jueves, 25 de junio de 2009

PRD: LA RUPTURA ANUNCIADA

Segunda y ultima parte

Trágica paradoja la de la izquierda mexicana; para tener posibilidades reales de alcanzar una victoria electoral hubo de abrirse ideológica, programática y organizativamente tanto que terminó desdibujándose por completo. Sus victorias, su acceso al poder en cada vez más municipios y estados de la República, el haber llegado al umbral mismo de la presidencia –otra paradoja más que marca su destino- aceleró su proceso de descomposición. Mientras más ganaba más perdía.

Obviamente ni los comunistas que habían dado el salto del PCM al PSUM, ni los ex guerrilleros, ni los luchadores sociales de la izquierda sindical, campesina o estudiantil, tenían por sí solos –o incluso unidos- la fuerza suficiente para, a través de las urnas, asaltar al poder.

Tanto el desgaste sufrido por la continua y brutal represión gubernamental como el haber sido blanco, durante décadas, de una campaña permanente de desprestigio y descrédito desde el púlpito y los medios de comunicación (eran ya “un peligro para México”) como su mismo sectarismo y en muchos casos su dogmatismo ideológico (que los hacía, por otro lado, un peligro para sí mismos) los volvía incapaces de acercarse con un discurso convincente a las capas medias de la población urbana y a los sectores más conservadores del campesinado; esos que, finalmente, son los que deciden –cuando la televisión y el poder del dinero pierden momentáneamente el férreo control que sobre ellos ejercen- quién habrá de gobernar.

Enfrentar con éxito al régimen autoritario y la fuerza creciente de una derecha confesional que, gracias a las concertacesiones y al giro estratégico de la correlación de fuerzas entre los gobiernos del PRI y los poderes fácticos en muchos de los casos, comenzaba a sumar triunfos en el norte del país, implicaba necesariamente abrir el abanico de alianzas.

Había ahora que marchar del brazo con aquellos que, dentro del aparato del partido de estado y hasta ese momento, habían creído que el PRI era todavía, en tanto que producto de la revolución mexicana, una alternativa de desarrollo con justicia social.

Los enemigos de ayer se volvieron, de pronto, los aliados de hoy; a muchos de estos nuevos compañeros de viaje, sin embargo, no los movía tanto la convicción ideológica como la decepción burocrática.

Había, claro, entre ellos, mujeres y hombres dignos e íntegros, convencidos de la necesidad de recuperar los postulados originales de la revolución mexicana decididos además a hacerlo a todo trance y de ponerse al servicio de las mayorías empobrecidas. Pero había también –y su número se incrementó en la misma proporción en que crecieron las victorias electorales- muchos otros oportunistas que, simplemente, abandonaban al aparato porque éste no les había asignado una buena parte del botín.

Aportaron los ex priistas a la aventura su capacidad de organización, su conocimiento de los meandros del poder y también, es preciso decirlo, los usos y costumbres, los vicios adquiridos a lo largo de décadas de ser miembros de la elite gobernante.

El descubrimiento de que, por primera vez, el PRD tenía perspectiva de victoria, hizo que se acercaran a él, por otro lado, aventureros de toda laya. Una mezcla inestable con alto potencial explosivo se formó así. Más que un partido un frente; más que un frente una especie de coalición prendida con alfileres y en la que la calidad y el tono del debate interno iba descomponiéndose a ritmo acelerado.

Millones de ciudadanos respiraron con alivio ante la aparición de esta nueva opción, y sobre todo en el centro y el sur del país, se volcaron a las urnas a respaldar al PRD. En esa misma medida los poderes fácticos comenzaron una ofensiva, que aun hoy mantienen, para destruirlo.

Jamás organización política alguna ha sufrido un embate tan feroz, coordinado y consistente; conjurar el peligro para México que una izquierda ascendente significaba se volvió el propósito estratégico de los barones del dinero y especialmente de la televisión privada; convertida, en virtud de su desmedida influencia, en gran elector.

Convencidos de que el PRI no daba para más había que buscar una alternativa gatopardiana para sustituirlo. Fox y el PAN eran la solución. El llamado al voto útil representó el primer desgarramiento de la precaria unidad de una izquierda tan heterogénea como vulnerable; un anuncio de lo que vendría después. Ante la sombra del poder muchos de sus nuevos miembros cambiaron tranquilamente de camiseta.


