jueves, 31 de marzo de 2011

¿UN SOLDADO EN CADA HIJO TE DIO?

La guerra es siempre, para desgracia de las naciones que la sufren, un asunto de niños y jóvenes; la mayoría de ellos, además, pertenecientes a las capas más pobres y marginadas de la sociedad.

De las filas de los desesperanzados, de los olvidados de siempre, de los que no tienen oportunidades de estudiar o conseguir un empleo digno, de los que viven hacinados en las ciudades perdidas sin acceso a la cultura, al entretenimiento digno, a los servicios de salud salen aquellos que habrán de poner su sangre en la contienda.

Si ya todo lo dan por perdido. Qué más les da arriesgarse.

Toca a los mayores, a los ricos y poderosos dar las órdenes, soltar la plata, comprar las armas, organizar la leva, construir las coartadas patrióticas para el combate y ejercer la coerción para que nadie dé “ni un paso atrás”. Toca a los jóvenes, muchas veces a los niños, matar y morir. Ellos pagan con su vida mientras los otros hacen pingües negocios con la muerte o aseguran sus posiciones y privilegios en palacio.

México no es la excepción. Por los jóvenes y hasta por los niños va el narco; es a ellos a quienes recluta, a quienes ofrece dinero, aventuras y una muerte que puede garantizarles, si tienen suerte y arrojo, un lugar en el panteón de los héroes populares y un dinero para sus familias. Hasta su corrido pueden ganarse aquellos que destacan por su temeridad o su locura.

Mientras más edad tiene un combatiente más se resiste a poner en riesgo su vida y más también a matar sin sentido. Los adolescentes y los niños parecen matar jugando. No tienen aun ese respeto elemental por la vida –ni la propia, ni la ajena- ni conocen tampoco el miedo ese que hace a los combatientes más sanguinarios y experimentados detenerse a veces, aunque sea un segundo, antes de jalar el gatillo.

Los asesinos, los sicarios; recuerdo un joven de 17 años en Medellín que en los tiempos de Pablo Escobar, tenían en su cuenta 16 asesinatos, son más temibles y más despiadados cuando han sido reclutados desde pequeños. Matar se les hace costumbre; morir no les importa en absoluto. “Yo mato –me decía a cámara ese sicario antioqueño muerto unos meses después de la entrevista- a veces sólo por desaburrirme”.

Empeñado en la búsqueda de soluciones propagandísticas y rápidas al problema del narcotráfico, el gobierno de Felipe Calderón ha optado por la vía militar. Legitimarse y asegurar la continuidad de su proyecto político lo hizo despeñar al país a una guerra sin perspectiva alguna de victoria. Hoy que su mandato agoniza tiene todavía más prisa y la prisa en la guerra significa siempre más muertes.

Al despliegue masivo de las tropas del ejército y la marina, tan ineficiente como innecesario, el narco ha respondido reclutando masivamente y dotando a sus comandos criminales de armas de grueso calibre. No le faltan al crimen organizado ni el dinero ni los mecanismos de coerción. Con plata o con plomo se hacen de colaboradores, informantes y sicarios.

Ese crecimiento exponencial de los ejércitos del narco, del que hoy habla el Pentágono y que es la razón, Obama lo dijo, de la “frustración” de Calderón, sólo puede darse ampliando la base de niños y adolescentes que engrosan las filas del sicariato y también, claro, la de las bajas.

Las armas tienen, para los niños y los jóvenes, un poder de atracción tan grande como el del dinero. Esos juguetes les dan poder y prestigio en su comunidad. Donde no tienen, de todas maneras, ninguna alternativa.

El crimen organizado barre, con cualquier pretexto, las comunidades dejando muertos regados en la calle y otro tanto hacen las fuerzas federales.

Como urgen resultados y el “se matan entre ellos” garantiza impunidad a cualquiera, en esta guerra, salvo aquellos que pueden ser estrellas de la propaganda, ya no se hacen prisioneros, ni tampoco son las fuerzas federales demasiado escrupulosas en la definición de quién es o no un enemigo real.

Como la tropa se mueve en territorios que le son ajenos y se sabe expuesta y siempre vigilada por los criminales dispara a la menor provocación. Como no hay instrumentos jurídicos de ningún tipo, ni forma de que oficiales y soldados rindan cuenta de sus actos allá afuera, en las zonas de conflicto, la vida vale cada vez menos.

La única batalla que valdría la pena ganar, la batalla por erosionar la base social del narco e impedir que reclute más niños y más jóvenes, simplemente no la está librando el gobierno de Calderón. No le importa hacerlo; porque de esa batalla no salen spots de televisión.

Ofensiva e indigna resulta, en este contexto, la iniciativa del Gobernador Cesar Duarte. En una desafortunada reedición de la leva porfiriana pretende ahora que aquellos jóvenes que ni estudian, ni trabajan, los llamados NINIS, vayan, por tres años, al cuartel.

Armas de allá para los jóvenes; armas de acá también para ellos. Muerte a granel. Uniformes y botas militares en vez de escuelas, de programas de bienestar social, de recuperación de espacios públicos, de cultura y creación de fuentes de trabajo digno. ¿Qué carajos está pasando en este país? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que todo aquí se pretenda resolver a balazos?


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