Los muertos terminan de morir, dice Carlos Payán, cuando los olvidamos. Es cuando perdemos su recuerdo que los sepultamos para siempre. A la oscura tumba del olvido, baja con ellos, cuando han sido víctimas inocentes cuyo asesinato se mantiene impune, también parte de nosotros mismos; nuestra dignidad, nuestra integridad, ese impulso esencial de justicia que nos hace humanos y que es, a fin de cuentas, el único contrapeso efectivo contra el poder absoluto.
A eso, a la desmemoria colectiva, a ese olvido que prohíja y alienta la impunidad. A esa pérdida de dignidad multitudinaria, de capacidad de reacción ante la barbarie, ante las arbitrariedades del poder, apostó y apuesta el Gobierno Federal con los 49 niños muertos de la Guardería ABC.
Quiso Felipe Calderón Hinojosa, que aspira, “haiga sido como haiga sido” a la construcción de un régimen autoritario, deshacerse de ese lastre que mancha lo que en realidad más le importa; su imagen pública.
Ensuciaban su legado esas imágenes de niños calcinados; amenazaba la continuidad del régimen el duro señalamiento al sistema político que surge; claro, contundente, al corazón mismo del neoliberalismo, desde las cenizas de esa bodega convertida en guardería.
Había pues que borrarlos de la memoria colectiva; de esa memoria contra la que, cotidianamente, atentan la televisión y la propaganda gubernamental. Esa memoria que se desdibuja y diluye y nos hace, en tanto desmemoriados, víctimas y cómplices del autoritarismo.
Sobre esa desmemoria, fomentada con más circo que pan, es que avanzan la corrupción y la impunidad. Gracias a ella es que los mismos de siempre, con distintos membretes pero el mismo cinismo, han convertido en botín al país entero.
Sólo en el primer aniversario de esta terrible tragedia es que Calderón reacciona -cuando está a punto de pronunciarse sobre el caso la SCJN, luego de un proceso de control de daños que implica la medición del nivel de amnesia colectiva y el cálculo de que el efecto dañino de estas muertes ha pasado- y se digna recibir a algunos de los padres de esos niños que no debieron morir y menos así; quemados por obra y gracia de un sistema político que subroga servicios que el estado debería prestar o al menos supervisar con estricto apego a la ley.
Y tan considera Calderón que el riesgo, para él y el sistema ha pasado que, luego de un año completo de desatención de los llamados al diálogo con los deudos, de indiferencia ante el clamor social de justicia, va más allá y con el afán de “institucionalizar” la tragedia, como si en ella nada tuvieran que ver funcionarios de este mismo gobierno, decreta, el 5 de junio día de duelo nacional.
No vinieron sin embargo, a esta entrevista tan tardía como conveniente para el inquilino de Los Pinos, todos los padres de esos niños; los muertos y los que con graves quemaduras han sobrevivido apenas.
“Que venga a Hermosillo” exigieron muchos de ellos a Felipe Calderón. Que enfrente, con valor y dignidad y en el terreno donde sucedieron los hechos y no en su zona de protección, ese reclamo de justicia que, por doce largos meses, simplemente ha ignorado.
En cualquier país realmente democrático una tragedia de esta magnitud; la muerte de tantos niños en una institución del estado, hubiera producido una debacle en el aparato gubernamental.
Por mucho menos de eso han caído gobiernos, presidentes y ministros. Aquí no ha pasado nada. Al contrario; se ha premiado con un cargo en el gabinete presidencial a Juan Molinar Horcasitas y sólo empleados menores han sido procesados sin que ninguno de ellos esté en la cárcel.
Otros funcionarios estatales y federales que tenían entre sus responsabilidades el diseño de políticas, el otorgamiento de concesiones, la supervisión de la operación de la guardería siguen libres, en sus mismos puestos y tan campantes.
Lo mismo sucede con los dueños del negocio, esos que incumplieron las condiciones mínimas de seguridad e higiene para prestar este servicio que es un derecho de los trabajadores, y a quienes el Gobierno Federal protegió con tanto celo.
Cuenta Calderón a su favor, para consumar el olvido y garantizar la impunidad, conque aquí las tragedias se multiplican y a esos muertos se suman siempre otros más. Cuenta Calderón a su favor conque la sucesión interminable de hechos sangrientos cada vez más violentos nos ha hecho perder la capacidad de indignación y asombro.
Cuenta por último con ese bombardeo propagandístico inclemente que, en la conciencia de muchos, suplanta la realidad y alimenta la frustración y el desencanto con engaños que, tal y como decía Goebbels, de tantas veces repetidos, se vuelven verdades.
Con lo que no cuentan Felipe Calderón y sus asesores en mercadotecnia es con la fuerza del dolor de aquellos que saben que es esta una muerte que no cesa.
Con los que no olvidan a sus hijos; con los que nos hacen a todos el servicio vital de mostrarnos un camino; el de la terquedad de la memoria, el de la dignidad de aquellos que exigen justicia sin aceptar paliativos, de los que ni olvidan ni perdonan lo que no se puede olvidar ni perdonar.
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jueves, 3 de junio de 2010
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