jueves, 28 de enero de 2010

ES UN MONSTRUO GRANDE...

En el sesenta y cinco aniversario de la liberación de Auschwitz

La intolerancia como la guerra, a la que con frecuencia precede, provoca, alienta y profundiza, es también, como dice el poema, un “monstruo grande y pisa fuerte......”. Muchas veces sin embargo no se dan cuenta los pueblos de cómo este monstruo, esta hidra de mil cabezas, impulsado desde el poder político, el dinero y el púlpito, se va apoderando de ellos y avanza destruyéndolo todo.

La paz, la libertad, la democracia, la justicia, los derechos humanos caen hechos añicos a su paso y sólo cuando es demasiado tarde suele la gente lamentarse por haberse rendido ante ella.

¿Cuánto dolor y cuánta sangre ajena y propia costó, por ejemplo, a los alemanes haber permitido que el virus del nazismo se extendiera? ¿Cuántos millones de seres humanos tuvieron que morir antes de que esos mismos alemanes entendieran que fueron ellos, voto a voto unos, con su indiferencia otros, con su concurso activo en la barbarie los más, los que encumbraron a Hitler y abrieron así las puertas del infierno en la tierra?

La tentación de imponer a toda costa su verdad, sus dogmas sobre otros, de dictaminar sobre lo que es correcto, normal, natural y lo que es perverso, pecaminoso, contrario a los designios de Dios o, lo que es lo mismo, de la naturaleza o peor todavía del partido o del régimen, del clan o de la raza. La perniciosa inclinación a descalificar primero, luego segregar y finalmente destruir a quien se ve, piensa o actúa diferente es una enfermedad congénita que, de alguna manera, nos es común a todos los seres humanos.

Ahí está, en mentes y corazones, siempre latente, siempre a punto de brotar y con enorme virulencia y rapidez extenderse por todo el cuerpo social. Los resortes que la activan son siempre los mismos: la inseguridad, el miedo a la muerte, la angustia. También son siempre los mismos los agentes que producen sus brotes epidémicos: Mesías, falsos profetas, salvadores de la patria, dictadores, promotores de la fe ciega y la verdad absoluta, inquisidores, charlatanes, publicistas.

Es en tiempos de crisis económica, política, moral, como los que vivimos en nuestro país, cuando el ser humano está más expuesto al contagio y es también en esos tiempos cuando surgen individuos, organizaciones, partidos y gobiernos que sacan provecho de esa predisposición genética a la intolerancia –por llamarla de alguna manera- y explotan, para su propio provecho, nuestros más primitivos y oscuros instintos.

Quebrar el frágil equilibrio social es siempre más fácil que establecerlo.

Sé que en tiempos de aparente “normalidad democrática” como la que vivimos en México decir siquiera que podemos desbarrancarnos en ese abismo suena a muchos exagerado. No es mi propósito sin embargo hacer un discurso apocalíptico. Advierto y me preocupan la aparición entre nosotros de cada vez más signos del ominoso avance de la intolerancia y su natural compañero de viaje el autoritarismo.

Estos signos están presentes en casi todos los órdenes de la vida pública. Su expresión más vivida y reciente es la ofensiva conjunta desatada desde el púlpito por la alta jerarquía católica y desde las más diversas tribunas y foros, incluso el de la SCJN, por el gobierno de Felipe Calderón contra el derecho a decidir de las mujeres y las reformas a la ley, que, en la Ciudad de México y para honra de la capital del país, permiten a los homosexuales contraer matrimonio y adoptar hijos.

Se equivocan aquellos que piensan que sólo las mujeres en condiciones de decidir si abortan o los homosexuales son el objetivo de esta ofensiva. Somos todos los que estamos en la mira.

La tarea corrosiva de la intolerancia empieza descalificándoles desde el púlpito o la pantalla, tildándoles de criminales en el caso de las mujeres, de perversos y anormales en el caso de los homosexuales. De ahí al linchamiento mediático y social hay sólo un paso y los resultados de las más recientes encuestas son sólo muestra de la raigambre de los prejuicios y de alta eficacia con la que opera la predica intolerante.

