jueves, 8 de septiembre de 2011

PRESENTACION LIBRO DE POEMAS JOAQUIN COSIO

Dice Joaquín y con esto comienzo; esto invoco, a esto me atengo: Nunca serás de nuevo/Nada será otra vez/Navegas ya con las velas del naufrago/ y sostienes en tu pecho la cruz de lo imposible/ de lo que tuviste y se fue/de lo que no volverá…

He recorrido, palmo a palmo, una y otra vez desde que lo recibí el libro de nuestro querido y admirado Joaquín Cosió y aquí estoy ahora frente a ustedes para confesar, de entrada, que entre todos los misterios hay uno, para mi, el de la poesía, que se niega a revelarse de golpe, que incluso a veces nunca se revela.

Debo confesar, acto seguido, que no se que hago aquí sentado entre poetas hablando además de poesía. Algo de lo que jamás hablo, un ritual intimo que celebro atenido solo a lo que entre el poema y yo sucede cuando es que algo sucede.

Algo que en mi se niega a ser expresado; que no puedo organizar en un discurso, en un texto, menos todavía en una presentación. Algo que como el trabajo en la clandestinidad –y citando a José Martí- en silencio ha tenido que ser.

Algo que solo aparece en la soledad con uno mismo y en la otra soledad la que se tiene, la que se construye, bastión que se quisiera inexpugnable, con la mujer amada; en el repaso cuidadoso –casi con el dedo índice guiando la lectura- de las líneas, una por una, una y otra vez.

En la búsqueda de imágenes que suelen ser elusivas, de referencias, de consonancias, de emociones que solo puede evocar –y eso a veces porque a veces el sonido conjura el misterio- diciendo en voz alta el poema.

Pero aquí estoy. Agradezco a Chema Espinasa la invitación y al mismo tiempo le reclamo este su muy amable y mas audaz atrevimiento que yo no he hecho, al aceptar, sino hacer todavía mas impúdico y radical de mi parte.

Debí haberle dicho a Chema; no puedo, no se, no debo y como pese a eso aquí estoy debo entonces decirles a ustedes no puedo, no debo, no se; pero me toca hablar. Así que sigo y habrán de disculparme por los despropósitos.

Me toca hablar de un hombre al que quiero y respeto y me toca hablar de un poeta al que descubro ahora con la misma admiración con que he descubierto, una y otra vez, en cada una de sus interpretaciones en el escenario o ante la cámara, a un actor monumental como Joaquín Cosió.

Siempre me he preguntado por la “formula”, el secreto de Cosió frente a la cámara. Siempre me ha sorprendido la delicadeza y profundidad con la que da vida a sus personajes. Siempre el hecho de que en la mirada de cada uno de ellos hay un brillo distinto; un misterio indescifrable.

Hoy encuentro eso mismo en su poesía y su poesía me hace ver mejor al hombre y al actor; verlo mejor si pero al mismo tiempo hace mas impenetrable el misterio del que abreva, en el que se mueve, del que obtiene su fuerza y su fragilidad.

He librado, con la obra de Joaquín en la manos, batallas campales que he perdido una a una. Cada lectura en lugar de dictarme que decir esta noche me ha impulsado a hundirme, anonadado, en el silencio.

Cada intento de descifrar esta poesía que sabe viento y a soledad y a añoranza solo aumenta mi perplejidad. Me desarma Joaquín; me deja mudo. Como me han dejado mudo antes Huidobro y Gorostiza, Vallejo y José Carlos becerra y también Pedro Garfias.

¿Por qué los nombro a ellos? ¿Qué los hermana esta noche? –perdonen la herejía al ponerlos juntos- ¿Por qué para mi –que no soy critico ni entendido en el asunto- se me presentan en tropel cuando leo a Cosió?: Porque ante ellos también quedo desarmado, perplejo, enmudecido.

No se trata tanto de ensayar imposibles referencias estilísticas sino solo de apuntar la actitud de uno –mas que de uno cualquiera, de mi- frente a un poeta y su obra.

Mudo queda el periodista que hay en mi; el que tantas muertes ha filmado; al que el horror ha marcado, el tatuado por el miedo ante las referencias obligadas; porque se que Joaquín de ahí viene; porque ahí mismo lo he visto actuar frente a la cámara; porque aparece en su poesía a jirones, desgarrada por el viento y el polvo perenne del desierto; por los huesos regados y pulidos por la arena; por las mujeres asesinadas; por la muerte que silba desatada ; a su ciudad, a Ciudad Juárez.

Mudo queda el periodista porque no hay complacencia ni lugares comunes y ciudad Juárez que esta ahí, en la poesía de Joaquín, es algo mas que la referencia directa, que un testimonio mas sobre este epicentro del dolor; Juárez es, en la poesía de Joaquín, un misterio –otro mas- un pendiente, una forma de vida o mas bien otra manera de recordar y morir.

“(ya pasaron el chamizo rodando y la rauda polvosa de un fantasma maniatado –escribe Joaquín- ya pasaron las ráfagas ululantes golpeando las sombras de los muros de lamentación) hora repentina para los cruces del desasosiego…”

Y ahí esta Juárez, en la poesía de Joaquín, y un mundo desolado; el de Salvacar y Lomas de Poleo; una nostalgia acerada por la tierra y el espanto ante.

“ráfagas luego de gritos estertores ropas rasgadas y diezmo para el hambre de dios (a esta hora nada se mueve y por eso todo es perceptible a esta hora solo el sol tienta soplando las arcas hinchadas que ocultan vestidos y huesos) La pared suda ¿Y quien puede contra este sopor de sangre?”.

Y también en Joaquín, en su poesía, esta el amor, la otra cara del mismo que es la ausencia.

“En la tina la ves –inevitable: ella estuvo ahí y dejo huellas-/ y para que sea esta la historia de amor te levantas –acaso mas delgado y frio-/secas tu cuerpo lames tu herida/ y miras que lento pesado insomne/ también el mundo se recompones”.

Y ante esto también enmudezco; ya no el periodista el hombre a secas. Ante esta poesía que también es espejo y oquedad; camino en el desierto y emboscada. Silencio al fin que nutre. Búsqueda. Emoción suspendida. Evocación. Poesía que te deja

“Quieto y al acecho en el sopor sin nadie”.

Toca ahora callar porque como dice Joaquín: “Cuanto tiene el silencio de palabras dichas y cuanto de anotaciones brumosas”.

Muchas gracias

jueves, 2 de junio de 2011

EL EJÉRCITO Y LA ESTRATEGIA DE CALDERÓN

Segunda de tres partes

“La destrucción de las fuerzas enemigas
es el principio supremo de la guerra…”
Carl von Claussewitz


Obligado constitucionalmente a obedecer a quien, como en el caso de Felipe Calderón, ocupa la primera magistratura, el alto mando del ejército no pudo y quizás no quiso, rehusarse a ser pieza fundamental de su estrategia de guerra contra el crimen organizado.

Si a Calderón la historia habrá de juzgarlo con severidad, por el baño de sangre en que ha sumido al país y los lamentables resultados de su gestión, otra tanto sucederá con los jefes militares que lo acompañaron en su aventura.

Ciertamente el colapso, a punta de plata o plomo y resultado de la corrupción endémica del régimen priista, de los cuerpos policiales de estados y municipios, hacía necesaria una intervención de las fuerzas armadas.

No podían, ciertamente, los militares mexicanos que, por cierto también habían sufrido y sufren todavía la infiltración por parte del narco, quedarse con los brazos cruzados ante la amenaza creciente de los carteles de la droga.

Tampoco podían y debían sin embargo; porque es igualmente peligroso para el país, embarcarse de la manera en que lo hicieron en la cruzada personal de Calderón.

Una cosa es que los militares obedezcan el mandato constitucional y apoyen al gobierno federal en tareas de preservación de la seguridad pública y otra muy distinta es que acepten e incluso participen en el diseño y ejecución de una estrategia que, dominada por la megalomanía, los intereses personales y los designios propagandísticos y políticos, no tiene, además, perspectiva alguna de victoria.

Si la primera baja de la guerra de Calderón fue la soberanía nacional, a la lista habrá que agregar, de seguir las cosas como van, la democracia mexicana y el prestigio mismo de las fuerzas armadas.

A cambio de unos cuantos centavos y “juguetes”, regateados además por el congreso estadounidense que usa el “Plan Mérida” como instrumento de presión política y de evidente e inaceptable intervención en nuestros asuntos, el ejército, que había mantenido una posición de necesaria y sana distancia frente a nuestros poderosos vecinos, ha terminado por alinearse a los intereses de Washington.

Para la paz interior en los Estados Unidos, con tantos millones de pandilleros armados, además, hasta los dientes, la droga, de la que estos viven y por la que viven, es un insumo esencial. Como es esencial también para la economía estadounidense el dinero producto del tráfico, en su territorio, de esa misma droga cuyo consumo promueven, con tanta eficiencia, el cine y la televisión.

Para la paz interior de los Estados Unidos la existencia de un enemigo interno, del Moby Dick en turno que diría Carlos Fuentes, sea este el terrorismo fundamentalista islámico o el narco mexicano, es otro componente estratégico.

Bien les viene a los estadounidenses una guerra al sur de su frontera. Una guerra que desestabilice al vecino pero que no corte el suministro de droga; porque si eso quisiera realmente Washington encontraría la forma de cerrar sus fronteras o de combatir con eficacia el consumo.

Para esa guerra, que tanto les conviene y que Felipe Calderón y los jefes militares mexicanos haciéndoles el juego libran, proporcionan, los norteamericanos, sin ningún recato, a unos y a otros, dinero y armas a raudales.

Los muertos que nosotros ponemos aquí sirven para alimentar, allá, tanto la paranoia que tan hábilmente explota el gobierno estadounidense, como los bolsillos de quienes manejan la industria militar.

Y si la paz interna y la guerra externa significan en los EEUU poder y negocios, aquí la promesa de una paz, que algún día llegará y la realidad de una guerra que se torna cada día más violenta, significa también, para quienes la dirigen, lo mismo: poder y negocio.

Poder y negocio que atentan directamente contra la democracia mexicana ahora amenazada por el ejército que supuestamente la protege y que luego de décadas en sus cuarteles está destinado, quiéralo o no, a desempeñar, en el 2012, un muy nocivo papel protagónico.

Al discurso autoritario de Felipe Calderón le sientan bien el miedo, los fusiles y uniformes. Para nuestro destino como nación libre y soberana –y eso deberían tomar en cuenta los jefes del ejército mexicano- ese discurso y el de los norteamericanos es como el canto de las sirenas. Mantener la misma ruta sólo nos conducirá a estrellarnos.

En la guerra –más en una como la que aquí se libra- siempre hay excesos. No digo que no deba combatirse al crimen organizado; ni que no haya jefes, oficiales y soldados que lo hacen con valentía y pundonor. Digo que se necesitan soldados-maestros, soldados-ingenieros, soldados que disputen, brindando bienestar a la población, la base social al narco.

Digo que lo que este país necesita es justicia y seguridad y no “la destrucción de las fuerzas enemigas” principio supremo para cualquier ejército desplegado, en pie de guerra, sobre el terreno.


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jueves, 26 de mayo de 2011

EL EJÉRCITO Y LA ESTRATEGIA DE CALDERÓN

(Primera de dos partes)


“La nada tiene prisa…”
Pedro Salinas

Urgido de una legitimidad de la que de origen carecía y de resultados inmediatos, que pudieran volverse spots de TV y elevar el perfil de su tan temprana y severamente cuestionada gestión, a Felipe Calderón Hinojosa se le hizo fácil declarar la guerra.

Podía haber actuado con decisión, efectividad y cautela contra el crimen organizado; prefirió el espectáculo. Ahí donde había que actuar con sigilo apostó por los fuegos artificiales y sometió las operaciones policíaco-militares a sus propias urgencias políticas y propagandísticas.

Transformó un asunto policial en una gigantesca operación militar. Hizo de una cuestión de salud pública, de atención integral a sectores marginados, de disputa inteligente por la base social que luego de décadas de trabajo había conquistado el narco, un asunto exclusivo de los estrategas militares; de la aplicación de la fuerza ahí donde lo que había que hacer era actuar con inteligencia.

