jueves, 28 de agosto de 2008

EL BESAMANOS MEDIÁTICO DE CALDERÓN

El PAN en el poder no deja de sorprendernos; siempre resulta capaz de superar –y con creces- las trapacerías del antiguo régimen. Palidecen, ante la desmesura de Vicente Fox y Felipe Calderón, los excesos imperiales de los más eximios caudillos de ese oscuro y largísimo periodo de nuestra historia cuando la revolución institucionalizada fue gobierno y ¡ay de aquél! que se les atravesara en el camino. El inquilino de Los Pinos, como su antecesor y factotum, no deja de recordarnos con sus actos que vivimos en los tiempos del “haiga sido como haiga sido”.

Desdichado país el nuestro que se libera de unos truhanes de antología para caer en manos de otros peores. Triste favor, pues, el que a México le hicieron los promotores del “voto útil”, esos que ayudaron a Fox a sacar al PRI de Los Pinos sólo para que este y su sucesor nos hundieran en el abismo en el que hoy estamos.

Tienen razón Beatriz Paredes y sus correligionarios al festejar por anticipado la muy probable restauración. Ellos, los priistas, que saben medrar entre los escombros, que ya escuchan el clamor histérico de aquellos que dicen y cito textualmente que prefieren “a los corruptos que a los pendejos”, se preparan para hacerse cargo de estas ruinas en las que vivimos y en las que Fox, Calderón y los suyos nos han dejado.

Pero hablábamos de cómo superan los panistas los viejos excesos de los tlatoanis del priismo y para muestra basta un botón. Liberados nos sentíamos los mexicanos de ese absurdo y anacrónico ritual republicano del informe presidencial; de ese indigno espectáculo del besamanos de la clase política y los poderes fácticos rindiendo pleitesía al mandatario en turno, cuando de pronto Felipe Calderón lo revive multiplicado, en un nuevo e insufrible formato y en cadena nacional.

Ya no son hoy unos cuantos los obligados a escucharle, bajar la testa, batir palmas, mover con ellas el legendario aplausometro y fingir interés ante la retahíla interminable de cifras, autoelogios y arrebatos melodramáticos. No, eso ya no es suficiente. “Haiga sido como haiga sido” hoy nos toca a millones sufrir de nuevo ese ritual disfrazado, pues se requiere una coartada para tal tamaño de desvergüenza, como un inédito y democrático proceso de rendición de cuentas. Democracia, claro, sólo de arriba para abajo porque no me imagino a nadie que interpele a Calderón en la misma tribuna. ¿O sí, Sr. Mouriño?

Sin pedir permiso Calderón, en la pantalla de la televisión, su hábitat natural, se nos cuela en la casa para contarnos de ese país que existe sólo en su cabeza. Resentido porque diputados y senadores rijosos le han quitado la tribuna en el congreso, Calderón se sirve en la televisión, todas las noches de esta semana, con la cuchara grande, con la más grande hay que decirlo, pues la cadena nacional se inserta en los horarios con más aparatos encendidos de la jornada y en medio de los programas de más alto rating.

Menuda rabia ha de ser la de los concesionarios que pierden así los espacios más valiosos de comercialización. Menuda la factura política que habrán de pasarle a Los Pinos y que acabaremos pagando todos.

Nadie, insisto, ni siquiera Luis Echeverría en el colmo de la exaltación tercermundista, o López Portillo, con sus desplantes melodramáticos, o Salinas de Gortari y su legendaria y aun inagotable megalomanía, se habían atrevido a tanto; habían puesto tanto en riesgo.

No se trata sólo de una cadena nacional de radio y televisión el día del informe. Tampoco de una multimillonaria campaña publicitaria de esas que ponen al país entero en estado de alerta. Menos de una despiadada invasión de entrevistas pactadas en todos los medios. No, qué va. Se trata de todo eso y más.

¿Y quién autorizó y a cuánto ascienden los recursos del erario público que se emplean en esta, la más vasta ofensiva publicitaria oficial de la historia de México? ¿Y las limitaciones que la ley impone a la presencia propagandística de los gobernantes en los medios? ¿Y el riesgo de tal sometimiento ante el poder mediático? ¿Qué es eso? ¿De qué estamos hablando? Se trata del informe. No hay que escatimar. El Sr. Calderón quiere ser visto por millones de mexicanos.

