viernes, 26 de diciembre de 2008

RECONSTRUIR LA ESPERANZA

Por Verónica, para Camila

Difícil se antoja la tarea cuando el horror parece no tener limite, el número de decapitados crece cada día y la saña y la impunidad con la que actúan los criminales, a lo largo y ancho del país, ha dejado ya, por su contundencia y brutalidad sostenidas, incluso de sorprendernos. Difícil se antoja la tarea frente al desfondamiento de las instituciones, cuya credibilidad y eficiencia elemental se han derrumbado y cuando los medios electrónicos, esa única ventana para “ver” –que no es lo mismo que “saber”- lo que pasa en el mundo dan la espalda a la realidad o la manipulan para servir a sus propios fines y se produce, como antídoto, como coartada mas bien, como receta de una imposible “sanación” y tal como lo dice Gilles Lipovetsky en “La sociedad de la decepción”: “el triunfo de la puerilidad generalizada”.

“Las civilizaciones surgen gracias a una reflexión dirigida hacia el interior, gracias a la adquisición de la capacidad de mirarse a sí mismas” sostiene Ryszard Kapuscinsky. Paradójico resulta que hoy cuando la televisión llega a todas partes todo el tiempo, cuando es a través de ella que la gente –que no lee- se informa, se forma, se educa sentimentalmente incluso, estemos cada vez más lejos de poder mirarnos y comprendernos. “Entiéndelo Epigmenio –me dijo un alto ejecutivo de la televisión nacional, vicepresidente además del área de noticias- de la realidad la gente no quiere saber ni en los noticieros”. Que el país se nos deshaga entre las manos importa poco; hay que distraer a la gente, entretenerla, es decir seguir “teniéndola ahí” como audiencia cautiva, propiedad exclusiva o casi de la cadena y dispuesta a creer lo que esta dice y sobre todo a consumir lo que esta anuncia.

“El principal problema de nuestra época –dice Kapuscinsky- es la marginación (exclusión, rechazo) no sólo de personas sino también de cuestiones y problemas; aquellos que podrían despertar inquietud y miedo son apartados a un lado, eliminándolos del campo de la visión y en los medios de comunicación su lugar se ve ocupado –concluye el maestro de periodismo- por el entretenimiento; una manera agradable de pasar el tiempo, despreocupada y libre de conflictos”. En eso estamos; en divertirnos y nada de malo habría en esto si hubiera, además, la posibilidad de mirarnos fondo, aunque fuera por momentos, pero eso, no sucede, no al menos en la pantalla de la televisión comercial y: “ni, siquiera, en los noticieros”.

Con esto en mente paso las páginas de un libro de Robert Capa el gran cronista fotográfico del siglo XX. Nada escapó a su mirada. Ni la esperanza de los combatientes de la república española, que a la postre fueron vencidos, ni la belleza de las mujeres, ni el dolor y el terror de los civiles bajo el fuego de la metralla o durante los bombardeos de la aviación alemana. Todo, en la obra de Capa quien murió al pisar una mina en Viet Nam, estaba teñido de verdad, de esa “belleza cruel” de la que habla Ángela Figueras Aimerich.

Y pienso también en otro cronista excepcional, este de la palabra y la imagen; Ernest Hemingway y su documental “Tierra española” que hizo al alimón con Jori Sivens. Luego recuerdo la guerra de Viet Nam vista por la televisión norteamericana y la manera en que ese registro cotidiano hizo al pueblo estadounidense presionar al poder que así; golpeado en el frente de batalla, desfondado en el frente interno no pudo ya sostener el esfuerzo bélico.

Vuelvo luego a la televisión y el cine españoles y a su esfuerzo sostenido por recuperar la memoria para abonar entonces de manera decisiva a la reconciliación y a la democracia con esas visitas constantes al pasado de sangre y muerte que marco a España para siempre. Y en Argentina y “La historia oficial” y en el Brasil de “Ciudad de Dios” o “Terra Nostra”; que va de la exploración de la violencia en las fabelas a la reconstrucción de la epopeya de la emigración y el choque de culturas sin los que seria imposible entender a ese país continente.

¿Y nosotros qué? ¿Cómo reconstruir la esperanza en momentos de tanta incertidumbre si no tenemos siquiera la capacidad de mirarnos al espejo? ¿Si no nos hemos atrevido a ver el pasado; si escamoteamos el presente cómo seremos capaces de construir el futuro? ¿Si los imperativos comerciales, los prejuicios de dueños y ejecutivos y las ansias de poder de las televisoras las han hecho crecer de espaldas al país que somos, al que sufrimos, al que por fuerza tenemos que sacar adelante? ¿Cómo tener esperanza si ha triunfado entre nosotros el miedo y para ocultarlo nos hemos instalado –merced a la TV- en la puerilidad?

Del compromiso que me hizo llevar la cámara al hombro en los campos de batalla, al que nos hizo explorar nuevas formas de periodismo y luego de ficción televisiva salto, en estos tiempos de oscuridad e invito a otros con los que comparto el oficio de contar lo que sucede y lo que uno siente, piensa o imagina, a hacer nuestro eso que, como Kapuscinsky sostiene, debe ser nuestra tarea: “hablar de aquello de lo que no se habla, subrayar lo que se margina, llamar la atención sobre aquellos aspectos de la realidad que no tienen posibilidad alguna de convertirse en temas estrellas de producciones cinematográficas, sobre aquellos problemas que, ni con calzador, se pueden meter en el estrecho marco de la pantalla del televisor”.

jueves, 18 de diciembre de 2008

¿NEGOCIAR CON LOS NARCOS?

Lo escuché, al vuelo, la mañana de este jueves en la radio. Rubén Aguilar, el de “lo que el presidente quiere decir” en los oscuros y vergonzosos tiempos del foxismo, plantea en entrevista con un periódico de la frontera norte que las “guerras no se ganan; se negocian” y que, en consecuencia, lo que toca hacer al gobierno de Felipe Calderón, es pactar con los capos de la droga –sin alcanzar acuerdos formales con ellos- una paz basada en el respeto a sus rutas, sus mercados, sus áreas de tráfico y cruce fronterizo y sus zonas de influencia. Faltaba más; Aguilar, ex guerrillero e integrante además de una de las más radicales corrientes del FMLN salvadoreño, nos remite a lo que su jefe Vicente Fox, en el colmo del cinismo, la desvergüenza y la cobardía, hizo durante su mandato; entregarle, sin combatir siquiera, amplias zonas del país al crimen organizado. Lo que Rubén Aguilar quiso decir; ante el poder del narco queda un solo camino: la rendición.

Ni por asomo puede pensarse que soy afecto al régimen calderonista. No soy de esos que olvidan, se acostumbran o se resignan. Menos de esos a los que el tiempo y la propaganda borran la memoria. No veo, ni reconozco a ese señor como Presidente legítimo de la República. Llegó al poder luego de jugar sucio y gracias al apoyo ilegítimo de los poderes fácticos y de su antecesor Vicente Fox quien al meter cínicamente las manos en el proceso electoral cometió un crimen de lesa democracia. Que Calderón esté sentado en la silla presidencial no habla, para mí, sino de la enfermedad endémica que padecemos; la impunidad en todos los ordenes de la vida pública. Impunidad nacida tanto de la falta de fortaleza y respetabilidad de las instituciones como de nuestra propia indiferencia, de nuestra propia y también endémica resignación. Y pese a mantener una actitud de oposición indeclinable ante Calderón y sus actos no puedo, sin embargo, caer en la tentación de apoyar argumentos como el de Aguilar o como el de muchos otros –empresarios y periodistas sobre todo- que ante la cantidad creciente de ajusticiamientos y el crecimiento exponencial de la narco violencia hablan de que la guerra contra los carteles está perdida y se atreven a plantearle a Calderón que, ante el fracaso, o suspenda la lucha o busque una salida negociada al conflicto.

Aunque creo que Calderón carece del consenso necesario y suficiente para encabezar la lucha contra el narco considero que cruzarse de manos como hizo Fox y como algunos pretenden que haga su pupilo es punto menos que una nueva e irreversible traición. No me gustan tampoco -y lo he consignado en estas páginas- los excesos retóricos de Calderón cargados de un patrioterismo puramente propagandístico. Menos todavía que se disfrace de militar.

Puedo, es cierto, tener diferencias profundas con la estrategia de combate al narco de Calderón y las fuerzas de seguridad; pero de que contra esos criminales hay que pelear con decisión, en el marco de la ley y con las armas en la mano, cuándo y dónde sea necesario y sin ceder a la tentación del paramilitarismo para no volverse tan criminal como al que se combate, no me queda la menor duda.

Sé que la lucha hay que hacerla también en otros frentes más allá del policiaco-militar pues se trata, sin duda, de un problema político, social, económico, cultural y de salud pública. Entiendo que mientras el gobierno norteamericano no combata a sus carteles y capos locales ni cierre su frontera al tráfico de armas el rió incontenible de dólares y armas hará correr la sangre a raudales; ni la complejidad de la lucha, ni la responsabilidad del gobierno estadounidense son para mí, sin embargo, razones suficientes para suspender el combate.

Sé que las guerras se negocian; ésta no. Nada resulta para mí más inconcebible, más aberrante, que ver sentado en la mesa, con criminales de esa calaña, a quien, “haiga sido como haiga sido”, se hace cargo del poder ejecutivo. Llegó ahí a la mala, es cierto, peor sería todavía si, acobardado o cediendo a la presión de los temerosos, termina entregando el país a esos criminales. Imposible resulta pensar en un futuro como nación si eso sucede.

No tienen los narcos más norte y más propósito que el negocio y su negocio, no hay que engañarnos, es la muerte. Lenta, en el caso de quienes consumen la droga que comercian, brutal y acelerada en el caso de quienes se atraviesan en su camino. Aquellos a los que la aparente imposibilidad de vencerlos, asustados por la violencia y alegando que el consumo y el daño mayor a la salud de la población se producen en los Estados Unidos hablan ahora de suspender el combate o buscarle una salida negociada corren el riesgo de ubicarse en la misma posición; primero de permisividad y luego de franca complicidad en la que cayeron las FARC de Colombia.

El de Rubén Aguilar -y otros como él- es sólo el canto de las sirenas. El tamaño y el carácter del enemigo; el hecho de que lo sea de la vida y la salud. Sus métodos, su inconcebible violencia; el perniciosos efecto de su acción en la sociedad, hacen necesario y urgente empeñarse a fondo en su captura y sometimiento a la justicia. Ya el narco negocia todos los días con autoridades y policías a su manera; les ofrece plata o plomo. Sentarse en la mesa con ellos sería tanto como aceptar, como país, que sólo existen esos dos caminos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

LA PENA DE MUERTE Y LA JUSTICIA

Anda rondando en el país, merced a las declaraciones e iniciativas propagandísticas de Humberto Moreira y el Partido Verde, la idea de que ante el crecimiento imparable de la delincuencia, que se ensaña cada vez más con su victimas, debe el Congreso de la República reconsiderar la aplicación de la pena de muerte. Hay quienes, además, como Carlos Marín, piensan que el hecho de que PAN y PRD unidos hayan desechado tajantemente la mera discusión del asunto, es un error más de esos “becarios” –dice Marin- que “recularon” y no le entraron al debate de una disyuntiva; “cárcel o exterminio de criminales extremos” que, según las encuestas, importa a grandes capas de la población.

Que posiciones como las de Moreira y el Verde son políticamente rentables no me cabe la menor duda. Que son irresponsables y que es peligroso entrarle al juego, dándose el lujo de discutir el asunto para terminar doblegado por los estudios de opinión y la urgencia de votos, tampoco. Saludo pues el rechazo de ambos partidos a plantearse siquiera el asunto. Aunque no puedo concebir, lo siento, que la justicia y la sangre vayan de la mano, entiendo perfectamente que la sangre inocente derramada excite a las multitudes y las haga clamar por venganza.

Las declaraciones de Moreira, sus arrebatos retóricos, tan celebrados por la prensa, en donde sin remilgos habla de fusilamientos e inyecciones, remiten necesariamente a Eduardo Montiel y su tristemente célebre y efectiva campaña de las “ratas no tienen derechos humanos”. Quien se posiciona como defensor a ultranza de la justicia, ese a quien el pulso no le tiembla, gana votos, siempre gana votos, aunque a la postre resulte él mismo un delincuente. En tiempos de incertidumbre el autoritarismo avanza y se consolida. El respeto a los derechos humanos se vuelve un estorbo. La mano dura vende.

