jueves, 26 de febrero de 2009

ENTRE LA OMISIÓN Y EL DESPLANTE

Que como dice Fernando Gómez Mont, la administración de Vicente Fox “pecó de omisión” en el combate al narcotráfico y más que eso entregó –el Secretario se quedó convenientemente corto en su análisis- al crimen organizado regiones enteras del territorio nacional, no hay duda alguna. La demostración palmaria de este hecho es el repunte generalizado de las organizaciones criminales que hoy cubren al país de sangre. Durante seis largos años, roto el aparato de control y convivencia priista con la delincuencia, tuvieron los narcos tiempo y espacio físico para crecer y consolidarse. Sin ser molestados por las fuerzas federales, se hicieron de territorios y de base social que hoy pelean por mantener. Acrecentaron su poder de fuego y su capacidad económica. Expresión de esta vitalidad criminal adquirida en el período foxista es el virtual estado de guerra en que vivimos.

Así como el borracho de Yeltsin entregó el poder a la mafia, Vicente Fox, empeñado en asegurar la sucesión presidencial y perdido en la frivolidad y la soberbia, entregó el país al narcotráfico. No tuvo los tamaños que el momento histórico exigía. El peligro de que eso sucediera estaba latente. Ni supo, ni quiso verlo. El final del régimen autoritario tenía como colofón necesario –bastaba echar una ojeada a la ex Unión Soviética- la expansión de mafias y organizaciones criminales que aprovechan la ruptura de los instrumentos tradicionales de control social del estado.

Incapaz de entender esto Fox falló dramáticamente en la tarea de desplazar al régimen autoritario y sustituirlo con un aparato de gobierno digno y efectivo. No fue capaz de devolverle majestad a las instituciones de la república, al contrario, demolió con esmero lo que de ellas quedaba en pie. No pudo tampoco garantizar la seguridad de la población; era la de su sexenio, hoy lo sabemos, la paz de los sepulcros. Los criminales velaban sus armas. No combatió la impunidad, ni pudo ni quiso darle contenido real al mandato democrático que recibió con los votos de millones de mexicanos en las elecciones presidenciales del 2000. Le faltaron a ese, el primer presidente electo democráticamente de la historia reciente, dignidad, patriotismo, visión y valentía. Sacó Vicente Fox al PRI de Los Pinos, es cierto, pero sólo para que el caos imperara en el país entero mientras el “encargaba el despacho” y hacia campaña.

Que, por otro lado, en esa administración “omisa” trabajaban –como dice Santiago Creel- al salir, en una imposible defensa de su exjefe, muchos de los mismos funcionarios que hoy conducen ese combate y que, por tanto si de buscar responsables se trata, como sugiere Creel, basta con que esos mismos funcionarios se miren en el espejo tampoco hay duda.

Hereda Calderón de Fox su urgencia mediática acrecentada por la necesidad de una legitimidad que de origen no tiene. Desata, es cierto, el poder del estado contra el crimen organizado pero con frecuencia cae víctima de sus propios desplantes y desatinos. Se mete a Monterrey o Ciudad Juárez y les lleva, en su apuro electoral, la “carne al asador” a los narcos. Quiere demostrar así que no es este un estado fallido y permite con acciones escenográficas que una lata de refresco o una amenaza de bomba haga tambalearse al gobierno entero.

No son ciertamente los panistas, los de Fox o los de Calderón, que, en el fondo son los mismos, quienes crearon este fenómeno que tiene al país en jaque, esa responsabilidad es sobre todo de los artífices del régimen autoritario que alentó por décadas la impunidad y la corrupción. Fue el PRI el que sembró la semilla de este mal profundo que nos aqueja, pero es a los panistas a quienes se les salió totalmente de control, a quienes les estalló en pleno rostro. Son ellos, por otro lado, quienes tampoco han tenido y pese a sus supuestas credenciales democráticas, la firmeza y la fuerza para encarar al gobierno de los Estados Unidos, verdadero responsable por su laxitud ante el consumo de drogas y su ineficiencia en el combate a sus narcos locales, de la tragedia que nos arrastra.