Luego viene el componente de gobierno. Se endereza entonces, desde la misma presidencia de la República que utiliza a la PGR como instrumento confesional, una ofensiva jurídica para revertir las reformas y en los hechos negar a individuos, a semejantes, el derecho a una vida digna y plena. ¿Qué seguirá después?

La forma en que los órganos de seguridad del estado libran algunos de los combates de la guerra no declarada contra el crimen organizado es también expresión de esa intolerancia creciente.

El ejército, la marina y los cuerpos de seguridad empiezan a actuar por encima de la ley y aplican a sus enemigos, sin más, la ley del Talien. “Todo se vale” cuando el miedo aprieta. El temor de la población acredita, avala y legaliza en los hechos la actuación criminal de quienes debieran actuar en defensa del estado de derecho.

Y todo esto en medio de un clima creado, a punta de un bombardeo inclemente, por expertos que –a la manera de Goebbels- pulsan, manipulan, exacerban con la propaganda los más primitivos instintos. Haciendo, además, tal ruido que es imposible escuchar, sentir el avance de ese monstruo grande…

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jueves, 21 de enero de 2010

LAS COSAS POR SU NOMBRE

La coartada; sacar al PRI de los palacios de Gobierno en Oaxaca e Hidalgo parece justificarlo todo. Difícil hablar, sin embargo, de que al aliarse PAN y PRD en esos estados traicionaran principios. Qué va. De todo, menos eso precisamente: principios, se tratan estos prodigios del malabarismo político.

En sentido estricto y llamando a las cosas por su nombre no hablamos de alianzas sino de complicidades.

Importa poco la suerte de los votantes: el bienestar de la población asediada por los vestigios del régimen autoritario que en esas entidades no ha retrocedido ni un palmo. Lo único que buscan “los cómplices” es repartirse las migas de un poder que no podrán ejercer juntos ni un segundo.

Política ficción pues, engaño, simulación y un descarnado pragmatismo o en el mejor de los casos ingenuidad es lo que impulsa a aquellos que promueven y justifican estos esperpentos.

Algo deberíamos saber ya los ciudadanos de lo que significa sacrificar principios y propuestas. De partidos que cambian de ideas como de chaleco. Ya hemos oído antes, en voz de los apóstoles del voto útil, esa cantinela que hoy sufre una ligera modificación: “lo importante es ganar” dicen algunos tronando contra la “vocación de derrota” de quien se opone a estas complicidades.

Fox echó a patadas al PRI de Los Pinos sólo para ponerlo a cargo de la hacienda pública, delegarle otras responsabilidades estratégicas, asimilar sus usos y costumbres y pavimentar, desde el primer día de su gobierno, la restauración –que gracias a los despropósitos de Felipe Calderón y los pésimos resultados de su gestión- está a punto de consumarse. En ese trayecto lo acompañaron quienes, para conseguir la derrota del PRI, le dieron su voto.

¿Con qué cara pueden los jerarcas del PRD pedir a quienes votaron por su candidato presidencial en el 2006 que olviden todo? Dicen los estrategas militares que sólo las victorias unen y que la derrota resquebraja. El PRD es el más vivo ejemplo de eso.

Ensoberbecido, seguro de su triunfo, no se preparó ni para defenderlo durante el proceso electoral con inteligencia y firmeza, ni para proteger sus votos el día de la elección. Tampoco se preparó para ser oposición y conservar el enorme capital político que millones de votantes le endosaron.

La frustración le condujo a la pulverización y hoy, como alma en pena, habla de asociarse a los causantes de su desgracia –y la del país- para obtener una especie de premio de consolación.

En el PAN, por otro lado, víctima de una súbita pérdida de memoria, se olvidan los agravios más recientes y profundos del PRD y se tiende la mano al partido que promueve el aborto, los matrimonios homosexuales y el derecho a la adopción por parte de los mismos. Recurren sus dirigentes al mismo expediente del voto útil conscientes de que muchos incautos siguen pensando que importa más sacar al PRI (de lo que habrán de sacar ellos beneficio político inmediato) que construir propuestas alternativas sólidas y coherentes.

Lo cierto es que en el caso de ganar los gobiernos surgidos de esa complicidad –ya tenemos ejemplos en el pasado- habrán de terminar desgarrados por sus propias contradicciones y flaco favor se le habrá hecho a los ciudadanos que no recibirán a cambio de sus “votos útiles” ningún beneficio concreto.

