Para los padres de los 49 niños muertos en Hermosillo.
Solía decir, a quienes visitaban mi archivo de video, que, frente a las miles de cintas que ahí conservo, guardaran la compostura que se guarda en un cementerio. Por años, en la guerra, me tome el cuidado de filmar, aun en las mas difíciles condiciones y en el lapso de tiempo que tarda en decirse una jaculatoria, los rostros de los caídos. Quería preservar, en esa memoria al menos, los rasgos del combatiente que había muerto lejos de los suyos con la intención de hacerle un homenaje y también para que, quizás, algún día una madre, un hermano, un hijo sentado frente a la pantalla, lo descubriera y pudiera así saldarse la deuda que queda pendiente entre quien decide darlo todo por cambiar el mundo y aquellos a los que, necesariamente, debe dejar atrás condenadoles, de alguna manera, a vivir en un mundo aun mas jodido por su ausencia.
Pensaba y pienso que así esa muerte que no cesa, en tanto que no se sabe cuando y como cayó tu hijo, tu madre o tu padre, tu hermano tendría de alguna manera –y para llevar la contra a José Gorostiza- más que olvido y sosiego ese final que la incertidumbre no permite alcanzar.
Pero de entre todas esa cintas que tuve que ver muchas veces en el curso de la preparación de reportajes, documentales y películas y que hoy, con el pasar del tiempo y el desgaste natural del video se van borrando hay una que ha sido vista solo una vez por mi y por mi compañero Hernán Vera. Se trata de un recorrido, cámara en mano, por la morgue de Sarajevo atestada de cadáveres que termina ante el cuerpo de un niño de unos seis o siete años que yacía, bañado por la gélida luz de la mañana que se colaba por la única ventana, sobre una camilla. Esa sola imagen que captara también Cristopher Morris, fotógrafo de TIME y por la que obtuviera un premio Purlitzer, ha quedado grabada en mi memoria como la síntesis mas brutal y dolorosa de lo que la guerra significa.
Tanta y tan cruel belleza tenía esa imagen que decidí sepultarla y jamás he intentado tocar de nuevo ese cassete. Pensar en utilizarla alguna vez me parecía y me parece obsceno; como si, se repitiera, al rodar la cinta, ese crimen espantoso y cayera herido de muerte, congelados su juegos, ante mis ojos ese niño rubio, de tez blanca casi transparente y cuyos pequeños tenis blancos, con las agujetas primorosamente atadas, tengo clavados en la memoria.
Un niño muerto a tiros es el más descarnado testimonio de la terrible enfermedad que padecemos; de esa falta de humanidad que, de tanto en tanto, nos convierte en bestias que se ceban con vidas inocentes.
Me sugirió Verónica, mi esposa y compañera, dedicar este, el último articulo del año, a la tragedia de la guardería ABC. Muchas horas pase pensando como entrarle al tema y vino entonces a mi memoria el oficio periodístico, esa terca tarea de mantener vivos a los muertos con el lente de la cámara y la obsesión por no perder la memoria e intentar así saldar deudas pendientes y contribuir a que esos hechos no se repitan. Pero como la reflexión es un barranco, como de 49 niños se trata, me precipite en el hasta encontrar de nuevo en mi memoria la imagen del niño muerto en Sarajevo.
¿Si la sola imagen de ese niño representa la guerra y todas sus calamidades que son entonces las imágenes de la guardería ABC donde 49 niños fueron abrasados por el fuego?
Antes de continuar he de confesar que he fallado. Tanto he hablado de la perdida de la capacidad de asombro ante tanto decapitado. Tanto de la forma en que nos hemos acostumbrado a la violencia sin darme cuenta que me he contagiado de ese mismo mal sobre el que advierto con tanta insistencia y es que, ante esos 49 niños muertos, mantuve una distancia periodística y humana que raya en la indiferencia.
No tuve los arrestos, el cuidado de atender esa tragedia; de meterme a fondo en ella, de seguirla con la misma persistencia como sigo otros asuntos, de prestar atención y unirme a las justas demandas y reclamos, hasta ahora no atendidos, de los padres de esos niños uno de los cuales ha dicho y con justa razón: “Este país es una mierda”.
Horrorizado y temeroso de no repetir una y otra vez el asesinato del niño que filme en aquella sangrienta primavera en Sarajevo cancele el uso de su imagen. No quite, sin embargo, el dedo del renglón y ha sido desde entonces el mío un bregar en contra de la guerra y sus secuelas. Entonces, al actuar así, tuve razón. Ahora, al tomar distancia frente a esta otra tragedia, me he equivocado.
He mostrado ante los hechos el típico y mesurado horror que debe mostrarse dedicándole el artículo de rigor. Es hora de enmendar la plana. Nada es más grave, ni más sintomático de lo que en este país esta sucediendo que esas 49 muertes que, a causa de la impunidad y la injusticia, no cesan.
lunes, 4 de enero de 2010
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2 comentarios:
¿Por qué no escribes con la misma crítica al gobierno de tu amado PRD por las muertes del New's Divine?
Como siempre, eres un doble moral.
Ay Rodrígo Santiago, ¿de que hablas? Los niñitos no estaban registrados en ningún partido. Que bueno que Epigmenio despertó, por favor tu también despierta.
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