En lugar de encerrarse a medir, paso a paso, cada una de sus acciones y las consecuencias de las mismas optó por lo que de inmediato podía hacer sentir a la población que alguien, por fin, “estaba actuando con energía”. Se disfrazó de general, comenzó a lanzar encendidas arengas patrióticas y ordenó desplegar masivamente la tropa.

Conocedor de la efectividad del discurso de la unidad nacional ante el enemigo común; usufructuario de esa estrategia de promoción del miedo y la zozobra transfirió de López Obrador al crimen organizado el carácter de “peligro para México” y se adjudicó, a sí mismo, el papel del salvador de la patria.

Fue la soberanía nacional la primera de las bajas. Se entregó Calderón y entregó al país a los designios estratégicos de Washington. La única batalla que valía la pena librar; la de la transferencia del esfuerzo principal de combate a territorio norteamericano la perdió sin siquiera haberla librado.

Seducidos por el poder de los Estados Unidos cayeron también jefes policíacos y
militares y fueron comprándose, uno a uno, los principios de la doctrina de la seguridad nacional estadounidense convirtiéndose en alfiles, al sur de la frontera, de la defensa interior de nuestro poderoso vecino.

En ese frenesí, con esa prisa, cayó también Felipe Calderón en su propia trampa. No pensó antes de lanzar al ejército fuera de sus cuarteles en el tren logístico judicial que el combate a la delincuencia exige. Seducido, él mismo, por el discurso propagandístico de la aniquilación del enemigo se olvidó de que, de lo que aquí se trataba, era de hacer justicia y garantizar la seguridad de los ciudadanos y no de propiciar una masacre.

Se equivocó y hoy el país entero paga, con sangre, los platos rotos. Pero también con él se equivocaron los más altos jefes militares.

Ciertamente había que actuar –con decisión y urgencia- contra el crimen organizado. Vicente Fox les había entregado a los carteles de la droga, nacidos durante el priato, una buena parte del territorio nacional. Mantenerse con los brazos cruzados era tanto como poner en riesgo nuestra viabilidad como nación; equivocarse en la manera de actuar también.

Lo primero que sucedió al desplegarse miles de soldados, vestidos con el uniforme verde olivo de las fuerzas armadas o con el azul de la policía federal, fue que, de inmediato, atendiéndose al principio de proporcionalidad de medios, los carteles escalaron su poder de fuego y comenzaron, también, a cambiar su modus operandi.

Habida cuenta de que, presionados por resultados y sin entrenamiento adecuado para actuar como fuerzas policíacas, las unidades militares comenzaron a librar combates en los que las bajas mortales eran siempre superiores a los heridos y capturados, los narcos, que antes huían o se rendían, comenzaron a presentar combate.

Ante estas muestras de resistencia crecieron en tamaño y poder de fuego las unidades militares. Se volvieron entonces lentas, torpes y sobre todo predecibles e ineficientes y comenzaron a producirse, porque se mueven como elefante en cristalería pero con miedo, violaciones cada vez más frecuentes a los derechos humanos y a multiplicarse las bajas colaterales.

Comenzaron entonces a proliferar, de un lado y otro, las granadas; armas tontas en manos de miedosos. Y cuando los blindados hicieron uso de sus lanzagranadas de repetición los capos hicieron uso de armas contra blindados y coches bombas. Al humillar el cadáver de un capo los marinos se rompieron los códigos de honor y comenzaron los sicarios a matar familias enteras.

Ni a uno ni a otro les faltaron jamás armas y recursos ni le sobraron escrúpulos. Las decapitaciones masivas, las torturas, al multiplicarse, parecieron extender patente de corso a las fuerzas federales y el propio Calderón al justificar tantos muertos con un simple y brutal “se matan entre ellos” terminó por validar la doctrina de la seguridad nacional estadounidense y sus métodos criminales.


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jueves, 19 de mayo de 2011

¿SÓLO DISPAROS DE TEQUILA?

En este México “apacible” a pesar de sus 40 mil muertos, como pretende venderlo en el extranjero Felipe Calderón, comienza a producirse, de nuevo y en cumplimiento del ciclo sexenal, el proceso de descomposición acelerada de quien está a punto de dejar la silla presidencial.

Luego de años de ser el centro de todas las miradas, el ocupante más conspicuo de los noticieros de la TV y de las 8 columnas de la prensa nacional, el presidente en turno ve llegar con desesperación el ocaso de su mandato.

El fin de ese ciclo en el que pese a los supuestos cambios democráticos mandó como mandaba, en la antigua Tenochtitlan, el gran Tlatoani. No será más y lo sabe, definido su delfín y establecidos los candidatos a enfrentarlo, el centro de la atención nacional.

No se verá a sí mismo todas las noches en la televisión nacional ni serán citadas sus palabras al amanecer en la radio. Abandonará las portadas de las revistas y los famosos no se tomarán con él la foto. Tampoco podrá hacer uso discrecional de los recursos públicos para promover su imagen.

Se quedará solo y lo sabe y esa certeza agudizara por fuerza sus vicios de carácter. Mientras más autoritario, más conservador y más de mecha corta sea el personaje, como es el caso de Felipe Calderón, más profunda la descomposición, más peligrosos sus efectos, más grandes las tentaciones de impedir que la debacle personal se produzca.

Irá perdiendo, día a día y lo sabe, poder e influencia y comenzará a ser, por fuerza, objetivo de los ataques de propios y extraños. Sobre sus fracasos habrá de construir su sucesor, incluso si se trata del que él mismo ha escogido o de aquel otro con el que ha pactado, el puente al poder.

No es la promesa de continuidad –menos todavía en el caso de quien suceda a Felipe Calderón Hinojosa- la clave del triunfo en los comicios del 2012. Al contrario. Sólo sobre las ruinas de su mandato puede alguien, quien sea, “alzarse con la victoria”.

Son, en estas condiciones, los 500 días finales de un mandato presidencial los más peligrosos para el país y las instituciones. Con suficiente poder en las manos puede todavía, el que está sentado en la silla y al tratar de asegurar tanto su “legado” como un manto de impunidad para sí mismo y los suyos, comprometer seriamente el futuro de la nación.

Eso, hundir al país, comprometer su futuro para defender los restos de su mandato, han hecho tradicionalmente los presidentes mexicanos antes de despojarse de la banda presidencial; López Portillo con su defensa “como un perro” del peso, Salinas de Gortari con el error de diciembre y el propio Vicente Fox metiendo las manos ilegalmente en la elección para sentar, a la mala, a Calderón en la silla.

Estando, como está, la política en manos de charlatanes; expertos en marketing, imagen pública, estrategias de comunicación, comienzan quienes gobiernan, más cuando como en el caso de Felipe Calderón son adictos a la propaganda, a ceder los bártulos a sus asesores y publicistas.

Vicente Fox supo utilizar desde un inicio, la coartada del bufón. Se identificó de inmediato, con sus gazapos y tonterías, con el antihéroe al que los mexicanos le abrimos, por honesto, dicharachero e inofensivo, las puertas de nuestra casa.

Fue la del ranchero campirano y franco, ignorante e inoportuno, su coartada. Cubrió con sus chistes sus muchas traiciones mientras operaba en la sombra, y de la mano del PRI al que había prometido sacar de Los Pinos, la construcción de un régimen autoritario de nuevo corte.

Felipe Calderón Hinojosa, cuestionado y carente de legitimidad desde el momento mismo de su toma de posesión apostó, al contrario de Fox, a la marcialidad, a la arenga patriótica, al llamado mesiánico, tan típico de los regimenes fascistas, a una nueva cruzada.

Sabedor desde su campaña del poder del miedo apostó a incentivarlo y a volverse el “valiente”, el “firme”, el único capaz de confrontar al crimen organizado, al que, su propio antecesor Vicente Fox, cedió enormes porciones del territorio nacional.

Luego de disfrazarse de general, de montarse en aviones de combate y carros blindados, de presumir los juguetes de Jack Bauer y compararse con Winston Churchill cambió de tono. Imitando a Fox busca ahora las portadas de las revistas de sociales y espectáculos y se lanza, demostrando una insensibilidad brutal, a decir, por ejemplo, aquí, los turistas norteamericanos sólo reciben “disparos de tequila”.

Rehén de sus publicistas busca ahora, como Fox, hacerse el simpático. Se burla del dolor de una nación herida por una guerra mal concebida y peor dirigida. Abusa del hecho de que no contamos con instrumentos como el voto de censura, el juicio político y la revocación de mandato.

Si ha sido trágico y terrible permitir a Felipe Calderón jugar a la guerra peor será dejar que, impunemente, con gracejadas de este tipo, intente “recomponer”, a cualquier precio, su imagen.

Más de 500 días le faltan en el cargo; su proceso de descomposición final apenas comienza. No debemos, los ciudadanos, quedarnos, ante esto, con los brazos cruzados. Contra la impunidad de quien tan mal gobierna debemos, legal y pacíficamente, actuar con decisión.

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jueves, 5 de mayo de 2011

MIENTE USTED SEÑOR CALDERÓN

Había decidido no escribirle ni una carta más a través de este medio. Lo declarado por usted a Joaquín López Dóriga este martes pasado y luego su mensaje a la nación del miércoles, en cadena nacional y en los horarios estelares de la TV, me ha hecho cambiar de opinión.

Tenemos los ciudadanos –y en especial quienes ejercemos el oficio periodístico- no solamente el derecho, sino el deber de hacer contrapeso, en la medida de nuestras posibilidades, al poder y más cuando éste se ejerce con tan notoria y criminal ineptitud como usted lo hace.

Aunque usted y sus seguidores pretendan llevar el país hacia el pasado autoritario donde la palabra del presidente era prácticamente dogma de fe, lo cierto es que los tiempos han cambiado.

Si aspiramos a retomar el rumbo democrático, perdido cuando la traición de Vicente Fox le permitió a usted sentarse en la silla, no podemos ni debemos tolerar que nadie, escudándose en el cargo, en el que supuestamente está para servirnos y no para servirse de nosotros, mienta impunemente.

Sé que –como ha sucedido en el pasado- no habré de recibir respuesta de su parte y que esta nueva carta que le dirijo no tendrá, ni por asomo, la difusión tanto de la entrevista como del mensaje que usted dirigió a la nación pero no puedo quedarme, ante los mismos, con la boca cerrada.

Ofende e indigna profundamente la ofensiva propagandística desatada por usted en la inminencia de la partida, desde la ciudad de Cuernavaca, de la Marcha por la Paz con justicia y dignidad convocada por Javier Sicilia.

No tuvo usted el recato y la prudencia de los que, quienes han convocado a la marcha y quienes en ella participan, han hecho gala. En lugar de esperar, callar y escuchar prefirió de nuevo la estridencia. Se lanzó así, como es su costumbre, al ataque reafirmando la vocación autoritaria que lo caracteriza.

Ofende e indigna la forma en que pretende desvirtuar el creciente clamor ciudadano y su esfuerzo consistente por presentar ante la opinión pública, a la cual tiene usted acceso privilegiado, a quienes nos oponemos a su estrategia como cómplices del crimen organizado.

Ofende e indigna que en las actuales circunstancias se atreva usted a lanzar, en cadena nacional además, este tipo de acusaciones, incite, desde el poder al linchamiento, siembre la discordia, promueva el odio y ponga en riesgo la vida de tantos.

Se lo dije hace unas semanas aquí mismo y lo repito; juega usted con fuego, promueve con su discurso ahora la misma violencia que, sus erráticas acciones contra el narco, no han hecho sino escalar.

No hace usted, sin embargo, nada nuevo. Así llegó a sentarse en la silla. Así, por esta vía que usa de manera recurrente, llegaron al poder otros regímenes autoritarios; explotando el miedo en la gente, presentando a sus opositores y críticos como un “peligro para México”, invocando los más oscuros y primitivos instintos de sus partidarios y seguidores.

Si antes fue peligroso e irresponsable que usted actuara así, hoy es criminal que vuelva a hacerlo.

Ofende e indigna que se atreva a pedir “comprensión” cuando no ha sabido usted tenerla para los problemas que aquejan al país, las causas estructurales del narcotráfico que ha dejado intocadas y sobre todo para los sufrimientos de decenas de miles de personas cuyos seres queridos han muerto en esta guerra y a los que, sin mediar averiguación judicial alguna, ha criminalizado sistemáticamente.

