jueves, 7 de junio de 2007

EBRARD EN LA ENCRUCIJADA

A los gobiernos de izquierda de la Ciudad de México se les ha convertido siempre en objetivo de campañas mediáticas de linchamiento. La luna de miel con el gobierno federal dura además muy poco y el fuego cruzado se desata sin tregua. No se trataba sólo, en los casos de gobiernos anteriores, de las campañas de desprestigio típicas, de hacer –desde la oposición y los medios- más complicada su gestión o incluso –como en el desafuero- ir más allá y provocar, con descaro golpista hasta ahora impune, su caída. Lo principal era cerrar de tajo sus posibilidades a futuro. Se trataba pues y se trata ahora también y tan temprano en el calendario electoral, de cancelar, más allá de los triunfos locales, las posibilidades que de gobernar este país, tan urgido de un cambio real, tiene la izquierda mexicana.



Que un político de izquierda se instale en el antiguo Palacio del Ayuntamiento es un agravio que quienes detentan el poder económico y político en nuestro país pueden tolerar sólo a condición de que esto no signifique la posibilidad siquiera de ganar la presidencia de la república. La clase política sabe muy bien lo que pesa gobernar esta ciudad y tanto que por décadas la tuvo congelada en condición de “regencia” del poder ejecutivo. De un palacio a otro hay sólo unos pasos. Por eso quien, sin pertenecer al PAN o al PRI, ocupa este cargo se ve muy pronto en el ojo de la tormenta.



El caso Stanley hizo a la televisión enfocar sus baterías, sin pudor alguno, contra Cuahutémoc Cárdenas a quien poco menos que se acusó –en tiempo estelar- de ser el autor, por omisión, del homicidio del comediante; un homicidio además con claros nexos con el crimen organizado. Esa misma noche quedaron sepultadas al perder Cárdenas 17 puntos porcentuales en las encuestas no sólo sus aspiraciones presidenciales sino las posibilidades de triunfo de la izquierda.



Sobre Andrés Manuel López Obrador cayó una ofensiva mediática tras otra. Aunque estos golpes lo fortalecieron en primera instancia cimentaron a la postre su caída. Sobre las percepciones sembradas, durante esas refriegas, es que se estructuró la campaña de guerra sucia en su contra. Se le pudo presentar como un “peligro para México” gracias a que el proceso de acumulación de acusaciones lo había colocado ya en la mira y precisamente en esa condición ante sectores muy importantes de la opinión pública.



Ambos, Cárdenas y López Obrador, cometieron errores políticos y de comunicación que sólo hicieron arreciar las campañas en su contra. El Ingeniero por omisión y el tabasqueño por sus excesos ante el micrófono hicieron a sus enemigos más fácil la tarea. Cárdenas no pudo remontar el golpe; incapaz de comunicar con la majestad y eficiencia que el nivel de las acusaciones exigía fue avasallado por la verborrea de sus adversarios y quedó, ante la opinión pública, como un hombre incapaz de dar la cara y actuar con decisión.



López Obrador, por el contrario, se montó en un tren de acciones espectaculares. Construyó su imagen a partir de los muchos golpes que, orientados por el Gobierno Federal, recibía desde todos los frentes. No tuvo recato, ni demasiada precisión pero sí mucha efectividad. Logró convocar, como nadie lo había hecho antes en este país, a las masas en su defensa contra el desafuero pero ese enorme capital político no le alcanzó para llegar a la presidencia. Ciertamente las elecciones –por la ilegal intromisión de Fox, la Iglesia y la cúpula empresarial- no fueron limpias pero, ciertamente también, faltó distancia y masa crítica para impugnarlas.



Hoy toca el turno a Marcelo Ebrard. Primero la ley de sociedades en convivencia, luego la despenalización del aborto, ahora la histérica exigencia de que saque el garrote y reprima a los maestros disidentes lo han colocado en el centro de una tormenta ideológica. Es el stablishment político y con razón el que –con o sin concertación; por puro instinto de sobrevivencia- lo ataca.



Qué importa si Ebrard está más a la izquierda que AMLO; qué más da incluso su origen partidario, lo que importa es que respete, exprese y mantenga vigente –pese a los ataques- esa voluntad de cambio expresada en las urnas que lo llevó al poder. Voluntad de millones de ciudadanos que quieren, que queremos, una ciudad abierta, un país distinto y que sabemos que aquí y de esta manera se conquista o se cancela el futuro. No es esta una escaramuza más; es la misma batalla de siempre. Ebrard no tiene derecho a equivocarse, más allá de sus aspiraciones, lo que está en juego es la verdadera transición democrática.

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