Venga pues la campaña publicitaria, cuyos miles de impactos saturan la radio y todos los canales de la televisión abierta y la de paga. Y venga más. Se trata, al fin y al cabo, de “vivir mejor” y para eso nada mejor que un buen espejo, de esos de feria, donde verse grande y majestuoso.

Si el congreso no se abre que se abran pues, en los horarios estelares de la televisión y por larguísimos 8 minutos diarios, durante toda una semana ( a eso, insisto, nadie se había atrevido) las pantallas de más de 19 millones de telehogares en toda la república mexicana. Qué despropósito. Qué desmesura. Y luego hay quien se espanta porque este país parece una olla de presión a punto de estallar.

viernes, 22 de agosto de 2008

FÉ DE ERRATA

EN EL ARTÍCULO PUBLICADO EL DÍA DE HOY EN MILENIO DIARIO "DESPUÉS DE TANTO CALLAR", EN EL ÚLTIMO PÁRRAFO DICE:

Sólo así se lograra –y por eso apoyo la iniciativa de Carlos Monsivais de organizar un foro alternativo sobre la impunidad- que quienes gobiernan lo hagan como lo marca la ley: sirviendo a los ciudadanos y sirviéndose de ellos.

DEBE DECIR:

Sólo así se logrará -y por eso apoyo la iniciativa de Carlos Monsivais de organizar un foro alternativo sobre la impunidad- que quienes gobiernan lo hagan como lo marca la ley: sirviendo a los ciudadanos y NO sirviéndose de ellos.

jueves, 21 de agosto de 2008

DESPUÉS DE TANTO CALLAR

Hoy no abandona ni un solo día las primeras planas de los diarios, los espacios noticiosos de la televisión, los editoriales en la radio y sin embargo, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, siempre ha estado ahí. Es la inseguridad, la amenaza que pende constante sobre nuestro patrimonio y nuestras vidas.

Estamos a merced de la delincuencia y el aparato de estado, incapaz de combatirla con eficacia, sólo atina a dar palos de ciego; es decir, con las encuestas en la mano, busca la foto, la declaración que conquista los titulares y aplica el mismo rosario de medidas cosméticas de siempre.

No suelen ir los gobernantes, sobre todo en esta materia, al fondo del asunto. No pueden. No saben hacerlo. Les preocupa sólo apaciguar, moldear a la opinión pública. Piensan –como dice Felipe González- sólo en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones. Lo suyo es, pese a que la gravedad de la crisis exige verdaderos estadistas, a fin de cuentas vulgar talacha electoral.

Esta crisis, tan dolorosamente de moda es, sin embargo, sólo la expresión de una crisis institucional, económica, partidaria, moral que erosiona todos los aspectos de la vida pública nacional produciendo un proceso de descomposición, al parecer irreversible, del tejido social.

Ante esto algunos suspiran por la reinstalación del régimen autoritario para que este resuelva –eso creen- de golpe el problema sin importar ni el costo, ni los métodos empleados. A sangre y fuego pues.

Otros sólo creen que lo que toca es nada menos que rendirse ante el crimen, cederle el terreno; establecer con los delincuentes, como en el pasado y a través de personajes como Durazo, Nassar Haro o Sahagún Vaca, vasos comunicantes, un sistema de entres y mordidas que nos permita, a punta de corrupción y a quienes puedan pagarlo que son, para ellos, finalmente los que importan, comprar una paz precaria pero paz al fin.

Ante la tentación de invocar al autoritarismo o a la de claudicar ante los criminales. Ante la histeria y al miedo, que campean en la calle y que también y sin escrúpulo alguno se exacerban desde el poder mediático con el único fin de acrecentar ese poder, a esa crispación, a ese instinto primitivo que despierta y puede –conviene tomar conciencia de lo cerca que estamos de eso- producir hechos aun más violentos; a la invitación perversa y soterrada, al vigilantismo, a la vendetta, al linchamiento de delincuentes y policías, a la demolición de lo que queda en pie de las instituciones sólo podemos oponerle la palabra.