Son ellos los panistas que han ocupado, “haiga sido como haiga sido”, Los Pinos estos últimos 9 años los que, por su ineficiencia, por la irresponsable y mecánica absorción de los usos y costumbres del régimen autoritario han resultado unos por omisión, otros por ineficiencia, los responsables de este colapso del estado. Porque más allá de que unos u otros se rasguen las vestiduras es de esto, de un colapso, que estamos hablando.

Incapaces de conducir el gobierno, aferrados a un discurso propagandístico que niega la realidad, empeñados a fondo en una permanente campaña para preservarse en el poder, a los panistas –son ellos mismos los que ahora al ventilar sus diferencias lo reconocen- se les está deshaciendo el país entre las manos.

jueves, 19 de febrero de 2009

BACKYARD: UNA MIRADA NECESARIA

Hoy, justo cuando el gobierno –empeñado a fondo en su campaña electoral y a punta de un discurso propagandístico- se bate a brazo partido contra aquellos que, según el propio Felipe Calderón, sobredimensionan el problema de la violencia del crimen organizado en el país, o que “agoreros del desastre” hacen pública su profunda preocupación sobre los devastadores efectos de la crisis económica y social que vivimos; hoy, digo, cuando la línea es cerrar los ojos, no ver, no hablar y menos todavía atreverse a contar lo que sucede, como si negarse a mirar hiciera a la realidad de otra manera, más a modo de quienes buscan solamente asegurar sus cuotas de poder, llega a las salas de cine “Backyard; el traspatio”, una película que escrita por Sabina Berman y dirigida por Carlos Carrera, es una mirada profunda, intensa, que no hace concesiones, que revisita una zona tan oscura como vigente de la realidad nacional: un doloroso rayo de luz en estos tiempos en que nos quieren convencer a todo trance de que lo más conveniente es la ceguera.

Escribo sobre una película –me permito estimado lector ese atrevimiento-en la que, invitado por la misma Sabina Berman e Isabelle Tardan, tuve la fortuna, el privilegio de participar, movido por la férrea convicción de que es preciso –y más allá de cualquier imperativo comercial- que muchos mexicanos la vean. Backayard una película a la que Sabina, Carrera, Isabelle y sus intérpretes han dotado de una fuerza, de un poder que la vuelven de tan estrujante, incomoda. Pero: ¿Cómo saber quiénes somos si no tenemos el valor de mirarnos también en ese espejo?¿Cómo enfrentar la tarea de cambiar una realidad de impunidad, corrupción e injusticia si caemos tan fácilmente rendidos ante la puerilidad? ¿Cómo hablar de equidad de género si nuestra memoria flaquea y nos negamos a mirar lo que aun le sucede a miles de mujeres en nuestro país?

Basada en hechos reales y filmada en Ciudad Juárez, en medio de lo que era ya hace apenas un año una marea de violencia incontenible, Backyard reconstruye un drama que no cesa, una tragedia que se torna epidemia; los feminicidios. Si bien la historia que se cuenta arranca en 1996 esa violencia de la que la película habla no ha hecho más que crecer en Ciudad Juárez y extenderse a otras zonas del país. El manto de impunidad que cubría a los asesinos de entonces y cubre a los asesinos de ahora permanece intacto. La corrupción, la indolencia, la ineficiencia en el mejor de los casos, de los cuerpos policíacos no ha hecho sino arraigarse aun más profundamente y todo esto mientras el discurso político gubernamental, lamentablemente, sigue siendo el mismo.

