jueves, 12 de abril de 2007

QUIÉN LO HUBIERA CREIDO ERNESTINA

“Cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte
se dicen las verdades…”
Gabriel Celaya


Hace años ya que me prometí a mí mismo no desviar jamás la mirada, es decir, dejar de apuntar mi cámara, ante la muerte. Como disciplina, que marcó mi vida para siempre y que me hace un obsesivo preservador de la memoria de esos años y tanto que no ceso de escribir sobre ellos, establecí que siempre que fuera posible y aun en las condiciones más difíciles habría de registrar con mi lente, así fuera sólo por unos segundos, los rostros de los caídos en combate, de los asesinados, de las victimas inocentes de la guerra con el sólo propósito de que, al menos, para mí, no se volvieran cifras.

No era mi afán el levantamiento de una galería del horror, puro amarillismo periodístico; al contrario, hay en mi videoteca cintas, como el recorrido por la morgue de Sarajevo, que nadie ha visto, ni verá jamás. No soy unos de esos traficantes de cadáveres. Sin embargo quizás algún día una madre, una esposa, un hermano o un hijo encuentren ahí vestigios digitales de un ser amado. Quizás ese instante terrible perpetuado en la cinta rescate del olvido a alguien que tuvo una historia personal, nombre y apellido, amores, desencuentros, sueños y ese muy improbable pero posible descubrimiento, en virtud de que ahí están las cintas y ahí estuvo antes la voluntad de hacer ese registro, de no desviar pues la mirada, terminé quizás por dar sentido a esas vidas y a esa muerte.

Me negué y me niego a hacer de la muerte violenta, de la que entonces viví rodeado y que hoy desatada ronda por nuestra patria, una costumbre. No me siento cómodo sentado a la misma mesa a desayunar con ella. No quiero cerrar los ojos ante los decapitados, los encapuchados, los cadáveres envueltos en cobijas, aquellos marcados con mensajes o esos otros acribillados por la espalda. No puedo, ni quiero dar la vuelta a la página y combinar la cifra de ejecuciones con las altas y bajas en la bolsa o las estadísticas deportivas. Siento ante la muerte, todavía ahora y me prometo no dejar de hacerlo hasta que yo mismo muera; horror, dolor, compasión, indignación y espanto.

Escribo así movido por la lectura de los últimos artículos publicados en Milenio por Héctor Aguilar Camín. Puso Héctor el dedo en la llaga; cuando una sociedad como la nuestra pierde ante la violencia la capacidad de asombro, cuando esos muertos se vuelven sólo parte de un torrente de cifras que no cesa de crecer, cantinela cotidiana de conductores de radio y televisión, rápida sucesión de imágenes (tantos ejecutados en Michoacán, otros tantos en Guerrero, los de costumbre en Nuevo León, Sinaloa o Tamaulipas, los primeros en Aguascalientes) y acostumbrados a la voz que cansina pregona los hechos ya nadie intenta siquiera indagar de quién se trataba, quién era ese que tatuado en el pecho trae inscrita una amenaza. Cuando su rostro impávido, congelado en la fotografía nos mira, a pesar de tener una venda sobre los ojos y nosotros ya no sentimos esa mirada, ya no acusamos siquiera su presencia; es que estamos ya enfermos de un mal terrible; como ahí donde hay guerra hemos hecho de la muerte, del asesinato, una costumbre.

Que digan lo que quieran las autoridades, que esgriman teorías y coartadas, que suelten andanadas de promesas o que se vistan de verde olivo y pretendan con esos desplantes combatir demonios que, de alguna manera ellos mismos han liberado; en amplias zonas del territorio nacional campea ya la ley de plomo o plata. ¿Qué esperaban? Como en la Unión Soviética la caída del régimen condujo a la entronización de la mafia. Allá el borracho de Yeltsin repartió el botín con criminales. Aquí Fox y los suyos obraron de similar manera y hoy impunes contemplan cómo el país, aletargado, hace de la muerte violenta una rutina.

Escribo así también ante la muerte de una mujer indígena en la Sierra de la Zongolica que jamás hubiera soñado verse en las primeras planas de los diarios y en los noticieros de la radio o la televisión. ¿Quién hubiera creído Ernestina Ascencio, que a tus 73 años tu muerte, violada por la tropa –lo que no es improbable en este país- o víctima de la miseria –lo que es aun todavía más frecuente- tu tendrías, en este tiempo de tantos muertos sin rostro, ni nombre y apellido, el poder de convocar tantas miradas?

4 comentarios:

manuel dijo...

Sr. Ibarra:
Todo este litigio en torno a la Señora Ernestina Ascencio, no hace sino confirmar lo que Andrés Manuel López Obrador viene diciendo desde hace mucho, ESTAMOS VIVIENDO TIEMPO DE CANALLAS, ahora dejamos de ver la muerte con los ojos de Juan Rulfo en MACARIO o del gran Gabo que convierte a Amaranta en correo entre vivos y muertos, esa a la cual podíamos llamarla amiga.
Ahora la muerte nos enseña su faceta mas deleznable, la de los motivos de la ambición y el lucro, la herramienta para conservar el poder a cualquier costo, esa que la derecha hace como que no la conoce, a pesar de que es capaz de convertir un estadio de futbol en una gigantesca morgue, esa muerte que es motivo de alegoría en gran cantidad de películas de Hollywood, en el que el acto de matar no pasa de ser un incidente mas en la trama de la vida cotidiana. ¿Qué esperaba Aguilar Camín, si hace mucho que el crimen es por mucho el tópico mas socorrido de los guionistas de la industria del entretenimiento?, esa industria en que se apoyan todas las estrategias de mercadotecnia y publicidad de los grandes empresas como Coca- cola, Bimbo, Telmex, y un largo etcétera mismas que apoyaron el mega-fraude electoral.
Gracias por su blog.
Atentamente
Manuel Deffis

María dijo...

A diario constatamos , en los medios de comunicación principalmente , cómo el país se ha ido convirtiendo en un teatro con todas las imágenes del mal obscenamente mostradas sin mediación alguna . Ya no hay ningún crimen del cual no seamos testigos . Pareciera que la única finalidad es que el ciudadano común quedara paralizado de terror y , por otra parte acostumbrarlo hasta hacerle creer que así serán las cosas . Al mismo tiempo vemos cómo se desmoronan los sistemas de pensamiento que nos proveían de sentido , ya no sabemos exorcisar el mal con el trabajo del pensamiento y sólo nos queda la indignación . Después de leer la columna de Epigmenio Ibarra , repetiré lo que un día escribió Hegel : Se siente el mal con sólo leerlo .

arturo dijo...

mas bien ...

“Cuando se miran de frente
los vertiginosos intereses manipuladores, tendenciosos y espurios de la izquierda de
este gran pais
se dicen las verdades…”

Arturo

arturo dijo...

manuel es otro imbecil que se traga lo del fraude electoral y no aprende a pensar que en democracia, se gana o se pierde por un solo voto!

para bien o para mal en esa democracia lopez hablador aceptó jugar!!