jueves, 14 de octubre de 2010

CUANDO EL FUTURO NOS ALCANCE

Ante la inminente y prematura muerte del sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, quien ha sido el primero en desenfundar y cuando la batalla campal para sucederlo está, entre propios y extraños, a punto de desatarse y ya todos velan sus armas.

Cuando todo hace suponer que la próxima contienda por la presidencia será, a causa del acelerado proceso de descomposición del gobierno, los partidos todos y los políticos, mucho más virulenta y sucia que de costumbre.

Cuando vemos las maniobras, cada vez más abiertas, de los poderes fácticos, que también despliegan su arsenal; la cruz, la pantalla y el dinero y actúan ya más que para seguir o apoyar a un candidato, para construirlo a la medida de sus intereses.

Y cuando sabemos que la lucha, que será sin cuartel, se librará en un ambiente enrarecido y sumamente volátil, por decir lo menos, es obligado preguntarnos sobre ese futuro que ya, a la vuelta de la esquina, nos espera.

Lo primero que hay que considerar es que será esta la primera sucesión presidencial, en muchas décadas, que se produzca en México en medio de una guerra.

Que siendo así quiénes más directamente están involucrados en los combates de la misma reclamarán, cada uno a su manera, un papel protagónico en el proceso y su cuota de poder.

Ya no la limosna institucional que sexenio a sexenio les venía tocando. Si no algo más; del tamaño de su esfuerzo, de los riesgos que corren, de sus propios muertos.

Luego de décadas encerrados en sus cuarteles hoy el Ejército Mexicano y la Armada, desplegados una gran cantidad de sus efectivos a lo largo y ancho del país, pueden, incluso, ir más allá de esta cuota de poder ampliada y caer en la tentación de intentar convertirse en el fiel de la balanza.

Más allá de los muy magros resultados obtenidos con su despliegue y sus métodos de combate, muchos generales habrá que se sientan el último valladar para contener los embates del crimen organizado ante cuyos ataques, a plata y plomo, sucumbieron prácticamente todos los cuerpos policíacos del país.

Caro pueden vender los militares, en estos tiempos donde moverse en campaña electoral por ciertas zonas, puede costarle la vida a cualquiera, el apoyo brindado a quien pretenda sentarse en la silla.

Mal han de ver también a quien promoviendo una policía nacional con mando único, pretenda desplazarlos del centro de gravedad del conflicto y regatearles la influencia creciente que hoy, después de tantas décadas en un segundo plano de la política nacional, han adquirido.

En esa dirección, me parece, apuntan las distintas opiniones de fuentes cercanas al ejército sobre el tipo de combate que está librando el narco en el país y su caracterización como “terrorismo”. No son ya, desde esta óptica, los capos y sus sicarios criminales sino combatientes y toca entonces, única y exclusivamente, a las fuerzas armadas la tarea de enfrentarlos.

Y si los militares alegando que son ellos el único cuerpo con “unidad de mando y doctrina” y mandato constitucional expreso se aprestan a hacer valer su peso en la realidad política nacional otro tanto habrán de hacer los mandos civiles que se han empeñado en la lucha contra el crimen organizado.

Venidos unos de los órganos de inteligencia y seguridad nacional estos mandos se aprestan a cobrar al poder político los muchos favores recibidos. El más grande de sus deudores, aunque todos con ellos tienen saldo pendiente, es el propio Felipe Calderón quien en parte les debe estar sentado en la silla.

Pese a sus continuos descalabros, estos mandos, entre ellos, muy especialmente Genaro García Luna, son los que reclaman para sí los éxitos más importantes del gobierno en la lucha contra el narco y los que mayor exposición mediática han obtenido.

Nada más peligroso para un alto mando policial, y sobre todo para el país, que una cámara de televisión a su servicio. Nada más letal que su ambición multiplicada por la presencia en pantalla; necesidad obligada de un gobierno que cree que la guerra se gana a punta de spots y propaganda.

Sabedores de que los archivos documentales y las grabaciones que han acumulado sobre dirigentes políticos, luchadores sociales, opositores, empresarios y lideres religiosos son su más importante activo.

Concientes de que sus habilidades de espionaje han sido y serán altamente valoradas en una guerra sucia como la que se aproxima, esperan cobrar un adelanto. Quieren que, antes de la salida de Calderón, se les premie con ese cuerpo policíaco nacional que competiría en tamaño y fuerza con el ejército mexicano. Logrado este objetivo, piensan, el salto, de un sexenio a otro, será más fácil.

Lo cierto es que quien llegue a la presidencia en estas condiciones habrá de hacerlo con un nuevo y pesado lastre, condicionado de origen, si algo no hacemos los ciudadanos, por policías o militares y esa, la del regreso de botas y uniformes, es la peor noticia para quien aspira a un futuro democrático.

Pero si esto no fuera suficientemente peligroso está el hecho, ya demostrado con muertes, que el narco tampoco se quedará ante la próxima sucesión presidencial con los brazos cruzados.

