Que la muerte violenta se ha vuelto en este país un hecho trivial; una nota más de páginas interiores en los diarios, una rutina cotidiana, ya no es noticia. Que los propios medios de comunicación y más que eso los mismos periodistas reaccionemos tibiamente ante el asesinato de nuestros compañeros es lo que más debe preocuparnos pues nos da la medida exacta de la gravedad del cáncer que a causa del narcotráfico invade a México.
Vivimos –medios y periodistas- como dice Carlos Payán, inmersos ya en el pernicioso ciclo de asesinato, terror y olvido. Acusamos el golpe; cada golpe. Caemos así en la trampa que el crimen organizado nos ha tendido; por miedo, por impotencia, por indiferencia nos volvemos sus rehenes y al quedar maniatados, al quedarnos mudos dejamos más indefensa aun a la sociedad a la que, con nuestro trabajo informativo, deberíamos fortalecer y servir.
Escribo tardíamente–contagiado quizás por esta costumbre y también por el miedo- sobre el asesinato de Amado Ramírez corresponsal de Televisa en Acapulco. Tuvo que decirme Carlos Payán “no dejes de tocar ese asunto es importante que lo hagas” para que cobrara conciencia de esta imperdonable omisión. Más imperdonable en mi caso y con la experiencia previa en la cobertura en zonas de conflicto donde a veces y más allá de la suerte lo único que te mantiene vivo es el respaldo de tu medio y la solidaridad y capacidad de reacción de tus colegas.
Vi caer en combate, mientras realizaban su labor informativa, a muchos compañeros periodistas. Gajes del oficio morir con la cámara en ristre en medio de un tiroteo como una más de las victimas del mismo. Vi también, sin embargo, como a muchos otros colegas no los alcanzó por azar una bala sino que fueron asesinados con premeditación, alevosía y ventaja y fueron asesinados como resultado de una estrategia perfectamente definida y consistente que buscaba callar de golpe a los más críticos o a los más vulnerables y silenciar por contagio, por miedo a los que se atrevieran a permanecer en el lugar.
Sufrí así, junto con los demás colegas que cubríamos las guerras en Centroamérica o en los Balcanes, el asedio de grupos militares, paramilitares y escuadrones de la muerte que consideraban a la prensa un objetivo y se dedicaban a cazar corresponsales. Era el miedo la moneda de cambio más frecuente; una especie de segunda piel. (En El Salvador se decía “Sirve a tu patria mata un periodista” en Sarajevo se otorgaba una prima de 500dls a los francotiradores por cada corresponsal asesinado). Se nos consideraba parte beligerante, más todavía, componente estratégico del arsenal enemigo al que había que destruir o al menos desarticular.
Sin importar ni la nacionalidad, ni la orientación política reaccionábamos o al menos intentábamos hacerlo –los que sobrevivíamos- de la manera más digna y contundente concientes de que olvidar la muerte de John Hoagland o de Kos Koster y sus otros tres compañeros periodistas holandeses o del Coronel o de Ignacio Rodríguez Terrazas era no sólo la crónica de un suicidio anunciado sino sobre todo una vergonzosa e indigna capitulación.
Dice y con razón el secretario de seguridad pública federal Genaro García Luna que el crimen organizado, para garantizar su dominio sobre zonas cada vez más amplias del país, está utilizando tácticas terroristas. Habla de la videograbación de las ejecuciones, de las decapitaciones, de los mensajes encontrados en los cuerpos de los ejecutados hechos que se conectan directamente con el modus operandi de grupos fundamentalistas islámicos; también remiten estas tácticas a los tristemente celebres escuadrones de la muerte que luego de levantar a sus victimas, de someterlos a tortura lo dejaban tirados en calles y vaguadas. Habría que agregar al arsenal táctico enumerado por el funcionario publico el ataque sistemático a los medios de comunicación y el secuestro y asesinato de periodistas.
Dan fe los noticieros de cómo los colegas en Sonora o en Guerrero intentan organizarse para repudiar los asesinatos de sus compañeros. Mucha valentía han de tener aquellos que se mueven en esa tierra de nadie donde los asesinos andan sueltos. De lo que no dan cuenta los noticieros –y eso nos hace falta- es de una ola nacional e incontenible de indignación contra esos crímenes; medios y periodistas damos muy pronto la vuelta a la página. Imposible no pensar en Bertold Brecht, a quien cito de memoria, “ayer llegaron por el vecino y no hice nada; hoy llegaron por mi”.
http://sobrefox.blogspot.com
viernes, 27 de abril de 2007
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1 comentario:
¡Qué tragedia que lo trivial se haya convertido en trivial! ¡Qué trivial que lo trágico haya devenido en trivial!
No sólo se muestra así lo trágico, sino la irrelevancia de la tragedia. ¿Dónde apuntar si hasta el mayor, por más que involuntario, sacrificio queda relegado a la nada? Ya ni siquiera es noticia que no sea noticia. ¿Ya ni siquiera acontece lo que no acontece, ya nada se espera, nada está por venir? No es posible que así sea, no es posible que eso acontezca.
Todo queda por ocurrir. En cada trazo de una escritura que lo es aunque no se publique, queda todo por acontecer.
Nada de esto se olvida porque es, ante todo, una promesa y una herencia de la que hacerse responsables. Lo importante es que cuando vengan a por todos, y es posible que lo hagan, se pueda decir "Venís por mí, pero sí hice algo, escribí un blog"
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