Del tristemente célebre Francisco Barrios que consideraba que las víctimas, por su comportamiento libertino, la minifalda, el baile y los afeites, eran cómplices de su propio asesinato a los dichos y hechos de muchos panistas que hoy son gobierno no hay casi ninguna diferencia. Del discurso propagandístico que acusaba a la prensa de sobre dimensionar el problema de unas cuantas mujeres asesinadas en Juárez para dañar el prestigio de esa ciudad pacífica e industriosa, a la ridícula defensa que de la paz y estabilidad actuales en el país intentaron hace unos días la canciller y el secretario de turismo de Calderón, e incluso, de sus propias declaraciones acusando a los medios de magnificar el problema del crimen organizado, tampoco parece haber pasado tiempo. Seguimos, me temo, anclados en esa época oscura.

En el Juárez de aquellos días si una muchacha, de esas miles que llegaban desde muchos rincones del país a trabajar a las maquiladoras, se atrevía a reclamar sus derechos, a vivir de su propio trabajo y gozar su independencia, si ejercía su libertad sexual y decidía vivir conforme a ella, se ponía automáticamente –como lo señala Sabina Berman- en la mira de criminales de toda laya. Desde el asesino serial al sicario del narco que no tiene respeto alguno por la vida. Del que produce videos snuff al pandillero que mata para divertirse. Del tío que viola a la sobrina y luego la mata al macho patético que no resiste que la mujer que considera su propiedad lo abandone, todos en Juárez se sentían agraviados por ese cambio, tan legítimo como necesario y urgente en la condición de la mujer. Agraviados y con licencia para matar.

Juárez mataba sus mujeres por el sólo hecho de ser mujeres como hoy las mata Naucalpan –que ya le arrebató ese macabro liderazgo- o Ecatepec o Tuxtla Gutiérrez y todo, dice Sabina citando a Luther King , “ante el silencio de la gente buena”. De eso nos habla Backyard, de lo que sucedía entonces y sucede aun ahora. Por eso insisto, hay que verla, es una mirada que duele pero que, a riesgo de darnos la espalda a nosotros mismos, no debemos evitar porque, como dice Gabriel Celaya, “cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades”. Para eso también sirve el cine.

jueves, 12 de febrero de 2009

NO SÓLO ES QUE CALDERÓN SEA DE MECHA CORTA

Vicente Fox no era un imbécil; se hacia el imbécil. Sus gracejadas, sus dislates pretendían enmascarar, diluir ante la opinión pública, la oscura obsesión por el poder que guiaba sus pasos. Felipe Calderón, por su parte, no es sólo un hombre, como tantos otros, que responde visceralmente ante las criticas y que, por su “mecha corta”, como dicen muchos, no duda en lanzarse o en lanzar a otros, con todo el respaldo del Estado, a atacar y descalificar ferozmente a aquellos que se atreven a decir que el país no marcha –como él sostiene- hacia buen puerto. En ambos casos, los rasgos distintivos de carácter por el que se les conoce y a veces justifica –en uno la locura, en otro el temperamento explosivo- son sólo la máscara que oculta su verdadero rostro y un eficiente y singular método de proselitismo

Uno torpe y campechano; el otro duro y temperamental, la verdad es que la de ambos es una convicción democrática muy volátil por decir lo menos y tanto que al nada más aparecer las urnas en el horizonte se despojan impúdicamente de ese disfraz y sale a flote su verdadera vocación autoritaria. Nada más sagrado para ellos que la permanencia en el poder aunque para garantizarla se deba, como en el caso de los comicios del 2006, violar la ley o como ahora cerrar los ojos y la boca –so pena de que te cuelguen el sambenito de catastrofista- ante una crisis económica y una situación de descomposición social, cuyas consecuencias devastadoras apenas comienzan a sentirse.

