sábado, 7 de abril de 2007

REO DE EXCOMUNIÓN

No puedo ser anticlerical ni come curas. Ni lo traigo en las venas, ni la vida me ha hecho caminar en esa dirección. Como en muchos de mi generación el primer impulso de justicia nació en mí por los valores cristianos que mis padres me inculcaron. Luego en la guerra descubrí cómo, pese al discurso de la seguridad nacional promovido por Washington y que tantas vidas inocentes cobró, Cristo estaba más cerca de los revolucionarios que el propio Marx y tanto que el asesinato de Monseñor Arnulfo Romero, la voz de los sin voz le decían, más que la “agudización de las contradicciones” o las “condiciones objetivas” fue lo que hizo a muchos en El Salvador decidirse a empuñar las armas. Mientras el grueso de los miembros del Partido Comunista Salvadoreño se mantenían –en sincronía con Moscú y la ortodoxia marxista- al margen de la guerra y esperaban el momento “adecuado” para la revolución, fueron los catequistas en el campo, los jóvenes cristianos en las ciudades los que oyeron el llamado y engrosaron las filas de la insurgencia e hicieron nacer, a punta de fusil y contra la voluntad de los norteamericanos, la democracia en El Salvador.

Imposible pensar siquiera en ola democratizadora que vivimos en América Latina sin las luchas guerrilleras que en casi todo el continente se produjeron entre la década de los sesenta y los noventa. Hoy se vota a lo largo y ancho de nuestra América, entre otras cosas, porque hubo puñados de locos, casi por todas partes, que al decir basta y poner sus vidas respaldando este grito, marcaron un alto a dictadores, oligarcas y a sus patrones que despachan todavía en Washington. Imposible pensar estas luchas, muchas incluso injustamente sepultadas en el olvido, sin la luminosa figura del Che Guevara –de sus enseñanzas tomaron los guerrilleros lo mas científico: el ejemplo- y la presencia activa en las filas insurgentes de los curas y catequistas que de los postulados de la teología de la liberación dieron el salto a la acción armada. Imposible también pensar en esta semilla de libertad sin el ejemplo de quienes como Romero, Ignacio Ellacuria y muchos otros enfrentaron desde el pulpito y la academia y con el solo poder de su fe y su palabra a una caterva de asesinos.








Justo antes de su martirio, el 24 de Marzo de 1980, por eso precisamente es que sus asesinos tomaron la decisión de eliminarlo de inmediato, Monseñor Oscar Arnulfo Romero clamo desde el pulpito: “En nombre de Dios y de este sagrado pueblo cuyos lamentos tumultuosos suben hasta el cielo les pido, les suplico, les ordeno cese a la represión”. No cumplan la orden de matar trono Romero. No obedezcan a sus jefes cuando les ordenan masacrar al pueblo les exigió a clases y soldados. Esta denuncia, este exhorto fue la gota que colmo la copa. El Mayor Roberto Dabuison, principal operador de los tristemente célebres escuadrones de la muerte con otros miembros de la cúpula militar y la oligarquía dieron esa misma tarde la orden de matar al obispo y al otro día, mientras celebraba misa en la capilla de una convento, una bala partió el corazón del prelado justo en el momento de la consagración.

Qué huecas, qué lejanas, qué ajenas al cristianismo, a ese espíritu de justicia que animara hasta el martirio a Monseñor Romero, suenan hoy las palabras de los altos dignatarios de la iglesia católica mexicana. Ahí pegados al poder, esclavos y beneficiarios del mismo, luego de que Salinas de Gortari les volviera a abrir las puertas de palacio y hoy los gobiernos panistas terminaran por extenderles patente de corso, viven cardenales y obispos inmersos en la intriga y dedicados al tráfico de influencias, al típico juego de pesos y contrapesos en la cúpula político-empresarial. Mientras que hacia abajo, hacia los feligreses, producto de los escándalos y el avance de otras confesiones, disminuye su influencia, la importancia de su papel crece en los círculos del poder y de eso se valen hoy para lanzar su nueva cruzada.

Dicen que defienden la vida cuando se alzan contra la despenalización del aborto. No es “la vida humana” lo que está en juego. Es su propia posición la que sienten amenazada y se aprestan a defender haciendo uso de todos los recursos que su cercanía incestuosa con el poder les da. El suyo es más un dilema de poder que un dilema moral. Sería un honor, permítaseme terminar con una confesión de parte, el ser excomulgado por un Cardenal como Norberto Rivera. Extraño a Monseñor Romero. Nos hacen falta curas como él; aunque en el caso del aborto no estuviéramos de acuerdo.

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