Cuando llegó el 2006 la semilla de la destrucción de la izquierda estaba sembrada y tanto que, por su propio y pragmático sistema de alianzas, era ya difícil reconocerla. La fuerza brutal del embate externo no fue más efectiva, sin embargo, que lo que los mismos perredistas hicieron para perderlo todo.

La sensación de tener a su servicio una corte personal, la nube de asistentes con el celular a disposición del jefe, la camioneta y los guarda espaldas fueron, a la postre, más nocivos que el tolete; tanto que de esa izquierda original hoy no queda rastro.

A quienes tuvieron la audacia para construir este frente; supieron abrirse, crear alianzas y mantener al mismo tiempo el temple y el compromiso con las mayorías empobrecidas, a esos que han resistido la seducción del poder, hoy no les queda, me temo, más alternativa que abandonar ese barco que hace agua y construir uno nuevo. Es la suya la tarea de Sísifo sólo que la cuesta será más empinada y la piedra más grande.

jueves, 18 de junio de 2009

PRD: LA RUPTURA ANUNCIADA

Primera parte



Hace apenas unos años sus triunfos electorales sorprendieron al mundo y marcaron una ruta que, luego, en tropel habría de seguir América Latina. Una izquierda heterogénea –donde se podían encontrar desde ex guerrilleros hasta ex priistas- había logrado establecer, por fin, un diálogo efectivo con la ciudadanía, al grado de obtener su aval en las urnas y romper la inercia típica de la izquierda contestaria esa que vivía, de fractura en fractura, orgullosa de sus derrotas.

Daba así el PRD cabida a la esperanza, tantas veces traicionada, de una gran capa de la población harta de los abusos del régimen autoritario y después –una vez que perdió el PRI la Presidencia de la República- de la ineficiencia y corrupción en la que naufragara y con él las expectativas de millones de personas que le dieron su voto al gobierno panista de Vicente Fox.

Los golpes continuos desde el gobierno y su partido, la represión generalizada; la persecución y la cárcel, los asesinatos, los fraudes electorales sumados a las campañas de desprestigio emprendidas contra ella, con tenacidad criminal, desde los poderes fácticos no habían hecho más que fortalecer a esta izquierda.

Con sangre y marginación pagó su ascenso y este significó también –al darle espacio a la democracia- una alternativa para no buscar un cambio estructural derramando más sangre. Afirmó la izquierda electoral, desde ese momento, su vocación de paz y desde entonces –pese a lo que de ella se dice- no ha cesado de andar por esa vía.

Contra todo pronóstico se había impuesto, en las diversas corrientes que integraban esta izquierda, la unidad de principios y de acción y eso, poner al país por encima de sus diferencias, la condujo a la victoria electoral.

Un saludable y necesario viento fresco recorrió el país. Había por fin, eso pensábamos muchos, un alternativa real frente al modelo neoliberal que tenía y tiene aun a México postrado. El fiel de la balanza podría inclinarse así del lado de las grandes mayorías empobrecidas.

Primero Cuauhtémoc Cárdenas conquistó, en 1997, la capital, luego, en la elección del 2000 –aunque Cárdenas fue derrotado en la carrera presidencial- repitió en la Jefatura de Gobierno del DF Andrés Manuel López Obrador al tiempo que, en el Congreso de la República, el PRD se alzaba como la segunda fuerza política.

Fox, desde la presidencia, intentó destruir a López Obrador. Sus esfuerzos, pese a contar con todo el respaldo de la instituciones como la PGR e incluso la Corte y la complicidad del PRI, fracasaron. La batalla del desafuero fue librada y ganada –pacíficamente- por millones de ciudadanos. El camino a la presidencia para el PRD parecía entonces muy corto.

Vino entonces el “haiga sido como haiga sido” y a la mala Felipe Calderón se sentó en la silla presidencial. Con sus 17 millones de votos en la alforja no pudo sin embargo el PRD defender su triunfo; los arrebatos retóricos al calor del mitin de plaza y los errores de apreciación producto de la soberbia –se sentían ya con el triunfo en las manos- impidieron ya desde la campaña electoral, marcada desde sus inicios por la ilegal intromisión del ejecutivo federal y los poderes fácticos, que se reaccionara con inteligencia y eficacia.

