jueves, 12 de julio de 2007

GUERRILLA EN EL BAJÍO

Primera Parte

Convertir en teatro de operaciones la retaguardia histórica del panismo, una zona emblemática del conservadurismo en México y que ha estado casi siempre bajo el control político-social de la derecha es algo, mucho más serio, mucho más trascendente, que una bofetada en el rostro, que una afrenta moral contra el gobierno de Felipe Calderón. Se trata de un cambio táctico fundamental y de un verdadero alarde operativo por parte de una organización guerrillera que había sido, con la sola excepción de la oleada de atentados dinamiteros en la capital, bastante conservadora en su forma de actuar.

El EPR había limitado sus acciones a zonas que por su misma geografía y por la tradición histórica de sus pobladores podían considerarse verdaderos refugios para sus tropas. Los golpes de mano en Guerrero, Chiapas o Oaxaca que proporcionaban a sus comandos un muy considerable margen de seguridad y resultaban altamente rentables desde el punto estrictamente militar, en función sobre todo del número de bajas que antes, durante y después del combate sufrían sus estructuras, daban por el contrario un muy magro resultado propagandístico, tan magro que hicieron de estas operaciones, algunas de ellas de gran envergadura como el ataque a Huatulco, episodios de menor importancia en la vida nacional que pasaron rápidamente al olvido.

Rompiendo la máxima de “preservación de las fuerzas propias” que rige la “Guerra popular prolongada” el EPR pone sobre el tapete su propia sobre vivencia, abandona sus refugios y se lanza ahora a operar en zonas de muy alto riesgo para todas las estructuras que por fuerza han de intervenir en una acción de esta naturaleza. Un cambio estratégico así habla de una transformación profunda en la estructura mental de quienes dirigen la organización o de algunos comandos regionales, con independencia operacional y recursos, que se separan de la línea tradicional.

Desde los aparatos de cobertura, de logística hasta los de operaciones, los miembros del EPR, están ahí en Querétaro y Guanajuato, zonas densamente pobladas, muy bien comunicadas y de alto nivel de desarrollo económico social, actuando prácticamente en descampado. Nada los cubre, nada los protege, no hay posibilidad de retirada hacia un refugio de orografía difícil. Esto habla o de una audacia inédita en la historia del EPR o de un silencioso y fructífero trabajo de implantación en estados donde seria imposible siquiera soñar con la existencia de una guerrilla.

No tienen que ser muchos quienes desarrollan acciones de esta naturaleza; si por fuerza han de ser cuadros muy preparados y por ende valiosos para la organización. Aunque expone así a sus efectivos –y mucho pues el riesgo de ser capturados se incrementa exponencialmente con el avance de las investigaciones policíacas- el EPR ha conseguido, al menos en el aspecto mediático, un componente vital en la lucha guerrillera, una inédita victoria estratégica y ha logrado además (el sueño de cualquier organización guerrillera) mucho con muy poco.

Sólo unas cuantas salchichas explosivas le han conseguido al EPR algo que muchos tiros y muchos muertos no le habían conseguido jamás: un formidable despliegue informativo; las primeras páginas de los diarios, los titulares de los noticieros de la radio y la televisión han hecho que la onda expansiva de esos artefactos se multiplique con tal fuerza que los efectos reales del sabotaje han quedado muy atrás. El desabasto de combustible en el Bajío, la afectación a un número muy importante de industrias tiene mucho menos efecto que el impacto mediático de la operación. Si bien en sólo unas horas puede PEMEX resolver los problemas originados por el sabotaje muy distinto es el tiempo que habrá de tomar disolver el efecto psicológico y político de la operación.

Las enormes columnas de humo y fuego de las casas de válvulas y de las tuberías ardiendo, visibles a kilómetros de distancia, perdurables y más impactantes todavía que las reales, gracias a los efectos de la cobertura mediática, han hecho que en el país entero y más allá de nuestras fronteras se registre la existencia de una guerrilla con tal capacidad operativa que puede, si las acciones continúan en el área de sabotaje económico y sus comandos no son desarticulados por los cuerpos de seguridad, llegar a tener una especie de poder de veto sobre un gobierno ya de sí asediado por el desaseo, por decir lo menos, con que se instaló en el poder.

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