jueves, 19 de junio de 2008

TIEMPO DE AUDACIA

Difícil resulta imaginar condiciones más dramáticamente desventajosas desde el punto de vista político-militar y propagandístico que las que enfrentó, por más de una década, la guerrilla salvadoreña. Esa misma fuerza, a la que muchos daban por muerta, gobierna a más del 60% de la población y luego de 20 años de una paz conquistada en el combate y la negociación, de la superación de una visión ideológica maximalista, que tuvo como efecto mantener a la derecha en el poder todos estos años, está hoy a punto de conquistar, con Mauricio Funes como candidato, la Presidencia.

Ahí, en esa guerra imposible, en un pequeño país sin selvas, ni montañas, tan densamente poblado que era impensable el establecimiento de una retaguardia interna y donde la guerrilla combatía contra un ejército inmensamente superior en hombres, armas y recursos, aprendí que no hay que ser cauteloso cuando se trata de determinar y exponer los términos de la asimetría a la que, por fuerza, se ven sometidas, casi siempre, las fuerzas de la izquierda latinoamericana.

A las derrotas en El Salvador se les llamaba derrotas, a la desventaja estratégica se la analizaba y aceptaba y de esa certeza intolerable, cuya aceptación demanda una enorme valentía, surgía la fuerza para transformarlas en victorias.

Allí aprendí que sólo quien está absolutamente claro de todos los factores, internos y externos, que tiene en su contra es capaz de diseñar una estrategia para superarlos. Hacer un análisis objetivo de la posición en que te encuentras, por más desalentadoras que sean las conclusiones, no te transforma en un derrotista o peor aun en un tránsfuga. Sólo quien sabe de lo que adolece y no se arredra es el que puede alzarse con la victoria. Quien se cierra al análisis e invoca el dogma, la consigna o la creencia está condenado a la derrota.

Para vencer, es bien sabido, hay que conocer el terreno, la posición y el tamaño, la fortaleza y las debilidades del enemigo y también, sobre todo, conocer al dedillo -y ser capaz de discutirlas en voz alta- la posición, las fortalezas y más todavía las fisuras y debilidades propias.

La moral de combate del vencedor no se construye sobre una apreciación falsa y voluntarista de la realidad; cuando así sucede cualquier tropiezo provoca una debacle. Sólo quien sabe que tiene ante sí una tarea difícil, casi imposible, es capaz de empeñarse en el esfuerzo de creatividad y audacia que implica derrotar a las fuerzas superiores a las propias.

He sido testigo de grandes hazañas político-militares de la izquierda latinoamericana. También de sus más tristes descalabros. He visto, en la última guerra caliente de la guerra fría, a un ejército de desarrapados vencer a un gobierno que contaba con todo el apoyo de los Estados Unidos. He visto también, cuando desapareció la Unión Soviética, sobrevivir a pesar de todo, a un proyecto revolucionario asediado y aparentemente sin salida.

Precísamente en Cuba y cuando, en una entrevista con Fidel Castro, le hacia una enumeración de las enormes dificultades de la isla, que en los tiempos del llamado período especial era más isla que nunca, Fidel me dijo. “Lo que importa no es el tamaño del país; sino el tamaño de la idea”.

Eso; el tamaño, el poder de las ideas, el tamaño y el poder del compromiso con las causas de las mayorías es lo que ha hecho triunfar –cuando ha triunfado- a la izquierda en Latinoamérica. También y sobre todo su capacidad de superar la soberbia, los excesos de confianza, la cerrazón ante la critica, su perniciosa inclinación a sustituir la realidad por la consigna, la estrategia por el panfleto.

Vivimos en nuestro país –como diaria Lilian Hellman- un tiempo de canallas. Ensoberbecido Calderón se mira absorto en el espejo de la televisión y devela su verdadero rostro intolerante y autoritario. Tiene –el poder del poder se la concede- la ventaja estratégica y se dispone a hacer lo necesario para garantizar la mayoría parlamentaria en las próximas elecciones y la perpetuación, por interpósita persona si toca al PRI recuperar la presidencia, del proyecto neoliberal en el poder. Para triunfar, debe primero, rematar la industria petrolera.

Impedirlo es la misión histórica de una izquierda que con sus errores le ha pavimentado el terreno. Dividida, sitiada, desprestigiada esta izquierda tiene poco tiempo y menos espacio y condiciones de las que supone para reinventarse y recuperar la iniciativa. Cerrarse a la crítica. Desconocer su situación de desventaja estratégica. Refugiarse en el voluntarismo y el dogma, dar, en un esfuerzo por tapar el sol con un puño “combativo”, la espalda a la realidad sería un error craso. Estar en desventaja no significa estar derrotado; sólo implica que el reto es mayor y que hay que enfrentarlo con más decisión, imaginación y audacia.

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