Luego el día de la elección, al que se llegó con menos ventaja de la necesaria, operó la maquinaria del fraude; de alguna manera los medios se habían ya anticipado en esa dirección, Elba Esther hizo de las suyas y no hubo tampoco un aparato organizado para enfrentarla y entonces comenzó la debacle.

La prensa, la televisión, las buenas conciencias denunciaron a la naciente resistencia civil como intolerante y violenta y se lanzaron contra ella. Jamás un movimiento civil había sido víctima de una campaña tan consistente, virulenta y masiva. Una campaña de linchamiento que aun no cesa.

Defender la legitimidad se volvió sinónimo de un amargo radicalismo. Plantear las más que razonables dudas sobre la limpieza de los comicios, reconocidas inclusos por el tribunal electoral, sólo una muestra de demencia y fanatismo. Había que aceptar a pie juntillas –por el bien del país decían muchos- que Calderón y el PAN había triunfado y dar, sin más, carpetazo al asunto de la intromisión ilegal de Fox, la televisión, los barones del dinero y la alta jerarquía eclesiástica en los comicios.

En cualquier otra democracia las irregularidades evidentes en el proceso y la mínima diferencia entre uno y otro candidato hubiera provocado al menos el recuento voto por voto y quizás, incluso, la anulación de la elección. En vez de eso se consagró aquí la ilegalidad y se dio el tiro de gracia al proceso de transición a la democracia.

Capaz de la gigantesca hazaña de sobrevivir a la represión, y de la aun mayor hazaña de luchar unidos hasta el umbral mismo de la Presidencia de la República, no soportó el PRD –ninguna de sus corrientes- enfrentar unidos y con dignidad esa perdida que, hoy con sus sainetes, han terminado por convertir en derrota.

¿Por qué? ¿Cómo en la inminencia de la victoria se vino todo abajo? ¿Cómo han sido capaces los perredistas, en tan pocos años además, de dilapidar tan enorme capital político-social como el que tenían y fallar así a tantos millones de ciudadanos que confiaron en ellos? ¿Qué peso tienen en este proceso de descomposición la falta de integridad, la mezquindad, la traición a los principios que inspiraron la lucha y qué tanto el acoso, la presión desde el poder político y los poderes fácticos? ¿Se dio la izquierda electoral mexicana un tiro en la nuca o es sólo víctima de un asesinato perfecto?

jueves, 11 de junio de 2009

DEL VOTO ÚTIL AL VOTO ANULADO

Cuando escucho y leo los argumentos de muchos de los intelectuales que promueven la anulación del voto, en los próximos comicios intermedios, no puedo dejar de pensar en aquella otra tan bien intencionada como lamentable iniciativa: el voto útil. Como lo que sucedió en aquel entonces mucho me temo que hoy, lo que aparenta ser una buena medida, resultado de un razonable y comprensible hartazgo ante la ineptitud de nuestra clase política, terminará por conducirnos a otro descalabro histórico.

En el 2000 y con el pretexto de apresurar y asegurar la transición democrática muchos electores con las mejores intenciones apostaron, más allá de los principios y de toda consideración programática, a quien, con estridencia, prometía sacar al PRI de Los Pinos.

Muchos dentro de la propia izquierda electoral y en los sectores más progresistas de la sociedad decidieron, muy pragmáticamente, no entregar el voto al candidato -Cuahutemoc Cárdenas- que representaba esa corriente de pensamiento. Lo importante era ganar pensaron. El cambio verdadero habría que hacerlo después.

En una sola cosa no se equivocaron quienes quisieron hacer del suyo un “voto útil”: Vicente Fox, en efecto, se alzó con la victoria y sacó al PRI de Los Pinos pero sólo para dejarlo entrar por la puerta trasera y entregarle a los mismos de siempre la conducción económica del país, poner a la nación de rodillas frente a los poderes fácticos y superar, en corrupción y malas mañas, a los más execrables representantes del antiguo régimen.