Democracia que no produce resultados, dice Felipe González, está destinada a desaparecer. La victoria a todo trance no es garantía de obtenerlos porque los contrarios, pese a lo que digan, no habrán de caminar en la misma dirección. A los intereses locales muy pronto habrán de anteponerse los intereses nacionales. A los acuerdos electorales las diferencias ideológicas.

Ganaran claro –y eso hasta que se produzca la ruptura anunciada y las disputas por el poder hagan que el más fuerte o el más marrullero prevalezca- los aparatos burocráticos de los partidos que podrán repartirse puestos en la nómina. Sólo ellos y paradójicamente los priistas sacarán provecho.

Y es que la pérdida de valores y de identidad de uno y otro partido habrá de pavimentar, sólo que ahora legitimado por la alternancia, el regreso del PRI por sus fueros. Victoria pírrica pues habrá de ser la suya.

Los jerarcas del PRI que, emulando al Cardenal Rivera, se pronuncian contra las alianzas lo hacen menos por miedo a perder que por exhibir, tácticamente, las incongruencias de sus adversarios. El votante no es tonto y sabe que el agua y el aceite no se mezclan.

No calculan tampoco quienes promueven estas alianzas que al hacerlo contribuyen a la campaña de desprestigio de la política y los políticos que antecede la imposición del autoritarismo dando la razón a aquellos que hablan de que el quehacer político se ha prostituido por completo.

Ganar es importante, pero más importante es reivindicar la lucha política; darle la majestad que se merece. Asignar a los principios (no a los dogmas) la importancia debida y tender la mano a aquel con el que hay más coincidencias que la sola derrota de un contrario por poderoso y funesto que éste sea.


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jueves, 14 de enero de 2010

UNA TRAGEDIA SOBRE OTRA

A Gerard Pierre Charles. Un hombre extraordinario
y pensando en “Los Heraldos Negros” de César Vallejo.


Aun recuerdo el momento en que, a bordo de una avioneta, cruzamos la frontera entre República Dominicana y Haití. De pronto desapareció el verde. De la exuberante vegetación tropical pasamos a un desértico paisaje lunar. Todo desde el aire era desolación. Ni un árbol siquiera se alzaba desde ese suelo gris erosionado. Recordé entonces “Quemada” la película de Gillo Pontecorvo que cuenta cómo el colonialismo europeo aplicó en el Caribe y para sofocar una insurrección de esclavos la doctrina de Tierra Quemada. Ese Haití que sobrevolábamos parecía vivir aun esa guerra implacable.

El aeropuerto estaba cerrado a vuelos comerciales. Los militares habían dado un golpe al primer gobierno de Aristide y tras un brevísimo interludio de libertad, euforia y esperanza el país de Papa y Baby Doc, de sus temibles sicarios los Tonton Macoutes, volvía a hundirse en la oscuridad.

Nadie se acercó al avión, nadie nos pidió documentos. Simplemente desembarcamos, cruzamos el sitio donde deberían de haber estado despachando los oficiales de migración, luego la aduana y salimos de ese destartalado edificio. Afuera era el caos.

Cruzamos la ciudad en dirección al suburbio de Petion Ville en las alturas de una montaña que domina Puerto Príncipe donde vivían diplomáticos, funcionarios del gobierno y las familias pudientes de Haití. Aun había brotes aislados de violencia y se escuchaban, en los distintos barrios por los que pasábamos, algunos disparos.

En los pocos retenes en que fuimos detenidos por la tropa durante nuestro trayecto me sentí, por primera vez, tras largos años de ejercer el oficio de corresponsal, totalmente expuesto, radicalmente visible.

Lo mismo me sucedió al otro día al caminar por las calles del centro de la capital. No había manera de pasar inadvertido; la tez blanca me delataba. “Blanc, Blanc…” me gritaban por todos lados.

En otros sitios, en otras guerras, había aprendido a mimetizarme de alguna manera, a desaparecer, manipulándola con discreción, la cámara de TV y a despojarme de chaleco, credenciales colgando del pecho y aquellas maneras que, en cualquier parte del mundo, delatan a los periodistas extranjeros.

