jueves, 27 de marzo de 2008

LA PATRIA ES PRIMERO

Somos muchos los millones de mexicanos que estamos hartos de que la simulación y la mentira sean, en este país, el método de gobierno más socorrido y también más efectivo. Somos muchos lo que ya no toleramos la impostura del sistema. A los que el obsceno bombardeo de propaganda gubernamental no nos ha terminado de convencer todavía de que habitamos en ese país idílico -que existe sólo en la pantalla del televisor y en el discurso político de quienes tienen hoy el poder en las manos- donde se vive ya una democracia plena amenazada sólo por provocadores que no se resignan a aceptar su derrota. Somos muchos los que no olvidamos las trampas desde el poder en la última elección presidencial y quienes aun nos sentimos burlados, ofendidos y obligados a lavar esa afrenta.

Somos millones los que nos resistimos a pensar que la corrupción –y corrupción es también ganar a la mala- es, en tanto irremediable, una forma de vida, casi la única y que sólo nos toca aceptarla so pena de ser tildados de rijosos o fanáticos. Somos muchos los que aun creemos que, más allá de los intereses particulares –gremiales o empresariales, partidistas o de aparato- bajo los cuales, acomodados y conformes solemos ampararnos, hay un interés superior y es el de la nación y que en torno a ese interés, con ese interés como bandera, podemos y debemos marchar.

Somos muchos pues los que aun pensamos que en efecto la patria es primero en tanto que “la patria –como dijo AMLO este 25 de marzo en el Zócalo- es el ámbito de inclusión donde lo que se defiende es la continuidad del proyecto democrático”.

Somos muchos también, los que más allá de los conflictos internos en el PRD, de las triquiñuelas o malas mañas, de la traición de sus propios dirigentes a los principios fundacionales (“patria para todos” dicen esos principios) de esa organización, sentimos y sabemos que hay todavía mucho por hacer desde la izquierda democrática.

Una izquierda más amplia todavía que el propio PRD, más audaz en sus formas de organización y de acción, menos vulnerable ante la seducción del poder establecido y ante sus propios vicios.

Somos muchos los que sabemos, que a pesar de los embates, del aparente desmoronamiento de la segunda fuerza política del país, que la izquierda, esa izquierda que debe reinventarse continuamente, no se agota en las corruptelas de unos cuantos.

Para que este país cambie y pueda vivirse en él con más dignidad, en un ambiente de justicia, democracia y paz hace falta ese impulso ético, esa pasión por las mayorías, esa creatividad que va más allá de los dogmas del marxismo, que rompe con los moldes del aparato político tradicional y se convierte en una corriente vital, en un aliento profundo, motor de las transformaciones aun pendientes en nuestro país.

Somos muchos los que tememos y con razón que el gobierno intente enmascarar, con su reforma y por más que lo niegue, una privatización sui géneris pero privatización al fin, de PEMEX y que con eso acoten drásticamente las posibilidades de un desarrollo social con justicia y equidad.

En el pasado los priistas se valieron de la riqueza petrolera para perpetuarse en el poder. PEMEX y su sindicato eran, no sólo su caja chica, sino su instrumento de corrupción más importante; con ese dinero sucio engrasaron por décadas el mecanismo que mantuvo vivo el antiguo régimen. El PAN, que vivió parte de esa bonanza y si no habría que preguntarle a Mouriño de dónde viene su riqueza, necesita ahora y por las mismas razones, esa misma moneda de cambio. ¿Por qué no habría de entregar el petróleo o lo que sea si otro tanto se ha hecho ya con la banca o una parte vital del espacio radioeléctrico?

Así desde una indignación que no cesa. Desde la esperanza de que no habremos de caer victimas del aletargamiento o la frustración. Saludo y celebro el último discurso de López Obrador en la Plaza de la Constitución. Acostumbrados a buscar sus gazapos, a enfatizar sus fintas de peleador de mitin, que son demasiadas y que no le hacen demasiado bien a nadie, escapó a muchos en la prensa nacional, el carácter fundacional de ese discurso.