El nazismo, que actuaba así, ganó espacios desatando, en los turbulentos tiempos posteriores a la República de Weimar, una persecución implacable contra los delincuentes. La propaganda de Goebbels hacía un perfil minucioso y exaltado del criminal, luego narraba –hasta el más nimio de los detalles- los aspectos más monstruosos de su crimen, complementaba la información dando voz a las víctimas y enfatizando su inocencia y vulnerabilidad para luego, con bombo y platillo, convertida ya en una retribución a las mayorías sedientas de justicia, publicitar la ejecución y convertirla en costumbre.

Ya teniendo en sus manos, gracias al voto de las mayorías, el poder dictatorial y afianzado su control sobre una base de represión y consenso combinados –como lo demuestra Robert Gelatelly- Hitler y el Partido Nacionalsocialista, (por sus siglas en alemán, NSDAP) pasaron, sin más trámites y sólo con algunos controles derivados de estudios de opinión, a la persecución indiscriminada de opositores políticos, de los homosexuales, al asesinato –como ensayo del uso del gas- de los enfermos terminales y de ahí al exterminio de los gitanos, los eslavos y los judíos.

Nadie, aunque muchos lo nieguen, ignoraba lo que sucedía en Alemania. Goebbels se daba a la tarea de publicar artículos y filmar reportajes en los campos de concentración hablando de la segregación y el castigo a los antisociales. Al mismo tiempo la radio, el cine y la literatura al servicio del régimen, difundían historias en las que se asignaban los papeles de villanos a aquellos a los que el régimen consideraba o bien inferiores o bien sus enemigos. Tan criminales, unos por acción, otros por omisión, eran, a fin de cuentas, las SS como el más inocente de los ciudadanos.

Moreira y el Verde saben esto; saben que promover castigo implacable en tiempos de impunidad y hartazgo vende. Van, cínicamente, en busca de votos, alientan el morbo y desatan a un monstruo. Saben de cierto que esas medidas, en tiempos como los que vivimos, son ampliamente respaldadas por las mayorías y tanto que me extraña que apenas el 75% de los encuestados respalde la aplicación de la pena máxima. Estoy seguro que de preguntarse qué merecerían los violadores de niñas y niños una inmensa mayoría se pronunciaría por la castración y luego la muerte de los culpables.

El miedo, la rabia, la crisis económica, la impunidad y la ineficiencia y corrupción de los cuerpos policíacos son los peores consejeros de las masas. De esa combinación letal surgen los linchamientos. Quien atenta contra la familia o el patrimonio en estos tiempos puede fácilmente toparse con Fuenteovejuna y hacerlo además, los linchamientos de Tláhuac así lo demostraron, ante la criminal complacencia de los medios que se regocijaron con el espectáculo sin hacer nada por evitarlo.

Encantados con su súbita popularidad Moreira y los Verdes, sin embargo, se olvidan de pronto y convenientemente que son parte del estamento político responsable de la inseguridad en este país; cuando la gente busque culpables más allá de los delincuentes a los que ha castigado por propia mano o ha visto morir en el cadalso se topará, necesariamente, con esos que desde el poder ni han acabado con la impunidad, ni han combatido a fondo la corrupción, esos que hoy se dan el lujo de alentar al México oscuro sin darse cuenta que un día serán ellos sobre los que habrá de caer la masa sedienta de sangre y justicia.

jueves, 27 de noviembre de 2008

DE MENTIRAS Y PLAZOS FATALES

Aunque comparto y entiendo la indignación que se respira en amplias capas de la sociedad por la impunidad con la que los criminales siguen operando y la brutal ineficiencia de las autoridades para combatirlos, creo que es preciso y urgente no permitirnos caer víctimas de esa contagiosa histeria que conduce, por un lado, a los ciudadanos a buscar culpables por doquier, a exigir que caigan cabezas indiscriminadamente y, por otro, mueve a las autoridades a prometer soluciones, a ofrecer el cumplimiento de compromisos inalcanzables por naturaleza y menos en plazos perentorios y a mentir descaradamente.

El enorme dolor de unos cuantos, de esos que han perdido a sus hijos, puede volverse en manos de los medios y en medio del clima de incertidumbre, vacío de legitimidad y conservadurismo galopante en que vivimos, el detonador de una perniciosa dialéctica –impulsada desde las élites- que nos conduzca a la demolición de lo poco que queda en pie de las instituciones. Miedo y mentiras asociados son letales para cualquier sociedad.

No todos los mandos, ni todos los policías son corruptos. Tampoco los son todos los funcionarios o todos los agentes del MP. Hay, en los cuerpos policíacos y en las procuradurías, quienes intentan cumplir con su deber; quienes tienen el valor de ir contra la corriente y con riesgo de su vida y la de sus familiares, resisten los embates de la delincuencia y no ceden ante la ley de “plata o plomo”. De todas maneras a esos pocos los cubre el oprobio y el desprestigio de una condena pública inapelable.

Vestir el uniforme, portar una placa – más en estos tiempos de indignación y rabia- los convierte en blanco de la burla y el desprecio ciudadano. La presión creciente e indiscriminada sobre ellos acaba erosionando su disposición de combate, su moral, su resistencia. Lo que no pudo el crimen con sus amenazas lo logra el tenaz señalamiento de la sociedad que hace así, triste paradoja del “si no pueden renuncien” y su secuela, carente de matices, en los medios, un flaco favor a los delincuentes.

No bastan, por otro lado, 100 o 600 días para erradicar una enfermedad endémica del sistema político y social mexicano. Quien eso sostiene miente. Quien eso espera es un ingenuo. Quien eso hace termina de minar a la autoridad. Urgido de legitimidad, buscando como siempre resolver problemas de imagen pública, el gobierno federal se lanza a mentir con escándalo, cinismo y descaro. No es con sainetes públicos, ni sesiones solemnes y discursos o listas interminables de buenos propósitos como habrá de enfrentarse al crimen. Más cuando éste ha sido por décadas una especie de segunda piel del sistema.

Atenazados unos por el miedo y la indignación, temerosos los otros del castigo en las urnas; poder y ciudadanía –hablo sobre todo de las élites- se embarcan en un proceso, que puede conducirnos a una restauración –y con patente de corso democrática además- del autoritarismo. La gente de la calle a la que asaltan en la pesera, la que cae en los fuegos cruzados del narco, cuyas hijas mueren violadas en las barrancas de Naucalpan sin merecer ni una línea ágata en los periódicos, esa gente que atestigua enmudecida las tragedias de los señores y presencia escéptica las promesas de los altos funcionarios, puede –resultado de la presión de las élites- terminar votando a quien prometa “mano dura”. Así, en un ambiente volátil, en un clima de inseguridad y violencia, ganó, por amplísimo margen, Adolf Hitler las elecciones en la Alemania sacudida por la crisis del 29.

Tan amigo de lo “estructural” –por lo menos cuando se trata de hablar de reformas neoliberales- Calderón y los suyos, parecen olvidar que el crimen en este país, además de los factores económicos, sociales y culturales que lo hacen crecer y reproducirse en otras sociedades, es hijo natural del régimen autoritario. Que la ineficiencia de la policía tiene que ver con el hecho palmario de que la corrupción en México fue instituida como método de gobierno y la impunidad como garantía de continuidad. Aquí se robaba, se extorsionaba, se secuestraba, se asesinaba desde el gobierno y muchas veces los sicarios portaban uniforme y placa. Gobernar era medrar, mandar delinquir; las instituciones no servían a la república; se servían de ella.

Vicente Fox desperdició una oportunidad de oro; traicionó el mandato que el pueblo le diera; construir la democracia, refundar las instituciones, dar salud, vigor y seguridad a la nación. Tal como hizo el borracho de Yeltsin en Rusia, Fox terminó entregando el país a la mafia. Del autoritarismo que delinque desde el poder, al crimen que se impone sobre el poder que carece de la legitimidad necesaria y suficiente sólo hay un paso, que, mucho me temo, ya dimos. ¿Cómo entonces salimos del atolladero?

jueves, 20 de noviembre de 2008

BIENAVENTURANZAS EN LOS TIEMPOS DE CALDERÓN

Bienaventurados los que desde el poder se entrometen cínica e ilegalmente en los comicios presidenciales, los que, escudándose en el cargo y haciendo uso de los dineros públicos como Vicente Fox, violan las reglas del juego democrático; Bienaventurados los que hacen todo lo que está a su alcance para torcer la voluntad popular que, supuestamente, debería expresarse libre de presiones de este tipo en las urnas, porque ellos serán merecedores, a toro pasado, de una multa de sólo 15 millones de pesos y pasarán así, por el hecho de haber facilitado el acceso a sus cómplices al poder sexenal, al reino de la impunidad sin más carga encima que la de su propia desvergüenza.

Malditos sean en cambio aquellos que se atrevieron a inconformarse con los resultados de una elección que el mismo tribunal federal electoral reconoció en su propia sentencia como un proceso preñado de irregularidades y más todavía los que se atrevieron a plantarse en Reforma –qué sacrilegio- o peor aún a tomar la tribuna parlamentaria para intentar que Felipe Calderón asumiera el cargo o dar al menos testimonio ante la nación y el mundo de que en esa tribuna, ese 1° de diciembre de 2006, habrían de cometer Fox, Calderón, los suyos y sus aliados un crimen de lesa democracia.

Malditos sean pues lo que sin alzarse en armas se atrevieron a hacer uso de su libertad de manifestación ante tan flagrante violación de las normas democráticas y caiga sobre ellos -y en adición a los daños causados por la campaña mediática de desprestigio de la que han sido victimas estos dos largos años- una multa de casi 40 millones de pesos decretada nada menos y nada más que por la misma autoridad electoral que ante la comisión de los delitos se mantuvo, indigna, cobarde y convenientemente cobijada por los vacíos legales, con los brazos cruzados.

Bienaventurados sean los desmemoriados; aquellos a los que ni esta multa, impuesta por el IFE a los partidos que participaron en aquella elección, pudo hacerlos recordar siquiera cómo Fox, superando incluso a sus antecesores en el poder; a esos que, por corruptos y autoritarios, sacó a patadas de Los Pinos, como Fox, digo, abusó de la tribuna presidencial para meter las manos al proceso electoral y como en esa aventura antidemocrática lo acompañaron su partido, la jerarquía eclesiástica y los barones del dinero; quienes por cierto no han de pagar multa alguna.

Malditos sean en cambio los amargados, esos “relapsos y diminutos”, para seguir en el tono religioso, que no entienden el dogma de la Asunción democrática –por la vía de los hechos- de Felipe Calderón. Malditos los que se resisten a dar vuelta a esa página vergonzosa de nuestra historia reciente y siguen, neciamente aferrados a ese principio –por lo visto anacrónico- de que la democracia exige a las partes jugar limpio siempre y considera, en consecuencia, espurio e ilegal al candidato surgido de comicios en lo que ese supuesto ganador haga trampa; bien sea antes de llegar a las urnas como está profusamente documentado o en el mismo momento de las votaciones de lo que existen al menos dudas razonables en el caso de las elecciones del 2006.

Bienaventurados los que se acostumbran, los que se acomodan, los que se resignan; para los que los meses y los años dotan de legitimidad a quien de origen no la tiene. Bienaventurados esos a los que el boato del poder seduce, deslumbra, apantalla y tanto que a final de cuentas qué más da que “haiga sido como haiga sido”. Bienaventurados los necesitados de estabilidad, de paz, orden y progreso; los dispuestos a aceptarlo todo y a decirle presidente a ese señor porque todos le dicen así y porque es bueno y conveniente para el país aunque sea letal para una democracia que cimentada sobre esas bases tiene poco futuro.

Bienaventurada sea la lideresa magisterial y bienaventurados sus compinches, más allá del escándalo y la corrupción que los rodea, toda vez que gracias a ellos -y la factura por ese concepto la envían todos los días a Los Pinos- se consumó la victoria contra el que era y sigue siendo un “peligro para México” y bienaventurado sea el estratega de la mercadotecnia, el publicista, el que diseña la guerra sucia que aun no cesa, el que traduce la realidad en encuestas y satura las pantallas de la TV –desde ahí y para ahí es que se gobierna- y el cuadrante radiofónico con una campaña de propaganda que nos recuerda inclemente que hoy –no importa la crisis, ni la guerra contra el narco, ni la inseguridad rampante, ni el desempleo- realmente y gracias al gobierno de Calderón vivimos mejor. Que las bendiciones del poder sean para ellos más presupuesto –para eso está el erario-, más prebendas e impunidad garantizada.

