jueves, 27 de septiembre de 2007

VAMOSSOBREFOX.COM No. 2

“Ni perdón; ni olvido. La democracia debe construirse sobre la verdad, la justicia y una memoria puntual, precisa e inclemente” me decía ayer en Buenos Aires el nieto de una de las “Abuelas de Plaza de Mayo” José María Vázquez Ocampo quien, primero como Viceministro de Defensa y ahora como Secretario de Asuntos Internacionales del mismo ministerio, está empeñado en la imprescindible tarea de democratizar, desde dentro, a las Fuerzas Armadas Argentinas. Vázquez Ocampo, cuya hermana fue desaparecida junto con su esposo por la dictadura, es uno de los muchos que trabajan para construir así cimientos sólidos para una democracia que, por su origen mismo y como la nuestra, ni se ha terminado de perfilar, ni tiene tampoco asegurado el futuro. No mueve a Jose María, tendría razones de sobra, el aliento de la venganza sino la clara convicción de que es eso; justicia, memoria y verdad lo que el país necesita.

En Argentina hoy, pese al enorme poder que los militares tuvieron en el pasado y a sus vínculos con una derecha que no ha cesado de tenerlo, se dan pasos para someter ante la justicia a quienes cometieron crímenes de lesa humanidad. Atrás quedaron los tiempos de Alfonsín y Menem y sus leyes de amnistía y obediencia debida. Atrás quedó la concertación obligada y en desventaja, el compromiso con una fuerza, y más que con una fuerza con el alto mando de la misma, capaz de detener el avance del proceso democratizador. “Si la democracia llegó o no para quedarse depende sustancialmente de la supeditación definitiva del poder militar al poder político -explica Vázquez Ocampo- vivimos un proceso de transformación integral de nuestras fuerzas armadas; desde su organización, su armamento, hasta su propia función social –puntualiza el funcionario- es este un proceso complejo, didáctico, en donde todos tenemos que aprender cuál es el rol que nos corresponde en la democracia”.

La conversación con José María me hace pensar en el El Salvador y en México. En El Salvador al apenas terminarse la guerra había que cancelar, así fuera por un tiempo, dos de los ideales que iluminaron e impulsaron la lucha: la verdad y la justicia. Difícil si no es que imposible construir la paz con un ejército al que no se ha vencido del todo y con el que se ha negociado sobre el principio del “equilibrio de los miedos” sin olvidar o posponer al menos los juicios sobre algunos crímenes execrables cometidos por sus jefes y oficiales. ¿Cómo llevar ante los tribunales a quienes están sentados negociando y de cuya voluntad depende que termine la guerra? Pero si la paz, la primera y más grande de las prioridades sin la cual la democracia es impensable, se conquista suspendiendo la acción de la justicia, la consolidación de un sistema democrático exige necesariamente una memoria de elefante. A quienes en principio y en función de la fragilidad evidente del naciente sistema democrático se les perdonó se les debe, ahora obligatoriamente y en función del fortalecimiento del mismo sistema, someter ante la justicia.

¿Y México? ¿Qué con nuestro país en este asunto de la guerra y la paz; de la memoria y el olvido? En Argentina la concatenación de errores y crímenes de la dictadura castrense y luego la derrota en Las Malvinas y el consecuente aislamiento internacional condujo a los militares a la debacle; debacle de tal magnitud que hoy finalmente y si hay voluntad y decisión puede conducir a la justicia y por esa vía a la consolidación de la democracia. En El Salvador, por otro lado, una larga y cruenta guerra popular y la lucha de sectores sociales y democráticos forzó a la fuerza armada a negociar y la hizo volver a los cuarteles en un retorno que, por errores tanto de la izquierda radical como de la derecha en el Gobierno, puede ser sólo temporal. Sin haber pagado sus culpas, sin conocer el sometimiento ante la justicia y cargar con ese peso y ante la violencia despiadada de las maras pueden hoy los militares salvadoreños salir de nuevo –y lo que es peor por aclamación- retomar un papel protagónico.

