Segunda y última parte
¿Qué hacemos? ¿Cómo enfrentamos los ciudadanos la grave crisis de seguridad que pone en riesgo nuestras vidas y nuestro patrimonio? ¿Cómo exigimos al estado, a los gobernantes de todos los partidos, que cumplan, sin dilación ni pretexto alguno, con la tarea de garantizar la seguridad de los ciudadanos? ¿Cómo depositamos, de nuevo, nuestra confianza en los cuerpos policíacos habida cuenta de la evidente infiltración en los mismos del crimen organizado? ¿Cómo hacemos frente a delincuentes cada vez más despiadados, cada vez mejor armados y organizados que operan, además, impunemente a lo largo y ancho del territorio nacional? ¿Qué hacemos pues? ¿Qué nos queda?
Mal consejero es el miedo. Peor todavía la histeria colectiva. Motivos para que ambos campeen en nuestro país desgraciadamente sobran. Si es inmoral, sin embargo, que los políticos saquen raja propagandística de la sangre derramada por las víctimas del crimen, suicida habrá de resultar como nación dejarnos llevar, los ciudadanos de a pie, los que estamos más expuestos a la acción de los delincuentes, por una furia indiscriminada contra las instituciones, por la sed de venganza contra los delincuentes o contra aquellos que pensamos que son delincuentes. Justicia es lo que necesitamos; que se cumpla y que alcance a todos sin excepción pero justicia al fin y no venganza.
La impotencia de tantos; el terror colectivo, la crispación que se respira en muchos lugares, el oportunismo de unos cuantos que, con muy pocos escrúpulos y desde posiciones en el poder político o mediático, explotan y azuzan descaradamente la zozobra social, pueden arrastrarnos al abismo. ¿Qué quedaría de nosotros, como país digo, si todos nos armamos, si cada quien administra a su arbitrio lo que piensa que es la justicia, si es, finalmente, la Ley del Taleón, la ley de la selva pues, la que, producto del miedo, los agravios sufridos y la incitación al linchamiento de criminales e instituciones, se instala en nuestros campos y ciudades?
De la exigencia estridente de la pena de muerte y la descalificación histérica de todos los esfuerzos de procuración de justicia por parte del estado o la condena indiscriminada a todos aquellos que portan un uniforme o una placa de policía, a la justicia por propia mano hay sólo un paso. Es preciso reconocer que no todo está podrido. Que a la ley de plata o plomo muchos, en los cuerpos policíacos o en los aparatos de procuración de justicia, responden con dignidad y ponen su sangre.
No nos equivoquemos. Dar ese paso; al vigilantismo, a la vendetta, al que muchos irresponsables nos incitan, al que la multitud de traiciones de aquellos que supuestamente debían velar por la seguridad pública nos orillan, es ponernos en el mismo plano que los delincuentes. Hablar su mismo lenguaje. No les regalemos una victoria más. Menos esa.
Ceder a la tentación de terminar de demoler lo que queda de las instituciones, echar por la borda el respeto a los derechos humanos es mirarse en el mismo espejo que los criminales, rendirse ante ellos.
Ante el crimen nos toca, conviene estar absolutamente claros de esto, fortalecer las instituciones; a los cuerpos policíacos, a las procuradurías de justicia, a los jueces y tribunales. Sin ellas no hay país. Urge refundarlas y esa tarea nos corresponde a todos. Para eso sirve la democracia.
Ya el antiguo régimen y luego Fox, ya la corrupción endémica y generalizada -ese antivalor que parece a veces en nuestro país una segunda piel- erosionaron a fondo nuestra vida pública, deshilvanando, descomponiendo el tejido social. Somos victimas, todos, de la debilidad, también endémica de nuestros democracia pues sin ella no logramos -¡cómo hubiéramos podido!- construir instituciones sólidas, ni implantar, en muchos de los servidores públicos, una noción profunda y clara de justicia. Antes bien el estado servía para medrar. Escuela de delincuentes, guarida de criminales fue por décadas y lo sigue siendo para muchos.
Acostumbrados a no rendir cuentas de sus acciones porque el voto vale poco para ellos. Irrespetuosos pues de la voluntad popular, nuestros gobernantes, violadores muchas veces -y en tanto violadores, delincuentes- de las reglas del juego democrático, incubaron el huevo de la serpiente.
