jueves, 2 de agosto de 2007

MEMORIAS DEL FUTURO

Segunda Parte



Nada aquí en esta ciudad, donde los rastros del mayor conflicto bélico sufrido por la humanidad apenas se perciben, permite imaginar siquiera cómo honorables hombres de negocios, honestos profesionistas liberales, campesinos acostumbrados a trabajar de sol a sol, obreros especializados, estudiantes de las más diversas disciplinas cedieron al influjo de una ideología que preconizaba la destrucción y la muerte y se convirtieron, de la noche a la mañana, no sólo en soldados que enfrentaban a otros ejércitos sino en verdugos capaces de matar con sus propias manos a centenares de miles de seres humanos y de hacerlo sólo por el hecho de que eran eslavos, gitanos, judíos, homosexuales, discapacitados, opositores políticos; hombres de segunda cuya eliminación era necesaria para que la raza aria tuviera “espacio vital” suficiente e instaurar en el mundo un imperio que durara mil años.

No se trata de que los alemanes de hoy continúen con un proceso de expiación de las culpas de sus antepasados, se trata de no olvidar para que algo así no vuelva a suceder
y desgraciadamente ese, el de la intolerancia asesina, que tanto sirvió al nazismo, es un fantasma que sí sigue rondando por el mundo, un fantasma que fascinados miraron a los ojos los integrantes de una generación de alemanes que está ya por desaparecer y que se debe y nos debe muchas explicaciones. Un fantasma que los sedujo, que los convirtió primero en hombres capaces de quemar libros y luego en sicarios y ejecutores del mayor genocidio que ha conocido la humanidad.

Se habla mucho de la eficacia de la propaganda nazi, de su mágico y contundente poder de movilización, tanto que para los expertos en marketing político, para los charlatanes de la manipulación, Joseph Goebbels se ha convertido en su santo patrono, al que citan y emulan con descaro. Poco se sabe, sin embargo, de la forma en que la propaganda era sólo un instrumento que nada más exacerbaba, sacaba a la luz, los más ancestrales y oscuros prejuicios del pueblo alemán, los rasgos más intolerantes del ser humano. Tanto Hitler como Goebbels tenían una lectura muy cercana y completa de lo que el alemán medio de su época pensaba, sentía y deseaba. Pese a tratarse de un régimen autoritario, de una dictadura, los nazis actuaban con una mezcla muy precisa y eficiente de represión y consenso. Las medidas que aplicaban iban extremándolas a partir de una combinación entre encuestas y consultas públicas, campañas muy intensas de propaganda y medidas de control social y coerción política. La llamada “solución final”, el exterminio calculado matemáticamente, sistemático, de once millones de judíos europeos, meta que por la derrota no se alcanzó a cumplir, fue una decisión que los jerarcas nazis – encabezados en la conferencia de Wannsee por Reinhard Heydrich- tomaron sólo después de que los mecanismos de consulta y propaganda habían ido pulsando e incrementando, hasta el grado de hacer aceptable el exterminio de millones de seres humanos, el tradicional antisemitismo alemán, para pasar así del progromo a las cámaras de gas y los hornos crematorios.

Mentira pues que los alemanes ignoraran la existencia de los campos de concentración y de lo que en ellos sucedía; los aparatos de propaganda se dieron el lujo de promover su existencia, de producir reportajes, piezas publicitarias, documentales cinematográficos sobre la vida en los campos. Por otro lado, aparato que clasificaba enormes masas de seres humanos, los confinaba en ghettos distribuidos estratégicamente, los trasladaba en trenes que pese a las dificultades de la guerra nunca dejaron de llegar a los campos de concentración, era tan grande por su propio objetivo. Exterminar once millones de seres humanos implicó necesariamente la acción directa de centenares de miles de alemanes y de ciudadanos de otras naciones del centro y este de Europa, mismos que después de la guerra se dijeron y aún se dicen sorprendidos por las atrocidades del régimen nazi. Atrocidades que no pudieron ser cometidas sin la participación directa y sin la aprobación tácita de millones de personas. Mentira también, todo hipocresía, la de los gobiernos aliados, la de la Iglesia Católica, la Santa Sede; el Papa mismo supo de testigos directos y muy cercanos a la alta jerarquía eclesiástica lo que sucedía. Otro tanto supieron los británicos y los estadounidenses. Morían sin embargo ciudadanos soviéticos -veinte millones- y eso mermaba el poder de Stalin, considerado por Churchill como una amenaza aún peor que el mismo Hitler. Detener el genocidio podía esperar como también podían ahorrarse los aliados la enorme cantidad de bajas que un asalto aliado a territorio alemán habría de costar. Que murieran unos cuantos millones de judíos, de eslavos y que el ejército soviético se desangrara solo en la conquista de Berlín fue algo consentido y acordado por los aliados.

2 comentarios:

arturo dijo...

MUY BUEN COMENTARIO PERO LOS CRIMENES DE LA IZQUIERDA STALINIANA Y MAOISTA, NO LE PIDEN NADA A LOS CRIMENES DEL NAZISMO, ME GUSTARIA VER UN ARTICULO CRITICO SOBRE LOS CRIMENES DE LA IZQUIERDA EN LA HISTORIA

BCASARINZ dijo...

coincido con el punto de vista de arriba solo que añadiria que la purga staliniana cobro mas victimas que el nazismo ya que duró mucho mas tiempo la tirania comunista