Acción kamikaze resultó a la postre querer garantizar el salto de México a la democracia. Pero esos, los apóstoles del voto útil y sus seguidores, no sólo cargan hoy con la vergüenza de haber contribuido a llevar a un charlatán, a un payaso de la calaña de Fox a la presidencia. Qué va. Se trata de que aun hoy pesa sobre sus hombros la responsabilidad compartida, que al cruzar la boleta por la llamada “alianza por el cambio”, en el daño profundo y estructural que Fox y sus cómplices infringieron al proceso de transición democrática en México y por tanto al bienestar y a los anhelos de justicia, seguridad y libertad de las grandes mayorías.

Que la clase política hoy no sirva para nada y haya muchos ciudadanos bien intencionados que, con la anulación de su voto, quieran darle una patada en el trasero y deshacerse de ella es resultado precisamente de la traición de Vicente Fox.

Traición que alcanza su máxima expresión cuando Fox y sus cómplices en el aparato gubernamental, la jerarquía eclesiástica y los poderes fácticos se entrometen ilegalmente, ante la indiferencia de la autoridad electoral y con la anuencia de las dirigencias de los partidos políticos, en las elecciones presidenciales del 2006.

Justo en ese momento, cuando el botín mal habido se reparte, arranca el proceso de descomposición de la clase política; unos se quiebran a otros, los poderes fácticos, o los quiebran o los desprestigian. Poco o nada queda en pie y herida, al parecer de muerte, tenemos a nuestra incipiente democracia.

Los votos útiles sirvieron para muy poco; apenas para que sólo seis años después el voto –que ni se emitió libremente, ni se contó uno por uno- dejara de tener valor y los políticos y los partidos que toleraron la traición a la democracia apenas conquistada también.

Nacido, como millones, con la pesada lápida del régimen autoritario en la espalda, jamás voté ¿Para qué hacerlo si el PRI y sus jerarcas se burlaban cínicamente de la gente en cada farsa electoral? Fue sólo después de terminada la guerra en El Salvador, cuando regresé a México, iluminado por la lección de ese pueblo que daba una oportunidad a la democracia y cambiaba balas por votos, que me decidí a empadronarme y acudí, por primera vez, a las urnas.

Lo hice además convencido de que la fuerza de los movimientos sociales y en especial la insurrección zapatista del 94 habían forzado al sistema a decretar una reforma política de fondo que, por primera vez, ponía en manos ciudadanas la autoridad electoral y eso abría al menos una esperanza. Por la paz, pensé, para que no se rompa, para que cobren sentido las miles de muertes que ha costado la lucha por la libertad y la justicia en nuestro país, hay que votar.

Aun hoy pienso lo mismo. El país se nos deshace entre las manos y el dilema, insisto, no es qué hacemos con la boleta, qué frase escribimos en ella, sino si seguimos utilizándola como herramienta para garantizar la paz, para cambiar el país o decidimos, pero ya, hacerlo de otra manera.

Sé que hay muy pocos entre los candidatos, menos todavía entre los partidos, que resultan dignos y confiables y merecen ser votados por la ciudadanía. Sé que aun los buenos traicionan y los mejores se corrompen pero prefiero no caer en la desesperanza que, con tanta frecuencia, abre la puerta a charlatanes y dictadores. O se hace política, con elecciones, o se hace, como decía Clausewitz, por otros medios.

Inutilizar la boleta es, me parece, tan peligroso como fue en el pasado reciente querer hacer útil el voto. Los miembros de la clase política, más todavía los que gobiernan, ni aceptan compromisos con votantes ingenuos, ni entienden mensajes líricos; si se les quiere dar una lección votemos contra unos y forcemos a los otros, en la calle, movilizándonos, a cumplir y a cambiar, a honrar en fin su compromiso y devolver la dignidad a su tarea.

jueves, 4 de junio de 2009

DE “VOTAR PARA JODER” Y OTRAS OPCIONES

Comprendo y comparto el hartazgo y la indignación de mucha gente que quiere este 6 de julio próximo, al anular su voto, emprender una acción contundente de castigo contra los partidos políticos. Mucho me temo sin embargo que esta acción cívica, que se discute ampliamente en los medios y se propaga por la red, tendrá, debido al carácter secreto del voto y a las características de nuestro sistema electoral, poco o ningún resultado. Al contrario. Anular el voto o abstenerse, que son la misma cosa en términos prácticos y legales, termina beneficiando a aquellos, los candidatos y partidos de la peor ralea, que cuentan con el voto duro; el de los intolerantes y el de sus clientelas para alcanzar la victoria. Coincido por tanto con la propuesta de Jairo Calixto Albarrán: hay que votar para joder. Votar no tanto para que lleguen unos, que no parece haberlos buenos por ningún lado, sino para impedir que lleguen o se queden otros, de cuyas malas mañas sabemos de sobra.

