jueves, 18 de octubre de 2007

“ESPAÑA QUE PERDIMOS, NO NOS PIERDAS; ………

…..…guárdanos en tu frente derrumbada, conserva a tu costado el hueco vivo de nuestra ausencia amarga que un día volveremos…….”: Y se cumplió, tarde pero se cumplió, aquello que, aquí en el exilio mexicano, cantaba Pedro Garfias; “pastor de mis soledades”, “poeta, borracho y comunista”. Por decisión de las Cortes se ha promulgado finalmente en España la llamada Ley de memoria Histórica que, 32 años después de la muerte de Francisco Paulino Hermenegildo Téodulo Franco Bahamonde y Salgado Pardo, caudillo de España por la gracia de Dios, condena el régimen de ese sanguinario y diminuto –aunque con tan largo y pomposo nombre- dictador. Franco llegó al poder matando; matando se mantuvo en él. Presto siempre para firmar condenas de muerte, matando llegó a la tumba. Hoy en España todo lo que conmemora su traición a la democracia y a la república, su dictadura de 40 años, los muros pintados con sangre de toro, las omnipresentes listas de los mártires de la cruzada, las flechas de la falange, los monumentos serán, por ley, borrados, destruidos y finalmente el franquismo quedará proscrito. Tarde alcanza a Franco la misma suerte que su compinche Hitler y sus seguidores han corrido en Alemania donde pintar una swástica es delito y donde por ley se ha prohibido la exaltación, en cualquier forma del nazismo.

Pero el regreso a la península de aquellos que salieron al destierro tras la caída de la República se producirá de manera, aunque tardía, harto simbólica; por mandato de esta misma ley podrán recibir la ciudadanía española los nietos de los llamados “transterrados”. De esas decenas de miles de mujeres y hombres que, como decía León Felipe, se vieron forzados a dejarlo todo atrás pero que “trajeron consigo la canción”. Franco y los suyos fueron siempre - el Manco Millán Astray se lo dijo a gritos a Miguel de Unamuno con aquel “¡viva la muerte!”- enemigos de la inteligencia. La suya, la de los militares golpistas, que eso eran aunque se dijeran “cruzados”, fue una guerra que en nombre de la España “de la cruz y de la espada” cobró un millón de vidas y se empeñó, con particular saña, al fincar a sangre y fuego sus cimientos, en la persecución y el asesinato de intelectuales, poetas, artistas y académicos. Pensar más allá del dogma cristiano fue siempre para los franquistas un pecado que se pagaba con la muerte.

Esta ley ordena también la búsqueda formal y la apertura de las miles de fosas clandestinas donde los franquistas sepultaron a sus victimas. Hasta ahora sólo los parientes de las mismas, apoyados por organismos de la sociedad civil, se han hecho cargo de la tarea. La tan orgullosa democracia española, que cojea de esta pata, que tan débil y volátil memoria ha tenido hasta ahora, pagará así, parcial y tímidamente, una deuda que no se había atrevido ni siquiera a reconocer. Buenos han resultado los juristas españoles, “farol de la calle…” como dice el refrán, para perseguir genocidas extranjeros como Pinochet o los torturadores argentinos, tarea que los enaltece y que es preciso continuar. Muy malos sin embargo han resultado para someter ante la justicia a aquellos que en su propia casa tienen aun –el genocidio no prescribe- las manos manchadas de sangre. La memoria empieza en casa; ni perdón, ni olvido y menos dentro de ella.

Yo como muchos de mi generación, como México entero, estoy en deuda con el exilio español. Celebro pues con ellos y en su nombre que la soberbia y desmemoriada España recupere el sentido. Así como Gabriel Garcia Márquez, quien como dice Eduardo Galeano, “me enseñó a mirar” de Carlos Velo, de Buñuel, de Jomi Garcia Ascot, de Luis Villoro, de Wenceslao Roces, de Luis Recasens, de mis maestros Eduardo Nicol, Ramón Xirau y Adolfo Sánchez Vázquez. De Garfias, siempre de Garfias, quien decía “donde pongo mis ojos todo es cielo”, de ese poeta “de la cabeza a los pies”, del que lloraba a su patria “con llanto de becerro que ha perdido a su madre” y de Pedro Salinas el de “la nada tiene prisa” y de León Felipe “que se sabía todos los cuentos” y de Ángela Figueras Aymerich, con su “ belleza cruel” y del generoso Juan Rejano, el que abría las páginas del suplemento cultural de El Nacional a la poesía joven en un tiempo de silencio y oscuridad, de Eulalio Ferrer, ese otro que dió su capote, en pleno invierno, a Antonio Machado y cambió su ultimo atado de cigarros por un ejemplar de El Quijote; de todos ellos, españoles universales, aprendí a pensar y a sentir, a apreciar la belleza. La urgencia, la terquedad, la intensidad del que ha vivido la guerra, la derrota, el despojo y el exilio sin perder por eso la esperanza, el sentido profundo de lo humano y la voluntad de comunicarlo de esos españoles y sus obras marcó mi vida; salud por ellos este día que España abre los ojos ante ellos.

2 comentarios:

Roberto dijo...

IGUAL DE CURSILERO, COMO TODOS LOS IZQUIERDOSOS DE ESTE PAIS, MAL PARIDO A ESTA TIERRA QUE SI FRANCO REINARA EN ESTE PAIS YA TE HUBIERA PASADO POR LAS ARMAS!!!

FRANCO, FRANCO, FRANCO!!!

Roberto dijo...

AH QUE ALEGRIA ME DA SABER POR FIN, DESPUES DE LAS ELECCIONES "EJEMPLARES" DEL P.R.D.,

DE QUE EN MEXICO LA IZQUIERDA SE FUE A LA MIERDA!!