Bienaventurado el que muere trágica y prematuramente porque sus pecados serán olvidados y su duelo convertido en insumo estratégico para la imagen del mandatario. Maldito aquel que se atrevió a señalar esos pecados; más detestable aun el que se atreve todavía a recordarlos manchando la imagen del nuevo héroe. Bienaventurados, por último, aquellos que agudos y feroces condenan el lenguaje mesiánico de López Obrador y callan, arrobados me imagino, ante el sermón de la montaña de Calderón.

jueves, 13 de noviembre de 2008

UNA CARTA PARA JESUS ORTEGA Y ALEJANDRO ENCINAS

Hace unos meses, en este mismo espacio y en mi condición de ciudadano que, sin militar en el partido, ha votado, por los candidatos del PRD y que está, además, profundamente convencido de que México necesita con urgencia que una izquierda democrática, imaginativa, congruente y comprometida se haga cargo de la conducción política del país, escribí a la dirigencia perredista una carta. Convocaba en ella, a los miembros de las distintas tribus y facciones, a no seguir comportándose, viejo vicio de la izquierda mexicana cuyo más letal enemigo está siempre en el espejo, como “profesionales de la derrota” y a no caer, por otro lado, en los mismos vicios y corruptelas de la clase política tradicional y traicionar así los ideales de justicia, democracia y libertad por la que tantos mexicanos, desde la izquierda, es decir desde la perspectiva de un impulso moral, de compromiso inclaudicable con las mayorías empobrecidas, ofrendaron su vida.

Hoy y ante el último despropósito del Tribunal Federal Electoral, cuando este, siguiendo sus costumbres y en el colmo de la consagración del “haiga sido como haiga sido” como norma de nuestra democracia, da por buena otra elección preñada de irregularidades, me dirijo a ustedes, protagonistas centrales del lamentable espectáculo que fueron los comicios internos de su partido, para pedirles, para exigirles a ambos un último y radical esfuerzo: deben ambos hacer todo lo que esté a su alcance, es la hora de la imaginación y la decencia, para salvar, los dos y más allá de sus intereses personales y de sus compromisos políticos y clientelares, lo que queda, lo que han dejado en pie, de una fuerza política cuya tarea sería -y debe empeñarse a fondo y con urgencia en ella- encarnar la esperanza de un pueblo. Nada habrá de honrarlos más que empeñarse a fondo en este esfuerzo. La victoria de uno u otro, conseguida a costa de dilapidar por ceguera, por necedad o por soberbia, el capital político que les dieran nuestros votos, del que se han hecho a partir de las expectativas y necesidades de millones de personas que han confiado en sus promesas, sería sólo –no se engañen, que no los engañe el coro de simpatizantes- una derrota enmascarada, una traición.

Una traición perpetrada además contra natura; justo cuando todo apunta, en esa dirección avanza ya América Latina, a una redefinición de los equilibrios políticos y a una recomposición, en situación de ventaja estratégica además, de las fuerzas de la izquierda. La crisis económica mundial, cuyos perniciosos efectos apenas comienzan a sentirse y que habrán de resultar catastróficos sobre todo para las clases medias y las mayorías empobrecidas, ha echado por tierra las pretensiones de éxito y continuidad del neoliberalismo y ha hecho aun más imperiosa la necesidad de buscar nuevos modelos. No es esa la tarea de la derecha.

Es la hora de una izquierda creativa y democrática, capaz de desprenderse de viejos paradigmas ideológicos y de los dogmas que la mantienen anclada en el pasado. De una izquierda a la que, por otro lado, no seduzca la conciliación con lo irreconciliable, a la que la búsqueda de votos –puro cálculo mercadotécnico- le haga traicionar principios y aceptar, como si el tiempo otorgara una legitimidad que las urnas no dieron, lo inaceptable. De una izquierda contemporánea, realmente contemporánea, de nuevo cuño; con principios y un compromiso inclaudicable con la gente. De una izquierda que, me temo, ni ustedes, ni sus tribus – a menos de que dejen de comportarse como hasta ahora lo han hecho- representan.

No podemos darnos el lujo. No pueden ustedes darse el lujo de hacernos, a todos, dar marcha atrás y ceder graciosamente el terreno a quienes, de no producirse un cambio dramático, habrán de reinstaurar –para eso trabajan, por ineficientes, Calderón y los suyos- al PRI en el poder.

Mal haría Sr. Ortega en suponer que puede, muy orondo, hacerse cargo de la presidencia del partido con el aval de ese mismo tribunal, que hirió de muerte, contra su propio instituto político por cierto, en el 2006 y con una sentencia que también hacia reconocimiento implícito de las irregularidades de las elecciones presidenciales sometidas a juicio, a la democracia mexicana. Mal haría Sr. Encinas en pensar que repudiando a Ortega por sus malas mañas queda usted exonerado de las suyas. Mal harían los dos en pensar que todavía, cualquiera está calificado para dirigir con legitimidad ese partido y peor harían en pensar, que, cada uno por su lado, tienen alguna posibilidad de hacer honor al compromiso que tienen con esos millones de mexicanos que, con sus votos, los han llevado a las posiciones de poder que ocupan.

No se equivoquen señores, no les dimos ese poder para que hagan con él lo que les venga en gana. Muy caro habremos de pagar todos, si se consuma, este fracaso brutal de la izquierda partidaria. Otros habrá, estoy seguro, que tengan la dignidad y el honor de reemprender la tarea pero, como decía Pedro Salinas “la nada tiene prisa” y se habrá perdido una oportunidad preciosa.

jueves, 6 de noviembre de 2008

CUANDO LA TRAGEDIA NOS ALCANZA

“Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.”
César Vallejo


Dolorosa y brutal para los deudos; familiares, amigos, correligionarios; a quienes desde aquí van mis condolencias. Terrible y desestabilizadora como una granada que estalla en el centro del primer círculo del poder, para el gobierno de Felipe Calderón, la tragedia que causó la muerte a Juan Camilo Mouriño, a José Luís Santiago Vasconcelos y, hasta ahora, a 12 personas más que no hacían sino vivir el fin de un día de trabajo como cualquier otro cuando fueron devorados por las llamas caídas del cielo, comienza apenas su labor corrosiva, su lento e inexorable contagio entre los ciudadanos que, de pasmo en pasmo, vamos sufriendo como éste, nuestro país, se nos deshace entre las manos.

Por más consistente, inédito y radical que sea el esfuerzo informativo gubernamental para ir desmontando la posibilidad de un atentado mucho me temo que este esfuerzo –que hay que reconocer e incluso agradecer- habrá de fracasar. Aún si los expertos nacionales e internacionales demuestren que, en efecto, se trató de un accidente la sombra de la duda que ya se extiende sobre los hechos habrá, al final de cuentas, de desvirtuar y restar sentido y credibilidad a los resultados de sus investigaciones.

Más vale, sin embargo, no equivocarnos; que no se crea a los funcionarios y a los expertos, que sobre la verdad histórica prevalezca la idea de un atentado no es sólo parte del anecdotario folclórico. No se trata ya sólo de la tradicional suspicacia del mexicano ante todo lo que tiene que ver con la política. Hay algo más; algo oscuro y terrible que está operando en la sociedad y la tragedia de este primer martes de noviembre no ha hecho sino potenciarlo.

En la percepción pública la vulnerabilidad extrema de este gobierno, producto de su propio origen, de la falta de habilidad política de su máximo liderazgo resultado se quiera o no del “haiga sido como haiga sido” y el poder creciente, brutal, incontenible del crimen organizado, su capacidad de infiltración, su despiadada doctrina de la muerte ejemplar han instalado en la opinión pública la idea, casi la certeza, de que ese avión se vino a tierra debido a un sabotaje.

El miedo, intuición apenas en muchos casos de una violencia que se nos viene encima, certeza en muchos otros de que la muerte ya nos alcanzó, reina en México y ese incendio desatado en las Lomas de Chapultepec no vino sino a extenderle de manera formal su patente de corso. Navegará, navega ya entre nosotros, ya lo iremos sintiendo, oscuro e impune, el terror que es, a fin de cuentas, sólo un método más de control y presión. A veces lo usa el poder. A veces se usa contra el poder.

No es mi intención sostener que Mouriño, un hombre extraordinariamente cercano a Calderón o Vasconcelos, quien jugara un papel clave en la lucha contra el crimen organizado, fueron asesinados por el narco. Sería ligero, temerario, francamente irresponsable.

Más allá sin embargo de que esa “certeza” campea ya en muchos círculos sociales e incluso entre miembros de la misma clase política y ronda los artículos de muchos colaboradores de los diarios, está el hecho de que si el narco no fue responsable de la tragedia bien podría, ya lo sabemos, lo presentimos, lo sospechamos, lo tememos, realizar operaciones de esa naturaleza; Mouriño y Vasconcelos eran objetivos plausibles.

Al crimen organizado ni le sobran escrúpulos, ni le faltan recursos para hacer algo así y tanto que ya tangencialmente –quizás sin siquiera haberlo pensado- ha resultado beneficiario de la tragedia.

Pablo Escobar, el legendario capo colombiano, ejecutó a dos ministros y varios jueces y magistrados, mandó a asesinar a tres candidatos presidenciales, puso una bomba en un avión comercial con más de 100 pasajeros, detonó coches bombas en edificios públicos y de vivienda, en centros comerciales, en la vía publica, ocasionando la muerte de miles de inocentes. La dinamita –“la bomba atómica del pueblo” así la llamaba- era su manera de “negociar” con el gobierno colombiano para evitar la extradición y así, bajo la consigna: “más vale una tumba en Colombia que una celda en EU”, para defender su negocio criminal, desató el terror.

¿Por qué no han escalado aun los capos mexicanos harto más ricos, poderosos y sanguinarios que Escobar el conflicto a esos niveles? ¿Qué o quién los detiene? Nada. Nadie. Eso creen, eso saben, ante la impunidad, la inoperancia de los cuerpos policiales y alcance de la corrupción, muchos millones de mexicanos. Esa es la tragedia que nos alcanza y cubre con su oscuro manto.

jueves, 30 de octubre de 2008

MI VECINO TIENE UN GORILA, UN TIGRE BLANCO Y UN LEÓN…

…y aquel licenciado y ese comandante que trabajan en la SIEDO de la Procuraduría General de la República son narcos, o más bien trabajan con los Beltrán Leyva que viene a ser lo mismo o casi porque trabajan para ellos al mismo tiempo que, supuestamente, los persiguen. El General Fulano de la zona militar renta unas parcelas donde siembra marihuana, esas que nunca fumigan los aviones, las que no ven los pilotos que andan buscando los sembradíos auque estén en el llano, casi pegadas al cuartel y el dueño de ese rancho de al lado es del Cartel del golfo y los que se reúnen en esa discoteca son sobrinos del Chapo Guzmán. La casa grande de la esquina es de su socio y esa tienda de refacciones y la farmacia y la agencia aduanal también son de los narcos igual que aquel hotel y la gasolinera. Aquel señor, el de la Hummer roja y los escoltas de negro, lava dinero y a esa agencia de autos de lujo de Aguascalientes llegan hombres con pilas de billetes y se llevan a veces dos o tres automóviles de golpe. También allá en Chihuahua, en Ciudad Guzmán, pasa lo mismo en la BMW o en Baja California con las trocas. En aquella casa de cambio y en ese negocio de la esquina se lava dinero y esos oficiales de la PFP –los que eran antes de la Federal de caminos- son guardaespaldas de aquel capo. Los de la ministerial le cubren la espalda a su enemigo y los judiciales ya saben que les toca voltear para otro lado cada vez que pasa el señor, el dueño de la plaza, en su suburban blindada seguida, eso sí, de otras cuatro o cinco camionetas igualitas. Ese juez es ciego cuando se trata de mirar hacia el Pacífico y aquel otro magistrado presta siempre oídos sordos a los alegatos del fiscal; para él no existen flagrancia, ni evidencia que valga si se habla de alguien del Cartel de Juárez y aquel candidato, ese el de los conciertos, es compadre de aquel al que le dicen el “nuevo Señor de los Cielos”. El apellido de aquel otro –para que me entiendas- se escribe con Z, con Z mayúscula y hay que tenerle miedo. Y el cura aquel; el que bautiza, el que casa en la sierra y en la casa grande, el de los responsos de la familia del otro capo; el que está levantando, gracias a las limosnas, la torre de la iglesia, el dispensario y, claro, la nueva casa parroquial y tiene su cheyenne para ir a la sierra a bautizar chamacos y atender a las viejitas; a ese cura hay que pedirle que nos proteja; ¿no sé si me entiendas? Y la cantante y el cómico y la banda, esos tan famosos, los que salen en la tele; no fallan en las fiestas del otro señor, no le hacen el feo al efectivo, menos todavía si se habla de centenares de miles de pesos y a veces de millones; nada más van a actuar; están trabajando pues; tienen derecho ¿no? Igual que el presentador de televisión y que aquel otro protagonista de telenovelas. ¿A quién le hacen daño? Van a las fiestas nomás; las engalanan como el campeón o el goleador o el del brazo de oro.