En Haití no pude hacerlo; era todo el tiempo extranjero, todo el tiempo periodista, todo el tiempo visible.

Acostumbrado ya a esa realidad, cargándola en vilo más bien, la miseria generalizada, dolorosa, punzante se apoderó entonces de todos mis sentidos. Primero me golpeó la vista, luego el olfato, después, como un mazo, el corazón.

Había tenido el dudoso privilegio de haber estado antes en muchos de los sitios más castigados brutalmente por el conflicto y la miseria. Todo cuanto hasta entonces había vivido se vino abajo. Los campos de refugiados en Centroamérica, los del Oriente Medio, las ciudades perdidas de las periferias latinoamericanas. Nada podía compararse con esa ciudad cuyos signos dominantes eran la desolación, la desesperanza, la pobreza aplastante.

En cumplimiento de la tarea periodística estuve entonces en el palacio nacional, en la catedral, en el parlamento. Que esas instituciones, incluso que esos edificios, estuvieran entonces en pie era sólo un decir. Aquello se caía ya a pedazos y no se trataba sólo del resultado del desorden natural que un golpe de estado produce. Qué va. Aquellas ruinas en pie se veían tan viejas como las del centro de la Managua somocista devastada por el terremoto.

El problema era que allí, en esas ruinas, vivía gente, despachaba un gobierno o algo que, a punta de fusil y machete, decía ser un gobierno.

Entrevistamos al dictador en turno; un gorila ilustrado obsesionado con “El general y su laberinto” de García Márquez y por días trabajamos recorriendo la ciudad, los barrios de chozas de cartón, pegados al mar, los derruidos edificios del centro donde se apilaban centenares de miles de habitantes. Nos fue conquistando la gente y doliendo todavía más su desesperanza.

Luego una noche logramos entrevistarnos, en la clandestinidad, con Gerard Pierre Charles y hablamos largo porque si se trata de desventuras, abusos, traiciones y otras afrentas continentales largo, muy largo, hay que hablar de la historia de Haití.

Cien mil muertos dicen que ha habido a causa del terremoto. No me extrañaría que fueran incluso más. Nadie, en medio de ese olvido ancestral, de esa pobreza, tenía ahí manera de defenderse de una catástrofe natural.

Para un país en ruinas; devastado por el colonialismo europeo, invadido por los norteamericanos que lo dejaron luego a cargo de una dinastía de asesinos; “sus hijos de puta” los Duvalier, expoliado por unos cuantos, masacrado, torturado, olvidado por la América Latina, dejado de la mano de Dios, un terremoto así no podía menos que acabar de sepultarlo.

Pensar en el Haití golpeado por la tierra debe hacernos pensar en el Haití golpeado por el hombre. Sólo así entenderemos la magnitud de la tragedia.


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jueves, 7 de enero de 2010

UNA MUERTE QUE NO CESA

2ª. Y ultima parte.



Han pasado siete meses; los padres de los 49 niños que murieron en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora no se cansan. Su lucha sin embargo, no hace que nadie en palacio se desvele. A Felipe Calderón y su gobierno les ha faltado el valor civil y la decencia para siquiera escuchar, de viva voz, los justos y legítimos reclamos de los deudos. Concientes de que la presión ciudadana alcanzo ya su nivel máximo y va en caída han dado, cínicamente, vuelta a la página.

Saben muy bien que estamos en México y que aquí la simulación y el horror van de la mano haciendo que la capacidad pública de asombro e indignación se vayan despuliendo. Para acelerar este proceso es que gastan miles de millones de pesos del erario publico en campañas publicitarias. Su impunidad; la de este gobierno, así como la del PRI estaba cimentada en la mordida y la corrupción, descansa en una montaña de mentiras.

Aquí, ellos lo saben, entre tanto decapitado, tanta propaganda a la memoria de la ciudadanía le ha dado por flaquear y hacerse cada vez mas corta. Son muy pocos los eventos que en ella logran sobrevivir algo mas que las seis semanas de rigor y digo seis semanas porque según el columnista John Anderson eso suelen mantenerse los grandes sucesos en cartelera.