Ofende e indigna que se atreva a pedir propuestas cuando sistemáticamente ha desoído las voces de expertos, instituciones académicas, organismos internacionales, gobiernos extranjeros que han insistido en la necesidad urgente de combatir de manera integral y no sólo mediante acciones de fuerza que solamente han fortalecido y radicalizado la violencia criminal de los cárteles de la droga.

Ni su estrategia de combate al narco es, señor Calderón, el “único camino” transitable para conseguir la paz y la seguridad en nuestro país, ni, tampoco, quienes insistimos que ha de cambiarse con urgencia la misma pretendemos que el estado se “eche para atrás” y ceda terreno al crimen organizado.

No queremos que el estado renuncie a lo que constituye su tarea fundamental: la preservación de la paz y la seguridad de los ciudadanos. Es a usted a quien, en cumplimiento de un deber democrático y por la firme convicción de que con sus acciones ha conducido al país al abismo, a quien debemos atarle las manos.

Plantea usted una falsa disyuntiva. Mentira que quien no esté con usted esté contra México y a favor de que éste caiga en manos de los criminales. Mentira también que quienes nos oponemos a su “guerra” suframos de amnesia selectiva y olvidemos la responsabilidad de gobiernos anteriores al suyo.

Quien padece amnesia es usted señor Calderón. Con el PRI, al amparo del cual floreció el narco en nuestro país, usted ha cogobernado todos estos años. De Vicente Fox, que permitió que el crimen organizado se apoderara de amplios segmentos del territorio nacional, recibió el poder.

A uno y a otro no ha hecho sino garantizarles impunidad. La misma que usted espera recibir de su sucesor; la misma que los ciudadanos, por la vía legal, habremos de negarle.



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jueves, 14 de abril de 2011

RESPUESTA A FELIPE CALDERÓN

Salió la gente a la calle el miércoles pasado y usted, como ya es costumbre, señor Calderón, ignoró el hecho. Sólo unos días más tarde y cuando la presión mediática se hizo sentir en palacio se atrevió a responder. Antes su Secretario de Seguridad Pública federal nos había prometido 7 años más de guerra y luego, en una de sus encendidas arengas patrióticas, intentó usted enmendarnos la plana a decenas de miles y convertir el clamor ciudadano por un México justo y en paz en un coro de respaldo unánime e incondicional a las acciones de su gobierno.

Dice usted que el “ya basta” ha de dirigirse única y exclusivamente al crimen organizado. Se equivoca. “Ya basta” decimos también a la criminal ineficiencia de su gobierno que, en el combate al crimen organizado, sólo ha terminado por fortalecerlo. “Ya basta” decimos a la ceguera y obstinación con la que usted pese a la evidencia acumulada sigue defendiendo una estrategia a todas luces fallida y que ha desatado una espiral de violencia incontenible.

Experto en la promoción del discurso del odio y la discordia intenta usted sembrar la sospecha contra quienes alzamos la voz y ejercemos la crítica frente la doctrina que inspira su guerra contra el narco, la forma en que conduce las operaciones y la estrategia que rige las mismas. Su arenga es una incitación al linchamiento, un intento por desacreditarnos y convertirnos, ante la opinión pública, en defensores de capos o sicarios.

Sugiere usted al país que quienes marchamos este miércoles de la semana pasada no condenamos, con energía, las acciones criminales de capos y sicarios. En las actuales circunstancias una insinuación de ese calibre; colocarnos casi como cómplices del crimen organizado, pronunciada además desde el poder y con todo el respaldo propagandístico del mismo, es sumamente irresponsable y peligrosa: juega usted de nuevo con fuego y pone en riesgo más vidas.

Ninguno de los que alzamos la voz contra la violencia ignoramos, negamos o peor todavía, solapamos, como usted y sus propagandistas sugieren, la responsabilidad de los capos del narcotráfico en la violencia criminal y creciente que sufrimos. Sabemos que son ellos los de los levantones, las torturas, los asesinatos, las decapitaciones y las masacres. Condenamos enérgicamente su barbarie. No queremos, de ninguna manera, que nuestro país caiga en manos de estos criminales.

Y por eso, señor Calderón, es que también a usted le decimos “ya basta”. Ha puesto usted en riesgo la integridad de la nación y ha sido hasta ahora incapaz de brindar seguridad a la ciudadanía. Se han perdido en este país, a manos de los criminales y durante su gestión, ciudades y estados enteros. Se ha perdido también –lo que es más grave- la noción misma de justicia y el respeto a la vida como valor supremo.

Se obstina usted en que no hay más camino que el suyo a pesar de que su estrategia es más bien un callejón sin salida y sólo ahora, una vez que con sus propias acciones han contribuido ha destruirlo, se atreve a hablar, tardía y propagandisticamente, de “reconstruir el tejido social”. Declara, por otro lado, que hay que brindar apoyos a los jóvenes y olvida convenientemente que se ha dedicado a criminalizar, de tajo y sin mediar averiguación judicial alguna, a muchos de esos mismos jóvenes de los que habla, que han caído víctimas de la violencia.

Presenta usted al país una falsa disyuntiva: o su camino, el del combate por la vía armada al narcotráfico o la debacle. Miente usted señor Calderón. Hay otros caminos; soluciones integrales que usted, sistemáticamente, se niega a escuchar y no lo hace porque ni son tan rentables
propagandísticamente, ni le sirven políticamente para asegurar la continuidad de su proyecto.

A usted le conviene la guerra, el estado de emergencia, la movilización masiva de tropas, la unidad acrítica que el miedo, la zozobra y la angustia producen entre la población cuando esta se sabe rodeada de muertos y de crímenes y comienza a pedir, desesperada, “mano dura” y a clamar, como sucede ya en muchos sectores por “acciones radicales”.

Es esta una vieja receta que otros regímenes autoritarios han utilizado. No duda usted por eso en lanzar anatemas y en presentarse, continuamente, jugando a la guerra. Quiere ser, en tiempos revueltos, el hombre de la mano firme. Es esta, habida cuenta de los muchos y rotundos fracasos de su gestión, la única maniobra de legitimación a su alcance.

No será, sin embargo, por la fuerza únicamente que se derrote al crimen organizado; al contrario. La violencia genera violencia, encarece el producto, desata una dialéctica incontenible donde la ambición y la muerte van de la mano. A la barbarie de un lado responde el otro, sin más instrumentos a la mano, con más barbarie y en medio los ciudadanos quedamos irremediablemente atrapados en el fuego cruzado.

“Ya basta”, pues, decimos al crimen organizado y también a usted señor Calderón. Por nuestros hijos y con nuestros hijos es que marchamos hace unos días y volveremos a marchar este 8 de mayo siguiendo el llamado de Javier Sicilia y nuestras propias convicciones. Como hay que detener con la ley en la mano a los criminales; es, con la ley en la mano, sometiéndolo a un juicio político, que hay que detenerlo también a usted.

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jueves, 7 de abril de 2011

NO ESTAMOS FRUSTRADOS; ESTAMOS HASTA LA MADRE

Habida cuenta de interpretaciones que, en la TV y en la prensa, se han producido en torno a la marcha de este miércoles pasado. Habida cuenta también de la virulenta reacción que se ha dejado sentir en las redes sociales contra aquellos que decimos: “No estamos frustrados Felipe Calderón; estamos hasta la madre” creo necesarias algunas precisiones.

Quienes decimos “estamos hasta la madre” no nos pronunciamos por una rendición ante el crimen organizado y menos todavía por una negociación con los capos. Quien con criminales se sienta a pactar –ya lo hemos visto en el pasado- en criminal se convierte.

Quienes decimos “estamos hasta la madre” de ninguna manera exculpamos a sicarios y asesinos a sueldo del crimen organizado de los miles de levantones, homicidios y masacres que se han producido en los últimos años en el país.

Quienes decimos “estamos hasta la madre” nos horrorizamos por la barbarie y la crueldad inaudita con que estos asesinos proceden pero no queremos, sin embargo, que el estado, olvidando su misión primordial de proteger la vida, las leyes, la sobrevivencia pacífica de la nación emule sus métodos y convierta la justicia en venganza.

Quienes decimos “estamos hasta la madre” no promovemos una renuncia, por parte del estado, del uso legítimo y necesario de la fuerza y menos todavía el abandono a su suerte, por parte de los distintos órdenes de gobierno, de pueblos, ciudades, municipios y estados asolados por el crimen organizado.

Quienes decimos “estamos hasta la madre” no queremos que nuestro país caiga en poder de los capos de la mafia; no pretendemos que las fuerzas del orden renuncien a su obligación de prestar seguridad a la población pero queremos que lo hagan con inteligencia, integridad y respeto por los derechos humanos.

Quienes decimos “estamos hasta la madre” no queremos someternos a los designios de un “aliado” que tolera el consumo en su territorio, deja intactas las redes de traficantes locales –los verdaderos dueños del negocio- y su enjambre de conexiones con funcionarios, policías, jueces, gobernantes, comerciantes y banqueros corruptos que les permiten operar.

Quienes decimos que “estamos hasta la madre” no toleramos la doble moral de Washington y estamos en contra de comprometer aun más –y sin pasar siquiera por el Senado de la República- nuestra precaria soberanía y seguir poniendo los muertos sólo de este lado mientras ellos ponen, para ambas partes, los dólares y las armas.

“Estamos hasta la madre”, eso sí, de un hombre que, como Felipe Calderón, urgido de legitimidad, sabedor de la eficacia movilizadora de la arenga patriótica en tiempos de guerra y del poder del miedo, se disfrazó de general sin serlo y lanzó, sin antes fortalecer a las instituciones, sin tren logístico judicial alguno, al país a la confrontación.

“Estamos hasta la madre” de la doctrina que inspira su guerra. De la facilidad con la que sin mediar investigación judicial alguna criminaliza a las víctimas y luego, sin el menor respeto por la vida humana dice; “se matan entre ellos” para justificar la muerte de más de 35 mil compatriotas.

“Estamos hasta la madre” de la conversión, por razones estrictamente propagandísticas, de la lucha contra la inseguridad en una guerra y del despliegue masivo de tropas que, además de ineficiente e innecesario, ha producido el escalamiento inmediato del poder de fuego empleado por las partes.

“Estamos hasta la madre” de que las urgencias mediáticas y la presión por la obtención de resultados, pensando siempre en la preservación de los intereses políticos de Felipe Calderón, haga que algunos miembros de las fuerzas armadas operen de hecho como “escuadrones de la muerte” y consideren que es más fácil y expedito matar que capturar criminales.

“Estamos hasta la madre” de ser cifras, estadísticas, averiguaciones judiciales que ni siquiera se abren y como una poetisa decía ayer en el Zócalo: “Cuerpos, cadáveres, decapitados, daños colaterales”.

“Estamos hasta la madre” de la manera en que ejerce el mando un hombre dominado por su proverbial mecha corta y su sed de producir, a punta de golpes de efecto, spots de televisión y por la forma en que desoye las propuestas de ciudadanos, instituciones académicas, organismos internacionales y privilegia, sobre las medidas estructurales de combate al narco, sólo la vía militar.

“Estamos hasta la madre” de las batallas que no libra Felipe Calderón y de sus batallas perdidas y nos preguntamos: ¿Cuántas oportunidades más daremos a un hombre tan notoriamente ineficiente? ¿Hasta cuándo se permite a un general comprometer con sus errores el destino del ejército, de la nación?

Severamente cuestionado, a la mala, llegó Felipe Calderón al poder. El origen de su mandato lo inhabilita, en tanto que no cuenta con el consenso de una gran parte de la población, para conducir lo que se aprecia ya como una confrontación definitiva.

Su estrategia ha fortalecido al enemigo. A causa de sus errores este se ha fortalecido. ¿Cuántos muertos más? ¿Cuántas derrotas habremos de permitirle antes de exigirle y parafraseando lo dicho por Alejandro Marti: Sr. Felipe Calderón ya que no puede: renuncie?

No estamos frustrados, no somos resentidos, estamos hasta la madre y tenemos razones para estarlo.


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jueves, 31 de marzo de 2011

¿UN SOLDADO EN CADA HIJO TE DIO?

