No se trata del dinero. Es cierto lo que dicen los concesionarios de la radio y la TV. La cifra de inversión política-publicitaria, en los medios, aunque sea escandalosamente grande afecta sólo marginalmente sus ganancias. Tampoco se trata y en eso mienten descaradamente, de un intento de amordazarlos, de un atentado contra la libertad de expresión. ¿Cómo quienes dieron la espalda en el 68 a lo que sucedía en el país se atreven a hablar de esto? ¿Cómo quienes sirvieron como soldados al viejo régimen son de pronto tan desmemoriados? Menos todavía se trata de que una “partidocracia” secuestre a la democracia o peor todavía –y ya en el colmo del simplismo- de una venganza de los vencidos en el 2006. Qué va. Esas sólo son fórmulas propagandísticas. Se trata pura y llanamente de que no quieren los medios, no se resignan a dejar fungir, sobre todo la televisión, como gran elector en los comicios y se trata también de un Senado de la República que se alza con dignidad, unido, para darle en nuestro país finalmente una oportunidad real a la democracia.
La incipiente, precaria y ahora tan llevada y traída democracia mexicana ha vivido secuestrada por el poder del dinero; hoy convertido en el más encendido de sus defensores. Los medios electrónicos, es preciso reconocerlo, jugaron un papel protagónico en la defenestración del régimen autoritario. En el 2000 las grandes cadenas, en un gesto que las honra, dejaron de servir al gobierno y abrieron las puertas a la alternancia. Así millones de mexicanos acudieron por primera vez a las urnas liberados, parcialmente al menos, de la opresiva y omnipresente propaganda oficial, con distintas opciones ante si –es decir en la pantalla- y expulsaron al PRI de Los Pinos.
De poco sirvió esta victoria histórica. Vicente Fox Quezada desperdició miserablemente la oportunidad; traicionó el mandato popular y se puso de rodillas ante la televisión; sometiéndonos así, a todos los mexicanos, a los designios y caprichos de un nuevo y distinto tipo de autoritarismo. Autoritarismo que no se ejerce necesariamente desde palacio y que convierte a este en una mas de sus dependencias.
Fascinados los medios –y fundamentalmente la TV- por lo que consideraron su victoria; la de Fox. Posible –pensaron y no sin cierta razón- más por el trabajo en pantalla que por los votos ciudadanos. Liberados además del sometimiento a los gobiernos de la revolución, que sabía cómo mantenerlos a raya ( a punta de amenazas sobre sus concesiones y de refrendos y ampliaciones discrecionales de las mismas) y convertirlos en parte de su instrumental de gobierno, se dedicaron a prefigurar, muy a la americana (donde la TV define la última intención de voto) y con la complicidad de Fox, que no sabe vivir fuera de cámara, una democracia a la medida de sus intereses.
Hoy, cómo habrían de aceptarlo, no toleran que esta realidad, la del poder publico postrado ante la TV y con ella y por ella ante el dinero, se modifique así sea un ápice. Por eso este revuelo, estas horas y horas de pantalla, esta ofensiva contra la reforma electoral no se trata de dinero, como dicen, sino de la lucha de un poder, el de unos pocos, que pretende perpetuarse en el trono contra otro poder, el que representa a muchos, que pretende recuperar la soberanía perdida y que en definitiva no pertenece a los senadores sino a los ciudadanos, que al emitir su voto, los llevaron a esas curules en las que hoy, al legislar y al hacerlo con razón, dignidad y patriotismo no hacen sino cumplir con tarea.
Al abdicar ante los medios electrónicos de la soberanía que el pueblo le diera Vicente Fox les extendió patente de corso. Hoy a los concesionarios les cuesta trabajo entender su condición y su tarea; son sólo “medios”, prestan un servicio público. Jugar ese papel primordial de puente, de intermediación en la sociedad les parece poco. Quieren más; gracias a la traición de Fox tuvieron más; lo tuvieron todo.
Se ciernen sobre el país algo más que barruntos de tormenta. La tentación autoritaria de quienes no se resignan a perder parcelas de poder que no ganaron por votos sino por el peso de su influencia desmedida; ese desden manifiesto por las instituciones, la demolición, casi golpista, que se pretende, que se alienta por todos los medios, de uno de los poderes del estado o de sus designios soberanos, es solo un acicate para aquellos que no ven otra salida que la vía armada. El único antídoto a la mano es liberar a nuestra democracia de las ataduras que la mantienen como rehén del poder del dinero y hacer por otro lado, para que no sea una formula hueca, que su sistema de contrapesos produzca ya justicia social.
viernes, 14 de septiembre de 2007
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