jueves, 8 de septiembre de 2011

PRESENTACION LIBRO DE POEMAS JOAQUIN COSIO

Dice Joaquín y con esto comienzo; esto invoco, a esto me atengo: Nunca serás de nuevo/Nada será otra vez/Navegas ya con las velas del naufrago/ y sostienes en tu pecho la cruz de lo imposible/ de lo que tuviste y se fue/de lo que no volverá…

He recorrido, palmo a palmo, una y otra vez desde que lo recibí el libro de nuestro querido y admirado Joaquín Cosió y aquí estoy ahora frente a ustedes para confesar, de entrada, que entre todos los misterios hay uno, para mi, el de la poesía, que se niega a revelarse de golpe, que incluso a veces nunca se revela.

Debo confesar, acto seguido, que no se que hago aquí sentado entre poetas hablando además de poesía. Algo de lo que jamás hablo, un ritual intimo que celebro atenido solo a lo que entre el poema y yo sucede cuando es que algo sucede.

Algo que en mi se niega a ser expresado; que no puedo organizar en un discurso, en un texto, menos todavía en una presentación. Algo que como el trabajo en la clandestinidad –y citando a José Martí- en silencio ha tenido que ser.

Algo que solo aparece en la soledad con uno mismo y en la otra soledad la que se tiene, la que se construye, bastión que se quisiera inexpugnable, con la mujer amada; en el repaso cuidadoso –casi con el dedo índice guiando la lectura- de las líneas, una por una, una y otra vez.

En la búsqueda de imágenes que suelen ser elusivas, de referencias, de consonancias, de emociones que solo puede evocar –y eso a veces porque a veces el sonido conjura el misterio- diciendo en voz alta el poema.

Pero aquí estoy. Agradezco a Chema Espinasa la invitación y al mismo tiempo le reclamo este su muy amable y mas audaz atrevimiento que yo no he hecho, al aceptar, sino hacer todavía mas impúdico y radical de mi parte.

Debí haberle dicho a Chema; no puedo, no se, no debo y como pese a eso aquí estoy debo entonces decirles a ustedes no puedo, no debo, no se; pero me toca hablar. Así que sigo y habrán de disculparme por los despropósitos.

Me toca hablar de un hombre al que quiero y respeto y me toca hablar de un poeta al que descubro ahora con la misma admiración con que he descubierto, una y otra vez, en cada una de sus interpretaciones en el escenario o ante la cámara, a un actor monumental como Joaquín Cosió.

Siempre me he preguntado por la “formula”, el secreto de Cosió frente a la cámara. Siempre me ha sorprendido la delicadeza y profundidad con la que da vida a sus personajes. Siempre el hecho de que en la mirada de cada uno de ellos hay un brillo distinto; un misterio indescifrable.

Hoy encuentro eso mismo en su poesía y su poesía me hace ver mejor al hombre y al actor; verlo mejor si pero al mismo tiempo hace mas impenetrable el misterio del que abreva, en el que se mueve, del que obtiene su fuerza y su fragilidad.

He librado, con la obra de Joaquín en la manos, batallas campales que he perdido una a una. Cada lectura en lugar de dictarme que decir esta noche me ha impulsado a hundirme, anonadado, en el silencio.

Cada intento de descifrar esta poesía que sabe viento y a soledad y a añoranza solo aumenta mi perplejidad. Me desarma Joaquín; me deja mudo. Como me han dejado mudo antes Huidobro y Gorostiza, Vallejo y José Carlos becerra y también Pedro Garfias.

¿Por qué los nombro a ellos? ¿Qué los hermana esta noche? –perdonen la herejía al ponerlos juntos- ¿Por qué para mi –que no soy critico ni entendido en el asunto- se me presentan en tropel cuando leo a Cosió?: Porque ante ellos también quedo desarmado, perplejo, enmudecido.

No se trata tanto de ensayar imposibles referencias estilísticas sino solo de apuntar la actitud de uno –mas que de uno cualquiera, de mi- frente a un poeta y su obra.

Mudo queda el periodista que hay en mi; el que tantas muertes ha filmado; al que el horror ha marcado, el tatuado por el miedo ante las referencias obligadas; porque se que Joaquín de ahí viene; porque ahí mismo lo he visto actuar frente a la cámara; porque aparece en su poesía a jirones, desgarrada por el viento y el polvo perenne del desierto; por los huesos regados y pulidos por la arena; por las mujeres asesinadas; por la muerte que silba desatada ; a su ciudad, a Ciudad Juárez.

Mudo queda el periodista porque no hay complacencia ni lugares comunes y ciudad Juárez que esta ahí, en la poesía de Joaquín, es algo mas que la referencia directa, que un testimonio mas sobre este epicentro del dolor; Juárez es, en la poesía de Joaquín, un misterio –otro mas- un pendiente, una forma de vida o mas bien otra manera de recordar y morir.

“(ya pasaron el chamizo rodando y la rauda polvosa de un fantasma maniatado –escribe Joaquín- ya pasaron las ráfagas ululantes golpeando las sombras de los muros de lamentación) hora repentina para los cruces del desasosiego…”

Y ahí esta Juárez, en la poesía de Joaquín, y un mundo desolado; el de Salvacar y Lomas de Poleo; una nostalgia acerada por la tierra y el espanto ante.

“ráfagas luego de gritos estertores ropas rasgadas y diezmo para el hambre de dios (a esta hora nada se mueve y por eso todo es perceptible a esta hora solo el sol tienta soplando las arcas hinchadas que ocultan vestidos y huesos) La pared suda ¿Y quien puede contra este sopor de sangre?”.

Y también en Joaquín, en su poesía, esta el amor, la otra cara del mismo que es la ausencia.

“En la tina la ves –inevitable: ella estuvo ahí y dejo huellas-/ y para que sea esta la historia de amor te levantas –acaso mas delgado y frio-/secas tu cuerpo lames tu herida/ y miras que lento pesado insomne/ también el mundo se recompones”.

Y ante esto también enmudezco; ya no el periodista el hombre a secas. Ante esta poesía que también es espejo y oquedad; camino en el desierto y emboscada. Silencio al fin que nutre. Búsqueda. Emoción suspendida. Evocación. Poesía que te deja

“Quieto y al acecho en el sopor sin nadie”.

Toca ahora callar porque como dice Joaquín: “Cuanto tiene el silencio de palabras dichas y cuanto de anotaciones brumosas”.

Muchas gracias