jueves, 4 de febrero de 2010

Carta abierta a Felipe Calderon Hinojosa.

Hace unos años, en unos de esos gestos propagandísticos a los que, como su antecesor Vicente Fox, es tan afecto, pasó usted revista a tropas del ejército mexicano enfundado en una guerrera verde olivo con las insignias del Comandante en Jefe. Poco después comenzó a hablar de la guerra contra el narco y tras lanzar al ejército a las calles inició una interminable serie de arengas patrióticas, llamados al combate, advertencias a los criminales y discursos preñados de triunfalismo. De entonces para acá los ciudadanos nos hemos visto sometidos a un bombardeo publicitario inclemente en el que se nos dice, por todos los medios, a todas horas y con cargo al erario público, que la guerra no declarada que se está librando contra el narco está siendo ganada por su gobierno y que las fuerzas del orden asestan golpes cada vez más decisivos al crimen organizado.

De esa parafernalia propagandística que acompaña al despliegue de miles de efectivos del ejército, la armada y la PFP, usted, su gobierno y su partido han sacado provecho. La guerra contra criminales tan sanguinarios, que no puede menos que concitar el apoyo de los ciudadanos decentes, le ha servido tanto para obtener una legitimidad de la que carece de origen como para ganar en el mundo presencia y prestigio. Han usado usted y su partido, sin ningún pudor y como parte de su arsenal electoral, por otro lado, la polarización que el conflicto genera, para descalificar a sus adversarios políticos asociándoles directa o veladamente con el narco.

Como muchos, no se equivoque que no va mi argumentación por ese lado, estoy convencido de que no podemos los mexicanos ni negociar, ni rendirnos ante los capos del narcotráfico y que por tanto en el ejercicio de sus atribuciones constitucionales toca al Estado impedir que sienten sus reales a lo largo y ancho del territorio nacional. Sé también que en tanto Washington no modifique su hipócrita política de tolerancia al consumo y criminalización del tráfico fuera de sus fronteras estamos condenados a seguir pagando con sangre y muerte las grapas de cocaína que ciudadanos en Nueva York, Chicago o Los Ángeles consumen cada noche. Consciente de que del norte nos llegan dólares y armas no creo, como usted, que sea pidiendo a Washington más dólares y más armas que encontraremos la paz.

Cuando apenas han pasado unos días de que 40 jóvenes mexicanos fueran barridos por las balas de sicarios del narco en Ciudad Juárez y Torreón y la rabia y la indignación, que comparto, siguen vivas, quiero hacerle llegar mi más enérgica protesta por el modo en que usted Sr. Calderón conduce esta guerra y la doctrina en la que basa su estrategia.

Ser comandante en jefe demanda responsabilidades y tareas que usted no ha sabido cumplir. No puedo todavía creer el hecho de que, como si no pasara nada en México que demandara su atención, haya permanecido usted en Japón haciendo una visita de corte protocolario y peor aun que a pesar de haber regresado al país no hubiera volado de inmediato ni a Ciudad Juárez, ni a Torreón.

Los jefes militares que dirigen ejércitos en guerra -usted posó ante las cámaras con uniforme de campaña- deben hacerse presentes en las zonas de combate más criticas y deben sobre todo hacer sentir a la población civil que están dispuestos a compartir los riesgos que implica vivir en la tierra de nadie. Un comandante que aspira a ganar la guerra alienta en el terreno a los combatientes, da la cara a los deudos y responde por las víctimas, estudia con los mandos las condiciones específicas de los escenarios de guerra más conflictivos y supervisa en corto la marcha de las operaciones.

No ha cumplido usted ninguna de las tareas esenciales del verdadero jefe militar. Del hombre que dirige un país que se despeña en el abismo. A punta de spots y declaraciones a la TV, por encendidas que estas sean, no se ganan las guerras. Tampoco, por cierto, acudiendo al fácil expediente de, a larga distancia y sin investigación y proceso judicial de por medio, criminalizar a las víctimas.

Hay quien festeja que se pierda “la guerra de Calderón”. Yo no soy de esos. Ni voté por usted ni le reconozco –en la medida en que no jugaron limpio en los comicios presidenciales del 2006 ni su antecesor, ni usted, ni su partido, ni la iglesia y el dinero- como Presidente. No puedo sin embargo menos que acompañar los esfuerzos del gobierno para impedir que el crimen organizado, al que Vicente Fox cedió terreno, se apodere del país. Por eso le escribo porque creo que actuando como actúa se equivoca y la guerra la perderemos todos.

Además de su conducta como Comandante me preocupa la doctrina sobre la que descansa su estrategia y en la que se permean, su actitud ante la masacre en Juárez y antes de eso la manipulación, por mandos militares, del cadáver de Arturo Beltrán Leyva, lo confirman, rasgos distintivos de los regímenes autoritarios a los que la intolerancia conduce a operar con un profundo desprecio a la vida. De eso, de la forma en que a jóvenes desarmados tacha usted de peligrosos pandilleros que caen victimas de sus rivales, le escribo aquí mismo la próxima semana.

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