Fox se hacía el payaso; Calderón el guerrero siendo ambos, en realidad, oscuros inquisidores. Lo suyo es el acatamiento del dogma que ellos dicen representar y defender en el nombre y por el bien de todos nosotros. Apóstoles de la democracia esta les sirve sólo en tanto coartada para alcanzar sus fines. Maestro e hijo del “haiga sido como haiga sido” expulsan del paraíso a quienes no comparten la nueva fe nacional de la que –al sacar al PRI de Los Pinos, por un lado y salvarnos de ese “peligro para México” por el otro- se han convertido en profetas. Es desde esa atalaya que lanzan anatemas y convocan a quemar a los herejes en la hoguera. Como en tiempos de la colonia las ejecuciones se producen en la plaza pública, sólo que ahora esta es la única en la que pueden aun moverse con libertad; la pantalla de la televisión.

Impregnados de fervor religioso ambos necesitan el concurso de la feligresía. La liturgia foxista era la del espectáculo y la puerilidad. Vicente Fox, ungido democráticamente por millones, convocaba a las masas a distraerse con sus amoríos y despropósitos, a compadecerlo por bruto, a perdonarlo por simpático, a justificarlo por ser tan franco y tan ranchero. Pocos se dieron cuenta, en medio de la euforia primero, de la hilaridad después, de cómo Fox entregó el país al crimen organizado, de cómo sacó al PRI de Los Pinos para instalarlo en todos los centros de poder real, de cómo traicionó el mandato que el pueblo le diera. Pocos también tomaron en serio sus continuas y oscuras maquinaciones. Convocaba a la sociedad a reírse, a burlarse de él mientras era él, en realidad, quien se reía de nosotros, quien se burlaba de la ley.

Calderón es más grave, más solemne. Es el suyo el canto del guerrero que libra otra santa cruzada. En estas condiciones puede ser el suyo –se explica en tiempos de guerra- un discurso, un rezo ardiente, que fulmina a los infieles. Quienes a él se oponen no son sólo enemigos del progreso, lo son también de la seguridad, de la justicia, de la razón, nuevos peligros para México que es preciso combatir. Sin recato alguno –hace unos días analizaba en ese sentido uno de sus discursos Miguel Ángel Granados Chapa- mete Calderón a críticos de su gobierno y probables delincuentes en el mismo saco.

Relapsos y diminutos son quienes no creen en el dogma de su ascensión democrática. Herejes y enemigos de la verdad revelada quienes no comparten su optimismo económico. Enemigos de la paz quienes dudan de la eficacia de su cruzada y tanto que merecen quemarse, todos, en el mismo fuego que los criminales.

De cara a unas elecciones que se antojan decisivas Felipe Calderón necesita engrosar su feligresía. Para defender la fé –no necesita ciudadanos sino creyentes- promueve el linchamiento. La clave de su discurso, como lo fue de su ascensión al poder, es el miedo. Más que a la razón, como Fox lo hacía con la risa, Calderón apela –y la realidad, desgraciadamente, conspira a su favor- al más primitivo instinto de sobrevivencia. Con su mecha corta Calderón hace gala de él; entra en la lógica de campaña, muestra el camino a sus seguidores.

jueves, 5 de febrero de 2009

“REPORTAJE AL PIE DE LA HORCA”

No puedo evitarlo. Pensar en lo que estamos viviendo me remite necesariamente al título del libro que Julius Fucik, patriota checoeslovaco ejecutado por los nazis, escribió justo antes de subir al patíbulo. Por razones muy distintas pero así me siento; así nos veo: al pie de la horca.

Más allá de lo que políticos y expertos dicen lo cierto es que la crisis aprieta, con más fuerza cada día y de manera inclemente, la garganta de millones de jefes de familia y se extiende, con una velocidad y una virulencia brutales, a todos los órdenes de la vida.

Centenares de miles o han perdido ya en días pasados o están a punto de perder, en los próximos meses, su trabajo. Cada vez son menos los que tienen la certeza absoluta de que la próxima quincena habrán de cobrar su salario. Un salario, además, que a muchos ya no alcanza para cubrir sus necesidades más elementales.

Quienes por suerte logran conservar su empleo sienten sólo un alivio pasajero al ver desfilar frente a ellos a quienes han sido despedidos. Los afortunados, los que se quedan, se saben partícipes involuntarios, víctimas mas bien, de una especie de ruleta rusa que apenas ha comenzado a girar.

