jueves, 23 de diciembre de 2010

CELEBRAR LA VIDA

“Se trata de una lucha entre los que piensan que
la justicia, entiéndase lo que se entienda por
dicha palabra, es más importante que la vida,
y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos”.
“Contra el fanatismo” Amos Oz

Hoy es Noche buena y –como sucede cada año- anda la paz en boca de todos. Está de moda desearla a los demás, planteársela como propósito familiar y personal. Nada, sin embargo, más lejos de nosotros que la paz en este país, donde el respeto a la vida, parece haberse perdido y donde anda la muerte armada cobrando víctimas por todos lados.

Siembra el narco la muerte con la droga que distribuye, sobre todo entre los jóvenes y las balas que tan pródiga e indiscriminadamente reparte. La muerte con escándalo, la muerte ejemplar, la muerte como instrumento para que el terror se extienda entre nosotros y puedan ellos hacerse del país.

Siembran la muerte, la desigualdad, la falta de bienestar y oportunidades, la pérdida de la esperanza entre muchos que hoy, sin pensarlo demasiado, extienden la mano, toman el arma e inmersos en una subcultura que exalta a los capos, se deciden a emularlos.

Celebra, o casi, el poder la muerte, urgido de legitimación, sometido a presiones propagandísticas, inmerso ya en la lógica electoral y en la justificación de sus trágicos desaciertos, criminalizando de tajo y con brutal ligereza –“se matan entre ellos” aduce el mismo Felipe Calderón- a las más de 30 mil víctimas que la guerra contra el narco ha producido.

Celebra, o casi, el poder la muerte, sitiado por su ineficiencia, incapaz de ver soluciones que no sean las que propone, las que a sus intereses conviene. Limitado a responder militarmente a un problema que, sólo por la fuerza de las armas, no habrá de resolverse jamás.

Desayunamos con decapitados, almorzamos con masacres, cenamos con crímenes impunes que aunque se acumulan uno tras otro, se olvidan muy pronto, en lo que sobreviene el próximo escándalo, la próxima tragedia.

Todo se reduce a la estadística, a muertos sin nombre y sin historia. Perdidas ya la capacidad de asombro, de indignación, de organización social frente a la violencia dejamos que la muerte, porque a ella nos hemos acostumbrado, se cuele, todos los días, en nuestras casas.

Y como cunde el miedo cunde también la intolerancia y hay cada vez más voces que se alzan pidiendo mano firme, castigo expedito, muerte para los delincuentes.

Transformase así, para muchos, la justicia en venganza y de pedir la muerte del criminal se pasa, porque en la guerra sucia electoral así se opera, a pedir también la muerte de quien se atreve a sostener una posición critica ante la estrategia gubernamental.

Desfondadas, ante los ciudadanos, las instituciones no ofrecen ya alternativas y amenaza la ley de la selva con instalarse entre nosotros.
Como es “entre ellos que se matan” nadie se preocupa por abrir siquiera una averiguación previa.

La “justicia”, como dice el epígrafe de este escrito, entiéndase lo que se entienda por dicha palabra, es ya, entre nosotros, mucho más importante que la vida.

Si una madre, como Marisela Escobedo clama justicia ante el mismo palacio de Gobierno, las puertas del palacio se cierran ante ella y un sicario ahí mismo le pega un tiro en la cabeza. Poco habrá de durar el escándalo, piensan y quizás con razón los gobernantes.

Y si migrantes centroamericanos, si el padre Alejandro Solalinde, en la ruta ya del martirio, del mismo martirio de Monseñor Romero. Si los gobiernos de Honduras, El Salvador y Guatemala denuncian el secuestro de 50 personas, en este país donde hace muy poco fueron masacrados 72 migrantes, nada se hace para atender esas voces que se alzan.

Los hechos se niegan. El gobierno federal se ofende y luego, final y tardíamente, promete investigar. Botón de muestra de la falta de respeto por la vida fue el trato dado, por ese mismo poder, a los cuerpos de los 72 migrantes asesinados por los Zetas.

