Que, con motivo de sus respectivos informes de gobierno, se disputen la pantalla de TV Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Que, para amplificar ese ritual cortesano, saturen los diarios y la radio con anuncios, spots e inserciones pagadas.
Que ambos hagan exhibición pública de los éxitos de su gestión expresados en el típico rosario de cifras y de arengas patrióticas encendidas y de unidad, acrítica e incondicional, en torno a sus personas y respectivos proyectos políticos.
Que sus asesores lleven recuento puntual de las veces en que los próceres son interrumpidos por el aplauso de las élites que los rodean y se miren después en el espejo que, con nuestros impuestos, ha hecho de los medios masivos.
Que sean blanco tambien de la crítica y objeto del análisis que los desnuda, que los presentan más como fabuladores que como gobernantes o que disfruten, con los suyos, los elogios y alabanzas vertidos a granel.
Que hagan lo que les venga en gana en este festejo autocelebratorio, en esta competencia brutal por mejorar su “imagen pública”, su nivel de aceptación, su capital político a mí, con toda franqueza, me da lo mismo.
Ni una línea más de mi parte habrá de merecer, en este día, ninguno de los dos; el que se aferra a una silla que no ganó a la buena y el que pretende instalarse en ella llevándonos de regreso al pasado.
Tampoco he de escribir ni una línea del espectáculo masivo, que me parece indigno, ofensivo y lamentable, de este anacrónico besamanos que suplanta la obligación republicana de rendir cuentas a los ciudadanos a los que se gobierna y a lo que se sirve.
Yo me rehúso a hacerles el juego, me rehúso a olvidar que hace apenas unos días, en este país, en mi país, fueron masacrados 72 migrantes de Centro y Sudamérica y que este hecho nos desnuda y nos exhibe.
No hay gestión, ni éxito que presumir ante esta muestra palmaria de que la barbarie se ha instalado entre nosotros y de que en este país se vive, además, una crisis humanitaria de grandes dimensiones.
Me rehúso a olvidar y caer en el juego de la costumbre, en el de la indiferencia en la que nos instalamos, a fuerza de ir acumulando tragedias sobre nuestras espaldas, hasta que la próxima masacre nos saque de nuevo –por unas horas- del letargo.
Me rehúso a creer que todo ha cambiado y el rumbo se corrige sólo por una captura, la de un capo más, que hace a los mandos policíacos reclamar airadamente a la prensa y a la ciudadanía que no se reconozca ni su esfuerzo, ni sus triunfos.
Me rehúso también a replegarme de mi posición crítica o a desviar la mirada ante las acusaciones recurrentes en las redes sociales –amenazas más bien- de que, en tanto no considero adecuada la estrategia de lucha contra el crimen organizado, encubro a los asesinos o simpatizo con ellos.
Y esto mientras un mando militar, un Almirante de la Armada de México, pide al crimen organizado, en un arrebato de ingenuidad o de impotencia, mesura y sensatez ante las fiestas patrias.
Me rehúso a olvidar cómo es que la violencia que se ha instalado entre nosotros rebasa los limites del espanto y cómo, pese a esto, se nos habla de un México pujante que sólo existe en el discurso y se malgastan los dineros públicos –cuando hace falta inversión en salud, educación, cultura, seguridad y empleo- en nuevos rituales cortesanos encubiertos en celebraciones históricas.
Me rehúso a olvidar porque un hecho fortuito, un accidente, el choque de un trailer en las calles de la ciudad de México, exhibe, otra vez, a este gobierno tal como es; de cuerpo entero.
Me rehúso a olvidar porque sólo un gobierno que ha perdido al mismo tiempo el respeto por la vida y la dimensión política de sus actos es capaz de tratar con tanta y tan ofensiva frivolidad y descuido los despojos mortales de 56 de los migrantes asesinados en Tamaulipas.
Sin dignidad alguna, sin cuidado, en un trailer sin refrigeración y sin escolta, pese a tener los ojos del mundo encima, se han atrevido los que gastan miles de millones en propaganda, los que cuidan hasta el más nimio detalle de sus ceremonias, a traer hasta la capital esos cuerpos que en Ecuador o en Honduras son recibidos con honores militares.
¿Qué pensarán de nosotros, de este país de migrantes que demanda trato justo para quienes cruzan su frontera norte, nuestros hermanos de Centro y sud América hoy doblemente agraviados?
¿Qué pueden esperar de un gobierno, de una nación que olvida tan pronto una masacre tan monstruosa y que tan indigno trato da a los cadáveres de sus connacionales?
Crespones negros debieron colgar hoy en Palacio Nacional. Más que el tradicional grito debería escucharse un rotundo silencio, el del duelo, este 15 de Septiembre.
Me rehúso a olvidar la masacre de los 72 migrantes, la de los 17 estudiantes en Ciudad Juárez y la muerte de los 49 bebés de la guardería ABC en Hermosillo.
Muy otro sería el futuro del país si más que boato y vanagloria fueran la autocrítica y la reflexión, nacidas de una memoria viva, del respeto por esos muertos, las que prevalecieran en el discurso de quienes nos gobiernan. Entonces sí que les dedicaría unas líneas.
www.twitter.com/epigmenioibarra
jueves, 2 de septiembre de 2010
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1 comentario:
Desde hace varios años leo sus publicaciones, las cuales siempre han sido de las más acertadas y serias que se pueden tener en algun periodico, y son de un valor incalculable (excelentes), Sr. Epigmenio lo felicito por ver a México con los ojos abiertos, cual debe ser, como todos los mexicanos lo deberiamos de ver.
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