Otra carta a Héctor Aguilar Camín
Querido Héctor:
No me anima, créeme, como propósito una defensa a ultranza de la vía armada. Conozco la guerra, la he vivido y por tanto la aborrezco. He visto a demasiados jóvenes, mujeres y niños (porque la guerra la hacen, de uno y otro lado, los niños) tirados desangrándose en los campos y calles de América Latina. Llevo tatuado el doloroso y punzante recuerdo de sus rostros. Aun siento el olor almizclado de la muerte, el sudor y la pólvora sumados y no hay noche, quince años después, que los fusiles, los uniformes, el miedo no aparezcan en mis sueños. Quizás, por mis escritos, se me pueda considerar una especie de agorero que se la pasa advirtiendo sobre estallidos sociales que probablemente no se produzcan jamás. Ojala sea así. Prefiero, deseo fervientemente, por mis hijos, por mi país estar equivocado. Percibo sin embargo señales ominosas; un descuido generalizado de cuestiones y principios que no debieran ser vulnerados por nadie; una especie de acomodo y apatía ante la demolición, a punta de fraudes y trampas, de las instituciones que debieran ser el pilar de nuestra incipiente democracia; una indiferencia suicida ante los problemas que enfrentan las mayorías empobrecidas. La paz parece no importarnos. La damos por sentada y no hay conciencia de que la democracia sin equidad y justicia social es sólo una palabra hueca.
Dices y con razón que “la historia no es el reino de la fatalidad sino el de la libertad de los hombres” y “que siempre hay opciones: siempre queda otra”. Me cuesta trabajo imaginar la “otra opción”, el “otro” camino que pudieron haber tomado Emiliano Zapata o Cesar Augusto Sandino o los combatientes del FMLN. Su lucha armada fue precedida por el cierre sistemático de todas las opciones pacificas. Hay circunstancias, hay tiempos en los que al que “levanta la cabeza se la vuelan”. Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Enrique Álvarez Córdoba y los dirigentes del FDR salvadoreño, asesinados por los escuadrones de la muerte. El demócrata Pedro Joaquín Chamorro en Nicaragua y tantos otros mártires desarmados nos dan cuenta de cómo ciertos regimenes hacen de la historia lo que les viene en gana e imponen a los pueblos un yugo del que es menester liberarse a sangre y fuego.
Alzarse en armas es, en la mayoría de los casos, resultado de la desesperación, de la falta de opciones mas que de la ideología; pero es también –incluso así lo establece nuestra Constitución en el articulo 39- un acto de libertad, un derecho y un deber de los ciudadanos. No ha sido nunca en efecto, tienes razón, la mayoría la que se levanta. Son unos cuantos los que se atreven a empuñar las armas y aun en los procesos insurreccionales siguen siendo pocos los que montan barricadas y se lanzan asaltar palacio. Es mi convicción que si la “increíble energía” que ese puñado de locos puso en hacer la revolución se hubiera empeñado –y se empeño en muchos casos y a costa de la vida- en las transformaciones democráticas no gozaríamos de las oportunidades y libertades de las que hoy gozamos. No imagino a Díaz o a Somoza abriendo graciosamente espacios democráticos. Las armas aceleran la historia.
Es mi convicción por otro lado que aceptar la democracia luego del fin de la lucha armada es algo más que “resignarse” a ella: la guerra, cuando se hace en serio, enseña, transforma, abre los ojos. Hoy la izquierda más radical, esa que vocifera y estigmatiza a quien se atreve a pensar distinto, condena como traidores a aquellos revolucionarios que, sin rendirse, se sentaron a negociar con su enemigo y aceptaron, por el bien de su patria, convivir con él, competir en las urnas, sacrificando sueños; reconociendo realidades, dándole al futuro una oportunidad. Ese gesto los honra, enaltece y distingue de aquellos muy demócratas, pacíficos y civilizados que, gracias a la complicidad con los medios y el poder económico, no se resignan con la democracia, cuando no ganan arrebatan y ya ni saben, ni quieren jugar limpio.
Creo Héctor, que es preciso reconocer la contribución de quienes tuvieron el valor de jugarse la vida. El imperio de la derecha se asienta, entre otras cosas, sobre el olvido y la descalificación de esa gesta. Creo también que es preciso reconocer que quizás hay muchos en nuestro país que hoy se sienten impelidos a alzarse. Sé de lo que son capaces. No se si tengan razón; no quisiera en todo caso que la realidad y la desesperanza se las diera. Ojalá Héctor y la clase política y los partidos no den por sentada la paz; no dilapiden irresponsablemente ese vital y único patrimonio.
jueves, 23 de agosto de 2007
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2 comentarios:
muy cierto. tengo una historia que podría interesarle.
muy cierto. tengo una historia que podría interesarle. zilmarilion@yahoo.com.mx
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