Se ha producido un cambio notable, a juzgar al menos por las palabras de Hillary Clinton, en el discurso gubernamental norteamericano en torno al problema del narcotráfico y sus secuelas de violencia y muerte. Equivocado sería atribuir esta súbita toma de conciencia de Washington que habla, por primera vez de su responsabilidad en el asunto, a las maniobras diplomáticas del gobierno mexicano. Muy lejos está Tlatelolco de poder anotarse este tipo de victorias. No estamos tampoco ante un triunfo de Felipe Calderón quien, a últimas fechas, ha puesto el dedo en la llaga, ni sólo ante una operación de cortesía, por parte de la Secretaria de Estado, para preparar el viaje a México de Barak Obama.
El gobierno estadounidense no cede ante las presiones de gobiernos extranjeros, menos todavía a las de su vecino del sur, ni abandona graciosamente posiciones que, desde el punto de vista estratégico, le permiten mantener e incluso ampliar el control que ejerce sobre sus áreas de influencia. Más allá incluso de que la nueva administración pueda representar un saludable cambio de actitud ante nuestro país –lo que está por verse- está el hecho de que a los norteamericanos, con esto del narcotráfico, ya les llegó en su propia casa el agua a los aparejos.
Por primera vez, forzados por las circunstancias internas, los norteamericanos han comenzado a mirarse en el espejo. Su política de tolerancia ante el consumo de drogas que ha llegado al grado de que, para ganar votos, tanto Bill Clinton como Obama reconocieron haber fumado alguna vez mariguana, amenaza ya con hacer que la situación social se desborde. Su laxitud, por el otro lado, en la persecución de los capos locales que operan con total impunidad ante la inacción de las fuerzas del orden y corrompen a granel a jueces y policías, configura ya un escenario sumamente complicado en materia de seguridad.
La descomposición social producto del consumo y la adicción crecientes, las fallas en la seguridad, sumadas a los efectos sociales y sicológicos de la crisis económica galopante, pueden hacer que Washington deje de buscar fuera de sus fronteras al enemigo que en realidad crece en su interior.
Con 35 millones de consumidores los Estados Unidos son un paraíso para los narcotraficantes. Los capos latinoamericanos son sólo quienes transportan la droga. Quienes allá la venden son criminales locales harto más ricos y poderosos. Las enormes cantidades de dinero que se mueven en torno a la droga han prohijado el crecimiento explosivo de todo tipo de organizaciones delictivas. Que las disputas por el control de mercado interno se salgan de madre es sólo cuestión de tiempo. Si esto sucede Ciudad Juárez y sus decapitados podría parecer un paraíso.
Las propias autoridades norteamericanas, el Centro nacional de inteligencia para el control de pandillas, han informado que operan en su territorio un millón de pandilleros. Más allá del comprometimiento innegable de este ejército de sicarios con la distribución y venta de estupefacientes y su relación con los cárteles que controlan el producto en los Estados Unidos, está el hecho de que el aditivo que aumenta exponencialmente su peligrosidad es tanto la droga que consumen como el síndrome de abstinencia que padecerían si no la tuvieran a la mano.
Hoy Washington, al que le ha convenido siempre que al sur de su frontera los estados vivan en riesgo permanente de volverse fallidos, enfrenta una amenaza potencial de enormes proporciones.
El plan Colombia, la controvertida operación Mérida, han sido para ellos sumamente rentables militar, política y económicamente pero no han cerrado el camino a la droga que invade sus calles. Por años, además y en el marco de la doctrina de seguridad nacional, trabajaron –los mismos agentes antinarcóticos de ahora- en la desestabilización de regímenes y gobiernos. No dudaron en recurrir a narcotraficantes y criminales cuando la tarea lo exigía. Cambiaron así coca de Colombia por armas para Irak para ayudar a la contra nicaragüense. La línea divisoria entre política y delito, esencial para combatir al crimen, es para muchos agentes de la ley en Estados Unidos más indefinida y porosa que nuestra frontera común.
Muchos de los grandes capos latinos fueron sus servidores; muchos de los capos locales sus socios y conocen las debilidades del sistema. Los norteamericanos dicen perseguirlos con celo pero también se arreglan con ellos. En un documental de la televisión colombiana, un policía de Miami, cuenta como un ciudadano jamaiquino sorprendido con un pequeño cargamento de mariguana puede pasar 15 años en la cárcel mientras que un narcotraficante colombiano, de esos que introducen en territorio estadounidense toneladas de cocaína, puede llegar rápidamente a un acuerdo y no pisar siquiera la prisión. Cría cuervos, dice el refrán.
Si Madoff, Stanford y los banqueros norteamericanos han robado más que todos los políticos y criminales latinoamericanos juntos. Si las autoridades son tan proclives a negociar y tan ineficientes para combatir al crimen; ¿De qué no serán capaces sus capos? ¿Qué detendrá a sus pandilleros? Dólares les sobran; armas también.
viernes, 27 de marzo de 2009
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2 comentarios:
Maestro:
Estos son algunos datos interesantes que saqué hoy después de haber leido lo publicado en Milenio hoy respecto al reporte que entregó la SSP a H. Clinton:
1.- Según el reporte las zonas de impunidad representan un total aproximado de 7.28 por cada entidad federativa incluido el Distrito Federal. No, no lo creo sinceramente; aún así son muchas.
2.- Por otro lado todo ese armamento y droga incautada, ¿Dónde está?, ¿Cual es su destino?
3.- Me parece que todos los detenidos corresponden a cárteles enemigos del Chapo Guzmán; puede que me equivoque; y
4.- Según el director de la oficina de narcotráfico internacional del Departamento de Estado estadounidense, David T. Johnson, en el negocio de las drogas en México participan directamente cerca de 150,000 personas que mueven capitales hasta por 25,000 millones de dólares. Según el reporte de la SSP las 62,000 personas detenidas corresponde a un 41.33%, y la droga asegurada asciende al 26.68% del total de los 25 mil millones de dólares en un año.
También según el reporte de Johnson cada persona involucrada en el negocio genera $166,667.67 dólares. Es decir según la SSP las 62,000 personas detenidas dejaron de producir $10,333 millones de dólares. ¡De nuevo un 41.33%! Este sería un gran avance; pero, ¿Porqué no se nota, porqué no ha disminuido el consumo?
Así mismo el pentágono ha reportado que 300 toneladas llegan al mercado estadounidense al año y la SSP ha confiscado 23.5 toneladas, es decir solamente 7.83% del consumo total norteamericano. Aquí el avance es poco. La razón es sencilla: Del total de lo decomisado a la mariguana le corresponde un 69.96% (casi 70%), a la heroína un 15.53 % y a la cocaína solo el 14.50%. Es decir el 92.17 % de éste último estupefaciente sigue traficándose a Estados Unidos, y es que la mariguana no es tan buen negocio, pues la mayor parte del consumo norteamericano se produce en casa. Entonces, ¿hay avance o no lo hay?, por un lado los reporte indican que si, pero el producto de mayor consumo en EU, es decir la cocaína, sigue en su mayor parte circulando por México y solo corresponde al 14. 50% de lo asegurado.
Para más puede itar mi blog: http://armandosuazo.blogspot.com/
Veo que este tema del narcotráfico tiene unas ramificaciones que ni en el mejor guión de una pelicula lo podrían igualar, o como se dice comunmente: la realidad es superior a la ficción.
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