Anda rondando en el país, merced a las declaraciones e iniciativas propagandísticas de Humberto Moreira y el Partido Verde, la idea de que ante el crecimiento imparable de la delincuencia, que se ensaña cada vez más con su victimas, debe el Congreso de la República reconsiderar la aplicación de la pena de muerte. Hay quienes, además, como Carlos Marín, piensan que el hecho de que PAN y PRD unidos hayan desechado tajantemente la mera discusión del asunto, es un error más de esos “becarios” –dice Marin- que “recularon” y no le entraron al debate de una disyuntiva; “cárcel o exterminio de criminales extremos” que, según las encuestas, importa a grandes capas de la población.
Que posiciones como las de Moreira y el Verde son políticamente rentables no me cabe la menor duda. Que son irresponsables y que es peligroso entrarle al juego, dándose el lujo de discutir el asunto para terminar doblegado por los estudios de opinión y la urgencia de votos, tampoco. Saludo pues el rechazo de ambos partidos a plantearse siquiera el asunto. Aunque no puedo concebir, lo siento, que la justicia y la sangre vayan de la mano, entiendo perfectamente que la sangre inocente derramada excite a las multitudes y las haga clamar por venganza.
Las declaraciones de Moreira, sus arrebatos retóricos, tan celebrados por la prensa, en donde sin remilgos habla de fusilamientos e inyecciones, remiten necesariamente a Eduardo Montiel y su tristemente célebre y efectiva campaña de las “ratas no tienen derechos humanos”. Quien se posiciona como defensor a ultranza de la justicia, ese a quien el pulso no le tiembla, gana votos, siempre gana votos, aunque a la postre resulte él mismo un delincuente. En tiempos de incertidumbre el autoritarismo avanza y se consolida. El respeto a los derechos humanos se vuelve un estorbo. La mano dura vende.
El nazismo, que actuaba así, ganó espacios desatando, en los turbulentos tiempos posteriores a la República de Weimar, una persecución implacable contra los delincuentes. La propaganda de Goebbels hacía un perfil minucioso y exaltado del criminal, luego narraba –hasta el más nimio de los detalles- los aspectos más monstruosos de su crimen, complementaba la información dando voz a las víctimas y enfatizando su inocencia y vulnerabilidad para luego, con bombo y platillo, convertida ya en una retribución a las mayorías sedientas de justicia, publicitar la ejecución y convertirla en costumbre.
Ya teniendo en sus manos, gracias al voto de las mayorías, el poder dictatorial y afianzado su control sobre una base de represión y consenso combinados –como lo demuestra Robert Gelatelly- Hitler y el Partido Nacionalsocialista, (por sus siglas en alemán, NSDAP) pasaron, sin más trámites y sólo con algunos controles derivados de estudios de opinión, a la persecución indiscriminada de opositores políticos, de los homosexuales, al asesinato –como ensayo del uso del gas- de los enfermos terminales y de ahí al exterminio de los gitanos, los eslavos y los judíos.
Nadie, aunque muchos lo nieguen, ignoraba lo que sucedía en Alemania. Goebbels se daba a la tarea de publicar artículos y filmar reportajes en los campos de concentración hablando de la segregación y el castigo a los antisociales. Al mismo tiempo la radio, el cine y la literatura al servicio del régimen, difundían historias en las que se asignaban los papeles de villanos a aquellos a los que el régimen consideraba o bien inferiores o bien sus enemigos. Tan criminales, unos por acción, otros por omisión, eran, a fin de cuentas, las SS como el más inocente de los ciudadanos.
Moreira y el Verde saben esto; saben que promover castigo implacable en tiempos de impunidad y hartazgo vende. Van, cínicamente, en busca de votos, alientan el morbo y desatan a un monstruo. Saben de cierto que esas medidas, en tiempos como los que vivimos, son ampliamente respaldadas por las mayorías y tanto que me extraña que apenas el 75% de los encuestados respalde la aplicación de la pena máxima. Estoy seguro que de preguntarse qué merecerían los violadores de niñas y niños una inmensa mayoría se pronunciaría por la castración y luego la muerte de los culpables.
El miedo, la rabia, la crisis económica, la impunidad y la ineficiencia y corrupción de los cuerpos policíacos son los peores consejeros de las masas. De esa combinación letal surgen los linchamientos. Quien atenta contra la familia o el patrimonio en estos tiempos puede fácilmente toparse con Fuenteovejuna y hacerlo además, los linchamientos de Tláhuac así lo demostraron, ante la criminal complacencia de los medios que se regocijaron con el espectáculo sin hacer nada por evitarlo.
Encantados con su súbita popularidad Moreira y los Verdes, sin embargo, se olvidan de pronto y convenientemente que son parte del estamento político responsable de la inseguridad en este país; cuando la gente busque culpables más allá de los delincuentes a los que ha castigado por propia mano o ha visto morir en el cadalso se topará, necesariamente, con esos que desde el poder ni han acabado con la impunidad, ni han combatido a fondo la corrupción, esos que hoy se dan el lujo de alentar al México oscuro sin darse cuenta que un día serán ellos sobre los que habrá de caer la masa sedienta de sangre y justicia.
jueves, 11 de diciembre de 2008
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2 comentarios:
"Saludo pues el rechazo de ambos partidos a plantearse siquiera el asunto..."
¿Quién te entiende? Hace unos meses alababas al Peje por haber bloqueado el Congreso aludiendo a que así se habían introducido los debates en la agenda nacional y ahora "saludas" que un tema que es igual o más importante para la población ni siquiera se discuta.
Un poco de congruencia por favor...
P.d. ¿Has sufrido el secuestro y mutilación de un hijo a manos de una bestia maldita? Lo dudo. Por eso "saludas" esta decisión hipócrita del PAN y del PRD.
QUE TE QUEDE CLARO, EPIGMENIO:
¡¡NOSOTROS LOS QUE REALMENTE AMAMOS A ESTE GRAN PAIS NO VAMOS A PERMITIR QUE LA IZQUIERDA LLEGUE AL PODER!!
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