La crisis humanitaria, “el holocausto” que Solalinde trata, según él mismo lo declara, de “visibilizar”, es como la tragedia de tantos otros connacionales, que no son parte de la historia, que no tienen nombre y apellido relevante, totalmente invisible.

No podemos seguir así. Hemos de luchar, en ello nos va la sobrevivencia como nación, nuestra dignidad como ciudadanos, nuestra integridad personal para recuperar y defender, sobre todas las cosas, el valor de la vida.

Ha de ser esta y como dice Amos Oz lo más importante, lo más prioritario; lo que esta por encima de ideologías, credos y convicciones. En eso, en la celebración de la vida, es que hay que unirnos.


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jueves, 16 de diciembre de 2010

Rosalba o el heroísmo cotidiano

Texto publicado el 23 de diciembre de 2005


"Tanto dolor se agrupa
en mi costado
que por doler me duele
hasta el aliento".
Miguel Hernández

Este 20 de diciembre, a los 40 años, en la Ciudad de México, su ciudad y la mía, murió también como de rayo Rosalba Ibarra Almada, mi hermana, a quien tantos y tanto queríamos.

Mentira que hubiera vivido atada a una silla de ruedas: ella volaba. Mentira también que la máquina de hemodiálisis la encadenara: ella ahí postrada era la libertad misma.

Alguien, en un cariñoso pero vano intento de consuelo, me dijo: "Ya descansa de sus sufrimientos". "El problema -le contesté- es que ella no quería descansar todavía, quería seguir luchando".

Los héroes, como ella, ni saben ni quieren descansar. Lo suyo es la lucha, no la conformidad. No pueden, no aprendieron jamás a resignarse. No se acomodan. No se rinden.

Por eso la vida, las ganas de vivir más bien, que siempre le sobraban a Rosalba, se imponían con su fuerza a la dictadura que aquél, su pequeño cuerpecito maltrecho, trataba inútilmente de imponerle.

No hubo a lo largo de su vida dolor que le fuera ajeno. Desde que nació la enfermedad no le dio tregua. Uno tras otro, implacables, se sumaban los padecimientos más agudos, más graves cada vez, ensañándose con ella. Siempre había algo peor aguardando en su camino.

Visitante constante de quirófanos y hospitales del brazo de mi madre, andaban las dos siempre iluminando con su esperanza a toda prueba esos fríos lugares donde más de uno, entre las decenas de especialistas que la atendieron, pronosticaba su inminente muerte.

Otros, apabullados por la tragedia, habrían convertido, hundidos en la desesperanza, la amargura y la autocompasión, ese peregrinaje en una sola, larga y oscura pena. Rosalba no. Sabía que ese era el camino, había que hacerlo con alegría y con fuerza y a otra cosa.

Muchos solían decir al verla, más aun al mirar su expediente plagado de condenas a muerte no cumplidas: "¡Es que vive de milagro!", qué va, estaban equivocados. No vivía de milagro, ella era el milagro.

Sé que de los muertos suelen decirse grandes cosas. Más todavía de nuestros muertos, de aquellos que nos duelen y además tanto.

Y, sin embargo, yo que he mirado cómo los hombres en la guerra son capaces de las más grandes hazañas y las más oscuras villanías; yo que he tenido el privilegio de registrar momentos culminantes de la lucha social, de esa lucha de la que el Che Guevara dice que a fin de cuentas no es sino obra de amor; yo que he tratado en vano de descifrar el misterio del heroísmo, que me he preguntado, tantas veces, cómo es que surgen aquellos locos, aquellos santos, aquellos iluminados que dicen: "Cambiemos el mundo", y no conformes con decirlo se lanzan a hacerlo pagando con su vida esa osadía.

Yo, digo, que he filmado tantos funerales, con ese inevitable cinismo del que te va revistiendo la costumbre, con esa distancia obligada en la que te coloca el periodismo, con esa capa de frialdad que debes ir tejiendo, so pena de desmoronarte y para no caer de bruces ante tanto dolor acumulado.

