya habido más incursiones guerrilleras- es la sobrevivencia; la preservación de sus propias fuerzas sobre todo.

A López Obrador y su movimiento, por otro lado, y pese a lo mucho que se le quiere echar encima, el arrojo que pudiera bastarle para el esfuerzo insurgente, está lastrado por la institucionalidad que le sobra. No hay manifestación o mitin en que AMLO no insista –pese al esfuerzo por desvirtuar sus palabras- en el espíritu pacifico de sus movilizaciones. Se toma el Zócalo, sí, pero de 9 a 10 y luego lo cede a su adversario. Es preciso reconocer que la guerra sucia contra él no ha cesado y que sus efectos parecen haber permeado incluso entre los más lucidos. Hoy más que nunca, por la debilidad extrema de Calderón, resulta, para muchos que olvidan aquella máxima de Reyes Heroles: “lo que resiste apoya”; que López Obrador, pese a lo que diga en sentido contario y a su insistencia en los métodos de resistencia pacifica, es “un peligro para México”.

Tampoco se avizora la posibilidad siquiera de una asonada parlamentaria. Ya los partidos miran sólo las elecciones que se avecinan. A Calderón los unos, en el PRI, que lo han apoyado en tanto que lo utilizan para preparar su regreso y los otros que los han denostado, en el PRD y los otros partidos del FAP, en tanto que se desgarran en sus pugnas internas, están dispuestos a tolerarlo para sacar raja política de su eventual descrédito. Desdeñan las habilidades mediáticas del régimen. Ciegos y soberbios hacen menos su rating, construido, claro, con el dispendio incontrolado de recursos públicos. Ni hablar pues de, por lo menos, un voto de censura. Menos todavía de referéndum revocatorio.

Por eso insisto y lanzo la pregunta a los amigos lectores, a los colegas como Ciro Gómez Leyva que tanto han hablado del asunto, que han señalado con dedo flamígero las intentonas golpistas, que, más que eso, debo decirlo, me parecen puros arrebatos retóricos: ¿Qué pasaría en este país, digo, es un decir y a estas alturas de la historia si el Presidente en turno, uno que está en el poder luego de unas elecciones evidentemente turbias y que con apenas un muy estrecho margen, no del todo claro como lo sostiene en su libro José Antonio Crespo, derrotó a su adversario, no termina su mandato?

Yo no creo que los votos y más aun cuando no está claro que hayan sido los suficientes, ni sean tan limpios como se dice, sean un cheque en blanco para los gobernantes. Estoy convencido de que la democracia no es una fatalidad con la que debemos cargar pese a todo y que los periodos para los que un mandatario es elegido están sujetos al cumplimiento efectivo de sus funciones. Al contrario; la democracia, si queremos que sea real, se valida día a día. Nada se cae, nada se derrumba si, gracias a un proceso de rendición de cuentas, se revoca un mandato. Ya lo dijo, refiriéndose al punzante asunto de la seguridad, Fernando Martí: “Si no pueden renuncien”.

Quizás, digo quizás, sea esa la noticia que el país necesita; porque necesitamos con urgencia una bocanada de aire fresco. Quizás si Calderón renuncia, digo, es un decir, muy otro habrá de ser su lugar en la historia.

jueves, 4 de septiembre de 2008

¿DE QUE SE ESPANTAN?

Hace unos días, en una entrevista radiofónica con Carlos Puig y a propósito de esos “resentidos” que se atreven a hablar de la posibilidad de que no termine su mandato, Felipe Calderón decía que esos, “que son cada vez menos” –ya antes había declarado, lo que al parecer le costo una comida a Carlos Marín, “que lo tienen sin cuidado los que los quieren tumbar”- no han aprendido que en la democracia hay que saber que a veces se gana y otras se pierde.

Tiene razón Calderón. La distancia entre una victoria o una derrota puede ser, a veces, solo un punto. Lo que no dijo es que, en la democracia real, hay un principio incontrovertible que el y los suyos violaron flagrantemente y es que, antes de hablar de la aceptación de los resultados, sean estos favorables o no a un determinado candidato y precisamente para que la legitimidad del mandato sea incuestionable, lo que hay que hacer es jugar limpio. Un punto, un voto si, con eso puede ser suficiente siempre y cuando no halla ni sombra de duda.