La guerra es siempre, para desgracia de las naciones que la sufren, un asunto de niños y jóvenes; la mayoría de ellos, además, pertenecientes a las capas más pobres y marginadas de la sociedad.

De las filas de los desesperanzados, de los olvidados de siempre, de los que no tienen oportunidades de estudiar o conseguir un empleo digno, de los que viven hacinados en las ciudades perdidas sin acceso a la cultura, al entretenimiento digno, a los servicios de salud salen aquellos que habrán de poner su sangre en la contienda.

Si ya todo lo dan por perdido. Qué más les da arriesgarse.

Toca a los mayores, a los ricos y poderosos dar las órdenes, soltar la plata, comprar las armas, organizar la leva, construir las coartadas patrióticas para el combate y ejercer la coerción para que nadie dé “ni un paso atrás”. Toca a los jóvenes, muchas veces a los niños, matar y morir. Ellos pagan con su vida mientras los otros hacen pingües negocios con la muerte o aseguran sus posiciones y privilegios en palacio.

México no es la excepción. Por los jóvenes y hasta por los niños va el narco; es a ellos a quienes recluta, a quienes ofrece dinero, aventuras y una muerte que puede garantizarles, si tienen suerte y arrojo, un lugar en el panteón de los héroes populares y un dinero para sus familias. Hasta su corrido pueden ganarse aquellos que destacan por su temeridad o su locura.

Mientras más edad tiene un combatiente más se resiste a poner en riesgo su vida y más también a matar sin sentido. Los adolescentes y los niños parecen matar jugando. No tienen aun ese respeto elemental por la vida –ni la propia, ni la ajena- ni conocen tampoco el miedo ese que hace a los combatientes más sanguinarios y experimentados detenerse a veces, aunque sea un segundo, antes de jalar el gatillo.

Los asesinos, los sicarios; recuerdo un joven de 17 años en Medellín que en los tiempos de Pablo Escobar, tenían en su cuenta 16 asesinatos, son más temibles y más despiadados cuando han sido reclutados desde pequeños. Matar se les hace costumbre; morir no les importa en absoluto. “Yo mato –me decía a cámara ese sicario antioqueño muerto unos meses después de la entrevista- a veces sólo por desaburrirme”.

Empeñado en la búsqueda de soluciones propagandísticas y rápidas al problema del narcotráfico, el gobierno de Felipe Calderón ha optado por la vía militar. Legitimarse y asegurar la continuidad de su proyecto político lo hizo despeñar al país a una guerra sin perspectiva alguna de victoria. Hoy que su mandato agoniza tiene todavía más prisa y la prisa en la guerra significa siempre más muertes.

Al despliegue masivo de las tropas del ejército y la marina, tan ineficiente como innecesario, el narco ha respondido reclutando masivamente y dotando a sus comandos criminales de armas de grueso calibre. No le faltan al crimen organizado ni el dinero ni los mecanismos de coerción. Con plata o con plomo se hacen de colaboradores, informantes y sicarios.

Ese crecimiento exponencial de los ejércitos del narco, del que hoy habla el Pentágono y que es la razón, Obama lo dijo, de la “frustración” de Calderón, sólo puede darse ampliando la base de niños y adolescentes que engrosan las filas del sicariato y también, claro, la de las bajas.

Las armas tienen, para los niños y los jóvenes, un poder de atracción tan grande como el del dinero. Esos juguetes les dan poder y prestigio en su comunidad. Donde no tienen, de todas maneras, ninguna alternativa.

El crimen organizado barre, con cualquier pretexto, las comunidades dejando muertos regados en la calle y otro tanto hacen las fuerzas federales.

Como urgen resultados y el “se matan entre ellos” garantiza impunidad a cualquiera, en esta guerra, salvo aquellos que pueden ser estrellas de la propaganda, ya no se hacen prisioneros, ni tampoco son las fuerzas federales demasiado escrupulosas en la definición de quién es o no un enemigo real.

Como la tropa se mueve en territorios que le son ajenos y se sabe expuesta y siempre vigilada por los criminales dispara a la menor provocación. Como no hay instrumentos jurídicos de ningún tipo, ni forma de que oficiales y soldados rindan cuenta de sus actos allá afuera, en las zonas de conflicto, la vida vale cada vez menos.

La única batalla que valdría la pena ganar, la batalla por erosionar la base social del narco e impedir que reclute más niños y más jóvenes, simplemente no la está librando el gobierno de Calderón. No le importa hacerlo; porque de esa batalla no salen spots de televisión.

Ofensiva e indigna resulta, en este contexto, la iniciativa del Gobernador Cesar Duarte. En una desafortunada reedición de la leva porfiriana pretende ahora que aquellos jóvenes que ni estudian, ni trabajan, los llamados NINIS, vayan, por tres años, al cuartel.

Armas de allá para los jóvenes; armas de acá también para ellos. Muerte a granel. Uniformes y botas militares en vez de escuelas, de programas de bienestar social, de recuperación de espacios públicos, de cultura y creación de fuentes de trabajo digno. ¿Qué carajos está pasando en este país? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que todo aquí se pretenda resolver a balazos?


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jueves, 24 de marzo de 2011

UN BALAZO EN EL CORAZÓN

A Ignacio Ellacuria también sacerdote, también asesinado en El Salvador.

24 de marzo de 1980. Justo en el momento de la consagración el francotirador jaló el gatillo. La distancia entre el asesino y su víctima, el Arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero que celebraba una misa en honor de la difunta madre de un reconocido periodista local, era muy corta. No más de 30 metros.

Acertar en el blanco para un asesino profesional, a esa distancia y en esas condiciones, fue sencillo. De un solo balazo en el corazón mató al prelado y terminó, al mismo tiempo, de precipitar al país a una guerra de más de 12 años que habría de costar más de 75,000 muertos y desaparecidos, centenares de miles de refugiados internos y un éxodo que todavía no termina.

Mientras las monjas responsables de la capilla y quienes asistían a la misa trataban en vano de auxiliar a su Pastor , el sicario, con pasmosa tranquilidad, salió de la capilla, abordó un auto y desapareció para siempre.

El día anterior el Arzobispo, a quien la gente llamaba “la voz de los sin voz”, había pronunciado, como cada domingo su homilía. “En el nombre de Dios y de este sufrido pueblo cuyos lamentos se alzan hasta el cielo –dijo enérgico Romero harto de tanto crimen- les pido, les suplico, les ordeno: cese a la represión”.

Esa misma tarde, en una finca en los alrededores de San Salvador , un grupo de grandes terratenientes, militares y funcionarios del gobierno decidieron eliminarlo. Creyeron que así, con este crimen ejemplar, frenarían a la “subversión”. Mataron a Romero, según ellos, para evitar más muertes.

Se equivocaron. Su fanatismo, su ceguera, aceleraron la guerra. A punta de muertos, de asesinatos atroces, miles ya para entonces, habían hecho crecer a la guerrilla. Partirle en plena misa el corazón al más alto jerarca de la iglesia católica salvadoreña, pensaron, mandaría un mensaje que nadie en El Salvador dejaría de atender. También en eso se equivocaron.

Actuaron los asesinos movidos por el miedo. Miedo a perder sus privilegios y prebendas. Miedo a perder su poder. Miedo a perder sus enormes riquezas. Miedo a que se acortara la brecha entre los potentados como ellos, muy pocos, y los millones de salvadoreños condenados a la miseria extrema. Miedo, según ellos, a que la paz –que era ya para entonces paz de los sepulcros- se perdiera para siempre.

Tenían también miedo al más mínimo e insignificante cambio en el orden establecido. Miedo a quebrantar sus tradiciones. Miedo a verse expuestos a un mundo distinto al que sus ancestros les habían heredado. Miedo a perder su hegemonía ideológica, a que sus “principios y creencias” se vieran, de pronto minimamente cuestionados.

Responsable de la operación fue un hombre, un experto en sembrar el miedo y la discordia, que con los años habría de fundar un partido: la alianza republicana nacionalista (ARENA) y al que muchos, en tanto se le señala como líder de los escuadrones de la muerte, consideran responsable directo de la muerte de miles de salvadoreños: el Mayor Roberto Dabuisson.

Seguidor de los dirigentes de la sanguinaria derecha guatemalteca, Roberto Dabuisson los superó con creces. La decapitación, el “corte de chaleco”, las masacres por él ordenadas fueron práctica común entre 1970 y finales de los 80 en El Salvador.

Fuerzas paramilitares y oficiales activos del ejército, la Guardia Nacional y la Policía de Hacienda actuaban como escuadrones de la muerte sembrando el terror en pueblos, barrios y ciudades del país.

No tenía caso presentar ante tribunales a presuntos culpables. Al enemigo se le aniquila no se pone preso. Sólo a algunos, muy pocos, a los que se concedía importancia estratégica pasaban, antes de ser eliminados, por las salas de tortura, el grueso eran asesinados en caliente.

Nadie tenía entonces la vida asegurada; una opinión, un gesto, los dichos de un vecino, la delación de un enemigo movido por la envidia, los celos, la ambición o la simple antipatía, la sola sospecha de colaboración con la guerrilla equivalían a una muy expedita condena a muerte.

El frenesí anticomunista era la coartada. La doctrina de la seguridad nacional de Washington y sus manuales de contrainsurgencia dictaban los métodos. La muerte ejemplar como disuasivo contra el crecimiento de la izquierda. La muerte preventiva de todo aquel a quien se suponía siquiera proclive a las ideas de izquierda.

Y si no se escaparon de la acción criminal de los escuadrones de la muerte ni catequistas, ni curas, ni monjas tampoco habría de escaparse un obispo y menos todavía uno como Romero.

No fue siempre Monseñor Romero así; no estuvo siempre del lado de los pobres. Fue el dolor de su gente el que le abrió los ojos. La sangre derramada por su pueblo la que lo transformó. Fueron esas voces calladas a balazos las que dieron a su voz esa presencia, esa fuerza que aun, a 31 años de distancia, es preciso recordar, escuchar, reconocer y no sólo allá en El Salvador , también aquí, quizás, sobre todo aquí.

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jueves, 17 de marzo de 2011

¿Y EL SENADO SEÑOR CALDERÓN?

Que a Felipe Calderón Hinojosa le gusta saltarse las trancas no es cosa nueva. Por eso es que está sentado en la silla. Una tras otra las instituciones del Estado mexicano han venido sufriendo, en estos 4 años, los embates de este “hijo desobediente” que parece estar decidido a consumar, antes de entregar del poder, su demolición.

Tan dado a jugar a la guerra Calderón ha demostrado que es, sobre todo, un zapador nato. Convertir en guerra la lucha contra el crimen organizado hizo saltar por los aires a las instituciones de procuración de justicia y amenaza hoy con golpear incluso al Senado de la República.

Del sometimiento ante de la ley de los criminales se pasó, en estos 4 años de Calderón, a la tarea, propia de quien está en guerra según von Clausewitz, de eliminarlos. Si un policía tiene por propósito la captura de los criminales, a un militar la doctrina lo obliga a la aniquilación de las fuerzas enemigas.

El ya proverbial “se matan entre ellos”, que acaba de un plumazo con toda averiguación judicial y consagra la impunidad de los asesinos de casi 34 mil mexicanos, se vuelve también, como en Colombia o El Salvador, la coartada perfecta para las “operaciones de limpieza” conducidas desde el poder o bien toleradas por él.

La ley de la selva –y para muestra las declaraciones del Gral. Bibiano Villa a San Juana Martínez- impera ya en muchas zonas del país y, cualquiera puede ser asesinado, desde uno u otro lado de esta guerra que sin perspectiva alguna de victoria se libra, sin que los criminales sean siquiera investigados.

Y es que si no se investiga menos todavía se procesa a nadie o a casi nadie. Sólo unos cuantos de los miles de involucrados con el crimen organizado caen realmente en prisión y todavía menos son sentenciados y purgan hasta el final sus condenas.

Si un general que se respete, antes de ir a la guerra, ha de garantizar su tren logístico un mandatario que, obligado por la corrupción endémica de los cuerpos policíacos saque al ejército a las calles y emprenda la lucha contra el crimen organizado ha de garantizar, antes que nada, que el aparato judicial; fiscales, jueces, tribunales y el aparato penitenciario estén a punto para garantizar la captura y el debido proceso a los que caigan en manos de las fuerzas armadas.