Y es que si en el principio fue y es la impunidad, el origen y también, de no combatírsela a fondo, el horizonte lejano de nuestros padecimientos, la palabra, la de los ciudadanos, si se escucha diáfana, si se le otorga fuerza de ley puede ser el instrumento que señale, exhiba, desnude y desarme a los impunes.

Puede ser la palabra ciudadana, si esta se expresa en un referéndum revocatorio, por ejemplo, el instrumento último de rendición de cuentas para, también, exhibir, desnudar, desarmar a los funcionarios ineficientes y corruptos, esos que con sus malas practicas, en todos los ordenes de la vida pública, hacen del país un botín que se reparten con sus cómplices: los delincuentes. No hay crimen desorganizado, dice Verónica Velasco. Los desorganizados, tercia Monsivais, somos sus víctimas.

¿Y qué puede la palabra, por más ciudadana que sea, contra los fusiles de los secuestradores y los narcos? ¿Contra las pistolas de los asaltantes? ¿Contra la venalidad y corrupción de aquellos que supuestamente deben velar por nuestra seguridad? Poco, es cierto, si no tiene fuerza de ley; menos todavía si permitimos que se escuche aislada, que siga secuestrada.

Dicen que esa palabra se oye en la radio cuando los conductores leen mensajes del auditorio. Dicen que en la tele hace su aparición estelar cuando se trasmiten entrevistas –voz pópuli le llaman- con el público. Aparece –insisten- y se vuelve además mandato, guía, luz, en los escritorios de los funcionarios a través de los sondeos y las encuestas. Suena rotunda en las marchas y en los mítines y sin embargo se escucha sólo a retazos y no tiene fuerza de ley. Tenemos que evitar que ese clamor –fuerza de vida- se usurpe o que simplemente no se ignore.

Estábamos construyendo nuestra democracia y fuimos desvalijados por delincuentes. Quedaran las instituciones a medio hacer, la jefatura del estado con un palmo apenas de legitimidad, el que dan la costumbre y el olvido. Gobernar “haiga sido como haiga sido” tiene un costo que pagamos todos. Así las cosas el país es y seguirá siendo botín fácil de los delincuentes.

Seguridad y democracia van de la mano. La rendición de cuentas, el único antídoto real contra la impunidad, depende, sobre todo, de las fórmulas de participación ciudadana y de que la voluntad que a través de esas formas se exprese, más allá del voto cada tres o seis años, tenga fuerza de ley. Sólo así se lograra –y por eso apoyo la iniciativa de Carlos Monsivais de organizar un foro alternativo sobre la impunidad- que quienes gobiernan lo hagan como lo marca la ley: sirviendo a los ciudadanos y sirviéndose de ellos. Así comienza la impunidad, así caemos en las manos del crimen; cuando se traiciona el mandato popular.

jueves, 14 de agosto de 2008

LA VIGA EN EL OJO PROPIO

Segunda y última parte



¿Qué hacemos? ¿Cómo enfrentamos los ciudadanos la grave crisis de seguridad que pone en riesgo nuestras vidas y nuestro patrimonio? ¿Cómo exigimos al estado, a los gobernantes de todos los partidos, que cumplan, sin dilación ni pretexto alguno, con la tarea de garantizar la seguridad de los ciudadanos? ¿Cómo depositamos, de nuevo, nuestra confianza en los cuerpos policíacos habida cuenta de la evidente infiltración en los mismos del crimen organizado? ¿Cómo hacemos frente a delincuentes cada vez más despiadados, cada vez mejor armados y organizados que operan, además, impunemente a lo largo y ancho del territorio nacional? ¿Qué hacemos pues? ¿Qué nos queda?

Mal consejero es el miedo. Peor todavía la histeria colectiva. Motivos para que ambos campeen en nuestro país desgraciadamente sobran. Si es inmoral, sin embargo, que los políticos saquen raja propagandística de la sangre derramada por las víctimas del crimen, suicida habrá de resultar como nación dejarnos llevar, los ciudadanos de a pie, los que estamos más expuestos a la acción de los delincuentes, por una furia indiscriminada contra las instituciones, por la sed de venganza contra los delincuentes o contra aquellos que pensamos que son delincuentes. Justicia es lo que necesitamos; que se cumpla y que alcance a todos sin excepción pero justicia al fin y no venganza.