No dio AMLO en la plaza el banderazo de salida sólo a quienes habrán de realizar bloqueos, sentó, me lo parece, la simiente de lo que puede volverse un ariete de transformación. Ojalá mantenga ese tono. “Suba al pueblo” con su discurso y no ceda ante la tentación de pulsar, de manera eficiente pero elemental, a las masas.

El petróleo hace patria. En torno al petróleo se construye, se organiza una visión de la patria. De la patria entendida como un espacio donde la democracia no es sólo la disputa periódica del poder sino un sistema que permite mejorar las condiciones de vida de las mayorías. En torno al petróleo y su defensa puede armarse, se está armando ya, la nueva izquierda que este país necesita, una que no olvide de nuevo, que la patria es primero.

viernes, 21 de marzo de 2008

QUÉ MANERA DE PERDER

Carta a la dirigencia perredista

Profesionales como son de la derrota lograron ustedes al fin su cometido. Se hundieron en el fango facilitándole la labor al adversario cediéndole el terreno. Interesados sólo en el reparto del botín, de la nómina, de los cargos internos, de las posiciones de poder y la atención de las diferentes clientelas, terminaron todos por quedarse con las manos vacías. No importa quién de ustedes gane, al final perdieron, perdimos todos. Perdió el país.

Es pues el suyo, señores dirigentes de tribus, facciones, corrientes del PRD, un crimen, largamente anunciado, de lesa democracia. No pudieron en su proceso electoral interno hacer valer los principios que dieron origen y razón de ser a su partido. No sólo traicionaron con sus mañas la lucha de decenas de miles de mexicanos, muchos de los cuales entregaron sus vidas por esa causa, sino que se convirtieron en un remedo, en un subproducto del antiguo régimen al que debían combatir, asimilando sus peores vicios. Son hoy, todos ustedes, sólo una lamentable caricatura del caciquismo priista. ¿Cómo se atreverán luego de esto a tildarse de demócratas y además revolucionarios?

No tuvieron ustedes, inmersos como están en sus luchas clandestinas, la visión de país, el compromiso con sus compatriotas, la integridad moral que demanda una lucha desde la izquierda y con la izquierda para defender los intereses de las grandes mayorías. Tampoco tuvieron el coraje, la dignidad, el valor de preservar un capital político que no les pertenece y que es vital para el futuro del país.

Ese capital político, el que han dilapidado tan miserablemente, nos pertenece a los 15 millones de mexicanos que con nuestros votos los hemos puesto donde están, disfrutando un estipendio, haciendo uso de prerrogativas que pagamos todos. En cargos públicos para los que nosotros los elegimos y por los cuales sólo a nosotros los votantes deben rendirnos cuentas. Un capital político en el que muchos ciframos la esperanza de arrancar al gobierno, a su partido, a los representantes del antiguo régimen, cambios estructurales profundos que son, a fin de cuentas, la única garantía de una paz, que sin justicia ni desarrollo, no tiene futuro.

Indigna saber que, como la derecha lo había previsto, no lograron ustedes comportarse con pulcritud y decoro. Hemos sido defraudados –hablo de los que votamos por ustedes- por individuos incapaces de anteponer a sus mezquinos intereses los intereses de una nación sedienta de transformaciones. ¿Quién se encargará hoy de las mismas? ¿En quién confiar para que conduzca con solvencia moral, con cohesión orgánica, con eficiencia política el proceso? ¿Para qué se desgañitan en la plaza o rasgan sus vestiduras en la tribuna prometiendo defender a toda costa principios y valores que en su propia casa son incapaces de sostener?

Todos ustedes –habrán de disculpar que cuelgue a todos el pecado- por acción o por omisión jugaron sucio. Unos, conveniente y públicamente se hicieron al margen del proceso electoral y se mostraron sin candidato ni preferencia abierta, mientras en la oscuridad maniobraban a favor de uno o en contra de otro.

Otros condenaron con tibieza las malas mañas pero fueron incapaces de crear una corriente moral de rechazo a las prácticas fraudulentas. Más bien se pusieron al pairo esperando ser beneficiados o por la turbulencia o por el viento a favor de un candidato determinado.

