jueves, 13 de enero de 2011

NO ME SUMO A SU UNIDAD NACIONAL

(Segunda parte y final)

Una última carta a Felipe Calderón.

Somos muchos ciudadanos Señor Calderón los que no queremos conformarnos, resignarnos a que entre nosotros se instale el imperio de la muerte. Somos muchos los que hoy nos sumamos al #Nomassangre que recorre los diarios, las redes sociales.

Sin rendirnos ante él, sin sugerir siquiera una negociación con los capos, le decimos de frente que no concebimos el combate al crimen organizado como una “guerra” y peor aun como usted lo dijo en una declaración tan desafortunada como sintomática, como una “operación de limpieza”.

Detrás de esas fórmulas retóricas, de sus arengas patrióticas y sus llamados a la unidad nacional, detrás, sobre todo, de su irresponsable ligereza al criminalizar, de un plumazo y sin mediar averiguación judicial alguna, a la inmensa mayoría de las víctimas de la violencia.

Detrás de esa frivolidad con la que, ante 30 mil muertos, dice usted simple y llanamente: “se matan entre ellos”, se asoma el rostro de un hombre que, como otros personajes de oscuros regímenes autoritarios, cree en el poder absolutorio de la espada y se concibe como el “llamado” a dirigir una cruzada.

Se equivoca usted Señor Calderón en eso de palmo a palmo y arrastra al país hacia el abismo. No necesitamos en este país otra Guerra Santa. Menos todavía una dirigida por un general que, como usted somete los planes militares a sus necesidades y urgencias propagandísticas.

Necesitamos justicia, seguridad, paz, instituciones fuertes, una acción integral contra un fenómeno, el narcotráfico, que a punta de balazos, como usted pretende, no habrá de resolverse jamás.

Es usted uno de esos generales que combaten de cara a la pantalla de la TV, con propósitos electorales inmediatos y que ha terminado por embarcarnos en una espiral de violencia que –y eso lo dicen sus propios asesores- apenas comienza.

Difícil negar, aunque sus “sicarios virtuales” en las redes sociales se escandalicen, que el logro más visible de su gestión al frente de las fuerzas federales, resultado de la doctrina que rige su acción y de la estrategia que, a pesar de todas las evidencias y argumentos, se empeña en defender como el “único camino”, es la transformación de la condición de combate de los narcos y el consecuente escalamiento de la violencia.

Ahí donde ha operado y basta citar los casos de Michoacán, donde comenzó su guerra o de Ciudad Juárez que quiso hacer su plaza fuerte, botón de muestra de su éxito, hoy, después de miles de muertos, las cosas están peor que antes y los criminales, armados hasta los dientes y más violentos que nunca, se mueven a sus anchas.

Más comerciantes –de la muerte pero comerciantes al fin y al cabo- los narcos, antes de su guerra, rara vez presentaban combate a las fuerzas federales. Siendo lo suyo, a fin de cuentas, un negocio, ilícito pero negocio, con mucha frecuencia se daban a la fuga.

Otros había que rodeados, en lugar de combatir hasta la muerte, como lo hacen ahora, simplemente se rendían. La corrupción imperante en los juzgados y en los penales les permitía, sin mayores dificultades, seguir operando desde la cárcel.

Desplegó usted masivamente a la tropa con todo su poder de fuego y los narcos, con respaldo financiero y fuentes de aprovisionamiento seguro desde el norte, hicieron lo propio. Comenzó usted después a cazar capos a mansalva –sin instrumentos para procurar justicia- y los criminales respondieron enfrentándose a las fuerzas federales.

En ese aumento sustantivo del poder de fuego, en los combates que comenzaron a generalizarse en zonas muy amplias del país, las víctimas principales son la población civil desarmada, que ha quedado en medio de dos fuegos, la justicia, y las instituciones encargadas de procurarla que hoy ya ni siquiera se esfuerzan por hacerlo y, sobre todo, el respeto por la vida.

En los hechos se legitimó –y en esa dirección trabajan sus propagandistas- la pena de muerte y se legitimó al grado que hoy muchos mexicanos desesperados, impotentes, poseídos no sólo la justifican sino que aplauden la aplicación irrestricta de la fuerza letal del ejército.

El problema, más allá de la descomposición social que eso implica es que, además, la fuerza, como usted la aplica, sólo ha logrado instalar entre nosotros un conflicto que habrá de prolongarse más allá del término de su mandato.

Nos deja usted., que se presentó como el defensor de la patria ante el inminente y grave “peligro para México”, un país deshecho. La paz que prometió, por esta vía, sólo habrá de ser la de los sepulcros.

Nadie le dice –y también a eso lo conminamos, a no continuar usando esto como estrategia para sembrar la discordia y descalificar a sus críticos- que rinda a la nación ante el crimen.

Tampoco, si esto exigimos, si decimos #yabastadesangre, es que estemos preparando, pavimentando con la critica a su estrategia bélica, el camino de regreso al PRI y a su sistema de complicidades con el narco.

Es su deber, su obligación histórica, rectificar cuanto antes el rumbo. Quítese ya el disfraz de general y, teniendo en la mira al país y no sólo la sucesión presidencial, vista y actúe como estadista.

www.twitter.com/epigmenioibarra

1 comentario:

Cempazúchitl dijo...

Y vestirse de estadista se traduce en las siguientes acciones concretas: