viernes, 25 de abril de 2008

MONSEÑOR PRESIDENTE

Triste destino el nuestro. El continente marcha en una dirección. Nosotros en otra. Mientras la izquierda gana posiciones en Sudamérica y se establece así, allá, pasando el Suchiate, mucho más al sur incluso, una especie de equilibrio entre las muchas décadas de opresión y desigualdad y las posibilidades y esperanzas de un desarrollo social más efectivo, más equitativo, más justo; en México la derecha –la nueva derecha- se entroniza y como los cangrejos vamos hacia atrás.

Mientras allá, en el sur, la izquierda –con imaginación, creatividad y talento- llega a la presidencia, aquí nuestra izquierda, en el centro –hay que reconocerlo- de todos los ataques, víctima –hay que admitirlo- de sus propios e incontables errores, pierde lo mucho –que a costa de mucha sangre y décadas de lucha- había conquistado.

Pierde así, pierden así los que la conducen, además, lo que no es suyo, lo que sólo por herencia de otros más dignos y los votos de millones que han confiado en ellos está en sus manos. Lo que de ninguna manera pertenece a esa caterva de dirigentes incapaces de mirar más allá de sus propios limitados y muy mezquinos intereses.

Apenas hace unos días Fernando Lugo, ex obispo católico, misionero del Divino Verbo, hombre cercano a la llamada opción preferencial por los pobres, profesante, por decirlo de alguna manera, de la teología de la liberación, se alzó en Paraguay, con 40.8% de los votos con la victoria en los comicios presidenciales.

¿Quién tuviera hoy en México –en el México de Hidalgo y de Morelos- esa iglesia que mira para abajo? ¿Quién esos prelados comprometidos con la mayoría y no sujetos a los oropeles y caprichos del poder político y a los de esos, muy pocos, que entre nosotros, entre millones, son los más ricos entre los ricos? ¿Quién esos obispos con dignidad y vergüenza y no esos purpurados que sueñan con salir en las paginas de sociales de los diarios? Qué lejos pues el exobispo Lugo del cardenal Rivera y sus secuaces.

Ganó además Lugo –porque la iglesia no es el la culpable de todos los males aunque sí puede serlo y en gran medida la alta jerarquía eclesiástica- como abanderado no de un partido, ni de un frente sino de un complejo y variado conglomerado de organizaciones sociales.

“Concertación nacional” se llama y en el nombre mismo lleva la vocación y la razón de su éxito en la lucha electoral. En el nombre mismo, “Concertación” se dicen y además “nacional” se adjudican, lleva también cifrada una aspiración y una posibilidad, una esperanza. La única creo, que tenemos aquellos que pensamos que es urgente, necesario y posible un cambio profundo en nuestro continente, en nuestro país. Un cambio que ya no puede hacerse apegados al dogma, de manera excluyente. Que implica, necesariamente, un ejercicio de tolerancia, apertura y apego a los principios.

Lección doble pues la del hoy Monseñor Presidente Electo – porque Lugo está sólo suspendido a Divinis por el Vaticano que no le aceptó la renuncia- para una iglesia pegada al poder, sirviente del mismo y para una izquierda acomodada en sus escaños que olvidó sus ideales. Reto tremendo el que habrá de enfrentar en una nación partida culturalmente, postrada económicamente, lastrada por una herencia de autoritarismo y corrupción.

Tiene a su favor Fernando Lugo la euforia que provoca la victoria pero, conviene no olvidarlo, dura poco. También la sotana –aunque remangada- y la estructura de la organización que lo respalda. Tan amplia, tan diversa.

Claro, falta por ver si esta resiste los intereses sectarios, la presión de la derecha o del extranjero, las mismas miserias humanas que se han encargado tantas veces de despedazar el futuro en tantos de nuestros países y tantas veces a lo largo de nuestra historia.

Porque más triste todavía es lo que ha sucedido con la izquierda latinoamericana. Profesionales de la derrota hemos sido –salvo muy honrosas excepciones- quienes de esta orilla de la historia hemos estado, votado, peleado o soñado en América Latina.

Gana Lugo y le cuelgan ya filias y fobias. Es desde ahora títere de unos. Enemigo jurado de otros. El delito principal: su cercanía con Chávez o con Evo Morales, hoy por hoy, los villanos favoritos de la película. No importa que esta sea sólo imaginaria.

Uno; Hugo Chávez, militar y loco, necesitado de prestigio, nombre y trayectoria revolucionaria se apresura a sumarlo y permite que se lo sumen –así sea por contagio o simulación- a sus filas. Al otro; Evo Morales la pura raíz indígena de su país compartida por Paraguay parece volverlo de inmediato compañero de viaje.

Ambas afinidades inventadas, adjudicadas desde la propaganda presagian tempestades. Ojalá a Lugo y al Paraguay le vaya bien. Ojalá y no lo vuelvan –en esa dirección comienzan a moverse- “un peligro” para América Latina.

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