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jueves, 7 de octubre de 2010

LA GUERRA SUCIA DE CALDERÓN

En los estertores de un mandato que agoniza, ayuno de logros y amenazado por pasar a la historia marcado por un descrédito sin precedentes, Felipe Calderón relanza su campaña de odio. La misma que en el 2006, pulsando los más primitivos instintos de la población y gracias a la intromisión ilegal en los comicios de su antecesor Vicente Fox Quezada, los barones del dinero y la alta jerarquía eclesiástica, le permitió sentarse en la silla.

Aprovechando el eco que los medios hacen de las declaraciones de quien, “haiga sido como haiga sido” ocupa la primera magistratura, Calderón se mete y mete con el al país entero, de lleno y desde el poder, a la guerra sucia. Desfonda así, con sus dichos, el tan reiterado y tan retórico llamado a la “unidad nacional” centro aparente, casi el único que le queda, de su discurso político.

Quiere unidad Calderón, al estilo tradicional de los jerarcas autoritarios, pero en torno a su figura y su proyecto político. Unidad que excluye a quien piensa distinto y lo sataniza. Unidad que descalifica al crítico y le convierte, a los ojos de los que a ese llamado acuden incondicionalmente, en un traidor, en un apátrida, en un peligro para el país.

En un México ya de por sí partido y ensangrentado se atreve Felipe Calderón, que echa más leña al fuego, a profundizar la discordia y a incitar, irresponsable e impunemente, al linchamiento de aquellos que han mantenido una oposición continua, pero siempre pacífica, a su gobierno.

No contento con el estado de guerra en el que habrá de entregar el país se da el lujo de abrir nuevos frentes.

No es este, sin embargo, sólo un arranque más producto de su proverbial “mecha corta” sino una abierta declaración de hostilidades y la confesión de parte de que no habrá de quedarse, como la ley lo establece y siguiendo el camino de Fox, con las manos atadas en los próximos comicios estatales y obviamente en los comicios presidenciales del 2012.

Actúa además Calderón a sabiendas que si bien su campaña de odio, porque eso y no otra cosa es la caracterización del adversario como “un peligro para México”, operó con eficiencia siendo candidato, puede hoy, al ser lanzada desde el poder, salvarle de la debacle, sin importarle la preservación del más importante patrimonio del país: la paz social.

No ignora Calderón que en una situación de violencia generalizada como la que vivimos predicar la discordia es como apagar un incendio con gasolina. Al contrario, cuenta con eso. Sabe perfectamente que el miedo cunde en un ambiente como el que vivimos y que la definición del adversario político como “enemigo del país” lo convierte, a los ojos del que sufre ese miedo y de inmediato, en un objetivo.

A eso apostaron en el 2006 y lograron entonces desviar el curso marcado con los votos. Reincidir en la campaña del odio tal como está la situación en nuestro país puede hacer que las cosas se quieran cambiar ya no por los votos sino por las balas. De la violencia verbal a la violencia física sólo hay un paso.

No es nuevo el método, ni nueva la fórmula de comunicación del mismo. Ya la usaron en la Alemania de entreguerras los nacionalsocialistas.

Una sola amalgama hicieron, Goebbels y los propagandistas nazis al servicio de Hitler y siguiendo las pautas por él marcadas, con sus opositores comunistas, social demócratas y demócratas.

Aprovechando el antisemitismo atávico del pueblo alemán los convirtieron a todos en judíos o servidores de los judíos y luego, sumando a la ecuación a los masones, en el enemigo a vencer, en el peligro que se alzaba tenebroso contra la integridad de la “comunidad del pueblo”.

Inspirados en ese ejemplo tan “exitoso” es que los propagandistas del PAN diseñaron la campaña del 2006 misma que hoy relanza Felipe Calderón.

Miedo, crisis económica, zozobra e incertidumbre, identidad nacional golpeada, necesidad urgente de una esperanza y de un enemigo que debe ser batido y esté al alcance de las masas son los componentes esenciales para que una campaña de este tipo prenda.

Encuestadores, asesores de imagen pública y mercadólogos panistas –que son legión- saben que, hoy por hoy, esos componentes esenciales del caldo de cultivo para que campañas de odio operen con eficiencia abundan por estos lares y saben también, pero no lo dicen, que son en gran medida resultado de la pobre y fallida gestión del gobierno al que sirven.

Necesitan de nuevo, Felipe Calderón y los suyos, despertar al México bronco, oscuro y primitivo sabiendo que ese México, al que han alimentado con sus yerros, cebado con su intolerancia, azuzado con su propaganda, está ahí listo para saltarnos al cuello.

Se equivocan, sin embargo, si piensan que pueden gobernar a su antojo los impulsos de un animal tan primitivo y peligroso como el miedo y se equivocan también, espero, creyendo que otra vez millones de mexicanos habrán de ser tan ingenuos como para caer de nuevo en la misma trampa.

Eso, claro, si el poder sumado de la pantalla, el púlpito y el dinero no nos avasalla de nuevo. Contra eso hay que luchar, claros del peso inmenso de ese poder y de la eficacia que la prédica del odio, por él respaldado, tiene en momentos como el que estamos viviendo.

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