La pistola, el revólver del fracasado neoliberalismo, apunta a la cabeza de todos y que quienes hoy se salvaron se queden sin empleo en el próximo recorte de gastos de la empresa en la que trabajan, es, como están las cosas, sólo cuestión de suerte o de tiempo.

Me espanta, me indigna más bien, la frialdad con la que se manejan, en las oficinas gubernamentales, en los discursos de funcionarios y dirigentes políticos, en los medios de comunicación incluso, las cifras de desempleo y –vaya consuelo- las del número creciente de empresas que entran en paro técnico y deciden pagar a sus trabajadores sólo un porcentaje de sus salarios.

Estamos hablando de hombres y mujeres, con nombre y apellido, con una historia personal de sacrificio y lucha, con aspiraciones y sueños, que, destrozados, vuelven a sus hogares con las manos vacías. Que se ven sometidos a la vergüenza de anunciar a los suyos que han perdido el trabajo.

Se les puede ver –son legión- en la calle, en el metro, en los autobuses. Algunos incluso al volante de sus autos compactos que muy pronto habrán de perder. Se adivina en ellos el dolor, la rabia. No es que hicieran mal su trabajo. No es que no cumplieran con su deber. Fueron otros los que fallaron; ellos los que pagan las consecuencias.

Haga, se lo sugiero, el ejercicio de identificarlos en la calle. Son, me parece, como “Los amorosos” de Sabines, esos que andan solos, solos. No se vacune de la crisis cerrando los ojos ante ellos, no se acobarde; Mírelos, mírese, mirémonos en ese espejo. Sólo esa mirada compasiva puede darnos los brios para salir adelante.

Estamos hablando de jefes de familia, de hombres y mujeres responsables de su hogar –como cualquiera- que, porque han sido despedidos, no tendrán cómo pagar la renta, la comida, la ropa, las medicinas y la escuela de los hijos. Estamos hablando de infinidad de hogares mexicanos en bancarrota, de decenas o quizás centenares de miles de familias, sometidas a las humillaciones y tormentos de la miseria.

Sometidas también –la crisis se ceba en los más pobres y lo infecta todo- a un proceso de bancarrota total porque la incertidumbre, la frustración, la desesperanza tienen muchos y muy perniciosos efectos en el seno de la familia; la quiebran moralmente, la desintegran, desatan los demonios internos y la exponen, sin defensas, a los depredadores externos.

Porque para medrar en este panorama desolador, además de los charlatanes políticos, los mesías religiosos y los profetas mercantiles, están ya entre nosotros, los narcotraficantes y los delincuentes comunes que han adquirido, en este paraíso de la impunidad y la corrupción, un poder y una influencia crecientes en la sociedad.

Cultos mesiánicos, milenarismos de todo tipo, autoritarismos, adicciones y violencia van de la mano en tiempo de crisis. Mientras los falsos profetas esquilman a los desamparados y abundan las promesas de mano firme para salvar a la patria, los narcomenudistas hacen su agosto y los capos mejoran sus índices de reclutamiento.

El robo, el secuestro, la acción contra los que –por muy poco que tengan- se han quedado con algo (unos tennis, una chaqueta, un ipod en los barrios marginales) se vuelve una opción no sólo de sobrevivencia sino también de revancha. De ahí la saña –insisto- con la que los criminales tratan a sus victimas.

No sólo son los obreros y empleados quienes pierden su trabajo; también comerciantes, artesanos, profesionistas, pequeños y medianos empresarios, víctimas de primera mano de la delincuencia, se ven obligados primero a despedir a quienes trabajan para ellos y luego a cerrar sus negocios.

Nadie parece estar a salvo excepto, claro, aquellos que con su irresponsabilidad, su soberbia, su avaricia desde el poder del dinero y el poder político nos prometieron un paraíso neo liberal y nos han conducido a este infierno.