jueves, 3 de marzo de 2011

¿UN ALIADO DE MÉXICO MR. OBAMA?

Todo es perfecto, en el reino de las declaraciones conjuntas al menos, entre México y los Estados Unidos. Barak Obama dice “la lucha de Calderón no es solamente su batalla sino también es nuestra” y entra así, sólo que en la comodidad de Washington y frente a la prensa, en el mismo callejón sin salida en el que hace cuatro años y pagando una altísima cuota de sangre, estamos perdidos los mexicanos.

Exultante Felipe Calderón Hinojosa declara, por su parte y sacudiéndose como puede y sólo mientras está de visita en Washington, aquello de la “narcoinsurgencia” y “el estado fallido”, que, entre ambas administraciones, existe “una cooperación sin precedentes que se ha traducido en hechos”.

Todo esto, claro, mientras que de estos “hechos” a los que hace alusión Calderón no hay evidencia alguna. Porque nada decisivo se hace en los Estados Unidos para contener, al menos, el consumo de drogas y menos todavía se hace para detener el flujo hacia nuestro país de armas y de dólares.

Ni hablar por supuesto de decomisos espectaculares de droga en NY, Los Ángeles o Chicago o de la captura de capos norteamericanos y el desmantelamiento de sus redes de distribución. Pura “morralla” cae en las manos de la policía estadounidense. Nos hacen comulgar la DEA y el Home Land Security con ruedas de molino.

El negocio de la droga en los Estados Unidos, dicen funcionarios, analistas, periodistas y policías estadounidenses, en la línea racista de la película “Cara cortada”, lo manejan traficantes mexicanos y cada tanto tiempo, luego de una razzia, presentan a un centenar de los mismos.

De quienes venden la droga en Hollywood a artistas y empresarios del entretenimiento, de los que surten a los corredores de bolsa y grandes ejecutivos de Wall Street, de los proveedores de altos directivos y políticos en Washington nunca hay nada; de los policías corruptos que les permiten operar, de los jueces y autoridades que los protegen menos todavía.

Iluso creer que esas redes de distribución, que manejan el grueso del negocio, la droga que se vende cara, estén en manos de matones extranjeros impresentables a los que si no les cae la migra les cae el policía del barrio. Tampoco por cierto habría que creer la versión que apunta –como en el pasado lo hizo con otras minorías- a los dealers afroamericanos.

Muy respetables ciudadanos, con apellidos anglosajones, casa en los suburbios, familia respetable y vínculos al más alto nivel son los beneficiarios directos del enorme negocio de la droga.

Porque de los mecanismos de lavado de dinero, esos que esa élite criminal maneja a gran escala –los capos mexicanos en comparación con los norteamericanos manejan centavos- nada ha puesto sobre la mesa el gobierno de Obama, como tampoco lo hicieron sus predecesores.

La conferencia en Washington termina con sonrisas y saludos ante las cámaras, el viaje también. Se han alimentado las primeras planas de los diarios mexicanos (en Estados Unidos la cosa no da para tanto) y habrá material para que la imagen de Calderón recorra las pantallas de las cadenas mexicanas y el dial de las estaciones de radio.

Acabado todo, terminado el ceremonial, las cosas vuelven al mismo punto. Los muertos los ponemos nosotros; los dólares y las armas ellos. Dólares y armas para el gobierno de Felipe Calderón. Dólares y armas para los carteles que, sin perspectiva alguna de victoria y de forma tan errática, combate.

Por los dos lados ganan los norteamericanos. A dos señores sirven mientras que la guerra en México les permite alimentar su paranoia e imaginarnos como su peor pesadilla y actuar, con el consabido riesgo para nuestra ya de por sí precaria soberanía, para responder ante “la amenaza real y presente” que México constituye para su seguridad nacional.

Apenas Calderón suba al avión comenzarán en Washington a correr, de nuevo, los dichos de funcionarios sobre la fragilidad del estado mexicano. Curiosa forma de compensación tienen los norteamericanos.

Muy caro cobran a sus “aliados” la oportunidad de fotografiarse con su presidente. Muy pronto sienten la necesidad de bajarle los humos a quien pudiera sentirse, mareado por el ritual diplomático, un personaje estimado y valioso para la Casa Blanca.

Paradójico resulta, por otro lado, que la droga que a nosotros nos cuesta tantos muertos sea un factor de estabilidad social en los Estados Unidos.

Si la droga, que de México llega, faltara de pronto centenares de miles de pandilleros que viven de y para la droga se saldrían de control. Imposible seria mantenerlos a raya en sus ghettos.

Si la droga que llega de México faltara quién y cómo llenaría el enorme hueco, de centenares de miles de millones de dólares producto del lavado de dinero, en la maltrecha economía norteamericana.

“En esta causa –dijo Barak Obama- México tiene un aliado”. Yo no lo creo. Los hechos no avalan sus dichos. Tolerante ante el consumo, laxo en el combate al tráfico de drogas en su territorio, incapaz de cerrar la frontera al dinero y a las armas el Presidente norteamericano podrá ser aliado de Felipe Calderón pero no de México.

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