¿Y qué con México? Que aquí fue el voto popular el que desplazó al régimen autoritario y que ya no hay ni con quién, ni por qué negociar amnistías. Esta democracia imperfecta que hoy tenemos es nuestra; no se la debemos a nadie más que a nuestras propias luchas y para preservarla, para consolidarla, para cumplir con aquellos que dieron la vida para conquistarla, es preciso no olvidar a quienes la han traicionado. Por eso, otra vez pongo el dedo en la llaga: Vamos por Fox. Ni perdón, ni olvido. Allá Ramírez Acuña si él mete las manos al fuego por ese hombre.

jueves, 20 de septiembre de 2007

DE INFIERNOS Y BUENAS INTENCIONES

Mucho me temo que para hablar de diálogo con el EPR es aun demasiado temprano. Sobran razones (desde el punto de vista de quien se ha pronunciado por esa vía) para alzarse en armas. Falta guerra (a las dos partes) y mucha para sentarse a negociar. Aunque celebro y comparto las buenas intenciones de los legisladores y de todos aquellos que se han planteado esta tarea patriótica no veo posibilidad alguna, al menos en este momento, de que su iniciativa tenga éxito y es que, en este tipo de conflictos, la negociación, si es que llega, es producto o de la descomposición profunda de una de las partes que se ve obligada a buscar así una rendición simulada o bien de un equilibrio de miedos; es decir de la convicción de uno y otro lado, de que la victoria militar es imposible o incosteable para ambos, del temor que el poder del otro despierta y de la prisa o la convicción de hacer de la negociación otro tipo de victoria. Para que cualquiera de estos dos escenarios sea posible, para que la paz se ponga sobre la mesa, hace falta todavía, por desgracia, que se derrame mucha sangre y que el país sufra daños aun más severos.

Conviene tomar conciencia de que nadie se levanta en armas con la bandera de la negociación en la mano. Vivimos apenas los primeros escarceos. Poner bombas –y más cuando las fuerzas de seguridad están desprevenidas y con una geografía como la nuestra- es relativamente sencillo y altamente rentable, en un primer momento, desde el punto de vista propagandístico y militar. La guerra ha cambiado tanto que hoy la selección de objetivos más que un riesgoso y lento trabajo de infiltración puede hacerse por internet. Se logra mucho con muy poco. Los efectos positivos –para sus causantes al menos- de las explosiones tienden, sin embargo, a revertirse muy pronto. Las posibilidades de impacto al medio ambiente, de afectación directa o indirecta a la población civil (cosas que ya se vieron cercanas en Veracruz) hace que este tipo de acciones, no importa sus efectos en la economía, se vuelvan a la postre muy dañinas para quien las realiza. En estos tiempos además y si se actúa, como se hizo, en la proximidad del 11 de Septiembre, difícil evitar que internacionalmente no se le cuelgue al responsable de las acciones el san benito de terrorista.

Al extenderse por otro lado el estado de alerta, como ya esta sucediendo en casi todo el país, crecen las posibilidades de un enfrentamiento, en condiciones que habrán de ser, por el poder de fuego, necesariamente desventajosas para la guerrilla, con las fuerzas que custodian las instalaciones estratégicas o las que patrullan las carreteras y caminos de acceso. A la amenaza de un combate no deseado se suma la amenaza creciente de capturas; no solo de los comandos responsables de las operaciones sino de sus bases de apoyo en zonas donde la guerrilla tiene poca tradición y presencia y que son por tanto retaguardias inestables e inseguras. Por más que los golpes de mano sigan produciéndose, la propia naturaleza de los mismos y la cada vez más limitada capacidad de selección de objetivos rentables, puede producir un escalamiento del conflicto armado. De los bombazos, de la propaganda armada, a los estallidos sociales, al menos en las zonas históricas de operación de la guerrilla, las más pobres y marginadas del país, el trecho puede ser muy corto.

La pradera está seca y sopla un viento fuerte azuzado irresponsablemente entre otras cosas por la escandalosa exhibición de la corrupción de Fox y sus compinches. Con 19 millones de mexicanos victimas de pobreza alimentaria, es decir muriendo de hambre y otros 49 millones en estado de pobreza simple, es decir careciendo de lo mas elemental no hay porque, sin embargo, acomodarse, pensar que esos estallidos habrán de producirse solo allá a lo lejos en la montaña de Guerrero: la pobreza y la desesperación tienen sitiada a las grandes ciudades; las paz esta en peligro aquí a la vuelta de la esquina. Más que pronunciamientos contra la violencia urge desactivar las causas de la misma; quitar razones a quienes se alzan en armas, acortar el trecho de guerra que hace falta. No se trata sin embargo de acelerar acciones represivas por un lado o de escalar el conflicto por el otro cosa que me temo, insisto, habrá de suceder. Se trata simple y llanamente de que la democracia, esta de la que nos sentimos tan orgullosos y con razón últimamente, sirva de veras para algo: produzca, además de este clima de libertad condicional que vivimos, una ola de justicia social que inunde al país de golpe.

viernes, 14 de septiembre de 2007

PODER CONTRA PODER

No se trata del dinero. Es cierto lo que dicen los concesionarios de la radio y la TV. La cifra de inversión política-publicitaria, en los medios, aunque sea escandalosamente grande afecta sólo marginalmente sus ganancias. Tampoco se trata y en eso mienten descaradamente, de un intento de amordazarlos, de un atentado contra la libertad de expresión. ¿Cómo quienes dieron la espalda en el 68 a lo que sucedía en el país se atreven a hablar de esto? ¿Cómo quienes sirvieron como soldados al viejo régimen son de pronto tan desmemoriados? Menos todavía se trata de que una “partidocracia” secuestre a la democracia o peor todavía –y ya en el colmo del simplismo- de una venganza de los vencidos en el 2006. Qué va. Esas sólo son fórmulas propagandísticas. Se trata pura y llanamente de que no quieren los medios, no se resignan a dejar fungir, sobre todo la televisión, como gran elector en los comicios y se trata también de un Senado de la República que se alza con dignidad, unido, para darle en nuestro país finalmente una oportunidad real a la democracia.

La incipiente, precaria y ahora tan llevada y traída democracia mexicana ha vivido secuestrada por el poder del dinero; hoy convertido en el más encendido de sus defensores. Los medios electrónicos, es preciso reconocerlo, jugaron un papel protagónico en la defenestración del régimen autoritario. En el 2000 las grandes cadenas, en un gesto que las honra, dejaron de servir al gobierno y abrieron las puertas a la alternancia. Así millones de mexicanos acudieron por primera vez a las urnas liberados, parcialmente al menos, de la opresiva y omnipresente propaganda oficial, con distintas opciones ante si –es decir en la pantalla- y expulsaron al PRI de Los Pinos.

De poco sirvió esta victoria histórica. Vicente Fox Quezada desperdició miserablemente la oportunidad; traicionó el mandato popular y se puso de rodillas ante la televisión; sometiéndonos así, a todos los mexicanos, a los designios y caprichos de un nuevo y distinto tipo de autoritarismo. Autoritarismo que no se ejerce necesariamente desde palacio y que convierte a este en una mas de sus dependencias.

Fascinados los medios –y fundamentalmente la TV- por lo que consideraron su victoria; la de Fox. Posible –pensaron y no sin cierta razón- más por el trabajo en pantalla que por los votos ciudadanos. Liberados además del sometimiento a los gobiernos de la revolución, que sabía cómo mantenerlos a raya ( a punta de amenazas sobre sus concesiones y de refrendos y ampliaciones discrecionales de las mismas) y convertirlos en parte de su instrumental de gobierno, se dedicaron a prefigurar, muy a la americana (donde la TV define la última intención de voto) y con la complicidad de Fox, que no sabe vivir fuera de cámara, una democracia a la medida de sus intereses.

Hoy, cómo habrían de aceptarlo, no toleran que esta realidad, la del poder publico postrado ante la TV y con ella y por ella ante el dinero, se modifique así sea un ápice. Por eso este revuelo, estas horas y horas de pantalla, esta ofensiva contra la reforma electoral no se trata de dinero, como dicen, sino de la lucha de un poder, el de unos pocos, que pretende perpetuarse en el trono contra otro poder, el que representa a muchos, que pretende recuperar la soberanía perdida y que en definitiva no pertenece a los senadores sino a los ciudadanos, que al emitir su voto, los llevaron a esas curules en las que hoy, al legislar y al hacerlo con razón, dignidad y patriotismo no hacen sino cumplir con tarea.

Al abdicar ante los medios electrónicos de la soberanía que el pueblo le diera Vicente Fox les extendió patente de corso. Hoy a los concesionarios les cuesta trabajo entender su condición y su tarea; son sólo “medios”, prestan un servicio público. Jugar ese papel primordial de puente, de intermediación en la sociedad les parece poco. Quieren más; gracias a la traición de Fox tuvieron más; lo tuvieron todo.

Se ciernen sobre el país algo más que barruntos de tormenta. La tentación autoritaria de quienes no se resignan a perder parcelas de poder que no ganaron por votos sino por el peso de su influencia desmedida; ese desden manifiesto por las instituciones, la demolición, casi golpista, que se pretende, que se alienta por todos los medios, de uno de los poderes del estado o de sus designios soberanos, es solo un acicate para aquellos que no ven otra salida que la vía armada. El único antídoto a la mano es liberar a nuestra democracia de las ataduras que la mantienen como rehén del poder del dinero y hacer por otro lado, para que no sea una formula hueca, que su sistema de contrapesos produzca ya justicia social.

jueves, 6 de septiembre de 2007

CONFESIÓN DE PARTE

(El patético espectáculo de Ugalde)

Por ahí, saltando de micrófono a micrófono, de pantalla en pantalla, anda rasgándose las vestiduras, presumiendo de una dignidad que no tuvo cuando se trató de poner alto a las trapacerías de Vicente Fox; escudándose en una legalidad que uso sólo como coartada; denunciando la violación a una autonomía que él se encargó de aniquilar; el patético consejero-presidente del IFE; Luis Carlos Ugalde, actor de uno de los más recientes e insulsos melodramas mediáticos de la política nacional y gestor, facilitador –por acción y por omisión- de una grave afrenta contra la Nación.