Vaya usted A Michoacán, a Jalisco, a Sinaloa, a Guerrero, a Chiapas, a San Luis Potosí. No importa el rumbo; tampoco el estrato social en que se mueva. Ponga sólo atención; un poco, no mucha, así de pasada, a lo que la gente dice, a lo que es de todos conocido. Aventúrese por los pasillos del palacio de Gobierno en Tamaulipas o por los de la SIEDO, aquí en el DF o los del cuartel de una zona militar en casi cualquier estado de la República. Visite un barrio residencial en Aguascalientes o recorra los campos de Culiacán o Coahuila. Ponga atención a los susurros de los funcionarios de nivel medio en las más altas dependencias federales o estatales; en Hacienda, en los Tribunales, en las procuradurías. Escuche lo que chismean las secretarias del presidente municipal. Ponga atención a los gestos de los federales destacados en un retén o en una aduana cuando pasa la camioneta del jefe o del comandante o del licenciado. Acérquese al corrillo de agricultores en una fiesta en el noroeste o ponga oído a lo que conversan unos ganaderos en el palenque de la feria estatal cuando, ante ellos, se cruzan apuestas multimillonarias. Mézclese entre los campesinos que disfrutan el espectáculo de una carreras parejeras y ven llegar al dueño de un caballo de 50 o 60 mil dólares o más; Rolex de diamantes en la muñeca, esclava de oro, cruz de brillantes al pecho y cientos de miles de pesos para apostar en la bolsa o vaya a la boda de postín en el club campestre y échese unos tragos con los notables del lugar.

Infiltró el narco ahora a la SIEDO leímos en los periódicos esta semana. Carajo, que indignación! Que la cosa está podrida lo sabemos todos. La estela de corrupción de quienes se venden al narco es tan visible y escandalosa como los rugidos del león que no dejan dormir a los vecinos. Prueba de confianza habría que hacerle a los responsables de la inteligencia policiaca; a aquellos a los que esos rugidos no perturban y también, por cierto, a aquellos otros que en la misma PGR ocultan las mañas del señor Mouriño.

jueves, 23 de octubre de 2008

¡AY REATA, NO TE REVIENTES!…

A Gustavo Iruegas, un mexicano ejemplar


También de eso se trata la resistencia de apretar, de tensar, de tomarse riesgos extremos; incluso el riesgo catastrófico del desacuerdo interno irreparable, de la ruptura y de la consecuente exhibición como supuesto responsable de la misma ante la nación entera. Falta, eso sí, saber hasta dónde estirar la cuerda, cuál es el punto preciso en que esta se revienta y todo se pierde o bien medir en qué momento, la protesta o los elementos policíacos de contención pierden el control, se salen de madre y la sangre llega a las calles. En todo caso la causa; la defensa del petróleo como patrimonio exclusivo de la nación lo vale y el adversario –con sus marrullerías ancestrales- se lo merece.

Votó el senado –bajo sitio de la resistencia y sometido al escrutinio del país entero- los 7 dictámenes de la reforma energética. No es, ciertamente, lo aprobado lo que Calderón, con todo el despliegue propagandístico y su tesoro prometido en aguas profundas, buscaba; tampoco lo que el PRI, instalado como facilitador, propuso en su afán de salir al quite y alcanzar de otra manera los mismos fines. Para ser considerada una victoria plena quedó, sin embargo, a sólo 12 palabras de distancia de lo que el movimiento nacional en defensa del petróleo reclamaba y podía considerar aceptable. Y sin embargo así; perdiendo todos ganó el país.

En el exterior de la sede alternativa del senado; entre los escudos y toletes de la policía federal López Obrador dijo:“Es un triunfo” sólo para agregar de inmediato: “esto todavía no termina” y asegurar que estará con sus brigadistas el próximo martes en la Cámara de Diputados -“vamos a cuidar que no cambien ni una coma”- para seguir luchando por esas doce palabras que el PRI y el PAN, en un arrebato final de prepotencia, consideraron innecesario siquiera discutir y que pueden ser el resquicio por el que se cuele de nuevo el apetito privatizador.

Doce palabras tan sólo. Una precisión, un agregado en la redacción del artículo, que cerrarían definitivamente la posibilidad de que partes del territorio nacional sean entregadas a empresas nacionales o extranjeras. ¿Una necedad? ¿Una locura? ¿Una victoria de los ultras y radicales? No lo creo. Desconfianza pura nada más; certeza nacida de la experiencia.

Desde hace décadas los mexicanos hemos sufrido los atropellos y abusos de quienes, desde el poder, aprovechan sistemáticamente los vacíos, las imprecisiones, los huecos en la ley para burlar la Constitución. Ejemplos sobran. El más reciente: la elección presidencial del 2006.

En materia tan grave como la que hoy se discute, en un entorno internacional tan complejo y con tan poderosos intereses particulares en torno a nuestros recursos petroleros además, no sobran las precauciones.

Doce palabras nada más. Si en el espíritu de la ley –como dicen sus defensores- está ya acotada la entrega de zonas o bloques territoriales ¿Por qué no ponerlo pues en la letra impresa?

Estuve entre la gente que asistió al mitin este miércoles en el Hemiciclo. Asistí convencido de que la articulación de la resistencia, la participación de dirigentes e intelectuales de la izquierda y la lucha parlamentaria había conseguido una victoria aceptable que podía reclamarse como tal y que ese mitin habría de devenir en celebración. No fue así.

Pese al discurso del embajador Navarrete: “debemos –dijo- respaldar el esfuerzo de nuestros legisladores”. Pese a las palabras del Ingeniero Felipe Ocampo, que llamó a la multitud a actuar en el mismo sentido sin deponer la lucha. Pese a la intervención del propio Pablo Gómez –que, sin embargo, se perdió en los meandros de los peros y de lo no conseguido al final de su discurso- prevaleció entre la gente la desconfianza. Optaron por continuar la resistencia.

Confieso que después de votar me retiré desalentado. Con sólo ver por unos minutos dónde y cómo tachaba la gente la boleta puede adivinar el resultado. “No saben ver la victoria aun teniéndola frente a sus propios ojos” pensé “es la tragedia de nuestra izquierda” me dije. Debo reconocer que estaba equivocado; respiraba, además, por la herida.

Más tarde –ya en casa- reconstruí de memoria los dichos de la gente, sus miradas y actitudes mientras escuchaban los discursos, y me di cuenta que no tenían por qué creer, que no se resignaban a quedarse con los brazos cruzados, esperando que ahora sí la clase política cumpliera sus compromisos; estaban decididos –y tenían razón- a seguir peleando.

Este jueves por la mañana en la radio escuche a Rolando Cordera y luego a Cuauhtémoc Cárdenas; nada más lejos de la recriminación y el linchamiento que sus palabras. “la presión popular sirve” dijo, serenamente, Cárdenas, quien advirtió que en efecto queda, sin esas doce palabras, un peligroso resquicio abierto. “Ojalá –dijo Cordera quien mantuvo su respaldo a lo logrado en el Senado- y no se inicie con esto un linchamiento mediático de la movilización popular”. Eso mismo espero yo.

Esa gente que este jueves, digna y valientemente, volvió a salir a la calle merece todo nuestro respeto; ya impidió con su resistencia la privatización, tiene derecho a blindar esa victoria que, a final de cuentas, será también de todos. Total: es el último tirón.

jueves, 16 de octubre de 2008

LA RESISTENCIA CIVIL PACÍFICA

Para las Adelitas

No han escatimado editorialistas, en éste y otros diarios, conductores de la radio y la televisión, calificativos contra las turbas de López Obrador. De irracionales, intransigentes, locos, no cesan de tachar a quienes militan, sobre todo en las calles, en el movimiento en defensa del petróleo. Se les considera; a los brigadistas, a las adelitas, enemigos decididos del orden público, saboteadores de la vida institucional del país. Personajes histéricos que sólo saben protestar, destruir, oponerse; que quieren conducirnos a la barbarie. Son estridentes, indecentes, molestos; dicen unos. Son fanáticos, ciegos, peligrosos, dicen otros. Y sin embargo hoy el país; las instituciones del estado, el Congreso en particular, tiene con ellos una enorme deuda.

Nunca como antes, en un asunto tan vital como el de la reforma energética, había sido tan intenso, abierto y plural el debate legislativo. Nunca como antes tan soberano el Congreso y tan lejano de ser sólo oficialía de partes del ejecutivo; que en este sector estratégico, del que depende el destino de la nación, hacía, desde hace décadas, sólo lo que le venía en gana. Nunca como antes el Senado, una casa tan abierta al debate, a la opinión de los ciudadanos de todas las corrientes; tan sensible al pulso de la sociedad, tan obligado, a la hora de discutir y votar las leyes, a rendirle cuentas a sus electores. Nunca como antes, vaya paradoja, pues esto es resultado de la acción de esas turbas, tan firme y respetable esa institución de la república y nunca como antes tan libre PEMEX –si se legisla con patriotismo y sensatez-, de invertir sus propios recursos para volverse, al fin, después de tantas décadas de corrupción e ineficiencia, detonador real de un desarrollo que pueda alcanzar, ahora sí y más allá de las arcas del sindicato y de la SHCP, a millones de mexicanos. Había que apretar, hay que seguir haciéndolo para lograrlo.

La resistencia civil no es, no puede ser “agradable”, “amable”, “mesurada”. No se consigue impedir los abusos del poder pensando en las curules que habrán de ganarse en las próximas elecciones; no se trata sólo de rentabilidad electoral. No se alza la ciudadanía frente al gobierno con buenas maneras. Menos con uno que ha llegado al poder “haiga sido como haiga sido”. La resistencia debe doler, vetar, lastrar al poder que, empecinado en la defensa de sus intereses particulares, no baja la testa por las buenas.

No se evita la entrega del patrimonio de la nación sólo alzando la voz en la tribuna parlamentaria; a veces es preciso tomarla por asalto. El gobierno, que ha lanzado una ofensiva propagandística inédita y brutal para hacer prevalecer sus intereses por sobre los intereses de la nación, no ha tenido recato; ha sido despiadado en su esfuerzo por aplastar la oposición a su reforma. Muchos han habido, sin embargo, que no han cedido. Muchos han habido que en la calle y en la tribuna se han alzado. Enhorabuena. La valiente resistencia de esos ha terminado por servirnos a todos.

Estoy consciente de la herejía. El elogio a la resistencia civil pacifica resulta harto impopular por estos lares. No puedo, sin embargo, dejar de hacerlo. Hay una enorme dignidad en esa lucha; una lucha que va más allá, ciertamente, del puro resentimiento, de la incapacidad de aceptar –por diminutos diría la Santa Inquisición- la derrota de López Obrador en el 2006 y en consecuencia el dogma de la legitimidad democrática del gobierno de Felipe Calderón.

Ya entonces, en esos aciagos días en que se negó a la democracia la oportunidad del recuento voto por voto, muchos de esos mismos que han salido a las calles a defender el petróleo habían demostrado, plegándose a la protesta pacifica, su vocación democrática. Se plantaron en Reforma es cierto; pero no asaltaron Palacio y no lo hicieron en un país que se alzó en armas reclamando sufragio efectivo. Hoy dan una nueva lección. Han defendido con tanta decisión el petróleo que han terminado por devolver majestad y soberanía a ese quehacer legislativo del que muchos los consideran adversarios.

Todo parece indicar que la articulación entre la resistencia en las calles, la actividad desplegada por destacados intelectuales, dirigentes políticos y académicos y el trabajo parlamentario de los senadores del FAP ha frenado, hasta ahora, el intento de privatización de la industria petrolera. Faltan aun, es cierto, aristas delicadas: PAN y PRI, unos lo traen cargado en su ADN, otros lo ven como la forma de asegurar la restauración, pueden todavía reventar la negociación e intentar una privatización enmascarada y conducir al país a la debacle. Porque debacle sería y más todavía en medio de la crisis económica –no es sólo un catarro Señor Calderón- entregar el petróleo; Más vale, sin embargo, que lo piensen dos veces; para eso están quienes han protagonizado la resistencia; para que los que están en el poder no se desmanden y de eso también se trata la democracia.

jueves, 9 de octubre de 2008

¿CÓMO SE LE OCURRE SR. CALDERÓN?

