jueves, 9 de agosto de 2007

A PROPOSITO DE LA REVOLUCIÓN

Carta a Héctor Aguilar Camin.

Querido Héctor:

Interrumpo la serie sobre el nazismo. Me veo impelido a hacerlo tras la lectura de tu texto publicado este jueves en Milenio. Ya desde la semana pasada sigo con atención tus reflexiones sobre la izquierda. Hablas ahora de la revolución y la violencia y citas a Mao que decía que esta primera no es “un baile de buenos modales” y luego al Ché cuando afirma que el revolucionario debe ser “una maquina fría de matar”. Así es. La guerra es jodida siempre. Huele a sudor, a sangre, a pólvora, a mierda. Alzarse en armas es, sin embargo, una última, digna e inevitable opción que no puede menos que tomarse cuando toda esperanza se ha perdido. Hacerlo implica, claro, la decisión de matar y morir, no podría ser de otra manera. Alzarse en armas es violentar los tiempos de la historia, hacerla parir con prisa. Es intentar el resquebrajamiento de un sistema que matando se resiste a morir y que no sabe ceder ni un ápice y ante el cual todos los esfuerzos pacíficos de transformación resultan inútiles. Alzarse en armas, más que una decisión iluminada por la ideología, puede ser resultado de un instinto primordial de justicia, de un impulso moral, de una genuina y profunda desesperación ante un estado de cosas que por la falta de libertades y sus efectos devastadores sobre los sectores más empobrecidos de la sociedad resulta intolerable. Cito también al Ché: “Aun a riesgo de parecerles cursi he de decirles que la revolución es sobre todo obra de amor”.

Algunos habrá entre los guerrilleros latinoamericanos que se alzaron en armas para “construir la patria socialista”. Los más, estoy seguro, lo hicieron inspirados por la doctrina cristiana y obligados por la tozudez criminal de las oligarquías, sus sirvientes en los gobiernos y ejércitos y la influencia y el apoyo material de los estadounidenses que, regidos por la doctrina de seguridad nacional, no dudaban en calificar todo esfuerzo democratizador como una penetración comunista y avalaban su aplastamiento a sangre y fuego. Nadie pues como Washington para promover y radicalizar revoluciones. Ya se lo decía Fidel Castro a Jean Paul Sastre; “la nuestra –cito de memoria- es una revolución de contragolpe”.

Ya embarcados en la aventura fue que muchos de esos locos, de esos iluminados, de esos que se decidieron una noche a cambiar el mundo, adoptaron la ideología marxista y se lanzaron a ponerle nombre a sueños de justicia y democracia y también, es preciso reconocerlo, a otros que no eran sueños sino delirios. Nada más absurdo y contrario al impulso inicial de justicia que produce la decisión de irse a la guerrilla que terminar sustituyendo una dictadura por otra, axial sea esta de la mayoría. Nada más contradictorio que sustituir el control que una clase ejerce despiadadamente sobre la sociedad por el control de otra aunque este se pretenda benigno y necesario. En la guerra aprendí que las banderas ideológicas (total la ideología es también una visión deformada de la realidad) se destiñen con la sangre y al final sólo queda –entre quienes combatieron- o el equilibrio de miedos que los contiene o la voluntad de, cediendo sus sueños unos, sus realidades otros, darle una oportunidad a la política y construir para su patria un futuro de paz.

Creo firmemente que las libertades de las que hoy disfrutamos son posibles entre otras cosas gracias al sacrificio de combatientes, cuadros de logística, trabajo político y propaganda de las guerrillas latinoamericanas, así como de sus bases de apoyo expulsadas de sus poblados, masacradas en calles, vaguadas y ríos. Sin ellos, estoy convencido Héctor, ni paz, ni democracia tendríamos. Esos que murieron en la selva guatemalteca, o allá en Madera, Nuevo León y Chiapas, en Morazán o Chalatenango, en Nuevo Segovia o Chinandega, en Brasil de hambre, en Buenos Aires o Montevideo por la tortura. Esos que cayeron en combates siempre desiguales o que fueron desaparecidos son tan responsables de la paz que vivimos, de los sistemas políticos y las instituciones que hoy nos damos el lujo de demoler, como aquellos que lucharon sin las armas en la mano pero con una voluntad democrática indeclinable.

No quiero la guerra. Con sólo imaginar mi país convertido en escenario de combates me estremezco. Temo sin embargo, mi querido Héctor, que la clase política nos acerca irresponsablemente a la confrontación. Antes el contragolpe fue a causa de los norteamericanos. Tal como vamos hoy será, si se produce y parecen haber condiciones para que así sea, resultado del esfuerzo tenaz por prostituir la democracia de aquellos que ven al poder y al país sólo como botín.

2 comentarios:

manuel dijo...

Sr. Ibarra: Gracias, muchas gracias por recordarnos la barbarie nazi.
Y mas le agradezco su carta al Sr. Aguilar Camín, por que le recuerda el sacrificio de miles de mexicanos y militantes universales que dieron su vida por la justicia.
Lo que mas me conmueve de su carta, es la forma en que ubica a quienes son los verdaderos propiciadores de la barbarie de la guerra, recordárselo a quien es autor de uno de los mejores libros escritos sobre la revolución mexicana, es una forma muy elegante de advertir que siempre existe el fantasma de la claudicación, hasta en la mentes mas talentosas.

Manuel Deffis

Roberto dijo...

SR IBARRA:


GRACIAS POR ABRIRNOS LOS OJOS A LO QUE IBA A SER 6 LAAARGOS AÑOS (Y QUIEN SABE SI MÁS) DE UN REGIMEN DE BARBARIE LOPEZOBRADORISTA, Y MAS LE AGRADEZCO QUE INDEFECTIBLEMENTE SIGA APOYANDO A UN LOCO DE PODER, POLARIZADOR Y LUMPEN SOCIAL, HECHOS COMO EL BLOQUEO A REFORMA, EL MANDAR AL DIABLO A LAS INSTITUCIONES HACEN DE ESTA SOCIEDAD, UNA SOCIEDAD MADURA Y QUE NO CAE EN LAS ESTUPIDECES DE LA IZQUIERDITA INFANTIL MEXICANA DE PACOTILLA!!

MUCHAS GRACIAS.