Si esto no se produce y priman además criterios políticos y propagandísticos en la conducción de esa “guerra” y hay prisa por obtener resultados; aunque estos sean sólo spots en pantalla entonces, la justicia se transforma en venganza y se abre el espacio para la operación de escuadrones de la muerte.

Este proceso de descomposición acelerada que estamos viviendo, ya de por sí grave, se torna aun más complicado por nuestra vecindad con el país más poderoso de la tierra. Si en otros países de Latinoamérica han metido los norteamericanos las manos cómo no han de hacerlo, con más energía y decisión, en su patio trasero.

No son ajenas al Pentágono, a la DEA, a la ATF o cualquier agencia estadounidense esas urgencias mediáticas y a esa “ligereza jurídica”, por llamarla de alguna manera, del gobierno de Felipe Calderón. Menos todavía si está en juego su “seguridad nacional” y los muertos los ponen otros.

Ya en el pasado el gobierno de los Estados Unidos ha promovido o tolerado la formación de cuerpos paramilitares y escuadrones de la muerte en países donde han percibido una amenaza real o ficticia para sus intereses. Campeones de la ley y la democracia no suelen serlo tanto cuando se trata de “neutralizar” enemigos fuera de su territorio.

Los capos mexicanos, son para la paranoia tan convenientemente explotada por Washington, la nueva encarnación del mal. Eliminarlos a cualquier costo es su prioridad y para eso ni se andan con delicadezas ni se detienen ante consideraciones a propósito de la soberanía nacional, la justicia o los derechos humanos y menos de un país donde, piensan y lo repiten a cada rato, hay un “estado fallido” y está operando una “narcoinsurgencia”.

No sólo sobre la soberanía nacional sino sobre los restos de la mera noción de justicia en nuestro país han de pasar, con todos sus juguetes los norteamericanos. No está lejos el tiempo en que el “dron”, que ya sobrevuela nuestro territorio, lo haga cargado con misiles y haga más expedita la tarea.

Gravísimo resulta pues en estas condiciones que Felipe Calderón les abra incondicionalmente las puertas. Nada más erróneo que pensar que con un aliado como este, que no cierra su frontera a la droga que va de aquí para allá ni a las armas que vienen de allá para acá, tolera el consumo y deja impunes a sus capos locales vamos a alcanzar la paz en nuestro país.

“No sé que falta al presidente Calderón para entregar el mando” ha dicho la Senadora Rosario Green, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de la República. “Tiempo Señora, solamente tiempo” le respondo por este medio a la excanciller.

La guerra, su guerra, en esa dirección; la de cesión del mando ha encaminado, para desgracia del país, a Felipe Calderón. A menos, claro, de que el Senado de la República, de que la sociedad hagan algo para impedirlo.


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jueves, 10 de marzo de 2011

LENTO Y OBSEQUIOSO

Para Rafael Barajas “El Fisgón” por la coincidencia.

Así; “lento y obsequioso” –“servil” diría El Fisgón en su cartón de este jueves pasado en La Jornada- con un gobierno, el de Barak Obama, que para que no le falte droga a sus millones de adictos y aquí sigamos poniendo los muertos nos manda armas y dólares, se ha portado, para vergüenza de México, Felipe Calderón Hinojosa.

Ante un “acto de guerra”, porque eso y no otra cosa es que oficiales del gobierno estadounidense hayan permitido, en el operativo “rápido y furioso”, la introducción ilegal en México de 2000 armas de asalto, nada ha hecho, más allá de una nota diplomática, el hombre que está sentado –“haiga sido como haiga sido”- en la silla presidencial.

Rumiando su vergüenza estará Felipe Calderón mientras esos dos mil fusiles de asalto, en manos de criminales gracias al gobierno de “su amigo”, vomitan fuego y siguen cobrando vidas inocentes.

Rumiando su vergüenza estará Felipe Calderón mientras que soldados y policías caen víctimas de las balas disparadas por esos fusiles. ¿Con qué cara enfrentara ese señor, al que se le hizo fácil vestirse de general, a esos soldados, oficiales y jefes que combaten en el terreno?

Escribí aquí, la semana pasada y luego de que Obama, en un arrebato retórico de corta duración, dijera en Washington: “la lucha de Calderón es también nuestra” que, el mandatario estadounidense podrá ser aliado del hombre de Los Pinos pero no de México. Me equivoqué. Tampoco a Felipe Calderón apoya Obama.

Escribí también la semana pasada que no tardarían los norteamericanos, muy dados a bajarle los humos a sus supuestos aliados después de permitirles posar junto a su Presidente, en exhibirlo de nuevo con aquello del estado fallido y la narco insurgencia. También en eso me equivoqué.

A Calderón, los norteamericanos que ni la burla perdonan y que, como es bien sabido, tienen intereses pero no amigos, lo tenian, aun antes de bajarse del avión, en la mira. El ridículo es lo que, a la luz de las revelaciones a la CBS de los agentes de la ATF involucrados en ese criminal operativo, fue a hacer a Washington.

Y el ridículo es el que hacen los más altos funcionarios de este gobierno, la cancillería misma, paralizados por una noticia que pone de manifiesto la fragilidad extrema de su relación con los Estados Unidos.

De “una colaboración sin precedentes que se demuestra con hechos” habló Calderón, al lado de Obama y ante los medios y esto mientras se gestaba ya el escándalo y hacían los periodistas sus pesquisas.

¿Sabían ya él y sus colaboradores que el asunto del operativo iba a estallarles en la cara apenas unos días después de su “exitosa” visita de estado? Malo sí lo sabían peor si no.

Colapsa así la estrategia diplomática de este gobierno que, a paso firme y acelerado, avanza –llevándose, desgraciadamente, al país en el mismo saco- rumbo a la debacle.

¿Quién, en el mundo, puede creerle a este hombre al que su “aliado” más cercano, su “socio estratégico” burla y en materia tan delicada de esta manera tan criminal?

¿Quién puede meter las manos al fuego por un gobierno y un hombre que no tiene medios y contactos para enterarse de un asunto tan grueso antes de que se entere la prensa?

¿No hubo en Washington un funcionario, un cabildero, una agencia que pusiera a Calderón sobre aviso? ¿Nadie en tantos meses sospechó de la existencia de este operativo? ¿Y qué de la inteligencia militar y de los aparatos diplomáticos y de las estrechísimas relaciones entre los grandes jefes militares y de seguridad de uno y otro lado de la frontera?

Muy valiente se habría sentido, me imagino, Felipe Calderón por haber hablado, ante los editores del Washington Post, de la molestia de su gobierno por los cables diplomáticos filtrados por wikileaks.

Más valiente todavía por haberse atrevido a exigir ante su aliado la cabeza del embajador Carlos Pascual. Demanda, por cierto, que por la vía de un boletín del Departamento de Estado y sin más trámite le fue negada.

¿Qué pensarán hoy esos mismos editores, de uno de los diarios más importantes del mundo, del hombre que, dirigiendo una guerra, no tiene ni siquiera información precisa y actualizada de las acciones, que en contra de su esfuerzo principal, hace su aliado estratégico?

Oxígeno fue a buscar, en la inminencia de proceso sucesorio, Felipe Calderón a Washington. Oxígeno y claro, adicto como es a la propaganda, un caudal de fotos y muchos minutos en la pantalla de la TV.

Como el que con la TV mata por la TV muere esos minutos conseguidos hoy se le revierten. “Rápido y furioso”, para vergüenza de Calderón, en esta ominosa versión, es también un éxito de taquilla.

Golpe brutal le han asestado a su orgullo, a su credibilidad, a su solvencia como comandante en jefe de un ejército ofendido por los duros juicios de los diplomáticos estadounidenses –que siguen tan campantes en sus puestos- y que a ese agravio suma esta traición que pagan con sangre.

Ojalá fuera la honra de Felipe Calderón lo único perdido en este asunto. Lástima que seamos, de nuevo, nosotros los que ponemos los muertos.



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jueves, 3 de marzo de 2011

¿UN ALIADO DE MÉXICO MR. OBAMA?

Todo es perfecto, en el reino de las declaraciones conjuntas al menos, entre México y los Estados Unidos. Barak Obama dice “la lucha de Calderón no es solamente su batalla sino también es nuestra” y entra así, sólo que en la comodidad de Washington y frente a la prensa, en el mismo callejón sin salida en el que hace cuatro años y pagando una altísima cuota de sangre, estamos perdidos los mexicanos.

Exultante Felipe Calderón Hinojosa declara, por su parte y sacudiéndose como puede y sólo mientras está de visita en Washington, aquello de la “narcoinsurgencia” y “el estado fallido”, que, entre ambas administraciones, existe “una cooperación sin precedentes que se ha traducido en hechos”.

Todo esto, claro, mientras que de estos “hechos” a los que hace alusión Calderón no hay evidencia alguna. Porque nada decisivo se hace en los Estados Unidos para contener, al menos, el consumo de drogas y menos todavía se hace para detener el flujo hacia nuestro país de armas y de dólares.

Ni hablar por supuesto de decomisos espectaculares de droga en NY, Los Ángeles o Chicago o de la captura de capos norteamericanos y el desmantelamiento de sus redes de distribución. Pura “morralla” cae en las manos de la policía estadounidense. Nos hacen comulgar la DEA y el Home Land Security con ruedas de molino.

El negocio de la droga en los Estados Unidos, dicen funcionarios, analistas, periodistas y policías estadounidenses, en la línea racista de la película “Cara cortada”, lo manejan traficantes mexicanos y cada tanto tiempo, luego de una razzia, presentan a un centenar de los mismos.

De quienes venden la droga en Hollywood a artistas y empresarios del entretenimiento, de los que surten a los corredores de bolsa y grandes ejecutivos de Wall Street, de los proveedores de altos directivos y políticos en Washington nunca hay nada; de los policías corruptos que les permiten operar, de los jueces y autoridades que los protegen menos todavía.

Iluso creer que esas redes de distribución, que manejan el grueso del negocio, la droga que se vende cara, estén en manos de matones extranjeros impresentables a los que si no les cae la migra les cae el policía del barrio. Tampoco por cierto habría que creer la versión que apunta –como en el pasado lo hizo con otras minorías- a los dealers afroamericanos.

Muy respetables ciudadanos, con apellidos anglosajones, casa en los suburbios, familia respetable y vínculos al más alto nivel son los beneficiarios directos del enorme negocio de la droga.

Porque de los mecanismos de lavado de dinero, esos que esa élite criminal maneja a gran escala –los capos mexicanos en comparación con los norteamericanos manejan centavos- nada ha puesto sobre la mesa el gobierno de Obama, como tampoco lo hicieron sus predecesores.

La conferencia en Washington termina con sonrisas y saludos ante las cámaras, el viaje también. Se han alimentado las primeras planas de los diarios mexicanos (en Estados Unidos la cosa no da para tanto) y habrá material para que la imagen de Calderón recorra las pantallas de las cadenas mexicanas y el dial de las estaciones de radio.

Acabado todo, terminado el ceremonial, las cosas vuelven al mismo punto. Los muertos los ponemos nosotros; los dólares y las armas ellos. Dólares y armas para el gobierno de Felipe Calderón. Dólares y armas para los carteles que, sin perspectiva alguna de victoria y de forma tan errática, combate.

Por los dos lados ganan los norteamericanos. A dos señores sirven mientras que la guerra en México les permite alimentar su paranoia e imaginarnos como su peor pesadilla y actuar, con el consabido riesgo para nuestra ya de por sí precaria soberanía, para responder ante “la amenaza real y presente” que México constituye para su seguridad nacional.

Apenas Calderón suba al avión comenzarán en Washington a correr, de nuevo, los dichos de funcionarios sobre la fragilidad del estado mexicano. Curiosa forma de compensación tienen los norteamericanos.

Muy caro cobran a sus “aliados” la oportunidad de fotografiarse con su presidente. Muy pronto sienten la necesidad de bajarle los humos a quien pudiera sentirse, mareado por el ritual diplomático, un personaje estimado y valioso para la Casa Blanca.

Paradójico resulta, por otro lado, que la droga que a nosotros nos cuesta tantos muertos sea un factor de estabilidad social en los Estados Unidos.