La impotencia de tantos; el terror colectivo, la crispación que se respira en muchos lugares, el oportunismo de unos cuantos que, con muy pocos escrúpulos y desde posiciones en el poder político o mediático, explotan y azuzan descaradamente la zozobra social, pueden arrastrarnos al abismo. ¿Qué quedaría de nosotros, como país digo, si todos nos armamos, si cada quien administra a su arbitrio lo que piensa que es la justicia, si es, finalmente, la Ley del Taleón, la ley de la selva pues, la que, producto del miedo, los agravios sufridos y la incitación al linchamiento de criminales e instituciones, se instala en nuestros campos y ciudades?

De la exigencia estridente de la pena de muerte y la descalificación histérica de todos los esfuerzos de procuración de justicia por parte del estado o la condena indiscriminada a todos aquellos que portan un uniforme o una placa de policía, a la justicia por propia mano hay sólo un paso. Es preciso reconocer que no todo está podrido. Que a la ley de plata o plomo muchos, en los cuerpos policíacos o en los aparatos de procuración de justicia, responden con dignidad y ponen su sangre.

No nos equivoquemos. Dar ese paso; al vigilantismo, a la vendetta, al que muchos irresponsables nos incitan, al que la multitud de traiciones de aquellos que supuestamente debían velar por la seguridad pública nos orillan, es ponernos en el mismo plano que los delincuentes. Hablar su mismo lenguaje. No les regalemos una victoria más. Menos esa.

Ceder a la tentación de terminar de demoler lo que queda de las instituciones, echar por la borda el respeto a los derechos humanos es mirarse en el mismo espejo que los criminales, rendirse ante ellos.

Ante el crimen nos toca, conviene estar absolutamente claros de esto, fortalecer las instituciones; a los cuerpos policíacos, a las procuradurías de justicia, a los jueces y tribunales. Sin ellas no hay país. Urge refundarlas y esa tarea nos corresponde a todos. Para eso sirve la democracia.

Ya el antiguo régimen y luego Fox, ya la corrupción endémica y generalizada -ese antivalor que parece a veces en nuestro país una segunda piel- erosionaron a fondo nuestra vida pública, deshilvanando, descomponiendo el tejido social. Somos victimas, todos, de la debilidad, también endémica de nuestros democracia pues sin ella no logramos -¡cómo hubiéramos podido!- construir instituciones sólidas, ni implantar, en muchos de los servidores públicos, una noción profunda y clara de justicia. Antes bien el estado servía para medrar. Escuela de delincuentes, guarida de criminales fue por décadas y lo sigue siendo para muchos.

Acostumbrados a no rendir cuentas de sus acciones porque el voto vale poco para ellos. Irrespetuosos pues de la voluntad popular, nuestros gobernantes, violadores muchas veces -y en tanto violadores, delincuentes- de las reglas del juego democrático, incubaron el huevo de la serpiente.

La sociedad tiene en sus manos una sola arma: el voto. La inseguridad un sólo remedio efectivo; la democracia y con ella una vida institucional sólida y limpia. Que nadie se atreva de nuevo a sabotearla. Deben los ciudadanos hacer que su voz se escuche más allá de los períodos electorales. Demandemos, propongo, mecanismos como el referéndum revocatorio. Quien no garantice, sea gobernante, juez, funcionario o policía, la seguridad de los ciudadanos, quien no trabaje sin descanso para devolver la majestad a las instituciones que rinda cuentas y se vaya a su casa o responda, si así corresponde, ante un tribunal.

viernes, 8 de agosto de 2008

LA VIGA EN EL OJO PROPIO

Primera parte

No se vale teñir la política con la sangre de las víctimas de la delincuencia organizada o aprovechar el dolor de sus deudos para tomarse la foto y hacerse propaganda. Es preciso que Felipe Calderón y sus publicistas se contengan y no utilicen estos trágicos sucesos hechos para golpear a sus adversarios políticos. Otro tanto deben hacer los dirigentes partidistas o los gobernantes de otras entidades federativas que tratan de establecer una competencia macabra; tantos muertos aquí, cero allá. Es inmoral sacar raja política de la muerte violenta de un inocente.