La sociedad tiene en sus manos una sola arma: el voto. La inseguridad un sólo remedio efectivo; la democracia y con ella una vida institucional sólida y limpia. Que nadie se atreva de nuevo a sabotearla. Deben los ciudadanos hacer que su voz se escuche más allá de los períodos electorales. Demandemos, propongo, mecanismos como el referéndum revocatorio. Quien no garantice, sea gobernante, juez, funcionario o policía, la seguridad de los ciudadanos, quien no trabaje sin descanso para devolver la majestad a las instituciones que rinda cuentas y se vaya a su casa o responda, si así corresponde, ante un tribunal.
jueves, 14 de agosto de 2008
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3 comentarios:
Usted habla "a nivel nacional", por qué no habla a nivel local, el prd ya tiene más de 15 años gobernando el DF y estamos cada día peor en cuanto al respeto a la ley. Usted puede ver por toda la ciudad que todo mundo hace lo que quiere, nos pasamos altos, nos paramos donde queremos, nos damos la vuelta donde no está permitido; hay gente que pese que hay normatividad en contra aparta lugares en las calles, son de ellos y cuidado con meterse con ellos, hay talleres de hojalatería y pintura en las calles; etc. No se diga de otros delitos como los ambulantes que hay en toda salida del metro, taxis piratas, etc. No han dicho los diferentes secretarios de policía que esa entidad es un nido de corrupción? y qué han hecho? nada. Porque es sabido los millones de pesos que se reparten para arriba de transitos, policias, narcomenudistas, tianguistas, ladrones, etc.
El verdadero problema son las mafias que controlan el crimen, compran políticos y presionan para lograr espacios de impunidad. La carrera política, el lavado de dinero, el tráfico de influencias, el ascenso económico, y el control de territorios y zonas de influencia, son partes de la cadena llamada delincuencia organizada cuyo alcance llega a las altas esferas de poder. Es evidente, obvio y consecuente. Hemos alcanzado ya el más alto nivel de corrupción y descontrol legal. ¿Que sigue? La barbarie, los atentados políticos y quizá choques de grupos de poder que llevan a movimientos armados. La llegada de Calderón al poder con el aumento de la violencia no es casualidad ni consecuencia de una disque guerra contra el narco y la violencia organizada, es un plan de negocios a gran escala que pasa desde el lavado billonario de dinero sucio, compra y venta de armamento y control de la reservas del petróleo. Pobre México, a penas es el comienzo.
Lic. Armando Garcia Suazo
Bahía de Banderas, Nayarit.
Hace poco me asaltaron, me retuvieron dentro de un taxi dando vueltas, hasta que se hartaron y me dejaron ir. Afortunadamente no sufrí ningún agravio físico. Y me dirigí a levantar una denuncia por robo al MP. Los trámites son engorrosos, las autoridades tratan al denunciante como si éste fuese el ladrón y estuviera inventando todo, perdí horas, días y semanas yendo a la delegación para seguir el trámite burocrático de mi denuncia.
Los mexicanos no tenemos una cultura de la denuncia y se debe precisamente a las largas que nos dan para poner ésta frente a los oficiales. Quizá si propusiéramos con una iniciativa en la ALDF (para empezar) mejorar ese tipo de trámites y de pérdida de tiempo y de mal trato podríamos lograr que la sociedad comience a denunciar; para que cuando las autoridades vean que hay millones de quejas entonces sepan que algo anda mal.
Algo anda mal, ellos lo saben, nosotros lo sabemos; pero no lo hacen porque nosotros no lo hacemos, no denunciamos, no seguimos las leyes. Y si nosotros mismos no las seguimos, ellos menos.
Sé que tengo que ponerme a estudiar un poquito sobre creación de iniciativas, lo haré, pero realmente me gustaría que viéramos que hay propuestas para mejorar nuestro sistema jurídico y hacerlo más accesible a la sociedad y menos corruptible; en eso tenemos que trabajar.
Y realmente creo que es posible, costará trabajo y lucha, pero nuestra sociedad merece ese esfuerzo, nosotros lo necesitamos.
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