El profundo desprestigio del quehacer político, el desfondamiento moral de los partidos, la ola de frustración y desencanto generalizado ante un sistema democrático que naufraga en la corrupción, la impunidad y la ineficiencia, pueden conducirnos –democracia que no entrega resultados no sirve para nada dice Felipe González- a la debacle. Es importante y urgente, si queremos preservar la paz, emprender un trabajo de transformación y rescate, desde la sociedad, de nuestra democracia. Es imperativo también hacer que esta democracia funcione y genere, en un clima de justicia y libertad, bienestar y seguridad para las mayorías empobrecidas. Hay poco tiempo para lograrlo. Esa tarea, hoy está más claro que nunca, corresponde a los ciudadanos y va mucho más allá de tachar con una leyenda, no importa que tan incendiaria o razonable sea esta, la boleta electoral.

Rescatar ese impulso vital, ese viento fresco, que conduce a tantos y desde tantos flancos ideológicos, a promover la anulación del voto, convertirlo en una corriente de acciones ciudadanas de largo aliento que devuelvan la majestad al quehacer político, transformar el debate sobre qué hacer con la boleta en un debate de cómo cambiar el país es, me parece, la más urgente de las tareas. Este 6 de julio no debe ser sino el punto de arranque de la misma.

El fantasma del autoritarismo ronda el país; su instalación entre nosotros pasa, necesariamente, por el descrédito y la descalificación total y absoluta de los protagonistas; candidatos, partidos y autoridades de los procesos electorales. Ciertamente la clase política, salvo honrosas y contadas excepciones que también las hay, se ha ganado a pulso el desprecio popular pero, no debemos ser ingenuos, en esa dirección, en la de propagar el descrédito a rajatabla de la política y los políticos, han trabajado también, porque así conviene a sus intereses y no a los de la ciudadanía, los poderes fácticos y entre ellos con brutal eficacia y enorme perseverancia en su labor de zapa; la televisión.

Debemos estar conscientes de que hay, en este país, donde con tanta frecuencia la televisión privada cae en la tentación de interpretar y suplantar la voluntad popular, el peligro real e inminente de que una iniciativa cívica de rechazo a los partidos en las urnas, pueda ser utilizada para dar la puntilla al sistema democrático. Estemos atentos pues de no ayudar a otros en la demolición de lo que queda en pie de las instituciones

Que se suiciden los partidos si quieren pero que no nos arrastren con ellos. Acusar el deterioro de la clase política, hacerlo evidente, combatirlo con acciones ciudadanas no puede ni debe significar tampoco y para no hacerle el juego a nadie, renunciar a la política y extender entonces patente de corso a charlatanes y dictadores en ciernes.

Comparto la indignación ciudadana ante las insulsas campañas políticas. Me ofende esa interminable sucesión de rostros que desde los postes y anuncios espectaculares repiten sonrisas y lugares comunes. Publicistas y mercadólogos, ante la sumisión y obediencia supina de dirigentes y candidatos de todos los partidos, han transformado el debate sobre el rumbo del país en una competencia comercial de la más baja estirpe. No hay propuestas, ni ideas, sólo slogans y muy desafortunadas puestas en escena. Los candidatos son productos; los electores compradores potenciales a los que se pretende conquistar pulsando sus más primitivos instintos. Esta miseria que nos ahoga no justifica, sin embargo, la campaña televisiva contra la propaganda política. Los ciudadanos tenemos derecho a saber por quién votar, a conocer sus ideas –en el caso de que las haya claro- los concesionarios, aunque les pese, tienen la obligación de poner los tiempos de trasmision, que no son suyos, al servicio de la sociedad.

Votar para joder, como propone Jairo y actuar, de la mano con otros, para cambiar el país es mi propósito. Que valga la pena votar y que nunca más nadie se atreva a no respetar el voto, ni menos a traicionarlo cuando gracias a él llegue al poder, esa es mi aspiración y también, como el suyo querido lector, mi derecho.