Si la droga, que de México llega, faltara de pronto centenares de miles de pandilleros que viven de y para la droga se saldrían de control. Imposible seria mantenerlos a raya en sus ghettos.

Si la droga que llega de México faltara quién y cómo llenaría el enorme hueco, de centenares de miles de millones de dólares producto del lavado de dinero, en la maltrecha economía norteamericana.

“En esta causa –dijo Barak Obama- México tiene un aliado”. Yo no lo creo. Los hechos no avalan sus dichos. Tolerante ante el consumo, laxo en el combate al tráfico de drogas en su territorio, incapaz de cerrar la frontera al dinero y a las armas el Presidente norteamericano podrá ser aliado de Felipe Calderón pero no de México.

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jueves, 24 de febrero de 2011

¿ALIARSE CON EL PAN PARA FRENAR AL PRI?

No soy, ni he sido, militante de ninguno de los partidos de la izquierda electoral mexicana. He votado desde hace años por el PRD. Tuve el privilegio de trabajar en la campaña del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas por el Gobierno de la Ciudad y también lo apoyé en su último intento por llegar a la Presidencia de la República.

Fui testigo de cómo un charlatán afortunado, de un hombre atento siempre a las cámaras de TV se volvía de pronto, para millones de mexicanos, gracias a su interpretación de un antihéroe popular, de un “tonto” simpático y campechano, la encarnación de la esperanza.

A pesar de eso y sintiéndome, como millones, liberado de la pesada lápida del régimen autoritario concedí a Vicente Fox el privilegio de la duda. Poco tardó en venirse abajo la leyenda del ranchero ramplón y asomó el verdadero rostro del hombre autoritario y sin escrúpulos.

Cubrí entonces, en las postrimerías de su desastroso y fallido mandato, el proceso de desafuero impulsado por Vicente Fox contra Andrés Manuel López Obrador y fui testigo, con mi cámara al hombro, de esos ríos de gente clamando justicia, plantándosele al poder de frente.

Expresión eran esas multitudes del desencanto, de la frustración y también del coraje y la voluntad de no dejarse, nunca más, golpear impunemente desde ese poder que con sus propios votos entregaron.

Luego de por lo menos dos décadas de filmar manifestaciones, marchas, mítines, plantones de la izquierda mexicana vislumbré en esos días –y como muchos mexicanos más- un futuro distinto para mi país.

Aun recuerdo el momento en que, en el Zócalo, miles de personas presenciaron dolidas, indignadas, silenciosas el momento en que, en la Cámara de Diputados PAN, PRI y sus comparsas desaforaban al segundo gobernante capitalino electo democráticamente de la historia de México.

No habría de ser ese, el golpe de estado encubierto contra el gobierno de la Ciudad de México, el último de los crímenes de lesa democracia de Vicente Fox.

Hiló el de Guanajuato muchas traiciones seguidas; faltó a su palabra, dio la espalda a la gente que en las urnas le encomendó el cambio y finalmente frustró el tránsito del país a la democracia.

El primero de sus crímenes lo cometió Vicente Fox al nada más sentarse en la silla y entregar al PRI, a ese que iba a sacar a patadas de Los Pinos, el manejo de la hacienda pública y otras instituciones del estado.

El segundo, apenas unos meses después cuando, descubierto el escándalo de corrupción conocido como PEMEXGATE, se negó a asestar, con la ley en la mano, el golpe definitivo al antiguo régimen.

Dos veces pues, una muy cerca de otra, salvaron la vida al PRI, Fox y los panistas. No lo hicieron gratuitamente. Qué va. Cogobernaban desde entonces. Cómplices eran ya en la construcción, de la mano de los poderes fácticos, de un valladar a las pretensiones de transformación profunda del país.

Fracasada su intentona de golpe de estado desde la presidencia y usando a la PGR para sus fines personales, que eso y no otra cosa fue el desafuero, pasó Vicente Fox a intervenir ilegalmente en los comicios presidenciales del 2006.

Albergué durante unos pocos meses –y junto a millones de mexicanos- durante la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador la esperanza de un cambio verdadero.

Aunque las señales de alerta se multiplicaban y se configuraba un fraude mediático de nuevo tipo. Aunque la soberbia y la incapacidad de discernir entre lo que debe decirse al calor del mitin y lo que la gente recibe en sus casas a través de la TV, parecían hacer el juego a quienes conspiraban ya contra las reglas del juego democrático esa esperanza se mantenía viva.

Contra esa esperanza conspiró Fox. Como los priistas se dedicó entonces a imponer, de manera fraudulenta, un sucesor a modo. Para lograr su objetivo abdicó del poder recibido en las urnas ante la televisión, la alta jerarquía eclesiástica y los barones del dinero. Perdió así, a causa de su traición, soberanía la nación y terminaron de desfondarse las instituciones.

Acompañó el PRI a Vicente Fox en esta tarea de demolición de la incipiente democracia mexicana. Sin su concurso Felipe Calderón Hinojosa no se hubiera sentado jamás en la silla.

Tampoco fue gratuita, en este caso, la complicidad que el PRI ofreció al PAN. Con creces se la pagó Calderón y tanto que hoy, con flamantes credenciales “democráticas” amenaza con vencer a su aliado de los últimos 10 años; su cómplice más bien.

Urgidos andan pues el PAN y Calderón, y por eso ahora sus personeros operan como portavoces del PRD aliancista, de encontrar a alguien que les haga el trabajo sucio y elimine al cómplice que amenaza con quedarse con el botín completo.

¿Quién, en su sano juicio, puede simplemente olvidar lo que PAN y PRI, de la mano, han hecho esta última década? ¿Quién puede creerse siquiera eso de que con el PAN se le cierra el paso al PRI si son lo mismo? Así como Fox necesitó al PRI para imponer a Calderón hoy este necesita al PAN, para, paradójicamente, seguir cogobernando con el PRI. ¿Quién le creerá ese cuento? ¿Por qué? ¿A cambio de qué?


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jueves, 17 de febrero de 2011

LA EXAGERACIÓN DE LA VIOLENCIA

Vuelve Felipe Calderón Hinojosa, adicto como es a la propaganda, a las andadas. Apenas resuelto el asunto de Carmen Aristegui pone de nuevo a los medios en la mira.

De “exagerar” los hechos violentos que diariamente ocurren en nuestro país los acusa y por excederse en detalles en las notas relacionadas con las ejecuciones los señala.

“Alarmistas” les dice Calderón a los medios, empeñado como está en la defensa de una gestión que se aproxima a su fin, al tiempo que les reclama no dar dimensión adecuada a los “avances históricos” de su gobierno en la lucha contra el narco.

A la “imagen pública”, a la “percepción”, al manejo inadecuado de cifras, estadísticas e índices de violencia en otros países se reduce, de nuevo para Calderón, el asunto.

Del “se matan entre ellos” pasa ahora al “exageran la violencia los medios”. El país, dice, si se compara con la violencia que impera en otras latitudes, no queda tan mal parado, pero de eso, los medios que se pierden en detalles de los asesinatos, no dan cuenta.

Está mal pues, según Calderón, hacer crónica precisa y objetiva de masacres atroces, de decapitaciones masivas, de crímenes que sorprenden, por su barbarie, al mundo.

Está mal contar cómo un hombre, a punto de ser ejecutado, pide inútilmente a sus asesinos clemencia para su hijo de sólo 8 años de edad en Ciudad Juárez. Está mal contar cómo después de acribillarlos a ambos, los sicarios, lanzaron bombas molotov contra el vehículo en el que viajaban y donde los cuerpos quedaron calcinados.

Hay que “hablar bien de México” insiste, resaltar los logros de la “estrategia nacional de seguridad”, contar, pues, la historia de éxito de su gestión y de su guerra.

Tira pues Calderón, con el poder de quien ocupa la silla presidencial, línea editorial a los periódicos; se inmiscuye en la tarea informativa, pretende decir de qué y cómo han de hablarnos los medios.

Más allá de que esta intromisión indebida del poder ejecutivo en la que ha de ser una tarea tan libre como responsable representa una franco retroceso en las libertades ciudadanas, está el hecho, de que, cerrar los ojos frente a lo que realmente ocurre en el país sólo puede servir, a la postre, para vacunarnos frente a la violencia, para acostumbrarnos a vivir en medio de ella.

No podemos, ni debemos, de ninguna manera, quienes estamos empeñados, de alguna manera, en las tareas informativas ceder a la presión del poder y acomodarnos en la crónica de una país inexistente.

Hay muchos crímenes en México y crimen mayor seria callarlos. A la violencia se la exorciza presentándola, haciendo que la indignación y la capacidad de asombro ante la barbarie no se pierdan.

Ya el “se matan entre ellos” ha hecho, en estos cuatro años, suficiente daño. Miles de crímenes se cometen sin que nadie, en los aparatos de procuración de justicia, mueva un dedo. Hoy los asesinos saben que esta “criminalización” inmediata y masiva de las víctimas les extiende patente de corso.

El que cae ejecutado, ese al que decapitan no tiene ya ni nombre, ni historia, es una cifra, un sicario, un narcotraficante más, otra “baja” en esta guerra que se libra sin perspectiva alguna de victoria.

Más allá de la impunidad con la que operan los sicarios está el hecho de que la versión propagandística oficial, la perniciosa costumbre que viene del propio Felipe Calderón, de juzgar y condenar sumariamente a las víctimas se ha extendido en amplios sectores de la población.

La zozobra y el miedo son malos consejeros y hay muchos que, hoy por hoy, festejan esas muertes sintiéndolas, de alguna manera, como un alivio. “Se matan entre ellos” dicen también muchos, comprándose la versión gubernamental y se acostumbran sin más a la violencia.

Si a este clima de descomposición sumamos una prensa que cierra los ojos ante la barbarie y renuncia al derecho y al deber de contar lo que sucede con puntalididad y profundidad estaremos, todos, encaminándonos al abismo.

Hablaremos entonces bien de un país, como dice Calderón, que por no conocerse, se deshace. Hablaremos bien de un país mientras el mundo entero ni cree, ni se compra esa versión.

¿Qué queda, si callamos, a aquellos que viven en las zonas asoladas por el crimen organizado si en las páginas de la prensa o en la pantalla de la televisión no hay registro alguno de su tragedia?

¿Qué esperanza tendrán, que aliento de vida, si sienten que los medios les dan la espalda y cuentan una historia que no es la suya?

Es duro hablar de la violencia, doloroso ser preciso en los detalles. A las víctimas y a los dolientes se lo debemos. Perder la capacidad de estremecernos ante estos crímenes atroces, callar ante ellos, es rendirse ante los asesinos.

Abandonamos, si cedemos a la tentación de no exagerar la violencia, a su suerte a quienes en esas calles se tropiezan, todos los días, con cuerpos acribillados sabiendo que pueden ser ellos los próximos.

México vive una tragedia. Conviene reconocerlo y contar puntualmente cómo es que esta tragedia ocurre. El respeto a la vida, el valor fundamental, se pierde si negamos este hecho. Si por conveniencia, por interés propagandístico o político, nos acostumbramos a la muerte, le restamos, con ligereza, su dolorosa importancia.



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jueves, 10 de febrero de 2011

¿QUIÉN SE BURLA DE LA INSTITUCIÓN PRESIDENCIAL?

Con un abrazo solidario para Carmen Aristegui

No escribí una sola línea sobre el supuesto consumo de antidepresivos y ansiolíticos de Vicente Fox durante su período presidencial, ni después de que, por la puerta trasera y luego de haberse entrometido ilegalmente en los comicios presidenciales del 2006, abandonara la primera magistratura.

Tampoco he escrito, ni en este diario ni en las redes sociales, comentario alguno sobre el supuesto alcoholismo de Felipe Calderón. Oídos sordos he prestado a un rumor que corre en los más distintos ámbitos sociales. Estoy convencido que ese tipo de señalamientos hablan más mal del que los hace que del supuestamente ofendido.

Siendo –y las evidencias sobran- Vicente Fox como Felipe Calderón responsables de lo que, sin eufemismos, pueden catalogarse como crímenes de lesa democracia, acusarlos de enfermedades y adicciones no hace sino exculparlos ante la opinión pública y colocar en el centro de la agenda nacional el escándalo en lugar de la necesaria y urgente demanda de juicio político a ambos personajes.