A ese olvido colectivo, a esa conformidad nacida de la desmemoria apuestan, otra vez, los gobernantes. Con propaganda la fomentan. A punta de spots la crean. En esa indiferencia basan su tranquilidad. Saben que, pese a todo, nada amenaza su permanencia en el poder porque aquí, en nuestro país, ni 49 niños muertos de un solo golpe son demasiados.

En cualquier otro país democrático –quizás deba decir civilizado- un hecho así, en una guardería, que aunque subrogada, pertenece al abanico de servicios que el estado esta obligado a prestar a los trabajadores, hubiera ocasionado la caída del gobierno y si no del gobierno entero al menos de un extenso abanico de funcionarios federales del mas alto nivel.

Aquí, en cambio, no hay nadie en la cárcel por esas muertes y nadie tampoco se ha ido a su casa. Impunes, seguros y sordos los poderosos siguen haciendo lo que les viene en gana.

Ciertamente, como lo sostuvo en su momento la PGR, el incendio no fue intencional. Ni en este país es dable tamaño horror. Si fue intencional sin embargo el hecho de que, un grupo de personas influyentes, cercanas a los primeros círculos del poder, pusieran en peligro, desde la apertura misma de la guardería en una bodega sin las condiciones adecuadas, las vidas de los niños que ahí se atendían. Si fue intencional el descuido de las más altas autoridades federales al otorgarles esa concesión sin verificar adecuadamente las condiciones de operación y fue también intencional la negligencia y la corrupción con que inspectores federales, estatales y municipales dejaron que una guardería con tantas y tan visibles irregularidades siguiera funcionando.

Por esas 49 muertes pues si hay responsables y no son, ciertamente, un puñado de empleados menores del municipio de Hermosillo o de la delegación estatal del IMSS.

Por esas 49 muertes deben responder las más altas autoridades del país, porque esas muertes son, entre otras cosas, resultado de su política de privatización de los servicios públicos y resultado también de la laxitud e ineficiencia proverbial con la que otorgan concesiones y de la corrupción que hace que funcionarios e inspectores cierren los ojos ante lo evidente.

Esas 49 muertes, de 49 niños son resultado de algo mucho más grave que un simple accidente. Esas 49 muertes se deben a un largo rosario de crímenes, que aun permanecen impunes.

Nadie en el Gobierno de Felipe Calderón puede escurrir el bulto. Demasiadas irregularidades se cometieron y se siguen aun cometiendo para sencillamente mandar las cosas al saco del olvido colectivo.

Esas muertes no cesan, esas muertes nos obligan a exigir, junto a los padres, que ante los tribunales rindan cuentas los directamente responsables y ante la Nación lo hagan aquellos que pusieron en marcha esa política, permitieron el tráfico de influencias, consintieron la corrupción y encubren a los responsables.

Saco el PAN raja política de la tragedia cargando al PRI y al gobierno de Bours en Sonora responsabilidades que, en rigor, deberían compartir pues los crímenes se cometieron en los tres niveles de gobierno y son endémicos del sistema que, hace ya mas de 25 años, entre PRI y PAN nos han recetado.

Si unos y otros burlan la justicia, convirtiéndolo todo en botín político, si hasta esas 49 muertes les dejan incólumes y ni siquiera de esas muertes que ni cesan, ni habrán de cesar hasta que no se haga justicia rinden cuentas toca entonces a los ciudadanos recuperar la memoria, alzar la voz junto a los padres de esos niños e impedir que otra vez quienes nos gobiernan se salgan con la suya.

lunes, 4 de enero de 2010

UNA MUERTE QUE NO CESA

Para los padres de los 49 niños muertos en Hermosillo.


Solía decir, a quienes visitaban mi archivo de video, que, frente a las miles de cintas que ahí conservo, guardaran la compostura que se guarda en un cementerio. Por años, en la guerra, me tome el cuidado de filmar, aun en las mas difíciles condiciones y en el lapso de tiempo que tarda en decirse una jaculatoria, los rostros de los caídos. Quería preservar, en esa memoria al menos, los rasgos del combatiente que había muerto lejos de los suyos con la intención de hacerle un homenaje y también para que, quizás, algún día una madre, un hermano, un hijo sentado frente a la pantalla, lo descubriera y pudiera así saldarse la deuda que queda pendiente entre quien decide darlo todo por cambiar el mundo y aquellos a los que, necesariamente, debe dejar atrás condenadoles, de alguna manera, a vivir en un mundo aun mas jodido por su ausencia.