Otros más metieron las manos hasta el fondo en defensa de su candidato y fueron desde un apoyo público decisivo pero indebido, que rozaba, sólo rozaba, la ilegalidad hasta la manipulación del padrón o los más sucios trucos el día de los comicios.

Desde el omiso al que robó las urnas. Desde el que desde su posición de liderazgo moral se abstuvo al que mandaba cartas. Desde el que a pesar de su indignación se quedó callado y se dejó llevar hasta el que, sin ninguna posibilidad de triunfo, se presentó como candidato o se sumó a una candidatura perdida de antemano sólo para ganar una posición más favorable en la negociación que se avecina. Todos cargan con el peso de una responsabilidad histórica.

No hay nadie entre Ustedes señores de la dirigencia que quede limpio. Que conste que en su partido militan mexicanas y mexicanos de excepción a los que ustedes antes que a nadie les han fallado. Todos son, sin importar la tribu a la que pertenecen, protagonistas, autores de esta debacle.

Lástima que no sea sólo de ustedes la debacle. Lástima que con su fracaso nos arrastren a todos. Lástima que den así la razón a quienes, empeñados en el linchamiento mediático de la izquierda, le cierran el paso a las transformaciones que el país necesita y que sólo con el impulso ético de una izquierda comprometida y limpia pueden conseguirse. Lástima que pierdan –como segunda fuerza política- su oportunidad histórica. Otros habrá, estoy seguro, que no seguirán sus pasos, que no habrán de encajar en el patrón de corrupción de nuestro sistema político tradicional.

jueves, 13 de marzo de 2008

UNA IMPERDONABLE OMISIÓN

La semana pasada, al escribir a bocajarro, sobre lo sucedido en la frontera entre Colombia y Ecuador cometí una imperdonable omisión. El peso de la misma en mi conciencia se ha venido haciendo más grande con el paso de los días. No escribí entonces –no tuve acceso a la información hasta después de haber enviado el articulo- sobre los jóvenes estudiantes mexicanos asesinados –esa es la palabra que debemos usar- por el ejército colombiano. Me hice, de alguna manera, parte del silencio. No condené el hecho. No me sumé a las voces que dignamente lo denuncian. Tampoco hice un reconocimiento a los caídos.

Hoy en su memoria, por su memoria intento corregir esa omisión y me sumo a quienes, con razón, acusan al gobierno de Álvaro Uribe por este doble crimen: la violación de la soberanía de un estado vecino y el asesinato de nuestros compatriotas que eran, todo así lo indica, civiles y estaban desarmados.

Antes que nada debo decir –a pesar del escándalo de las buenas conciencias- que honra a la UNAM que de sus aulas salgan todavía jóvenes que mantienen vivo un aliento de rebeldía. Desde ahí partieron, en otros tiempos, muchos a luchar en otras tierras. Desde ahí también se hizo oír una potente voz solidaria con los pueblos de Viet Nam, de Chile, de Argentina, de Nicaragua y El Salvador. Desde ahí, espero, seguirán surgiendo luchadores sociales, jóvenes comprometidos con la transformación democrática de nuestro país y del continente.

Ciertamente no son las FARC, desde mi punto de vista, una organización que merezca la generosa solidaridad que reciben como si se trataran todavía de un ejército guerrillero. Triste pues que estos jóvenes hayan entregado su vida en una aventura que tenia desde su arranque y por los compañeros de viaje todas las trazas de terminar trágicamente.

La organización de una excursión tumultuaria –en asuntos guerrilleros más de dos son muchedumbre- a un campamento que por su ubicación, a sólo 2 kilómetros de la frontera y sobre todo por el hecho de ser la base desde donde operaba Raúl Reyes, era un objetivo militar estratégico para el ejército colombiano, no es sólo una tremenda irresponsabilidad de los mandos de las FARC sino la expresión más clara del relajamiento y descomposición de una guerrilla que ha perdido sus ideales y por tanto sus habilidades conspirativas, su disciplina y su capacidad de garantizar –con un estado de alerta adecuado y disposición de combate- la seguridad de una campamento de esta naturaleza.