Si bien quienes consumen droga no son criminales y no deben ser tratados como tales pues son enfermos; sí lo son en cambio –y de la peor calaña- sus proveedores y tanto que representan, los narcos, la más grave amenaza para nuestro país. Su ambición no tiene limites; sólo profesan una doctrina; la de la muerte ejemplar y a la hora de disparar o cortar cabezas – en la historia reciente no se sabe de criminales más sanguinarios- nada los detiene. Para ellos no existe diferencia alguna entre sus rivales, las fuerzas federales que los persiguen o la población civil. Quien se atraviesa en su camino muere.

Son capaces, como en Morelia y más vale tomar conciencia de este hecho, de enviar a morir y a matar a unos sicarios –porque quien lanza una granada sin ponerse a cubierto de inmediato es un suicida- de dinamitar un edificio o derribar un avión si eso sirve a sus intereses, si así dañan a un rival o amedrentan al estado para producir su repliegue o calentar una plaza. Tienen –del norte les llegan- los recursos, las armas, los explosivos y carecen totalmente, la vida humana no les importa un comino, de escrúpulos.

Hijos del régimen autoritario, que dio franquicias para el tráfico de drogas a viejos comandantes de la guerra sucia, promotores por excelencia de la corrupción de la que se han servido, a punta de “plata o plomo”, para infiltrarse en los cuerpos policíacos, la administración pública o la empresa privada, beneficiarios de la impunidad, los cárteles, deben su expansión y poderío actual a la traición y cobardía de Vicente Fox quien rehuyó el combate y les entregó amplias zonas del territorio nacional.

Felipe Calderón, su sucesor –vaya sentido de la oportunidad el suyo- hace hoy, a estos mismos cárteles, un insólito e inesperado regalo: propone, de bote pronto, la despenalización del consumo limitado de mariguana, cocaína, metanfetaminas y heroína. Mientras ordena librar combate contra el narco como, hay que reconocerlo, no lo hizo Fox y exige a la población, a policías y soldados mayores sacrificios, Calderón, “se suelta esta puntada”; no encuentro mejor manera de describir un despropósito de tal tamaño. Propone seguir el camino –vaya ejemplo- de los Estados Unidos –por sus resultados los conoceréis- para abordar el problema de las adicciones y “combatir”, dicen ellos, al narcotráfico. Fiesta deben de estar haciendo La Familia y los otros cárteles: “Se rinde el hombre”, han de pensar.

Más allá de que muchos especialistas consideran inadecuada y discutible la medida y ponen como ejemplo lo sucedido en Holanda y el crecimiento exponencial del consumo de drogas duras en ese país y el aumento de la criminalidad asociada al mismo, de que esa misma laxitud al norte de nuestra frontera sólo ha significado más consumo y por tanto más sangre y sufrimiento en América Latina, está el hecho de que nos encontramos inmersos en una guerra que apenas comienza y, de esas, que hasta ahora y en eso descansa el argumento de la legalización, nadie ha ganado.

Lanzar así esta ocurrencia, de improviso y en el peor momento, es como concentrar a los que combaten al narco y lanzar en medio de ellos una bomba. Nada más desmovilizador, desmoralizador, inoportuno. Nada tampoco –Washington no habrá de permitírselo como no se lo permitió a Fox- más irreal. Calderón juega con fuego. Envía un mensaje preñado de ambigüedad a sus propias filas; “solución” para unos pocos, martirio para los más.

¿Vale la pena morir combatiendo si la perspectiva es la legalización? ¿Por qué no negociar de una vez con los cárteles? ¿Cómo y quién habrá de proveer de droga a los millones de consumidores que pueden considerarse adictos en nuestros país? ¿Dónde y quién habrá de cultivar la mariguana, la amapola? ¿Quién producirá la droga de diseño? ¿Promulgará Calderón una amnistía para aprovechar el know how de los jugadores en el mercado? ¿Regulará la competencia? ¿Pondrá un limite de decapitaciones; una cuota por banda? ¿Concesionará el negocio o será monopolio estatal? ¿Cuidarán el ejército, la PFP y la PGR las áreas de cultivo y consumo?

¿Quién hará comparecer y garantizará –en el país de la impunidad- el correcto tratamiento de los adictos en la corte? ¿Quién impedirá que medren policías, jueces, abogados, en torno a ellos? Y ¿Quién controlará los programas de rehabilitación, certificará su cumplimiento, evaluará sus resultados? ¿Habrá cafés o zonas para el consumo personal? ¿Cómo operará el programa en el hogar, en el seno de las familias ya de por sí desintegradas? ¿De dónde saldrá, en estos tiempos de crisis, el dinero para la dosis del día? ¿Se integrará la mota a la canasta básica?¿Cómo impedir que la despenalización se torne patente de corso? ¿Cómo evitar pues que todo –tráfico, consumo, impunidad- se salga de madre?

Sin respuestas, por la senda de la imitación, a lo más de una torpe e inútil –por perecedera- maniobra de presión sobre Washington, se lanza Calderón; muchos habrán que interpreten, me temo, esta ocurrencia como un síntoma de locura y quizás, ¿lo habrá alcanzado la onda expansiva de las granadas de Morelia se preguntaran?, de desesperación o tal vez de la misma cobardía que paralizó a Fox.

jueves, 2 de octubre de 2008

EL DOS DE OCTUBRE HOY

A Pablo Gómez, porque la victoria sigue pendiente

Aunque celebro la inédita explosión informativa a propósito del movimiento del 68, cuarenta años nada más tardó la televisión en voltear a verlo, y en particular de la masacre del dos de octubre, que ahora sí existe para medios que por décadas le dieron olímpicamente la espalda, no puedo dejar de pensar que en torno a esos sucesos, que marcaron la historia de México, se ha desplegado también todo un arsenal de expresiones y testimonios que, más que rescatar a fondo lo sucedido, tienden a ubicar el movimiento en un nivel puramente emocional; como una efeméride más, un hecho consumado, congelado en el tiempo que no hay que olvidar, claro, pero que a nada obliga o, peor todavía, que intentan valerse de la conmemoración como una especie de auto celebración: “Miren lo que vivimos, las libertades de las que disfrutamos, lo bien que estamos y tanto que ni catarro nos dará ahora”, para convertir así, esa formidable y conmovedora expresión de vitalidad social, en parte de su coartada.

Saludo la valentía y claridad de un hombre, protagonista de esos hechos, que no cede a la tentación de la autocomplacencia, que, en medio de la euforia, se atreve a hablar de la derrota del movimiento y lo hace para movernos a considerar las muchas y dolorosas asignaturas pendientes. De un hombre, Pablo Gómez, luchador social desde su adolescencia, dirigente partidario que diera el vuelco histórico, sin traicionar sus ideales, al comunismo tradicional para volverlo así ariete de la democratización de México, parlamentario imprescindible de la izquierda, que sabe que aquellas demandas por las que ellos, los estudiantes de entonces y luego los trabajadores y las madres de familia y los burócratas y los ciudadanos comunes y silvestres que se les fueron sumando, salieron a la calle, aun no se han cumplido.


Hay en este país, lo dijo ayer Pablo, sin resbalar, insisto en el auto homenaje, en la presentación de su libro “El 68 la historia también se escribe con derrotas”, presos políticos y desaparecidos, se conculcan aun las libertades democráticas por cuya defensa dieran la vida centenares de jóvenes, se ataca desde muchos flancos el derecho de los trabajadores a sindicalizarse y no sólo los criminales responsables directos de esa masacre jamás fueron castigados sino que, también, han escapado a la acción de la justicia, los responsables de centenares de asesinatos políticos y aquellos otros –esos también son criminales pero de lesa democracia- que han traicionado, torcido, burlado sistemáticamente la voluntad popular.

Ciertamente hoy en las páginas de los diarios podemos escribir de cualquier cosa. Faltaba más carajo, jodidos estaríamos si ni siquiera eso pudiéramos hacer. Ciertamente también hoy podemos salir a las calles a manifestarnos sin que necesariamente nuestras vidas corran el riesgo de ser cegadas por las balas de los cuerpos de seguridad. ¿Qué más podía esperarse? ¿Que nos mantuviéramos aun en la barbarie? Ciertamente hay cambios y alternancia; pero de qué sirve la democracia si no se traduce en beneficios concretos; equidad, justicia, oportunidades de empleo digno y bien remunerado para la inmensa mayoría, de qué sirve si se perpetran hoy fraudes de nuevo tipo y los poderes fácticos se entrometen impunemente en los procesos electorales.

Hay cambios, es cierto y muchos son resultado de ese 68 que hoy recordamos y cuya importancia en nuestra vida democrática no podemos negar, pero, como decía ayer mismo Carlos Monsivais, de qué sirve la libertad de expresión ante la impunidad de los criminales de toda laya que actúan, además, en todos los órdenes de la vida pública.

Provoca Pablo al decir “cuando salimos a la calle para exigir la libertad de los presos políticos había unos 40 en la cárcel; cuando terminó el movimiento habíamos en ellas más de 400”. “Salimos a las calles –insiste- para reclamar nuestro derecho a expresarnos libremente, al terminar el movimiento perdimos por años las calles y ese derecho”. “Nos dieron –concluye- una tremenda madriza”. Luego, porque lo suyo no es un amargo lamento sino todo lo contrario, revira; “Nuestra causa sigue viva”.

La conciencia de que se sufrió una derrota entonces, ni desmoviliza, ni amarga a los verdaderos luchadores sociales, tampoco traiciona a los mártires, ni reduce las hazañas de esos luminosos días, ni les resta tampoco, ni un ápice de su importancia capital en nuestra historia; por el contrario; nos obliga, nos compromete. “Dos de Octubre no se olvida”, reza la consiga. Pablo nos dice, nos provoca; no sólo de recordar se trata sino, precisamente y porque la victoria está aun pendiente, de continuar la lucha.

jueves, 25 de septiembre de 2008

UN PASE DE COCA EN NY; DOS GRANADAS EN MORELIA...

(Segunda y ultima parte)

…y lo que falta por venir, porque el conflicto –así como ahora lo vivimos- apenas comienza. Habrá, me temo, muchas muertes violentas todavía. No es mi propósito atemorizar al lector con pronósticos apocalípticos, ojalá, de verdad lo deseo, me equivoque. Simplemente el análisis de los hechos, del poder de fuego creciente del narco, de sus formas de operación, de aquello que podría considerarse su doctrina y que se desprende de sus propios actos me lleva a pensar que lo peor aun está por venir. Cabe esperar, pienso, que se produzcan entonces más atentados; más sangrientos; mejor planeados. Habrán de caer, también, qué desgracia, muchas más víctimas inocentes y su muerte, qué tragedia, no modificará ni un ápice la política
estadounidense de control del consumo y persecución de los capos locales en su propio territorio, al contrario; vendrán desde el norte del Río Bravo –como con el plan Colombia llegaron a ese país- cientos de millones de dólares, equipo, tecnología, armas, asesores para combatir a unos capos que, también del norte, reciben millones de dólares, equipo, tecnología, armas y que –siguiendo una de las más elementales reglas de la guerra- habrán de escalar el nivel del enfrentamiento para ponerse en las mismas condiciones de combate en las que está su adversario; sólo que liberados de cualquier compromiso institucional, del respeto a la Convención de Ginebra, a los derechos humanos. Más vale prepararnos pues. Se avecina la guerra que, como decía César Vallejo, es “un monstruo grande y pisa fuerte”.

