Agoniza prematuramente el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa; propios y extraños comenzaron ya a repartirse sus despojos. Seguramente allá en el 2006, a punto de sentarse en la silla, él y los suyos se imaginaron festejando el Bicentenario en la cúspide del poder. Qué va. De nada les ha servido el despilfarro de casi tres mil millones de pesos. Pasada la euforia se enfrentan al hecho de que, pese al bombardeo propagandístico incesante, a esa inversión multimillonaria de cuatro años seguidos en “imagen pública”, es la suya una gestión a la que, prácticamente en todos los ámbitos de la vida pública, se da por terminada.
Alineados están, en todos los frentes, los candidatos a sustituirlo. Rotas las formas tradicionales, acelerados los tiempos y radicalizado el lenguaje y las circunstancias de la competencia política ha comenzado ya la etapa de calentamiento de una campaña presidencial, que, en medio de una guerra que no tiene perspectivas de victoria, promete cobrarle caro a Calderón cada uno de sus errores; los magros, casi nulos resultados de su gestión, su incapacidad para tender puentes y sus constantes arrebatos autoritarios. Quien por su “mecha corta” mata por esa misma “mecha corta” muere.
Paradojas del poder: llegó “haiga sido como haiga sido” Calderón al cargo gracias al miedo, sembrado en la población, a un “peligro para México” y hoy será ese mismo miedo –y si no al tiempo- el que frene las aspiraciones de él y su grupo de continuar, de alguna manera, al mando y garantizarse así un manto de impunidad como el que ellos tendieron, a cambio de los favores recibidos, sobre Vicente Fox y sus muchas corruptelas y trapacerías.
Miedo será el de cualquiera de los suyos a presentarse siquiera cercano a un gobernante ayuno de resultados, miedo a repetir la experiencia de un gobierno fallido y marcado por la violencia como el suyo será el eje del discurso propagandístico en su contra.
Como un apestado, en la mejor tradición del canibalismo que caracteriza al sistema político mexicano, será tratado Felipe Calderón aun antes de entregar la banda presidencial por las fuerzas políticas y los medios de comunicación ya embarcados en la sucesión y tanto que a su propio delfín y a su partido habrá de costarles trabajo no desmarcarse de él rápido y tajantemente.
Otro tanto sucederá con sus aliados entre los barones del dinero, la alta jerarquía eclesiástica y los medios electrónicos. Quizá esta sea la lealtad que más dure a Calderón en tanto tiene aun favores que pagar y para eso sí cuenta y sirve hasta el último minuto de su gobierno.
Será, sin duda, la traición de estos, los que le allanaron, entrometiéndose ilegalmente en el proceso electoral del 2006, el camino al poder, la que más le duela y la que le resulte más dañina. Ya alineados, los antes aliados de Calderón en los poderes fácticos, con el candidato que les convenga, serán los más severos críticos a la gestión y a la persona de quien, por breves 4 años fue su predilecto; el que más espacios ocupó en sus pantallas, en sus sermones y prédicas, en sus reuniones de alta dirección.
Más que el de la oposición será el fuego amigo –considerando que el PRI ha cogobernado con el PAN todos estos años- el más granado y el más letal. En el espejo de Carlos Salinas de Gortari, al dejar su mandato, tendrá que verse Felipe Calderón.
Sólo que a diferencia de Salinas quien supo tejer redes de poder y complicidad que, pese al desprestigio público, lo mantienen activo y omnipresente, Calderón, que no es muy ducho en aquello de hacer alianzas y siembra tempestades en su propia casa, habrá de quedarse solo.
¿Quién a estas alturas mete las manos al fuego por Felipe Calderón Hinojosa? ¿Quién puede sostener que su gobierno ha sido realmente exitoso en algún rubro al menos? ¿Quién considera que el país está hoy mejor que antes de su gestión? ¿Quién cree importante preservar su legado, dar continuidad a los esfuerzos fundamentales de su mandato? ¿Cuánto más permanecerán a su lado sus aliados incondicionales, sus amigos?
Hay ciertamente, sobre todo en las redes sociales, voceros oficiosos del régimen que lo defienden sistemáticamente pero aun ellos, con el paso del tiempo y la suma de fracasos, se han venido quedando sin argumentos y hoy sólo recurren a la descalificación, plagada de insultos, de toda crítica y a la incitación al linchamiento de quienes no nos sumamos incondicionalmente al llamado constante, casi el único discurso que al propio Calderón le queda, a la “unidad nacional”.
Nada hay que celebrar, sin embargo , en esta muerte prematura de un mandato; menos todavía en su saldo negativo en muchas materias sustantivas para el bienestar de la nación: paz, justicia, seguridad, empleo, educación. El cambio de tiempo y tono en la contienda presidencial, el deterioro brutal de las instituciones del estado, la pérdida total de confianza ciudadana en la política y los políticos son el correlato del fin de este sexenio de sólo 4 años. No pagará solamente Felipe Calderón los platos rotos por el fracaso de su gestión; los pagaremos todos.
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jueves, 23 de septiembre de 2010
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