Yo, Epigmenio Ibarra, combatiendo sin demasiado éxito con las palabras que escribo, con la sensación de que impúdicamente desnudo mis sentimientos ante el lector, pero con la certeza de que es ésta mi obligación, debo hoy decir y aun a riesgo de que se piense que exagero y que es natural que así lo haga pues se trata de mi hermana, debo decir, insisto, que entre los grandes héroes a cuya vida y muerte me he aproximado, de quienes he sabido por los libros, a quienes he aprendido a amar y respetar, los que iluminan mi camino, el camino de los hombres, ahí, entre ellos, está mi hermana queridísima Rosalba Ibarra Almada.

Qué dolor y qué orgullo, qué privilegio el haberla tenido tan cerca tantos años. Qué frío el que se siente al saberla para siempre ausente. Fue la suya, como ninguna, una vida plagada de heroísmo. Difícil de imitar. Imposible de olvidar.

Pero junto a esa Rosalba que se nos fue, por cuya muerte, la muerte, y pese a las muchas y anticipadas predicciones de los médicos, ha de sentir vergüenza, pues ha cometido un artero asesinato. Junto a esa Rosalba, digo, junto a ella, fundida con ella todos los días, todas las noches durante 40 años siempre atenta, solícita, amorosa, siempre ahí junto a Rosalba, otra Rosalba, nuestra madre. Ajena también a la autocompasión. Lista, por el contrario, siempre para brindar consuelo.

Espejo de los padecimientos, mano sobre la herida, sonrisa que apacigua, constancia y firmeza que consuelan. Rosalba y Rosalba. Madre e hija. Dolor sobre dolor que sumados se vuelven alegría. ¿Quién puede entender ese misterio? ¿Y quién puede, por Dios, imaginar a la una sin la otra?

"Escucha a Rosalba, te va a hablar", me dijo ante su ataúd un querido amigo.

Y es eso lo que voy a hacer. A eso lo invito, amigo lector: a estar atento a esa voz, al amoroso, tenaz, incansable llamado a celebrar la vida, haciéndola más justa, más libre, más digna.
Mentira pues, insisto, y así termino, que Rosalba hubiera vivido atada a su silla de ruedas. ¡Qué va!

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jueves, 9 de diciembre de 2010

CRÓNICA DE UN SUICIDIO ANUNCIADO

Tercera y última parte

Quizás son los orígenes priistas de muchos de sus dirigentes; quizás también el resultado del ejercicio del poder y el descubrimiento de las ventajas de vivir de la nómina o bien el hecho de que, mimetizados con el sistema político mexicano, los antiguos luchadores sociales, hicieron finalmente suyos usos y costumbres contra los que antes combatieron.

Lo cierto, en todo caso, es que la izquierda mexicana se ha transformado, tristemente, en sólo un aparato electoral más y peor todavía en un aparato que, centrando sus aspiraciones, como los demás, exclusivamente en los comicios no tiene, a estas alturas y por esa vía, ni siquiera perspectivas de victoria.

De la creatividad y la audacia, del compromiso con la transformación del país, de la capacidad de formular un proyecto coherente de nación y de comunicarlo con inteligencia y emoción a grandes capas de la población, de ese viento fresco del que hablaba Flores Magón, de ese impulso ético inclaudicable no queda hoy, en las filas de la izquierda, prácticamente nada.

La sucesión presidencial del 2012, la disputa por la candidatura de la izquierda, las maquinaciones para lograr esa posición a toda costa y las maniobras para cerrarle el paso a posibles adversarios son lo único de lo que, como en cualquier otra agrupación política tradicional, se ocupan dirigencias de tribus, facciones, movimientos y partidos.

Nada más allá de los comicios, de su propio futuro personal, del cargo, la curul a la que se aspira, el presupuesto que habrán de ejercer mueve a los jerarcas de esta izquierda burocratizada que, por esta misma razón, en nada parece distinguirse ya de las otras fuerzas políticas.

Y como ese, conseguir un puñado de votos, parece ser su único objetivo, son las organizaciones, partidos y movimientos de la izquierda sin excepción como los demás partidos, rehenes de mercadólogos y charlatanes.