Si sale el ejército a las calles -¿y cómo no habrá de hacerlo habida cuenta de la pérdida de soberanía en tan vastas zonas del país?- si patrullan los militares, digo, con masa de fuerza, con vehículos blindados y ametralladoras pesadas se armaran entonces los narcos –ya lo estamos viendo en los decomisos- con explosivos para dispersar y causar bajas a las concentraciones, rockets y ametralladoras para penetrar blindajes. Nos salva todavía el hecho de que lo suyo es un negocio. No son un cuerpo, salvo en el caso de disputa por mercados vitales, con disposición ofensiva; defienden los suyo, no son combatientes sino mercaderes, pero son también asesinos y la vida humana, para ellos, no tiene valor alguno. Sólo cuando se ve comprometida la mercancía –y eso en cantidades o condiciones estratégicas- o la seguridad de jefes que no pueden “arreglarse” con la justicia se deciden a presentar combate. Eso, sin embargo, puede cambiar; se registran ya tiroteos más intensos, de más larga duración con las fuerzas federales. No son estos enfrentamientos, ciertamente, la regla todavía pero son ya excepciones que la confirman. Su creciente poder de fuego les da confianza, la posesión de armas pesadas los obliga a hacer uso de ellas, el mismo clima que han creado con sus acciones les hace sentirse capaces de enfrentar con éxito al enemigo. La presión social de sus propios competidores, el compromiso del prestigio que se gana a sangre y fuego y a sangre y fuego se mantiene, los orilla a la acción.

¿Y el estado? ¿Y el gobierno federal? ¿Y los gobiernos estatales? ¿Y los municipales? Hay, estoy seguro, en todos los niveles de gobierno, muchos servidores públicos, honestos y patriotas que combaten al crimen organizado con valentía; sin caer avasallados ante la ley de “plata o plomo”. Hay otros a los que el miedo vuelve ciegos y sordos, estatuas de sal que dejan al narco hacer y deshacer a su antojo y hay también –y son legión- quienes pecan por comisión y colaboran activamente con él; delincuentes con placa, rango y uniforme, posición en el tribunal, puesto en la aduana o en cualquier otra dependencia que garantice al crimen organizado la impunidad y el negocio. Saber quién es quién, en este momento, se torna extremadamente complicado y peligroso. Vital, sin embargo, no escatimar esfuerzo alguno en este urgente y prioritario proceso de depuración y deslinde.

¿Y la población civil? ¿Y los medios? ¿Y los partidos políticos? ¿Cómo construir un escudo ciudadano? ¿Quién y como garantiza la seguridad de quienes se atrevan a formarlo? No es sólo con armas y balazos que habrá de conjurarse la amenaza; hace falta combatir, es cierto, pero hay que hacerlo con tino y con el respaldo de una amplia base social. No sólo allá al norte de la frontera se consume droga. Aquí también y cada vez más. La pelea empieza, entonces, en casa con los hijos; también frente al espejo. Una serie de batallas pequeñas pero sostenidas cotidianamente, en millones de hogares a la vez, contra la adicción a las drogas, puede abrirnos el camino a la paz. Una actitud valiente y digna ante el gobierno de los Estados Unidos que, en todos los foros y sin miedo, denuncie y detalle su responsabilidad en esta guerra, es también urgente y necesaria. Contra el consumo; aquí y allá entonces; para parar ese río de dinero que cubre al país de sangre.

jueves, 18 de septiembre de 2008

UN PASE DE COCA EN NY; DOS GRANADAS EN MORELIA...

Primera Parte


… y siete muertos habría que añadir y más de cien heridos y los muchos más que, me temo, habrán de caer todavía. Allá, en Nueva York, en Chicago, en Washington o en Denver, la droga que sale de aquí y distribuyen, con total impunidad, los carteles norteamericanos, verdaderos dueños del negocio, alivia las angustias cotidianas de más 7 millones de adictos que, pase, toque o inyección de por medio, sobrellevan así el idílico “american way of life”. Sistema de vida, que por cierto, se sostiene, además de sus ingresos legales, la venta de armas, claro, es uno de ellos, gracias a la entrada en circulación, libre de las ataduras de la economía formal a la que, sin embargo, oxigena, de más de 300 mil millones de dólares anuales, producto del trafico y consumo local de estupefacientes. Mientras allá pues la vida se organiza en torno a la droga, aquí morimos por ella.

En este país que se hunde bajo el peso de la impunidad, la corrupción y el accionar creciente del crimen organizado, ese flujo indetenible de armas y centenares de millones de dólares que viene del norte produce y seguirá produciendo zozobra, incertidumbre, muerte. Muerte a tal grado violenta e indiscriminada que hemos perdido incluso la capacidad de asombro ante tanto decapitado y tanta masacre; 12 en Mérida, 10 en Juárez, 24 en La Marquesa; las cifras no cesan de crecer y ahora se engrosan con civiles inocentes que no hacían sino estar ahí, en una plaza pública, entre miles más, disfrutando la fiesta de una independencia cuyo significado amenaza con perderse del todo.

Dice bien Tony Garza, el Embajador estadounidense, fueron narcoterroristas los que lanzaron las granadas. Elude sin embargo el funcionario la responsabilidad de su gobierno en la génesis de esos monstruos. Sí, en el terreno de la política y por su celo fundamentalista, el gobierno estadounidense ha terminado por ser, triste y paradójicamente, uno de los más activos promotores del terrorismo al que con tanto denuedo combate, es su actitud laxa e irresponsable ante el consumo de drogas de sus propios ciudadanos y la falta total de compromiso con la persecución y el castigo de los capos locales lo que ha hecho crecer el negocio del narcotráfico y lo que, a fin de cuentas, ha terminado por generar figuras de la calaña de Escobar o de Osiel Cárdenas y ha permitido la integración y el desarrollo de grupos criminales como los carteles del golfo, de Juárez, de Sinaloa o bien de grupos paramilitares como “la Familia” y los Zetas.

También del norte, por cierto, es que llegan las armas con las que los capos se matan entre sí, matan a las autoridades que los combaten y matan a los civiles que se les atraviesan en el camino o cuya muerte sirve, como en el caso de Morelia, para “calentar una plaza” y dañar a sus competidores. También con esas armas –con las que venden a los capos y las que venden a los cuerpos de seguridad- hacen pues negocio los estadounidenses. Eso se le olvido decir al Sr. Garza y también hablar de cómo la industria del entretenimiento no cesa, de manera subliminal si se quiere, de promover el consumo y de celebrar a aquellos actores, cantantes, figuras públicas que fuman mariguana o son adictos a la cocaína. Qué más da que jueguen con eso; en Hollywood, Wall Street o Washington la droga no deja de ser sino una travesura que merece cuando más la reprimenda de un juez y ocasiona un rentable escándalo mediático. Aquí en Morelia, mientras tanto, esa misma droga que tan campantes consumen los estadounidenses, produce cuerpos desgarrados por la metralla.

Ya tenían los capos granadas -y muchas- en su poder. Quien las tiene –es una ley de las armas- las usa. Ya, incluso, las habían lanzado antes; en una discoteca en Nuevo León, contra la tropa que se aproximaba a una casa de seguridad en Sinaloa y luego en Guanajuato contra una base militar. Quien incorpora explosivos a su arsenal sabe, desde que lo hace, que su poder no se gobierna y que tarde o temprano habrá de causar bajas civiles. Ahora en Morelia, porque así convenía a sus intereses, los narcos las lanzaron, sin más, contra la multitud. Les convenía hacerlo. Era barato. Era sencillo.

No es pues, me parece, del todo cierto que los capos mexicanos hayan dado ahora, con este atentado, un salto cualitativo en su accionar. Caminan ya hace tiempo en esta misma dirección. Hace unas semanas ametrallaron a una multitud en Creel; antes habían dispuesto –no lo lograron- el estallido de coches bombas en Sinaloa. Su única doctrina es la violencia indiscriminada; la muerte ejemplar.

Vivimos, hace ya tiempo, un proceso de escalamiento del conflicto que no habrá de detenerse –pese a los estentóreos llamados a la unidad- si algo no cambia o no hacemos que cambie en los Estados Unidos. Acabar con la amenaza, contenerla siquiera, será imposible en tanto sigan llegando del norte tal cantidad de armas y de dólares. Cortar la ruta de abastecimiento del enemigo, de eso Washington sabe mucho, es vital para ganar una guerra.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

¿LLORIQUEOS, CIRO?

Estimado Ciro:

Como, mucho me temo, asuntos más graves, habrán de ocupar nuestra atención en los próximos días y ante la imposibilidad entonces de hacer uso de mi espacio de los viernes en Milenio para responderte, quisiera compartir contigo y con nuestros lectores, por medio de esta carta, algunas reflexiones sobre tu artículo del pasado martes titulado “No lo sé, Epigmenio”.

Dices que no te dedicas a la prospección, ni a la ciencia ficción, ni a profetizar calamidades y agregas “tampoco a la propaganda”, sin embargo, de inmediato te lanzas por ese sendero, el del discurso propagandístico, cuando dices que conoces bien y cito: “el lloriqueo marrullero del pueblo bueno lopezobradorista, sus voces y plumas”.

A eso me refería Ciro cuando hablaba del “dedo flamígero”. A esa tendencia, tan en boga en nuestros días, a sustituir el debate por la descalificación. A esa costumbre de colgar, a cualquiera que se atreva a mantener vigente su inconformidad con el proceso electoral del 2006, el sambenito de lopezobradorista, sinónimo, en esa misma jerga, de intolerante, violento, intransigente y resentido. Nada más nos falta y como en los tiempos de la Santa Inquisición, ser condenados a la hoguera por “diminutos y relapsos” en tanto que no podemos entender el dogma de fe de la legitimidad de Felipe Calderón.

Lo mío –que por cierto ni soy parte de “sus plumas” ni pertenezco tampoco al “pueblo bueno”- no son, de ninguna manera, lloriqueos. Mantengo una posición y expongo mis razones para hacerlo. En la democracia, desde mi punto de vista, no caben ni la amnesia, ni la resignación. Es un derecho y una obligación ciudadana –que no se extingue ni con el tiempo, ni con la propaganda- inconformarse con los resultados de un proceso electoral en el que intervinieron ilegalmente el entonces Presidente de la República, Vicente Fox y los poderes fácticos.

En cualquier otro país y dada la mínima distancia final entre los dos candidatos punteros, lo más razonable, lo más sano para la democracia y sus instituciones hubiera sido –habida cuenta de que esa intervención flagrante pudo torcer la volunta popular- un recuento “voto por voto”. Esto, que hubiera limpiado la elección, desgraciadamente no se produjo.

Hay pues Ciro –para muchos millones de mexicanos como yo- un muy razonable margen de duda y habemos en consecuencia quienes, sin lloriquear, consideramos que entre los muchos males que nos aquejan está precisamente el de carecer, como carecemos y los hechos lo demuestran, de un gobierno con la legitimidad necesaria y suficiente para generar el consenso que México, en esta hora grave, demanda.

No te considero un “fusilero de la guerra sucia”. Cuestiono, eso sí, el análisis que haces sobre los supuestos intentos “golpistas” y sobre todo, de la viabilidad de los mismos a manos de un movimiento político al que si bien no le faltan razones le sobra –y los hechos lo demuestran- institucionalidad. Nunca he escuchado nada que vaya más allá de un programa de resistencia civil pacifica. Entendiendo claro, de eso se trata, que resistir –un derecho ciudadano- es poner coto a la acción del gobierno.

Tanta insistencia tuya en el “cuento del derrocamiento”, puede, mucho me temo, además de representar una falla de puntería analítica y una especulación apocalíptica de esa que dices que no haces, alentar el linchamiento y la persecución de la que tu mismo te dices víctima.

Que Calderón no termine su mandato, es, como en cualquier régimen democrático y más todavía en nuestras circunstancias, algo posible y quizás, incluso, algo deseable. Me pregunté, te pregunté que pasaría si eso sucediera. El país se hunde Ciro, creo que en eso estaremos de acuerdo. Hay un pensamiento de Miguel de Unamuno, el mismo que dijo a los franquistas: “venceréis pero no convenceréis”; que, a propósito de la magnitud de los retos que como nación enfrentamos, ronda con frecuencia en mi cabeza: “De escultores y no de sastres es la tarea”.

Lloriquear, termino con esto Ciro y perdona que insista, no es lo mío. Llorar sí; de dolor, de rabia, de impotencia como lloran hoy muchos otros mexicanos ante la patria rota.

Epigmenio Ibarra

jueves, 11 de septiembre de 2008

¿Y SI CALDERÓN NO TERMINA SU MANDATO?

¿Qué pasaría? ¿Colapsaría el país? ¿Se hundirían los mercados? ¿Reinarán la zozobra y el caos? ¿Habría en las calles más decapitados, más inseguridad, más violencia? ¿Serían las cosas todavía peor que ahora? ¿Qué pasaría, digo, es un decir como decía César Vallejo de España en esos tiempos aciagos de la guerra civil, si cae Calderón? Si en un arranque de sensatez, dirían unos, de honestidad, dirían otros, de locura o cobardía dirían quizás los más, Felipe Calderón decide que, en efecto, ni puede más, ni conviene al país que pueda más, ya que no tiene ni los arrestos ni la legitimidad, el espacio, el control suficiente y necesario para reunir el consenso que el país demanda para salir adelante. ¿Qué pasaría, digo, si este hombre que hoy está sentado “haiga sido como haiga sido” en la silla se hace a un lado?