Creo, por otro lado, que en un clima de crispación como el que vivimos, en este “tiempo de canalla”, que diría Lilian Hellman, cuando desde el poder se incita al linchamiento de quienes ejercen la crítica calificándoles de enemigos de México, aliados del narcotráfico y otra serie de peligrosas sandeces, flaco favor hacemos a la democracia utilizando las mismas armas que han permitido a Felipe Calderón burlarse de ella.

Que para llegar al poder -“haiga sido como haiga sido”- hayan recurrido y sigan recurriendo Calderón y los suyos al insulto, la violencia verbal, las campañas de desprestigio y la predica del odio y del miedo no debe hacernos responder de la misma manera. Al contrario. Demasiado grave y peligrosa es la hora que vive la nación como para mirarnos en ese mismo espejo.

No considero –y menos todavía después de lo que estos dos hombres han hecho con ella- la institución presidencial como impoluta e intocable. En muchos países democráticos los lideres de opinión, los caricaturistas, los comediantes de la televisión son implacables con primeros ministros y presidentes y están atentos a sus más mínimos deslices para exhibirlos con extrema severidad.

El humor produce una saludable catarsis, obliga al gobernante a estar atento al más mínimo detalle de su conducta, sacude a la sociedad y la alerta, la hace mirar con más atención a aquel que ha sido elegido para servirla. Esa vigilancia se traduce en trasparencia y también en el mejor antídoto para la corrupción y la impunidad

Este ejercicio es, me parece, saludable y necesario para la democracia y no se tambalean Inglaterra, Francia, España o Italia por la mordacidad con la que, en los medios, se exhiben las miserias de sus gobernantes.

Que se cuestione o incluso, en casos extremos, se llegue a la burla frente al poder es un derecho ciudadano. El que no tiene ese derecho; el de burlarse, impunemente, del país entero es ese que está sentado en la silla y que debe servir a los ciudadanos y no jugar con el poder ni servirse de él.

Carmen Aristegui, a quien respeto y he seguido a lo largo de muchos años y con quien mantengo también respetuosas diferencias tanto profesionales como políticas, no es de aquellas, tampoco, que confunden la crítica con las campañas de desprestigio.

No hubo en el proceso de consignación de un hecho; la colocación de la manta en el congreso por los diputados petistas, un gesto que retrata a esta izquierda incapaz de articular un discurso coherente y que cae en todas las trampas, de nada que se pareciera a la burla o la utilización de las mismas armas con las que el poder combate a los opositores y a sus críticos.

Demandó eso sí Carmen Aristegui, de ese hecho que es a su vez resultado de un rumor que corre hace ya mucho tiempo sin ser atajado por los propagandistas del gobierno, que Los Pinos se pronunciara al respecto y eso ocasionó su despido. Bien hizo en no disculparse. No tenía por qué.

No es este sólo un asunto privado. No se trata sólo de la ruptura de una relación laboral como se ha pretendido presentar. Se ha producido, a sólo unos meses de que formalmente se desate la contienda por la sucesión presidencial, un hecho doblemente pernicioso para nuestra, ya de por sí, malherida democracia.

Al callar una voz se callan todas las voces. Que, con su mecha corta y sus mecanismos de coacción, Calderón doble a los concesionarios y aseste un golpe a la libertad de expresión, es algo que pone en riesgo incluso a aquellos que por razones de competencia, diferencias personales o ideológicas han justificado el despido de Aristegui. Tarde se darán cuenta de que contribuyen a su misma destrucción.

Pero si de golpes se trata no ha de ser el mayor, desgraciadamente, este que se ha dado a la libertad de expresión. Largos y peligrosos meses faltan para que Felipe Calderón se vaya. Botón de muestra ha sido el asunto Aristegui de lo que un hombre aferrado al poder puede hacer, pasando sobre la ley y la voluntad ciudadana, para aferrarse a él.

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viernes, 4 de febrero de 2011

DE LA DEMOLICIÓN DEL ESTADO MEXICANO

Poco quedará en pie, al terminar el mandato de Felipe Calderón Hinojosa, del ya de por sí maltrecho edificio del estado mexicano. Aunque la tarea de demolición del mismo es obra de muchos y resultado de muchas décadas de abusos, no puede negarse que Calderón, en la misma línea de su predecesor Vicente Fox, se ha esforzado en dinamitarlo desde sus mismos cimientos.

Torcido por la corrupción y la impunidad, desfondadas e inoperantes sus instituciones, el estado mexicano, ya al borde del naufragio en el año 2000, tenía en la alternancia y en la plena y verdadera transición democrática, una última esperanza de reconstrucción.

Si un mandato recibió Vicente Fox de los millones de ciudadanos que por él votaron fue precisamente ese; refundar la nación, darle rumbo, solidez, viabilidad al estado y a sus instituciones. Por eso votaron por él los mexicanos, porque más que un cambio cosmético, apostaron por una transformación profunda.

El guanajuatense, primer presidente con credenciales realmente democráticas de la historia reciente de México, con el aval de una mayoría obtenida en comicios incuestionables, ni supo, ni pudo, ni quiso hacer esa transformación; podía haber cambiado al país, cambió sólo la situación de su familia y su partido.

Le falló así Vicente Fox Quezada a quienes por él votaron, le falló a la democracia, le falló al país. Juicio político habría que exigir para ese hombre que en hora tan grave y al mismo tiempo tan cargada de esperanza para la Nación se dio el lujo de darle la espalda. Crimen de lesa democracia el suyo.

Ganó Fox las elecciones porque prometió sacar al PRI de Los Pinos. Ganó las elecciones porque prometió que caerían peces gordos. Ganó las elecciones porque hizo creer a millones de ciudadanos que, con él, terminarían los abusos y sería demolido hasta sus cimientos el antiguo régimen. Nada de eso pasó. Al contrario.

Entregó Vicente Fox, porque necesitaba cómplices, porque no tuvo el coraje y el valor de encabezar el proceso de transición a la democracia, la hacienda pública y los centros neurálgicos del poder a ese mismo PRI que prometió destruir.

Teniendo la posibilidad real, con el Pemexgate, de asestar un golpe debajo de la línea de flotación a ese partido y desmontar, legalmente, sus redes de corrupción Vicente Fox decidió, más bien, hacer suyos los mismos usos y costumbres, convirtiéndose, de hecho, en rehén de ese aparato que, por el mandato recibido en las urnas y con el poder que de esos votos emanaba, debería haber destruido.

No sólo ante el PRI dobló Vicente Fox la cerviz; también lo hizo ante los poderes fácticos. Sin la experiencia, ni la capacidad coercitiva del PRI, se volvió entonces también rehén de los barones del dinero y la alta jerarquía de la iglesia católica.

Comenzaron a llegar entonces facturas a Los Pinos –que de acreedor pasó a deudor- y no tuvo empacho Fox, tan incapaz, como insolvente, en empeñarlo todo a cambio de migajas para su familia y unos cuantos de sus asociados.

Traicionó así Vicente Fox las legítimas aspiraciones democráticas de millones de mexicanos y dilapidó un capital político que, nunca antes, mandatario alguno había tenido en sus manos.

Pero no sólo falló Fox durante su sexenio sino que, al meter ilegalmente las manos en el proceso electoral del 2006, de la misma manera que lo hicieron durante décadas, los gobernantes priistas, comprometió, con la paz y la estabilidad, el futuro de México.

Frustró así, quien por los votos libres se hiciera presidente de México, la transición a la democracia y asestó a un golpe brutal a las instituciones. Golpe que, su cobardía, su inacción ante el crimen organizado, al que entregó buena parte del territorio nacional, volvió demoledor contra el estado mexicano.

Heredero de esa misma vocación demoledora Felipe Calderón ha actuado con prisa y sin pausa contra las instituciones que dice defender y contra el estado cuya viabilidad debería garantizar.

Se equivocan aquellos que consideran lo sucedido en el 2006 un agravio que debe ser olvidado. La democracia, para serlo realmente, no puede construirse haciendo trampas y Vicente Fox y Felipe Calderón las hicieron y tanto que ahí está, “haiga sido como haiga sido”, este último sentado en la silla presidencial.

Si su proverbial “mecha corta”, su urgencia de legitimidad, su adicción a la propaganda y su, cada vez más evidente, vocación autoritaria ha hecho a Felipe Calderón embarcarse en una guerra sin perspectivas de victoria ¿Qué no hará ante la inminencia del fin de su mandato y el peligro de que un sucesor no deseado lo exponga al que habrá de ser, sin duda, el juicio severo de la nación?

Mal cálculo hacen quienes consideran agotada la capacidad de maniobra de Calderón y peor quienes piensan que, para frenar al PRI, hay que ayudarle a él y a su partido. Si “haiga sido como haiga sido” llegó, “haiga sido como haiga sido” se va a ir. Todavía hay estado por demoler y Felipe Calderón no tendrá empacho –y tiene la fuerza del penúltimo año para hacerlo- en ponerse a terminar la tarea.



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jueves, 27 de enero de 2011

LA OTRA IGLESIA; LOS OTROS PASTORES

Muy joven y gracias a mis padres tuve el privilegio de conocer a dos pastores ejemplares; a Monseñor Don Sergio Méndez Arceo, Obispo de Cuernavaca y a Monseñor Don Samuel Ruíz, Obispo de San Cristóbal de las Casas.

Comenzaba en México y en América Latina a soplar entonces y desde abajo, un viento fresco, fuerte y sostenido, que habría, unas décadas después, de cambiar el rostro de nuestro continente.

Si bien la Iglesia Católica y la alta jerarquía jugaban el papel tradicional de soporte ideológico del poder político y económico voces había que, desde el púlpito, se alzaban disonantes.

Dos iglesias y dos tipos, totalmente distintos, de pastores tuvimos frente a nosotros quienes vivimos el proceso de gestación y desarrollo de lo que se conoce como “ teología de la liberación” o como “la opción preferencial por los pobres”.

De un lado –como ahora- cardenales, arzobispos, vicarios y curas, mirando, como siempre, hacia la corte vaticana, eran siervos del poder y el dinero.

Del otro, unos pocos obispos, curas, monjes, monjas y catequistas, mirando hacia su gente, rebelándose, se volvieron siervos de las causas de las mayorías empobrecidas.

A los primeros su servidumbre les reportó, como siempre, poder, privilegios, impunidad y riqueza. A los segundos, su fidelidad a los pobres, les costó el ostracismo dentro de la iglesia, la descalificación y el linchamiento fuera de ella.

La persecución, la tortura y la muerte, fueron, por otro lado, la condena más frecuente para aquellos que de Rutilio Grande, en 1977, las 4 monjas norteamericanas y Monseñor Oscar Arnulfo Romero en 1980 a Ignacio Ellacuria y sus cinco compañeros jesuitas en 1989, osaron denunciar las atrocidades de la dictadura y desarmados, pero con la razón y la fe –matrimonio difícil pero no imposible- se enfrentaron a los criminales.
Rentable resulta para la alta jerarquía eclesiástica la complicidad con el poder. Herederos de esos mismos jerarcas que, con la mano alzada, saludaron al fascismo español, sirvieron los príncipes de la Iglesia latinoamericana, con similar eficiencia, a dictaduras de toda laya.

Aún aquí en el México “laico” del antiguo régimen, bajo cuerda claro, fueron los altos jerarcas de la Iglesia servidores eficientes de ese gobierno que, instalado en la simulación, se decía ajeno y distante, hasta que le abrió la puerta de par en par, del Vaticano.

Emitieron obispos y prelados anatemas a discreción y a pedido de los poderosos, cubrieron a criminales bajo su palio e hicieron que la tropa marchara, a sus labores represivas, siguiendo a un crucifijo.

Bendijeron cardenales, obispos y vicarios, instalados en el fasto, asesinatos y masacres.

Convirtieron, cínica y criminalmente, en santas cruzadas “contra el comunismo internacional” viles operaciones de guerra sucia y justificaron la acción de los escuadrones de la muerte y la desaparición de centenares de miles de personas.

Se codeaban con los ricos y poderosos; porque a esa clase pertenecían y pertenecen. Eran –como siguen siendo hoy- los salones de sus palacios y sus fiestas y onomásticos sitio predilecto de reunión de las élites gobernantes.