Ni Calderón, ni Fox, en el 2006, jugaron limpio. ¿De que se espantan pues si alguien en el ejercicio de un derecho ciudadano plantea la posibilidad de revocar el mandato presidencial? Harto mas fácil hubiera sido que el IFE, el tribunal electoral hubieran actuado con dignidad y congruencia y, como en cualquier país civilizado ante la opacidad de la elección y el margen tan estrecho entre los contendientes, hubieran procedido, al menos, al recuento voto por voto.

“Haiga sido como haiga sido” Calderón se hizo de la presidencia. Eso, insisto, tiene un costo que, desgraciadamente paga el país, paga nuestra incipiente y vulnerada democracia, pagamos todos.

Sorprende pues el escándalo de las buenas conciencias que hablan sobre las “intenciones golpistas” de López Obrador o de Camacho o de Muños Ledo o de cualquiera que se atreva a recordar, siquiera, las condiciones en que se celebraron los comicios y en tanto que ese recuerdo sigue vivo, a preguntarse, en el ejercicio de un derecho ciudadano, si ese señor tiene derecho a seguir sentado en la silla.

Solo pensarlo hace que a uno se le cuelgue de inmediato el sambenito de intolerante y subversivo. Más subversivo, golpista eso si, fue sin embargo atropellar, como lo hicieron Fox, los poderes facticos y el propio Calderón a las instituciones y los procesos electorales. Son muchos los que, de manera sistemática, reducen todo, ese derecho ciudadano a inconformarse, al puro resentimiento, al rencor y, sobre todo, a la incapacidad de aceptar la derrota.

Sorprende digo el escándalo de las buenas conciencias, a propósito de la idea siquiera de la revocación de mandato, porque son muchos los ejemplos de gobiernos que, en Italia, Inglaterra y otras democracias por mucho menos que la falta de legitimidad de origen de Calderón, su ineficiencia en el ejercicio del poder o el comportamiento impropio de algunos de sus mas altos funcionarios, se han venido abajo.

En una democracia –Calderón tampoco lo dijo- incluso cuando se juega limpio los votos no son un cheque en blanco para el gobernante. La permanencia en el poder depende la conducta, probidad y eficiencia de quien resulto electo para mandar.

Calderón, eso esta sobre la mesa y es cada día mas claro, no da, como dice el refrán popular, pie con bola. Rodeado de amigos, conocidos solo por el y leales también solo a el, mas que de funcionarios con prestigio, solvencia y capacidad. Inmerso en una obsesiva batalla –algo le aprendió a Fox- por conseguir legitimidad a punta de spots. Movido por intereses ideológicos y oscuros intereses económicos más que por una apreciación objetiva de la realidad y las necesidades del país. Lo suyo es en rigor - y la ausencia de logros lo demuestra- una batalla pérdida de antemano contra cada vez más numerosos molinos de viento.

Cada frente que abre Felipe Calderón –pese al enorme rating que obtiene con sus constantes y atrabiliarias apariciones en la televisión- es ya, desde el inicio del combate, una derrota anunciada.

Conducir este barco, en medio de las oscuras y tormentosas aguas por las que navegamos, exige, más que eficiencia y capacidad que, también son necesarias y de las que Calderón, por cierto, no ha hecho gala, una legitimidad de origen incontrovertible. Solo un gobernante sin macula, cuyo mandato sea incuestionable, puede conseguir el consenso nacional necesario y suficiente. Ese consenso que, nace del respeto y no de la resignación ni de la amnesia, es la única palanca de fuerza para sacar adelante el país.

No hay que engañarse. Los pactos coyunturales con otros partidos, como el que ha permitido, de alguna manera, sobrevivir a Calderón de la mano del PRI, alcanzan solo para maniobras políticas de corto alcance; sirven, si acaso, para pavimentar el camino de la restauración del antiguo régimen.
La impunidad, el origen y horizonte de nuestros males nace del olvido conveniente de las trapacerías, de la aceptación de lo inaceptable.