No comparto la inquietud, la santa indignación de aquellos que creen que hablar de esta sola posibilidad; que Felipe Calderón no termine su mandato, es una especie de sacrilegio institucional, una invocación al caos, el desorden y la locura. Tampoco comparto el miedo histérico y además infundado a conjuras subversivas que esas mismas buenas conciencias expresan, inflamados de una aparente sobriedad o de patriotismo y buenas maneras, en la prensa escrita. No veo, para ser francos y he respirado la insurgencia desde cerca, en el EPR los tamaños para derrocar al gobierno. Le faltan base social, arrojo, fuerza militar y sobre todo doctrina y convicción. Lo suyo, fieles a “la guerra popular prolongada” –de ahí que no haya habido más incursiones guerrilleras- es la sobrevivencia; la preservación de sus propias fuerzas sobre todo.

A López Obrador y su movimiento, por otro lado, y pese a lo mucho que se le quiere echar encima, el arrojo que pudiera bastarle para el esfuerzo insurgente, está lastrado por la institucionalidad que le sobra. No hay manifestación o mitin en que AMLO no insista –pese al esfuerzo por desvirtuar sus palabras- en el espíritu pacifico de sus movilizaciones. Se toma el Zócalo, sí, pero de 9 a 10 y luego lo cede a su adversario. Es preciso reconocer que la guerra sucia contra él no ha cesado y que sus efectos parecen haber permeado incluso entre los más lucidos. Hoy más que nunca, por la debilidad extrema de Calderón, resulta, para muchos que olvidan aquella máxima de Reyes Heroles: “lo que resiste apoya”; que López Obrador, pese a lo que diga en sentido contario y a su insistencia en los métodos de resistencia pacifica, es “un peligro para México”.

Tampoco se avizora la posibilidad siquiera de una asonada parlamentaria. Ya los partidos miran sólo las elecciones que se avecinan. A Calderón los unos, en el PRI, que lo han apoyado en tanto que lo utilizan para preparar su regreso y los otros que los han denostado, en el PRD y los otros partidos del FAP, en tanto que se desgarran en sus pugnas internas, están dispuestos a tolerarlo para sacar raja política de su eventual descrédito. Desdeñan las habilidades mediáticas del régimen. Ciegos y soberbios hacen menos su rating, construido, claro, con el dispendio incontrolado de recursos públicos. Ni hablar pues de, por lo menos, un voto de censura. Menos todavía de referéndum revocatorio.

Por eso insisto y lanzo la pregunta a los amigos lectores, a los colegas como Ciro Gómez Leyva que tanto han hablado del asunto, que han señalado con dedo flamígero las intentonas golpistas, que, más que eso, debo decirlo, me parecen puros arrebatos retóricos: ¿Qué pasaría en este país, digo, es un decir y a estas alturas de la historia si el Presidente en turno, uno que está en el poder luego de unas elecciones evidentemente turbias y que con apenas un muy estrecho margen, no del todo claro como lo sostiene en su libro José Antonio Crespo, derrotó a su adversario, no termina su mandato?

Yo no creo que los votos y más aun cuando no está claro que hayan sido los suficientes, ni sean tan limpios como se dice, sean un cheque en blanco para los gobernantes. Estoy convencido de que la democracia no es una fatalidad con la que debemos cargar pese a todo y que los periodos para los que un mandatario es elegido están sujetos al cumplimiento efectivo de sus funciones. Al contrario; la democracia, si queremos que sea real, se valida día a día. Nada se cae, nada se derrumba si, gracias a un proceso de rendición de cuentas, se revoca un mandato. Ya lo dijo, refiriéndose al punzante asunto de la seguridad, Fernando Martí: “Si no pueden renuncien”.

Quizás, digo quizás, sea esa la noticia que el país necesita; porque necesitamos con urgencia una bocanada de aire fresco. Quizás si Calderón renuncia, digo, es un decir, muy otro habrá de ser su lugar en la historia.

jueves, 4 de septiembre de 2008

¿DE QUE SE ESPANTAN?

Hace unos días, en una entrevista radiofónica con Carlos Puig y a propósito de esos “resentidos” que se atreven a hablar de la posibilidad de que no termine su mandato, Felipe Calderón decía que esos, “que son cada vez menos” –ya antes había declarado, lo que al parecer le costo una comida a Carlos Marín, “que lo tienen sin cuidado los que los quieren tumbar”- no han aprendido que en la democracia hay que saber que a veces se gana y otras se pierde.

Tiene razón Calderón. La distancia entre una victoria o una derrota puede ser, a veces, solo un punto. Lo que no dijo es que, en la democracia real, hay un principio incontrovertible que el y los suyos violaron flagrantemente y es que, antes de hablar de la aceptación de los resultados, sean estos favorables o no a un determinado candidato y precisamente para que la legitimidad del mandato sea incuestionable, lo que hay que hacer es jugar limpio. Un punto, un voto si, con eso puede ser suficiente siempre y cuando no halla ni sombra de duda.

Ni Calderón, ni Fox, en el 2006, jugaron limpio. ¿De que se espantan pues si alguien en el ejercicio de un derecho ciudadano plantea la posibilidad de revocar el mandato presidencial? Harto mas fácil hubiera sido que el IFE, el tribunal electoral hubieran actuado con dignidad y congruencia y, como en cualquier país civilizado ante la opacidad de la elección y el margen tan estrecho entre los contendientes, hubieran procedido, al menos, al recuento voto por voto.

“Haiga sido como haiga sido” Calderón se hizo de la presidencia. Eso, insisto, tiene un costo que, desgraciadamente paga el país, paga nuestra incipiente y vulnerada democracia, pagamos todos.

Sorprende pues el escándalo de las buenas conciencias que hablan sobre las “intenciones golpistas” de López Obrador o de Camacho o de Muños Ledo o de cualquiera que se atreva a recordar, siquiera, las condiciones en que se celebraron los comicios y en tanto que ese recuerdo sigue vivo, a preguntarse, en el ejercicio de un derecho ciudadano, si ese señor tiene derecho a seguir sentado en la silla.

Solo pensarlo hace que a uno se le cuelgue de inmediato el sambenito de intolerante y subversivo. Más subversivo, golpista eso si, fue sin embargo atropellar, como lo hicieron Fox, los poderes facticos y el propio Calderón a las instituciones y los procesos electorales. Son muchos los que, de manera sistemática, reducen todo, ese derecho ciudadano a inconformarse, al puro resentimiento, al rencor y, sobre todo, a la incapacidad de aceptar la derrota.

Sorprende digo el escándalo de las buenas conciencias, a propósito de la idea siquiera de la revocación de mandato, porque son muchos los ejemplos de gobiernos que, en Italia, Inglaterra y otras democracias por mucho menos que la falta de legitimidad de origen de Calderón, su ineficiencia en el ejercicio del poder o el comportamiento impropio de algunos de sus mas altos funcionarios, se han venido abajo.

En una democracia –Calderón tampoco lo dijo- incluso cuando se juega limpio los votos no son un cheque en blanco para el gobernante. La permanencia en el poder depende la conducta, probidad y eficiencia de quien resulto electo para mandar.

Calderón, eso esta sobre la mesa y es cada día mas claro, no da, como dice el refrán popular, pie con bola. Rodeado de amigos, conocidos solo por el y leales también solo a el, mas que de funcionarios con prestigio, solvencia y capacidad. Inmerso en una obsesiva batalla –algo le aprendió a Fox- por conseguir legitimidad a punta de spots. Movido por intereses ideológicos y oscuros intereses económicos más que por una apreciación objetiva de la realidad y las necesidades del país. Lo suyo es en rigor - y la ausencia de logros lo demuestra- una batalla pérdida de antemano contra cada vez más numerosos molinos de viento.

Cada frente que abre Felipe Calderón –pese al enorme rating que obtiene con sus constantes y atrabiliarias apariciones en la televisión- es ya, desde el inicio del combate, una derrota anunciada.

Conducir este barco, en medio de las oscuras y tormentosas aguas por las que navegamos, exige, más que eficiencia y capacidad que, también son necesarias y de las que Calderón, por cierto, no ha hecho gala, una legitimidad de origen incontrovertible. Solo un gobernante sin macula, cuyo mandato sea incuestionable, puede conseguir el consenso nacional necesario y suficiente. Ese consenso que, nace del respeto y no de la resignación ni de la amnesia, es la única palanca de fuerza para sacar adelante el país.

No hay que engañarse. Los pactos coyunturales con otros partidos, como el que ha permitido, de alguna manera, sobrevivir a Calderón de la mano del PRI, alcanzan solo para maniobras políticas de corto alcance; sirven, si acaso, para pavimentar el camino de la restauración del antiguo régimen.
La impunidad, el origen y horizonte de nuestros males nace del olvido conveniente de las trapacerías, de la aceptación de lo inaceptable.

jueves, 28 de agosto de 2008

EL BESAMANOS MEDIÁTICO DE CALDERÓN

El PAN en el poder no deja de sorprendernos; siempre resulta capaz de superar –y con creces- las trapacerías del antiguo régimen. Palidecen, ante la desmesura de Vicente Fox y Felipe Calderón, los excesos imperiales de los más eximios caudillos de ese oscuro y largísimo periodo de nuestra historia cuando la revolución institucionalizada fue gobierno y ¡ay de aquél! que se les atravesara en el camino. El inquilino de Los Pinos, como su antecesor y factotum, no deja de recordarnos con sus actos que vivimos en los tiempos del “haiga sido como haiga sido”.

Desdichado país el nuestro que se libera de unos truhanes de antología para caer en manos de otros peores. Triste favor, pues, el que a México le hicieron los promotores del “voto útil”, esos que ayudaron a Fox a sacar al PRI de Los Pinos sólo para que este y su sucesor nos hundieran en el abismo en el que hoy estamos.

Tienen razón Beatriz Paredes y sus correligionarios al festejar por anticipado la muy probable restauración. Ellos, los priistas, que saben medrar entre los escombros, que ya escuchan el clamor histérico de aquellos que dicen y cito textualmente que prefieren “a los corruptos que a los pendejos”, se preparan para hacerse cargo de estas ruinas en las que vivimos y en las que Fox, Calderón y los suyos nos han dejado.

Pero hablábamos de cómo superan los panistas los viejos excesos de los tlatoanis del priismo y para muestra basta un botón. Liberados nos sentíamos los mexicanos de ese absurdo y anacrónico ritual republicano del informe presidencial; de ese indigno espectáculo del besamanos de la clase política y los poderes fácticos rindiendo pleitesía al mandatario en turno, cuando de pronto Felipe Calderón lo revive multiplicado, en un nuevo e insufrible formato y en cadena nacional.

Ya no son hoy unos cuantos los obligados a escucharle, bajar la testa, batir palmas, mover con ellas el legendario aplausometro y fingir interés ante la retahíla interminable de cifras, autoelogios y arrebatos melodramáticos. No, eso ya no es suficiente. “Haiga sido como haiga sido” hoy nos toca a millones sufrir de nuevo ese ritual disfrazado, pues se requiere una coartada para tal tamaño de desvergüenza, como un inédito y democrático proceso de rendición de cuentas. Democracia, claro, sólo de arriba para abajo porque no me imagino a nadie que interpele a Calderón en la misma tribuna. ¿O sí, Sr. Mouriño?

Sin pedir permiso Calderón, en la pantalla de la televisión, su hábitat natural, se nos cuela en la casa para contarnos de ese país que existe sólo en su cabeza. Resentido porque diputados y senadores rijosos le han quitado la tribuna en el congreso, Calderón se sirve en la televisión, todas las noches de esta semana, con la cuchara grande, con la más grande hay que decirlo, pues la cadena nacional se inserta en los horarios con más aparatos encendidos de la jornada y en medio de los programas de más alto rating.

Menuda rabia ha de ser la de los concesionarios que pierden así los espacios más valiosos de comercialización. Menuda la factura política que habrán de pasarle a Los Pinos y que acabaremos pagando todos.

Nadie, insisto, ni siquiera Luis Echeverría en el colmo de la exaltación tercermundista, o López Portillo, con sus desplantes melodramáticos, o Salinas de Gortari y su legendaria y aun inagotable megalomanía, se habían atrevido a tanto; habían puesto tanto en riesgo.