Pasarela del poder eran –y siguen siendo- sus rituales religiosos. Tribuna para la defensa de los intereses de la oligarquía y los sectores más conservadores de la sociedad el púlpito desde donde lanzaban y lanzan sus sermones y sus encendidas arengas en defensa de la moral y los valores tradicionales.

A los otros, como Méndez Arceo y Samuel Ruíz en México, como Helder Cámara en Brasil o Monseñor Oscar Arnulfo Romero en El Salvador, cambiar de lado les costó caro.

A Paulo un rayo lo bajó del caballo. A estos pastores los deslumbró la miseria y el dolor de sus pueblos, les hizo desmontar, renunciar a la pompa de la corte eclesial, la injusticia y la humillación sufrida por los desposeídos.

Optaron así por los pobres y se volvió la suya una pastoral de la liberación. Se sabían como Romero o el propio Ellacuria en la mira de los asesinos: nada los detuvo. El martirio era un premio, no caminaron hacia él graves y cabizbajos; yo aun recuerdo a Ignacio Ellacuria sonriendo; vital, inteligente, certero.

Volviéronse entonces y como rezaba el epitafio de Fray Alberto de Escurdia, publicado en El Excelsior de hace tantos años, “gitanos ladrones que robaban las llaves del reino para entregárselas a sus hermanos los pecadores” y fueron como Romero “la voz de los sin voz” o como Ruíz “Tatic”, el padre, para los indígenas.

Luz fueron para mí –y para muchos otros de mi generación- esos otros pastores de esa otra iglesia; la pobre, la herida, la cercana, la que ofrece refugio, la que da brios para pelear aquí en la tierra y no sólo consuelo y resignación en tanto se llega al cielo prometido.

Luz fueron para los que, con el tiempo, nos fuimos alejando de la fe de nuestros mayores; luz para los ateos, los descreídos. Compañeros en el camino, más atentos a la pregunta que a la odiosa y soberbia pretensión de saber siempre la respuesta.

Murió Samuel Ruíz, imposible pedir que él, como Méndez Arceo, Romero, Rutilio Grande o Ellacuría, descanse en paz. No ha terminado aun, ninguno de ellos, su tarea.


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jueves, 20 de enero de 2011

UN PELIGRO PARA MÉXICO

Se presentó como el hombre que podía conjurarlo y en realidad lo atrajo. Sembró Felipe Calderón Hinojosa el miedo y la discordia anunciándolo como inminente para acceder al poder y hoy, cuando su mandato agoniza, ese peligro del que pretendía “salvar al país”, más que un lema propagandístico, un instrumento de la guerra sucia electoral, es una realidad multiforme y fuera de control que pone en entredicho a la, ya de por sí, maltrecha democracia mexicana.

Balas, trampas desde el poder y de los distintos actores políticos, aparición de nuevos e indeseados protagonistas, injerencia indebida y creciente de los poderes fácticos se ciernen sobre los próximos comicios en los Estados enturbiándolos y marcan, desde ya, lo que se anuncia como un complicado proceso de sucesión presidencial.

Nada más sagrado que la paz y nada más precario e inestable. No ha dado la democracia resultados, lo que la vuelve sólida y rentable para los pueblos y, además, desde el 2006, hasta como coartada parece haber desaparecido para muchos millones de mexicanos.

¿Cuánta tensión más aguanta la cuerda? ¿Cuánto desencanto acumulado, cuantos agravios, cuantas traiciones de una clase política que ha crecido dando la espalda a la gente puede resistir el país?. ¿Hasta cuando mantener la democracia, esa democracia que de poco ha servido, en lugar de irse por el camino –aparentemente efectivo- del autoritarismo, de la mano dura?

Ya se jugó con fuego en 1988 y después en el 2006 y entonces la violencia aun no se salía de madre en el país. Hoy sobran los hombres armados por todos lados y campean el miedo y la zozobra. Nuevos poderes, el del fusil criminal por un lado, el de los jefes de los miles de soldados desplegados a lo largo y ancho del país por el otro, se aprestan a reclamar su participación en las elecciones.

Impone el narco, con atentados, masacres y bloqueos, su poder de veto sobre candidatos y partidos. Con plata penetra donde puede. Con plomo donde se le resisten. Vota con balas, determina el comportamiento de los electores por el terror. Es la muerte ejemplar su forma de proselitismo.

Tampoco puede ignorarse que, desplegado casi en su totalidad, factor esencial de la lucha contra el crimen y de la precaria estabilidad del estado mexicano el ejército, que por tantos años se mantuvo fuera de la política activa, adquiere hoy un protagonismo que la virulencia de la acción criminal y los desaciertos gubernamentales no han hecho sino acrecentar.

Ninguna democracia latinoamericana sale bien librada cuando en su camino se cruzan los generales. Menos todavía si esta democracia y ese ejército son tan cercanos y dependientes de Washington y representan, hasta cierto punto, la primera línea de defensa del país más poderoso de la tierra.

País que, por cierto y a pesar de que desde ahí nos llegan los dólares y las armas y es ahí donde va la droga que tanta sangre produce en México, no habrá de quedarse con los brazos cruzados ante los comicios presidenciales. Lo del “estado fallido” y los deslices de Hillary es apenas el comienzo. Votaran los norteamericanos en nuestro país con sus dólares, el plan Mérida y también, claro, con los asuntos migratorios.

Malas noticias para la democracia que las elecciones se celebren en una situación tan inestable y explosiva. Peores que al protagonismo de los actores del conflicto armado en los procesos democráticos se sume, desmandada, la de los poderes fácticos que se aprestan a pasar la factura a un gobierno que se debe a su apoyo.

Envalentonada la alta jerarquía eclesiástica viene por sus fueros. Nada la contiene; ni la constitución, ni los medios, ni la clase política, menos todavía el gobierno federal, su deudor y para el que el laicismo es el indeseable lastre ideológico de los liberales.

La virulencia de su discurso, el descaro de los prelados no hace sino crecer en la medida que se acerca la contienda decisiva. Curas, obispos y cardenales hacen su juego; satanizan a sus enemigos ideológicos con los viejos argumentos de la cruzada anticomunista, incitan al linchamiento de sus adversarios y caen continuamente en la tentación de convocar a una nueva cristiada.

Y si la iglesia actúa impunemente peor hacen los barones del dinero y los dueños de los grandes medios electrónicos. Acreedores se saben de un gobernante que solo gracias a ellos llegó al poder y sólo gracias a ellos se mantiene en él. Hoy pasan también la factura a Calderón y al PAN al tiempo que hacen sus apuestas propias.

Y como a río revuelto ganancia de acreedores también Elba Esther y su sindicato se presentan a cobrar los favores del 2006. En las escuelas los maestros del PANAL, sin contención como la Iglesia, hacen campaña. Otros sectores habrá que, rotos los diques legales y con el mismo descaro, comiencen muy pronto a moverse.

Lo cierto pues es que en este ambiente enrarecido, sin árbitros, ni instituciones sólidas, México y su democracia navegan a la deriva. Ya está aquí ese peligro que Felipe Calderón anunciaba; con él llegó pero, desgraciadamente, no habrá de desaparecer con él cuando se vaya.

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jueves, 13 de enero de 2011

NO ME SUMO A SU UNIDAD NACIONAL

(Segunda parte y final)

Una última carta a Felipe Calderón.

Somos muchos ciudadanos Señor Calderón los que no queremos conformarnos, resignarnos a que entre nosotros se instale el imperio de la muerte. Somos muchos los que hoy nos sumamos al #Nomassangre que recorre los diarios, las redes sociales.

Sin rendirnos ante él, sin sugerir siquiera una negociación con los capos, le decimos de frente que no concebimos el combate al crimen organizado como una “guerra” y peor aun como usted lo dijo en una declaración tan desafortunada como sintomática, como una “operación de limpieza”.

Detrás de esas fórmulas retóricas, de sus arengas patrióticas y sus llamados a la unidad nacional, detrás, sobre todo, de su irresponsable ligereza al criminalizar, de un plumazo y sin mediar averiguación judicial alguna, a la inmensa mayoría de las víctimas de la violencia.

Detrás de esa frivolidad con la que, ante 30 mil muertos, dice usted simple y llanamente: “se matan entre ellos”, se asoma el rostro de un hombre que, como otros personajes de oscuros regímenes autoritarios, cree en el poder absolutorio de la espada y se concibe como el “llamado” a dirigir una cruzada.

Se equivoca usted Señor Calderón en eso de palmo a palmo y arrastra al país hacia el abismo. No necesitamos en este país otra Guerra Santa. Menos todavía una dirigida por un general que, como usted somete los planes militares a sus necesidades y urgencias propagandísticas.

Necesitamos justicia, seguridad, paz, instituciones fuertes, una acción integral contra un fenómeno, el narcotráfico, que a punta de balazos, como usted pretende, no habrá de resolverse jamás.

Es usted uno de esos generales que combaten de cara a la pantalla de la TV, con propósitos electorales inmediatos y que ha terminado por embarcarnos en una espiral de violencia que –y eso lo dicen sus propios asesores- apenas comienza.

Difícil negar, aunque sus “sicarios virtuales” en las redes sociales se escandalicen, que el logro más visible de su gestión al frente de las fuerzas federales, resultado de la doctrina que rige su acción y de la estrategia que, a pesar de todas las evidencias y argumentos, se empeña en defender como el “único camino”, es la transformación de la condición de combate de los narcos y el consecuente escalamiento de la violencia.

Ahí donde ha operado y basta citar los casos de Michoacán, donde comenzó su guerra o de Ciudad Juárez que quiso hacer su plaza fuerte, botón de muestra de su éxito, hoy, después de miles de muertos, las cosas están peor que antes y los criminales, armados hasta los dientes y más violentos que nunca, se mueven a sus anchas.

Más comerciantes –de la muerte pero comerciantes al fin y al cabo- los narcos, antes de su guerra, rara vez presentaban combate a las fuerzas federales. Siendo lo suyo, a fin de cuentas, un negocio, ilícito pero negocio, con mucha frecuencia se daban a la fuga.

Otros había que rodeados, en lugar de combatir hasta la muerte, como lo hacen ahora, simplemente se rendían. La corrupción imperante en los juzgados y en los penales les permitía, sin mayores dificultades, seguir operando desde la cárcel.

Desplegó usted masivamente a la tropa con todo su poder de fuego y los narcos, con respaldo financiero y fuentes de aprovisionamiento seguro desde el norte, hicieron lo propio. Comenzó usted después a cazar capos a mansalva –sin instrumentos para procurar justicia- y los criminales respondieron enfrentándose a las fuerzas federales.

En ese aumento sustantivo del poder de fuego, en los combates que comenzaron a generalizarse en zonas muy amplias del país, las víctimas principales son la población civil desarmada, que ha quedado en medio de dos fuegos, la justicia, y las instituciones encargadas de procurarla que hoy ya ni siquiera se esfuerzan por hacerlo y, sobre todo, el respeto por la vida.

En los hechos se legitimó –y en esa dirección trabajan sus propagandistas- la pena de muerte y se legitimó al grado que hoy muchos mexicanos desesperados, impotentes, poseídos no sólo la justifican sino que aplauden la aplicación irrestricta de la fuerza letal del ejército.

El problema, más allá de la descomposición social que eso implica es que, además, la fuerza, como usted la aplica, sólo ha logrado instalar entre nosotros un conflicto que habrá de prolongarse más allá del término de su mandato.

Nos deja usted., que se presentó como el defensor de la patria ante el inminente y grave “peligro para México”, un país deshecho. La paz que prometió, por esta vía, sólo habrá de ser la de los sepulcros.

Nadie le dice –y también a eso lo conminamos, a no continuar usando esto como estrategia para sembrar la discordia y descalificar a sus críticos- que rinda a la nación ante el crimen.

Tampoco, si esto exigimos, si decimos #yabastadesangre, es que estemos preparando, pavimentando con la critica a su estrategia bélica, el camino de regreso al PRI y a su sistema de complicidades con el narco.

Es su deber, su obligación histórica, rectificar cuanto antes el rumbo. Quítese ya el disfraz de general y, teniendo en la mira al país y no sólo la sucesión presidencial, vista y actúe como estadista.

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