Pero si las FARC actuaron con relajamiento e irresponsabilidad y pusieron de alguna manera a estos jóvenes en la mira. Son el ejército colombiano, sus mandos, el Presidente Álvaro Uribe quienes dispararon los fusiles y quienes presumiblemente ejecutaron a mansalva a los sobrevivientes.

Se trató además y hay que decirlo de un crimen ejecutado con premeditación, alevosía y ventaja. Puede establecerse con mínimo margen de duda que Uribe y sus generales estaban enterados y concientes al desatar el fuego de que, precisamente esa noche, con Raúl Reyes pernoctaban en su campamento los estudiantes mexicanos quienes, de manera abierta y ante los ojos de los aparatos de inteligencia de México, desde donde partieron, de Ecuador, donde participaron en un congreso que era como un escaparate y a los del propio gobierno colombiano, fuera y dentro de su territorio, fueron víctimas y quizá más que eso, señuelo para lanzar la operación.

No es difícil pensar que la observación por fuente humana del campamento y su entorno era continua y precisa. Más allá de las novelas de ciencia ficción que atribuyen el éxito de este tipo de operaciones a la tecnología, lo cierto es que son hombres (traidores infiltrados en el campamento alentados además por las millonarias recompensas que ofrece el gobierno colombiano o soldados de fuerzas especiales) los que trasmiten al mando la posición, condiciones de defensa, cantidad y composición de la fuerza acampamentada y marcan el lugar y la hora adecuada para el ataque y garantizan así su éxito.

Esta observación llega a ser tan detallada, tan cercana que incluso por sus voces identifican a los habitantes regulares de un campamento y establecen, tomando fotografías o videos de los mismos, los lugares donde se protegen –como en este caso-las computadoras, los insumos estratégicos y los jefes.

Ni para los norteamericanos, ni para los israelitas, ni para los colombianos que actúan al amparo de la doctrina antiterrorista existe siquiera el concepto de bajas colaterales. Saber que había civiles ahí, con Raúl Reyes no detuvo la operación, al contrario, dio a los mandos la certeza de que podían cazarlo. No podemos ignorar este hecho. No podemos callar ni permitirnos solapar el crimen. Esos jóvenes caídos demandan justicia. Exigen, con sus cuerpos destrozados por la metralla, allá en la selva ecuatoriana, que el gobierno mexicano actúe ya con firmeza y dignidad.

jueves, 6 de marzo de 2008

GUERRA ES GUERRA: CASI SIEMPRE

Álvaro Uribe, Presidente de Colombia y quien en el pasado como componente de su estrategia contrainsurgente utilizó sin mediar escrúpulo a los sanguinarios paramilitares, juega otra vez con fuego. La violación de la soberanía ecuatoriana, con la incursión que cobró, entre otras, la vida de Raúl Reyes, el segundo al mando de las FARC, ha tensionado aun más una región que comparte selvas, guerra, pobreza, impunidad e injusticias, tráfico de drogas, donde las líneas fronterizas se han borrado, y que se ha convertido en una verdadera bomba de tiempo cuya explosión afectaría la estabilidad de toda América Latina.

En sentido estricto, si existiera una estrategia de presión permanente sobre el mando de las FARC, a Uribe le tocaría ahora incursionar en Venezuela donde, es sabido, hay también campamentos de esa, muy descompuesta por cierto, organización guerrillera y si eso pasa la bomba estalla.

Dudo, sin embargo, que esto suceda. El golpe al campamento de Reyes, más cancillería, más oficina que campamento militar, es la excepción de la regla. El aprovechamiento coyuntural y limitado de una oportunidad impuesta más por el contexto internacional y la intención de modificar a punta de balazos la correlación de fuerzas regional – y neutralizar así el protagonismo de Chávez- que la decisión real de Uribe de, por fin, pasar a la ofensiva.