No es mi intención tampoco lanzarme a la defensa del gobierno capitalino. Creo simplemente que nadie, absolutamente nadie, en ninguno de los tres niveles de gobierno puede decirse libre de culpa y arrojar la primera piedra. Nadie, tampoco, puede adjudicarse éxitos reales y consistentes en la lucha contra la delincuencia y ponerse a sí mismo o la institución que dirige como ejemplo.

Vivimos en las ciudades y en el campo una profunda crisis institucional. El crimen avanza y el estado no está cumpliendo con una de sus tareas esenciales, una de las que da sentido a su existencia: asegurar la vida y el patrimonio de los ciudadanos. Que nadie se llame a engaño pues; la seguridad y la justicia siguen siendo, para todos los gobiernos, de todos los signos en nuestro país, una asignatura pendiente.

Más allá de la incapacidad patente de los gobernantes, de la ineficiencia y corrupción atávica que prima al interior de muchas de las instituciones supuestamente responsables de velar por la seguridad publica, de la irresponsable falta de coordinación entre los distintos cuerpos policíacos; esta crisis, de la que apenas –me temo- vivimos sólo la primera fase, tiene su origen, tal y como sucedió en la ex Unión Soviética, en la caída, así sea sólo de la silla presidencial, del antiguo régimen.

No es que con el PRI en la presidencia no fuéramos, como somos hoy, victimas del crimen organizado, es que el control social de este partido basado en la corrupción como moneda de cambio, permitía una especie de equilibrio que hoy se ha perdido. Delincuentes, políticos y policías se repartían el botín; para todos alcanzaba y el que se desmandaba recibía su merecido.

Era esta la patria de la impunidad y el silencio. De la injusticia y la simulación. De la mordida, de la tranza. Caciques, comandantes y capos eran uno solo y la válvula de la delincuencia la operaba, a punta de una precisa mezcla de represión selectiva e impunidad, el propio estado.

Los bandoleros pagaban su coima y la policía daba –también a quien pagaba- resultados. Los ciudadanos eran victimas de ambos. El calendario electoral, las presiones externas, la megalomanía de los gobernantes los volvía de pronto campeones de la justicia y otras veces, si así convenía a sus intereses, distantes observadores, desde la seguridad del palacio, de la violencia en las calles. Así íbamos remando hasta que la alternancia en el gobierno central se instaló entre nosotros y a la mafia en el poder la sustituyó, ya sin coto alguno, la mafia en las calles.

Sucede así en las transiciones democráticas. Sucede así cuando cae un régimen totalitario y cuando sus instrumentos de control se desmadejan. Hacen falta entonces dirigentes de enorme valor, integridad y patriotismo para impedir que el país, sometido a ese proceso de descompresión autoritaria, se hunda en el abismo. Hacen falta también instituciones sólidas o la firme voluntad de construirlas. Nosotros, desgraciadamente, ni tuvimos esa suerte, ni tuvimos a ese gobernante y muy poco respeto nos merecen nuestras instituciones.

Como en la ex Unión Soviética nos tocó aquí, con Vicente Fox, a nuestro Boris Yeltsin. El de allá, borracho de vodka, terminó por entregar a la mafia el país entero. El de acá, borracho de poder y de ambición, perdió la oportunidad histórica de cumplir con el mandato popular del que, supuestamente, emanaba una enorme fuerza; la suficiente para dar la batalla. Cobarde Fox no sólo entregó al crimen organizado enormes parcelas del territorio nacional, sino que dio, a punta de desatinos y traiciones, el tiro de gracia a las instituciones.

Otro determinante de la crisis que vivimos es la vecindad con los Estados Unidos y la criminal tolerancia de su gobierno al tráfico y consumo de drogas en su territorio. Esa laxitud en el combate de las adicciones sumada a la ineficiencia de los cuerpos policíacos y a la galopante corrupción –allá también se cuecen habas- de la justicia estadounidense, que se cruza de brazos frente a los capos locales, hacen que aquí, con dólares y armas por montón, corran ríos de sangre.

Jamás los criminales en México tuvieron tanto dinero, tanto poder de fuego tan vasto territorio y tantos recursos para organizarse. Triste dilema el nuestro; si se aprieta al narco, como se está haciendo, los criminales cambian de giro. Rendirse ante él, sin embargo, no es una opción. Tampoco lo es volver al autoritarismo o pensar que la muerte se pague con la muerte. ¿Qué hacemos pues?