No se trata sólo de una cadena nacional de radio y televisión el día del informe. Tampoco de una multimillonaria campaña publicitaria de esas que ponen al país entero en estado de alerta. Menos de una despiadada invasión de entrevistas pactadas en todos los medios. No, qué va. Se trata de todo eso y más.

¿Y quién autorizó y a cuánto ascienden los recursos del erario público que se emplean en esta, la más vasta ofensiva publicitaria oficial de la historia de México? ¿Y las limitaciones que la ley impone a la presencia propagandística de los gobernantes en los medios? ¿Y el riesgo de tal sometimiento ante el poder mediático? ¿Qué es eso? ¿De qué estamos hablando? Se trata del informe. No hay que escatimar. El Sr. Calderón quiere ser visto por millones de mexicanos.

Venga pues la campaña publicitaria, cuyos miles de impactos saturan la radio y todos los canales de la televisión abierta y la de paga. Y venga más. Se trata, al fin y al cabo, de “vivir mejor” y para eso nada mejor que un buen espejo, de esos de feria, donde verse grande y majestuoso.

Si el congreso no se abre que se abran pues, en los horarios estelares de la televisión y por larguísimos 8 minutos diarios, durante toda una semana ( a eso, insisto, nadie se había atrevido) las pantallas de más de 19 millones de telehogares en toda la república mexicana. Qué despropósito. Qué desmesura. Y luego hay quien se espanta porque este país parece una olla de presión a punto de estallar.

viernes, 22 de agosto de 2008

FÉ DE ERRATA

EN EL ARTÍCULO PUBLICADO EL DÍA DE HOY EN MILENIO DIARIO "DESPUÉS DE TANTO CALLAR", EN EL ÚLTIMO PÁRRAFO DICE:

Sólo así se lograra –y por eso apoyo la iniciativa de Carlos Monsivais de organizar un foro alternativo sobre la impunidad- que quienes gobiernan lo hagan como lo marca la ley: sirviendo a los ciudadanos y sirviéndose de ellos.

DEBE DECIR:

Sólo así se logrará -y por eso apoyo la iniciativa de Carlos Monsivais de organizar un foro alternativo sobre la impunidad- que quienes gobiernan lo hagan como lo marca la ley: sirviendo a los ciudadanos y NO sirviéndose de ellos.

jueves, 21 de agosto de 2008

DESPUÉS DE TANTO CALLAR

Hoy no abandona ni un solo día las primeras planas de los diarios, los espacios noticiosos de la televisión, los editoriales en la radio y sin embargo, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, siempre ha estado ahí. Es la inseguridad, la amenaza que pende constante sobre nuestro patrimonio y nuestras vidas.

Estamos a merced de la delincuencia y el aparato de estado, incapaz de combatirla con eficacia, sólo atina a dar palos de ciego; es decir, con las encuestas en la mano, busca la foto, la declaración que conquista los titulares y aplica el mismo rosario de medidas cosméticas de siempre.

No suelen ir los gobernantes, sobre todo en esta materia, al fondo del asunto. No pueden. No saben hacerlo. Les preocupa sólo apaciguar, moldear a la opinión pública. Piensan –como dice Felipe González- sólo en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones. Lo suyo es, pese a que la gravedad de la crisis exige verdaderos estadistas, a fin de cuentas vulgar talacha electoral.

Esta crisis, tan dolorosamente de moda es, sin embargo, sólo la expresión de una crisis institucional, económica, partidaria, moral que erosiona todos los aspectos de la vida pública nacional produciendo un proceso de descomposición, al parecer irreversible, del tejido social.

Ante esto algunos suspiran por la reinstalación del régimen autoritario para que este resuelva –eso creen- de golpe el problema sin importar ni el costo, ni los métodos empleados. A sangre y fuego pues.

Otros sólo creen que lo que toca es nada menos que rendirse ante el crimen, cederle el terreno; establecer con los delincuentes, como en el pasado y a través de personajes como Durazo, Nassar Haro o Sahagún Vaca, vasos comunicantes, un sistema de entres y mordidas que nos permita, a punta de corrupción y a quienes puedan pagarlo que son, para ellos, finalmente los que importan, comprar una paz precaria pero paz al fin.

Ante la tentación de invocar al autoritarismo o a la de claudicar ante los criminales. Ante la histeria y al miedo, que campean en la calle y que también y sin escrúpulo alguno se exacerban desde el poder mediático con el único fin de acrecentar ese poder, a esa crispación, a ese instinto primitivo que despierta y puede –conviene tomar conciencia de lo cerca que estamos de eso- producir hechos aun más violentos; a la invitación perversa y soterrada, al vigilantismo, a la vendetta, al linchamiento de delincuentes y policías, a la demolición de lo que queda en pie de las instituciones sólo podemos oponerle la palabra.

Y es que si en el principio fue y es la impunidad, el origen y también, de no combatírsela a fondo, el horizonte lejano de nuestros padecimientos, la palabra, la de los ciudadanos, si se escucha diáfana, si se le otorga fuerza de ley puede ser el instrumento que señale, exhiba, desnude y desarme a los impunes.

Puede ser la palabra ciudadana, si esta se expresa en un referéndum revocatorio, por ejemplo, el instrumento último de rendición de cuentas para, también, exhibir, desnudar, desarmar a los funcionarios ineficientes y corruptos, esos que con sus malas practicas, en todos los ordenes de la vida pública, hacen del país un botín que se reparten con sus cómplices: los delincuentes. No hay crimen desorganizado, dice Verónica Velasco. Los desorganizados, tercia Monsivais, somos sus víctimas.

¿Y qué puede la palabra, por más ciudadana que sea, contra los fusiles de los secuestradores y los narcos? ¿Contra las pistolas de los asaltantes? ¿Contra la venalidad y corrupción de aquellos que supuestamente deben velar por nuestra seguridad? Poco, es cierto, si no tiene fuerza de ley; menos todavía si permitimos que se escuche aislada, que siga secuestrada.

Dicen que esa palabra se oye en la radio cuando los conductores leen mensajes del auditorio. Dicen que en la tele hace su aparición estelar cuando se trasmiten entrevistas –voz pópuli le llaman- con el público. Aparece –insisten- y se vuelve además mandato, guía, luz, en los escritorios de los funcionarios a través de los sondeos y las encuestas. Suena rotunda en las marchas y en los mítines y sin embargo se escucha sólo a retazos y no tiene fuerza de ley. Tenemos que evitar que ese clamor –fuerza de vida- se usurpe o que simplemente no se ignore.

Estábamos construyendo nuestra democracia y fuimos desvalijados por delincuentes. Quedaran las instituciones a medio hacer, la jefatura del estado con un palmo apenas de legitimidad, el que dan la costumbre y el olvido. Gobernar “haiga sido como haiga sido” tiene un costo que pagamos todos. Así las cosas el país es y seguirá siendo botín fácil de los delincuentes.

Seguridad y democracia van de la mano. La rendición de cuentas, el único antídoto real contra la impunidad, depende, sobre todo, de las fórmulas de participación ciudadana y de que la voluntad que a través de esas formas se exprese, más allá del voto cada tres o seis años, tenga fuerza de ley. Sólo así se lograra –y por eso apoyo la iniciativa de Carlos Monsivais de organizar un foro alternativo sobre la impunidad- que quienes gobiernan lo hagan como lo marca la ley: sirviendo a los ciudadanos y sirviéndose de ellos. Así comienza la impunidad, así caemos en las manos del crimen; cuando se traiciona el mandato popular.

jueves, 14 de agosto de 2008

LA VIGA EN EL OJO PROPIO

Segunda y última parte



¿Qué hacemos? ¿Cómo enfrentamos los ciudadanos la grave crisis de seguridad que pone en riesgo nuestras vidas y nuestro patrimonio? ¿Cómo exigimos al estado, a los gobernantes de todos los partidos, que cumplan, sin dilación ni pretexto alguno, con la tarea de garantizar la seguridad de los ciudadanos? ¿Cómo depositamos, de nuevo, nuestra confianza en los cuerpos policíacos habida cuenta de la evidente infiltración en los mismos del crimen organizado? ¿Cómo hacemos frente a delincuentes cada vez más despiadados, cada vez mejor armados y organizados que operan, además, impunemente a lo largo y ancho del territorio nacional? ¿Qué hacemos pues? ¿Qué nos queda?

Mal consejero es el miedo. Peor todavía la histeria colectiva. Motivos para que ambos campeen en nuestro país desgraciadamente sobran. Si es inmoral, sin embargo, que los políticos saquen raja propagandística de la sangre derramada por las víctimas del crimen, suicida habrá de resultar como nación dejarnos llevar, los ciudadanos de a pie, los que estamos más expuestos a la acción de los delincuentes, por una furia indiscriminada contra las instituciones, por la sed de venganza contra los delincuentes o contra aquellos que pensamos que son delincuentes. Justicia es lo que necesitamos; que se cumpla y que alcance a todos sin excepción pero justicia al fin y no venganza.

La impotencia de tantos; el terror colectivo, la crispación que se respira en muchos lugares, el oportunismo de unos cuantos que, con muy pocos escrúpulos y desde posiciones en el poder político o mediático, explotan y azuzan descaradamente la zozobra social, pueden arrastrarnos al abismo. ¿Qué quedaría de nosotros, como país digo, si todos nos armamos, si cada quien administra a su arbitrio lo que piensa que es la justicia, si es, finalmente, la Ley del Taleón, la ley de la selva pues, la que, producto del miedo, los agravios sufridos y la incitación al linchamiento de criminales e instituciones, se instala en nuestros campos y ciudades?

De la exigencia estridente de la pena de muerte y la descalificación histérica de todos los esfuerzos de procuración de justicia por parte del estado o la condena indiscriminada a todos aquellos que portan un uniforme o una placa de policía, a la justicia por propia mano hay sólo un paso. Es preciso reconocer que no todo está podrido. Que a la ley de plata o plomo muchos, en los cuerpos policíacos o en los aparatos de procuración de justicia, responden con dignidad y ponen su sangre.

No nos equivoquemos. Dar ese paso; al vigilantismo, a la vendetta, al que muchos irresponsables nos incitan, al que la multitud de traiciones de aquellos que supuestamente debían velar por la seguridad pública nos orillan, es ponernos en el mismo plano que los delincuentes. Hablar su mismo lenguaje. No les regalemos una victoria más. Menos esa.

Ceder a la tentación de terminar de demoler lo que queda de las instituciones, echar por la borda el respeto a los derechos humanos es mirarse en el mismo espejo que los criminales, rendirse ante ellos.

Ante el crimen nos toca, conviene estar absolutamente claros de esto, fortalecer las instituciones; a los cuerpos policíacos, a las procuradurías de justicia, a los jueces y tribunales. Sin ellas no hay país. Urge refundarlas y esa tarea nos corresponde a todos. Para eso sirve la democracia.

Ya el antiguo régimen y luego Fox, ya la corrupción endémica y generalizada -ese antivalor que parece a veces en nuestro país una segunda piel- erosionaron a fondo nuestra vida pública, deshilvanando, descomponiendo el tejido social. Somos victimas, todos, de la debilidad, también endémica de nuestros democracia pues sin ella no logramos -¡cómo hubiéramos podido!- construir instituciones sólidas, ni implantar, en muchos de los servidores públicos, una noción profunda y clara de justicia. Antes bien el estado servía para medrar. Escuela de delincuentes, guarida de criminales fue por décadas y lo sigue siendo para muchos.

Acostumbrados a no rendir cuentas de sus acciones porque el voto vale poco para ellos. Irrespetuosos pues de la voluntad popular, nuestros gobernantes, violadores muchas veces -y en tanto violadores, delincuentes- de las reglas del juego democrático, incubaron el huevo de la serpiente.

La sociedad tiene en sus manos una sola arma: el voto. La inseguridad un sólo remedio efectivo; la democracia y con ella una vida institucional sólida y limpia. Que nadie se atreva de nuevo a sabotearla. Deben los ciudadanos hacer que su voz se escuche más allá de los períodos electorales. Demandemos, propongo, mecanismos como el referéndum revocatorio. Quien no garantice, sea gobernante, juez, funcionario o policía, la seguridad de los ciudadanos, quien no trabaje sin descanso para devolver la majestad a las instituciones que rinda cuentas y se vaya a su casa o responda, si así corresponde, ante un tribunal.