Pensaba y pienso que así esa muerte que no cesa, en tanto que no se sabe cuando y como cayó tu hijo, tu madre o tu padre, tu hermano tendría de alguna manera –y para llevar la contra a José Gorostiza- más que olvido y sosiego ese final que la incertidumbre no permite alcanzar.

Pero de entre todas esa cintas que tuve que ver muchas veces en el curso de la preparación de reportajes, documentales y películas y que hoy, con el pasar del tiempo y el desgaste natural del video se van borrando hay una que ha sido vista solo una vez por mi y por mi compañero Hernán Vera. Se trata de un recorrido, cámara en mano, por la morgue de Sarajevo atestada de cadáveres que termina ante el cuerpo de un niño de unos seis o siete años que yacía, bañado por la gélida luz de la mañana que se colaba por la única ventana, sobre una camilla. Esa sola imagen que captara también Cristopher Morris, fotógrafo de TIME y por la que obtuviera un premio Purlitzer, ha quedado grabada en mi memoria como la síntesis mas brutal y dolorosa de lo que la guerra significa.

Tanta y tan cruel belleza tenía esa imagen que decidí sepultarla y jamás he intentado tocar de nuevo ese cassete. Pensar en utilizarla alguna vez me parecía y me parece obsceno; como si, se repitiera, al rodar la cinta, ese crimen espantoso y cayera herido de muerte, congelados su juegos, ante mis ojos ese niño rubio, de tez blanca casi transparente y cuyos pequeños tenis blancos, con las agujetas primorosamente atadas, tengo clavados en la memoria.

Un niño muerto a tiros es el más descarnado testimonio de la terrible enfermedad que padecemos; de esa falta de humanidad que, de tanto en tanto, nos convierte en bestias que se ceban con vidas inocentes.

Me sugirió Verónica, mi esposa y compañera, dedicar este, el último articulo del año, a la tragedia de la guardería ABC. Muchas horas pase pensando como entrarle al tema y vino entonces a mi memoria el oficio periodístico, esa terca tarea de mantener vivos a los muertos con el lente de la cámara y la obsesión por no perder la memoria e intentar así saldar deudas pendientes y contribuir a que esos hechos no se repitan. Pero como la reflexión es un barranco, como de 49 niños se trata, me precipite en el hasta encontrar de nuevo en mi memoria la imagen del niño muerto en Sarajevo.

¿Si la sola imagen de ese niño representa la guerra y todas sus calamidades que son entonces las imágenes de la guardería ABC donde 49 niños fueron abrasados por el fuego?

Antes de continuar he de confesar que he fallado. Tanto he hablado de la perdida de la capacidad de asombro ante tanto decapitado. Tanto de la forma en que nos hemos acostumbrado a la violencia sin darme cuenta que me he contagiado de ese mismo mal sobre el que advierto con tanta insistencia y es que, ante esos 49 niños muertos, mantuve una distancia periodística y humana que raya en la indiferencia.

No tuve los arrestos, el cuidado de atender esa tragedia; de meterme a fondo en ella, de seguirla con la misma persistencia como sigo otros asuntos, de prestar atención y unirme a las justas demandas y reclamos, hasta ahora no atendidos, de los padres de esos niños uno de los cuales ha dicho y con justa razón: “Este país es una mierda”.

Horrorizado y temeroso de no repetir una y otra vez el asesinato del niño que filme en aquella sangrienta primavera en Sarajevo cancele el uso de su imagen. No quite, sin embargo, el dedo del renglón y ha sido desde entonces el mío un bregar en contra de la guerra y sus secuelas. Entonces, al actuar así, tuve razón. Ahora, al tomar distancia frente a esta otra tragedia, me he equivocado.

He mostrado ante los hechos el típico y mesurado horror que debe mostrarse dedicándole el artículo de rigor. Es hora de enmendar la plana. Nada es más grave, ni más sintomático de lo que en este país esta sucediendo que esas 49 muertes que, a causa de la impunidad y la injusticia, no cesan.