No tengo memoria de otro funcionario público lanzado así, como Ugalde, a una tan intensa, lamentable y cínica cruzada mediática en defensa de su puesto. Menos tengo memoria de un hombre haciendo una tan descarada confesión de parte por un lado y una tan explícita amenaza de extorsión a Felipe Calderón y su partido por la otra.

No tuvo Ugalde en el 2006 el coraje para impedir, o por lo menos denunciar las intromisiones de Vicente Fox, el poder económico y la Iglesia en el proceso electoral. Tan no tuvo los tamaños que el puesto y la situación exigía que, en cada declaración, en cada entrevista, con un cinismo que deja estupefacto a cualquiera, lo confiesa. Se escudó entonces Ugalde y se escuda ahora en las omisiones de la legislación que son muchas y por cuyos resquicios se colaron Fox, los barones del dinero y el mismo PAN. Hace Ugalde de la ley una mera coartada para ocultar su cobardía.

No hay duda, el presidente Vicente Fox intervino mañosamente y esta intervención tuvo un efecto pernicioso en el proceso electoral, declara Ugalde y lo repite una y otra vez. Lo hicieron también los empresarios quienes, con el PAN, desataron la guerra sucia; marca indeseable e indeleble de esos comicios; dice también y luego dispara: “ceder al chantaje de los partidos sería reconocer que hubo fraude.”

El que como árbitro se mantuvo con los brazos cruzados y la boca cerrada, no cesa ahí de gimotear en cadena nacional y apocalíptico, predice que si “los partidos pactan su remoción” será entonces el fin de la democracia en México. Escuchar a Ugalde remite inevitablemente a aquello de “no llores como niño lo que no supiste defender como hombre”.

Triste democracia la nuestra si depende de la permanencia en el cargo de personajes como él. Triste democracia la nuestra si el poder legislativo, uno de los poderes de la Unión, no tiene la capacidad de enmendar la plana, después de los tan cuestionados comicios del 2006 y reestablecer la majestad de la institución responsable del arbitraje electoral.

Una majestad que Ugalde, durante su gestión, se ha empeñado en demoler. No nos engañemos, no caigamos victimas de sus lamentos o de sus amenazas; removerlo no es atentar contra la autonomía del IFE, al contrario; remover al consejero-presidente; a ese que no pudo, no supo o no quiso jugar un digno papel en la elección presidencial es condición indispensable para recuperar la confianza perdida de millones de mexicanos.

Perderá, si los diputados y senadores, sobre todo los del PAN, actúan con honestidad, lucidez y patriotismo, Luis Carlos Ugalde su cargo y sus ingresos. Merece al menos esa pena y también la del descrédito que sus declaraciones en supuesta defensa propia y del Instituto que preside no han hecho sino acrecentar. Ganará entonces el IFE la oportunidad de restituir parte de ese capital político acumulado durante la autónoma, honorable y valiente (asi tienen que ser los árbitros) gestión de José Woldenberg.

La posible remoción de Ugalde se presenta hoy, en una reedición del pleito de Fox con el Congreso, como una venganza mezquina de los partidos que perdieron las elecciones. Ciertamente legisladores de esos partidos, dentro de los procesos de negociación naturales del quehacer político, exigen la cabeza de Ugalde a cambio de las reformas. Más allá, sin embargo, de sus pactos y componendas millones de ciudadanos sin partido fuimos testigos y victimas de la falta de coraje, dignidad y fuerza del supuesto arbitro del proceso electoral.

Más que por consigna es con el peso de esos votos, los de millones de mexicanos agraviados, que se hace urgente, justo y necesario, si queremos que el juego democrático continúe, que los legisladores actúen. Deben hacerlo recordando que no se trata de componer a modo las ruinas dejadas por Ugalde; sino pensando, más allá de sus intereses, en los votantes, en el país, en la viabilidad de la democracia, en la necesidad de un árbitro confiable, creíble, dotado de los instrumentos necesarios para regular la contienda.