Ahí donde antes había ideas hoy hay sólo slogans. El lenguaje publicitario, el del vendedor, el del propagandista que apuesta a pulsar los más primitivos instintos sustituye a las grandes propuestas de transformación del país. De ahí el alejamiento con los jóvenes que, precisamente por ser jóvenes y como decía León Felipe, “ya se saben todos los cuentos”.

¿Qué lejos ha quedado la izquierda de aquel intento de asalto al cielo, de aquellas movilizaciones marcadas por la imaginación y la creatividad desbordadas? La corbata ha estrangulado a los dirigentes; las vallas metálicas en las plazas a las masas.

Lejos están las jornadas del 88 y el 97. Lejos también las multitudinarias manifestaciones contra el desafuero. Pudieron tanto Cárdenas como López Obrador haber convocado a la insurrección. En un gesto que los honra, apostaron por la paz y la transformación institucional del país, se perdieron, sin embargo, ambos, en los meandros de la burocracia electoral.

Ahí donde antes la izquierda significaba esperanza es ahora costumbre y desprestigio. Donde sus dirigentes marcaban la diferencia por su integridad, su creatividad, su arrojo son ahora, iguales a aquellos que representan lo que la gente ya ni escucha, ni respeta.

Todo parece reducirse, para unos y otros dentro de la izquierda y como hacen quienes antes eran sus enemigos ideológicos, al más grosero cálculo electoral, a la rebatinga de cuotas de poder, de clientelas, de prerrogativas. Sólo por el voto vienen a la gente; una vez obtenido se van dejando a esa misma gente en la estacada.

En función de esto, de esta mentalidad de aparato electoral, es que se establecen alianzas contra natura o se rompe la vinculación con un programa político que tenga aun significado real para la población, con un cuerpo de principios que produzca admiración y respeto. Todo es fuego de artificio; maniobra de imagen pública.

Se han producido así aberraciones como la utilización y colocación de personajes como Juanito en el poder delegacional o ese esfuerzo suicida de pavimentación del camino del PAN a la presidencia mediante alianzas regionales con ese partido que ha frustrado la transición a la democracia y traicionado, desde Vicente Fox, el mandato recibido en las urnas.

Paso a paso la izquierda camina a su autodestrucción. Cegados por la ambición; por ese puñado de votos que, si siguen por este camino, nunca conseguirán, los dirigentes van demoliendo hasta sus propios cimientos no sólo esfuerzos y organizaciones construidas con el sacrificio y la sangre de generaciones de militantes y luchadores de la izquierda sino, sobre todo, las posibilidades reales de una transformación profunda del país.
Despiadados consigo mismos han de ser quienes en la izquierda militan, feroces en la autocrítica, lúcidos y devastadores en el análisis. En el espejo que los refleja como profesionales de la derrota han de mirarse sin complacencia alguna. Sólo de ese ejercicio puede surgir de nuevo la esperanza. Nadie entre ellos está libre de culpa y serán, todos ellos, si no actúan en consecuencia, responsables de que el país siga siendo el botín que se reparten el PAN y el PRI a su antojo.

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jueves, 2 de diciembre de 2010

CRONICA DE UN SUICIDIO ANUNCIADO

2ª. de tres partes

No resiste la izquierda electoral mexicana, o lo que queda de ella y pese a tener significados diametralmente opuestos, ni la derrota, ni la victoria. Ambos fenómenos producen en ella una erosión profunda y acelerada. La separan, la rompen, la hacen campo fértil para la discordia, la ponen en la ruta de la auto demolición.

Los instintos suicidas, tan característicos en la historia de la izquierda mundial, se multiplican en la izquierda mexicana a tal grado, tanto por el éxito como por el fracaso electoral, que terminan haciendo, sus propios dirigentes y militantes, el trabajo sucio de la derecha.

Y si quienes preconizan, con el pretexto de cerrar el paso al PRI, alianzas, por ahora estatales con el PAN, se anudan al cuello un lazo con el que habrán, a un tiempo, de ahorcarse y de facilitar el mantenimiento de la derecha en el poder, los otros, los que a estas alianzas se oponen, tienen ya la pistola, por ellos mismos cargada y sostenida, amartillada en la sien.

