jueves, 12 de marzo de 2009

LA VERDAD, PARA VARIAR

De poco sirve a Felipe Calderón y a su Secretario de Gobernación rasgarse las vestiduras. Que el crimen organizado ha puesto en jaque al gobierno y le ha arrebatado el control en distintas zonas del territorio nacional es una realidad incontrovertible. Empeñarse en desmentirlo es sólo avivar el fuego cruzado que, medios y gobierno estadounidense, han desatado sobre México. Ponerse, con escándalo además, el sambenito de mentirosos o cuando menos el de ingenuos.

Es un hecho que hay regiones en Chihuahua, en Nuevo León, en Tamaulipas, en Michoacán, en Guerrero, en Jalisco, en Chiapas y en muchos otros estados de la república donde no mandan ni Calderón ni sus generales o donde el narco tiene poder de veto sobre las decisiones del estado. Es un hecho también que el enemigo es imbatible, por más que se desplieguen decenas de miles de efectivos militares, por razones que los norteamericanos conocen muy bien pero que se guardan de reconocer públicamente.

Hace tiempo ya –el mal no es responsabilidad de Calderón- que, en muchas zonas del país, son los carteles de la droga los que deciden a punta de sangre y fuego sobre vidas y haciendas. Pueden hacerlo porque de los Estados Unidos les llegan los insumos para que impongan su ley de plata o plomo; miles de millones de dólares -25 mil millones de dólares al año según el propio David T. Johnson, Director de la Oficina de Narcotráfico Internacional del Departamento de Estado- y decenas de miles de armas.

Aunque envolverse en la bandera nacional puede ser desde el punto de vista propagandístico interno muy rentable, poco o ningún resultado suele tener en la arena diplomática. Menos todavía cuando Washington, maestro en ese tipo de guerra, es el adversario.

A los funcionarios de las distintas agencias gubernamentales estadounidenses, hoy que tan de moda está por aquellas latitudes hablar del estado fallido y comparar lo que sucede aquí con lo que sucede en Irak o en Paquistán, las defensas patrióticas de los funcionarios del gobierno de México no les impresionan, al contrario, les sirven para abonar mejor el terreno y prepararlo para sus fines. Buscan y necesitan un viraje estratégico en su nuevo planteamiento general de seguridad y defensa. Tratan de poner en la mira a un nuevo enemigo externo. Nos tienen a la mano y Calderón y los suyos al caer en sus provocaciones alientan un debate que están destinados a perder.

No están en juego los votos de las próximas elecciones. No vale pues, como en el caso de la crisis económica, negar la realidad y acusar a los medios norteamericanos de montar una campaña contra México. Meterse a librar esa batalla con los datos que la realidad arroja diariamente es como darse un tiro en la espalda. En esa arena y en las actuales circunstancias intentar hacer proselitismo político, moverse de nuevo como candidatos en campaña, es un error garrafal.

Si algo puede hacerse –en contraposición con el discurso gubernamental tradicional- es poner ahora y para variar la verdad sobre la mesa; hacer entre otras cosas que hablen las cifras; las cifras de la muerte que los propios norteamericanos conocen y que no hacen demasiado por divulgar.

Con sólo el 4.5% de la población mundial en los Estados Unidos se consume el 50% de la producción mundial de cocaína. Unas 300 toneladas al año ni una sola de las cuales ha sido capturada y mostrada a los medios estadounidenses tan duchos en eso de mirar la paja en el ojo ajeno.

Un gramo de cocaína, de esa que se trafica en su territorio con tal impunidad, cuesta en Nueva York o en Chicago casi 100 veces más que en la selva colombiana. Se gana trasegando droga en Colombia o México, es cierto, pero se gana cien veces más vendiéndola en las calles de cualquier ciudad de los Estados Unidos.

Este formidable negocio no está, sin embargo, en manos de los capos latinoamericanos por más que Pablo Escobar primero y el Chapo Guzmán después hayan aparecido en la lista de los multimillonarios de Forbes. Ellos manejaban y manejan en realidad los centavos; los dólares, los de verdad, están en manos de las mafias norteamericanas de las que poco se sabe y nada se dice.

Esas mafias no están integradas –como Hollywood y el Departamento de Estado dicen- por mexicanos, colombianos, italianos o negros. Qué va. Si la droga se consume lo mismo en Wall Street, en Washington o en Hollywood que en Illinois, Missouri o Kentucky, los que venden ahí, en la profundidad del “territorio blanco”, los verdaderos dueños de la “última milla”, han de ser necesariamente tan anglos como su entorno.

Delegar en las minorías la responsabilidad de toda esta actividad criminal es un discurso tan racista y gastado como conveniente –¡vaya paradoja en los tiempos de Obama!- para los intereses de Washington.

Aquí la sangre corre y seguirá corriendo a raudales y el estado permanecerá sitiado porque el gobierno norteamericano no tiene una política clara frente a las adicciones, no combate a las mafias locales, no detiene ni a los policías ni a los jueces corruptos, no exhibe los mecanismos de lavado de esa inmensa montaña de dólares –oxígeno vital para esa maltrecha economía- y porque los medios, en ese país, ni quieren ni se atreven a mirarse en el espejo.

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