jueves, 26 de julio de 2007

MEMORIAS DEL FUTURO

Primera Parte


Miro las huellas de la guerra en los viejos edificios de Berlín. En esos muy pocos de esa época que aun quedan en pie. No las descubro sin embargo, y a pesar del tamaño de la hecatombe aqui sufrida, en el rostro de la gente que camina por las calles. Uno creería que cada berlinés, cada alemán, anda cargando aun esa cruz a cuestas. Pocos quedan vivos, es cierto, de esos que sufrieron o pelearon la Segunda Guerra Mundial. A los que veo pasar y que cuadran con el perfil –70 años o más- los someto a un tenaz y silencioso interrogatorio con la mirada. No puedo dejar de seguirlos. No quisiera dejarlos escapar. Quiero descubrir en su acctitud, en sus gestos, en la manera en que desanadan las calles algun resto de esa memoria o dolorida o culpable, de víctima del régimen nazi o de colaborador del mismo, de luchador de la resistencia antifacista o de exmiembro de las SS. Busco a toda costa y en cuaqlquier rostro algún retazo de esa tragedia, un gesto de verguenza, de dignidad, de oprobio. Lo que sea. Necesito saber. Me urge saber de ellos y por ellos qué sucedió en este país. Necesito, me urge entender cómo un hombre como Hitler se hizo del poder y luego del alma de tantos millones de alemanes y arrastró al mundo a la debácle.

Los recuerdos de esta gente, las huellas que el nazismo, que la guerra dejaron en ellos escapan por supuesto a mi escrutinio; miro sólo mujeres y hombres de edad; ancianos apacibles que disfruntan el verano y la bonanza de una ciudad que quiere para sí –y lo proclama sin ningun pudor- lo más moderno, lo más caro, lo mejor, lo más grande del mundo. Veo tambien por todos lados a jóvenes que gozan esta ciudad donde lo superlativo parece ser la norma. ¿Y para ellos? ¿Qué con la guerra? ¿Qué con el nazismo? Todo aquí parece estar dememoriado. Por lo menos parce ser así para quien, como yo, va sólo de paso.

Allá un letrero indica que aquí en Whilhemstrasse se levantaba la nueva Cancillería del Reich donde despachaba Adolfo Hitler. Otro más nos da cuenta que en este jardin, en medio de un conjunto de departamentos típicos del socialismo real, ahí, 20 ó 25 metros bajo tierra estaba el bunkher donde el Furher consumó su proyecto de destruccción. Quizás justo aquí en este foso de arena donde hoy juegan los niños –vaya paradoja- fueron cremados los cadaveres del dictador y su esposa, Eva Braun. Eso al menos se puede colegir atendiendo el plano desplegado unos metros más allá en el que se muestra la disposición de las dependencias de la cancillería.

Ante la inminencia de la derrota, la artillería soviética batiendo ya el casco urbano, Hitler dio la orden de defender la ciudad hasta el último hombre. “Si el pueblo alemán no es capaz de ganar la guerra –dijo Hitler en eso días- no merece sobrevivir“. Terminó así sus días, el hombre responsable del asesinato de más de 55 millones de seres humanos, condenando a muerte a la ciudad. Decenas de miles de pobladores, centenares de miles de combatientes murieron durante la batalla de Berlín. Murieron estúpidamente–¿qué muerte en la guerra tiene sentido?- en la última e inútil batalla de una guerra perdida, defendiendo una ciudad también perdida, último bastión de un régimen derrotado que quería inmolarse sí pero arrastrando con él a la tumba a todo un pueblo.

Nunca fue el de Adolfo Hitler un proyecto civilizatorio, ya lo dice Jachim Fest en “La caída“ .Hablaba de la recuperación del orgullo y la grandeza del VOLK alemán pero jamás prometió otra cosa que la destrucción. Quienes lo siguieron lo seguieron desde siempre a la tumba; a la suya propia y a la de todos sus compatriotas. Por él mataban y por él estaban dispuestos a morir y eran legión. Muchos de estos ancianos apacibles que hoy caminan por estas calles fueron mucho más allá de levantar el brazo, exaltados o enceguecidos si se quiere por la propaganda de Goebbels, en un mitin del partido nazi. Muchos combatieron en el ejército regular y muchos otros en las fuerzas policiales de ocupación reponsables de operaciones de exterminio en el centro y en el Este europeo. Padres, abuelos, tíos de estos jovenes que hoy toman el sol al lado del Speer participaron en el proyecto de aniquilación de los eslavos, de los judios, de los homosexuales, de los enfermos terminales, de los opositores al régimen. Lo hicieron votando una y otra vez, desde la década de los 20, a los diputados del partido nazi y luego, de nuevo en las urnas, al extender a Hitler poderes dictatoriales. Lo hicieron también fusilando a miles de personas por día o asfixiándolas en cámaras de gas o dejándolas morir de frío e inanición. Nadie los engañó; lo sabían todo desde el principio.

2 comentarios:

David Moreno dijo...

Excelente crónica...

Saludos...

BCASARINZ dijo...

El nombre ALEMANIA pesa mucho mas que sus crimenes, no me parece que el autor quiera restregar la culpa a los alemanes sin que antes reconozca tambien que los rusos en la guerra cometieron muchas atrocidades(Katyn, la violacion tumultuaria de ancianas y niños al entrar a Berlin , etc..etc..)