Dice un amigo europeo que la tragedia del país estriba que, en el 2006, ni el PAN estaba preparado para ganar, ni el PRD de López Obrado preparado para perder. Ambas fuerzas, al final, fueron tomadas por sorpresa y somos todos los que estamos pagando las consecuencias.

Relativamente sencillo, sin embargo, ha sido para el PAN y para Felipe Calderón, desde el poder hacerse a la idea de que gobierna. Tienen muletas para hacerlo; los barones del dinero, la Iglesia y sobre todo la TV, a la que sirven, ante la cual han bajado la testa, mal que bien les han marcado el rumbo.

No es este el caso de la izquierda. La pérdida de la presidencia que sentían, luego de las jornadas épicas y victoriosas del desafuero, prácticamente en el bolsillo, tuvo en ellos un efecto devastador.

Confiado, soberbio, López Obrador minimizó durante la campaña electoral la fuerza letal de los ataques de la derecha. Atento a los números de las encuestas, mirándose en el espejo de las plazas llenas se olvidó de que, esas mismas plazas llenas, no significan necesariamente urnas repletas a favor de ese candidato al que masas vitorean en los mítines.

Menos todavía cuando la TV, el dinero y el púlpito unidos manipulan, haciendo uso de su enorme poder e influencia, a la ciudadanía, cultivando, fomentando en ella el miedo y la zozobra y haciendo brotar los instintos más primitivos para revertir, a veces en los últimos minutos, justo cuando el ciudadano está en la urna a punto de cruzar la boleta, el sentido del voto.

No tuvo López Obrador a nadie, dentro de su equipo, que fuera capaz de decirle “no”, “ese no es el camino”. Lo dejaron, de alguna manera, hundirse. Y esas cuentas, la de esa irresponsabilidad, las de esa ineficiencia de su equipo, ni fueran presentadas por sus colaboradores, ni les fueron exigidas por el dirigente.

Todos se sentían ya en Palacio y en consecuencia obraron. Nadie entre ellos se hizo cargo de los errores. Instalados en la denuncia del fraude, que sí lo hubo pero pudo evitarse, se olvidaron de que ellos mismos, ocupados en el reparto anticipado del poder, cedieron posiciones estratégicas y permitieron a la derecha asestar el golpe.

La unidad en torno a López Obrador estaba fincada en las esperanzas de victoria y no en el compromiso común de transformación del país. Casi el mismo día de las elecciones comenzó la desbandada.

Si los hoy “aliancistas” se quedaron todavía un tiempo a su lado fue mientras creyeron que había alguna posibilidad de revertir el resultado. Luego, ya en sus curules, se apresuraron a tender la mano al vencedor y buscar su tajada del pastel.

Enfrascados como estaban, los dirigentes de la coalición opositora, en negociar las parcelas de un poder que todavía no conquistaban descuidaron el trabajo organizativo. El aparato magisterial de Elba Esther Gordillo aprovechó el vacío e insertó en miles de casillas electorales a sus operadores.

Tampoco de esto y más allá del ejercicio autocrítico de López Obrador, que si reconoció después de un tiempo esta falla, nadie en su equipo se ha hecho cargo.

El propio discurso del candidato opositor, por otro lado, fue, antes de eso, la materia prima de los ataques de los medios masivos de comunicación. Los propagandistas del PAN, siguiendo la ruta de Goebbels, tuvieron a su disposición elementos suficientes para orquestar la guerra sucia.



Fue la elocuencia de López Obrador, buena para el calor y la distancia de la plaza, pésima para la frialdad, la cercanía y la capacidad de escrutinio de la pantalla, la que permitió –y aun permite- a la TV y a muchos medios escritos caracterizarlo, con éxito y ante millones de ciudadanos, como “un peligro para México”.

Más que su programa político lo que causa temor, lo que era y sigue siendo explotado por los propagandistas, es su tono. Más daño hacia –y hace- su retórica encendida que sus ideas y propuestas de gobierno y tanto que pocos le reconocen su enorme esfuerzo para mantener la paz en este país.

Pero de eso –de la institucionalidad de López Obrador y también de Cuauhtémoc Cárdenas- y del camino que puede haber para la izquierda hablaremos la próxima semana.


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