Y es que la guerra -“Guerra es guerra” se decía en el Salvador para justificar la actividad militar constante y radical- en Colombia, más que una forma de acabar con la vida del contrario, se ha transformado en una forma de vida para ambos bandos.

El ejército se beneficia desde hace décadas con el conflicto y en el terreno, sin actitud ofensiva y falta de coraje, muestra poca o nula voluntad de acabar totalmente con su enemigo. Tiene razones, miles de millones de dólares que no cesan de llegar de Washington, para no hacerlo.

Otro tanto sucede con las FARC cuyo carácter “revolucionario” se ha perdido con el paso del tiempo. Con más armas, recursos y hombres que cualquier guerrilla en América Latina las FARC, integradas mayormente por “combatientes” asalariados, no se empeña tampoco a fondo en el combate.

Pareciera que entre ambos bandos han decidido mantenerse sobre las armas pero sin usarlas y repartirse el botín que la guerra, que mantienen sin librarla, les deja; unos el proveniente de Washington y otros, vaya paradoja pues lo genera fundamentalmente el consumo de droga en los mismos Estados Unidos, el que resulta del trafico de estupefacientes.

No hay guerrilla ni ejército que soporten sin descomponerse una tregua prolongada, como la que hace tiempo y por seis largos años pactaron el Gobierno Colombiano y las FARC y como la que hoy mantienen enmascarada. “Nadie –me decía en el frente de guerra un Coronel salvadoreño- se va a la guerra con el refrigerador a cuestas”.

Años, como en Viet Nam, duró la negociación en El Salvador. Nunca se suspendieron los combates. Al contrario, para sentarse a la mesa en mejores condiciones las partes arreciaban los enfrentamientos. Ni combatiendo ni negociando ni haciendo ambas cosas a la vez quieren las partes acabar la guerra en Colombia.

Tampoco hay ni ejército ni guerrilla que resista las tentaciones, la corrupción que genera el establecimiento de una especie de acuerdo tácito de coexistencia armada que paga y muy caro la población civil.

Un ejército que cede a su enemigo control territorial, centenares de miles de kilómetros cuadrados además, traiciona su misión fundamental y debilita estructuralmente al estado de cuya sobrevivencia debería ser garante. Una guerrilla que posterga, por décadas, el asalto al poder, llevando al extremo el principio de la Guerra Popular Prolongada de preservación de las fuerzas propias, se convierte al cabo de los años en sólo una banda criminal.

Esos 16000 o más hombres armados que forman las FARC, son ya más que una fuerza ofensiva la guardia pretoriana de un mando que vive cómodamente instalado en sus santuarios en el interior del país y en los que, naturalmente, mantiene en territorio de los países vecinos.

Las incursiones trans-fronterizas son ineludibles en la guerra de guerrillas que logística y operativamente no reconoce fronteras. Esos han sido los casos, por citar algunos, de la contra nicaragüense, de los sandinistas, de la guerrilla guatemalteca, del FMLN que han golpeado y han sido golpeados más allá de la frontera de los países donde operaban. No discuto que estas operaciones violenten las leyes internacionales. No las apruebo, ni justifico. Establezco sólo que se producen de manera constante y que el que se confía o se acostumbra se muere.

Raúl Reyes murió como resultado de ese aletargamiento de la guerra prohijado tanto por su organización como por su enemigo. Fue victima, todo parece indicarlo, de la observación directa, por fuente humana, por una patrulla “Recondo” o de reconocimiento a profundidad (PRAAL) que estableció sus usos y costumbres. En su campamento, en su oficina, esto puede inferirse por el hecho de que todos los cadáveres estaban semidesnudos, el nivel de alerta era muy bajo y eso facilitó la tarea a los atacantes que sólo sufrieron una baja.

Reyes cayó, cuando la guerra en Colombia se volvió por un momento, en una noche de sangre, guerra-guerra. Cuando Uribe, jugando con fuego, transgredió al mismo tiempo las leyes internacionales y ese cómodo acuerdo tácito de combatir poco y de vez en cuando.